3.3. Vida cotidiana: mobiliario. La calle

Decoración y mobiliario

En los documentos, encontramos escasas menciones a la decoración y mobiliario. En la alegación fiscal contra María Teresa García (Granada, 1744), se cuenta que profanó “un niño Jesús que había que había en una cunica”, un ejemplo que ilustra la tradición de tener imágenes y figuritas de santos en las estancias. En la inspección de la casa de María Acevedo (Madrid, 1648) el escribano anota que se encontró un “escritorio de palosanto y box”, en el cual había, entre otros objetos, una baraja de naipes, una figura del niño Jesús y estampas de San Cristóbal y San Antonio. En el juicio a Juan de Flores, acusado de mahometizar, resulta muy relevante la acusacion de que «nunca jamás» se ha sentado «en silla ni en poyo ni en serijo salvo en el suelo» y que come «en las rodillas y no en mesa», a pesar de que «tenía en su casa poyos y serijas y vanquetas».

 

Fuera de casa: trabajo, ocio y devoción

El barrio era, en ciertos aspectos, una expansión natural de la casa. Los hombres trabajaban y estaban en general fuera de la vivienda durante el día, pero también las mujeres salían y se movían en este espacio. En ciertos momentos, los (cripto)judíos se encontraron viviendo en barrios con una alta proporción de vecinos del mismo origen, lo que facilitaba la práctica de la religión y de las costumbres tradicionales de un modo más o menos abierto. Así Juana Fernández declara en su confesión (1496) que encendían candiles los viernes «todos los que bevían en aquel barrio» de Molina de Aragón, e incluso que «las que bebían en el Castil de Judíos venían cada sábado compuestas a ver las de abaxo, y que su madre de este testigo dezía: «Mirad quáles vienen estas judías compuestas»». Incluso en ambientes de trabajo podía reproducirse este ambiente: Luciana Chamizo declara en el proceso a Ana del Castillo que «vio la testigo que las referidas y María del Castillo, tía de la reo (que todas trabaxaban juntas en el tinte), y la reo y esta testigo todas juntas hacían los ayunos, labatorios y ceremonias de dicha secta».

En cambio en barrios en que la mayoría era cristiana, las costumbres de los cristianos nuevos eran observadas con cuidado. En el juicio a Juan de Flores, morisco, un testigo declara que «estando en misa á mirado [se ha fijado] en ello y nunca […] lo ha visto en misa». A Juana Trujillo, una mujer gitana a la que se acusa de haber robado un pedazo de hostia, un testigo recuerda haberla visto «comiendo un pedazo de pan» antes de comulgar, por lo que «no estaba en aiunas». Los vecinos, o incluso espectadores casuales, vigilaban fuera de la casa, y en ocasiones dentro, para detectar comportamientos heterodoxos.

En relación con otras costumbres de ocio, se puede mencionar que el citado Álvaro Mendoza iba “en coche volarte o verlina” y que en una ocasión iba “a las fiestas de toros”, muy populares para las celebraciones locales. Las tabernas y otros establecimientos donde se servía comida o bebida eran también populares: Diego Rodríguez Cardoso entra con varios amigos a beber aloja («Bebida compuesta de agua, miel y especias», según el Diccionario de la Lengua Española) en una de las muchas alogerías que había en Madrid. De varias mujeres, se señala que paseaban, como Josefa de Lara y sus hermanas: «Que también es verdad salieron esta reo y sus hermanas a pasearse algunas noches de verano con Álvaro». A «Juanico, negro» se le acusa de haber estado «una noche en casa de una mora de Zeuta tocando toda la noche flautas y romances a la moruna». Agustina de Sosa, volviendo de Flandes a España con una amiga, viuda como ella, hace el viaje «por Francia, sin detenerse sino cosa de ocho días en París para ver aquella ciudad».

 

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