Comentario filológico: Ya tengo el texto delante. ¿Y ahora?

Seguimos con la segunda (aquí la primera, sobre tipos de edición) de una serie de entradas que dedicaremos a presentar una introducción al comentario filológico para personas que quieren hacer las oposiciones a profesor/a de Lengua castellana y literatura.

Lo primero que hay que hacer con un texto medieval que vamos a comentar es entenderlo. Por desgracia, he visto ya exámenes con textos muy mal puntuados e incluso con una separación errónea de palabras que hace difícil comprender el texto. Mi consejo es: lee el texto en voz alta (no mucho) intentando comprender cada palabra y dónde están los límites de las oraciones. Si no comprendes una palabra, intenta saber al menos si es un verbo, un sustantivo, un adjetivo, un adverbio… Si la puntuación no te convence, cámbiala para que refleje cómo entiendes tú el texto. Subraya las cosas que te llamen la atención, pero sobre todo intenta comprender el texto. En una segunda lectura, puedes ir haciendo un acercamiento a la lengua, como muestro abajo.

De manera general, el comentario filológico se suele organizar por niveles: gráfico-fonético-fonológico, léxico-semántico, morfológico, sintáctico, textual. A cada uno de ellos se dedicará una entrada propia. En esta, explico cómo podría ir ese primer primer acercamiento filológico, esa primera lectura con visión filológica, a un texto antiguo que apareció en unas oposiciones recientes y que ya presentamos en el anterior post. Es un acercamiento previo un poco intuitivo, que debe refinarse y organizarse luego, y que presento en modo stream of consciousness. Primero pongo el texto, luego ya el stream.

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«Assí llegaron a la puerta de la cámara.» [hmm, -ss- doble en sitio habitual. Subrayo. El editor ha puesto tildes. Texto narrativo.] «Y como quiera que Helisena…» [ahh, “y” y no “e” como conjunción copulativa. Lo subrayo. “Helisena”, un nombre de fantasía. Típico de novela.] «…fuese a la cosa que en el mundo [hm, qué raro. «Fuese», subjuntivo, sin –ss-. ¿Será original? Hmm. Subrayo. Sigo.] «… fuese a la cosa que en el mundo más amaba [Orden de palabras, verbo al final. Subrayo de otro modo, para no confundirme. Con ondas. «Amaba», con –b-. ¡Qué cosa más rara! Me fijaré en los siguientes imperfectos.] «tremíale todo el cuerpo» [tremer, típica palabra de la lengua antigua. Lo marco con doble subrayado. Voy a mirar atrás a ver si ya ha habido alguna palabra y no la he marcado. Hmmm. “Cámara” y lo de “comoquiera”, y siguiendo un poco en el texto ese uso de “como” («como en la puerta tocaron»). A ver cómo lo explico luego. Hmmm, dónde iba] «que no podía hablar» [ojo con ese “hablar”, viene de F- inicial latina y está con h-, no con f-. Subrayo.] «… y como en la puerta tocaron para la abrir» [ahh, clítico antes del infinitivo. Marcar.] «el rey Perión» [como Helisena. ¿Reminiscencias griegas? Bah, no me lío.] «que, assí con la gran congoxa» [Vale, gran y no grant o grand, aunque igual lo ha modificado el editor, pero subrayo por si acaso, y congoxa, grafía de la futura velar que ahora será aún prepalatal. Subrayo.] que en su coraçón [Marco coraçón. Muestra que se sigue usando ç frente a z. En una palabra que normalmente lleva ç, parece que de momento no hay confusiones. Busco más abajo a ver si hay –z-, que marcaba la sibilante dental sonora opuesta a c/ç, la sorda. Sí, en sazón, dezía, feziste, yazía, donzellas, c en trayción, ç en esperança, cabeça. Subrayo todos y los uno con una línea de lápiz] «tenía como con la esperança en que la donzella le puso» [s simple. Lo marco. Esta s siempre fue simple.] «no avía podido dormir» [vale, haber, con la grafía habitual en la Edad Media y hasta bastante tarde, con -v- y sin h-, como pasa con -B- latina intervocálica y H- latina inicial. Subrayo.], «y aquella sazón» [¡Bien, un rasgo sintáctico!, sintagma nominal con valor temporal.] «ya cansado y del sueño vencido adormescióse» [otra vez la posición del clítico, marcar y unir con «la abrir» más arriba]; «y soñava que entrava» [Normal, imperfectos con -v-, procedente de -B- latina intervocálica] en aquella cámara por una falsa puerta y no sabía quién a él yva, y le metía las manos por los costados» [costados, puedo marcarlo para léxico], «y sacándole el coraçón le echava en un río» [Ahh, un leísmo. Bueno, era frecuente. Vale, otro rasgo sintáctico.]. Y él dezía: ¿por qué feziste tal crudeza? [Esto es un poco raro. No lo del dezía, eso normal; subrayo. Pero feziste, con f- procedente de F- inicial latina, cuando antes ponía «hablar» para el mismo contexto… Lo marco y lo comento. Y lo de «crudeza» me suena muy raro. ¿No será crueza? Bueno, no digo nada por si acaso.] «No es nada esto, dezía él, que allá vos [«vos», forma del pronombre, no «os». Lo subrayo y miro luego otros pronombres] queda otro coraçón que vos yo tomaré, ahunque no será por mi voluntad». El Rey, que gran cuyta [Vale, «cuyta», lo marco para léxico] en sí sentía [verbo al final. Lo marco para sintaxis], despertó desapavorido y començóse [Ajá. Posición del clítico. Otro ejemplo. Lo uno con los anteriores] a santiguar».

Y así seguiría. Al mismo tiempo, yo personalmente iría anotando al margen, de modo no especialmente ordenado, diferentes elementos que voy viendo, por ejemplo: «F- inicial latina», «orden de clíticos», «orden de palabras (verbo al final)», «z/ç», «H- inicial latina», «-B- intervocálica latina > v», «ss/s», «pronombres personales (sujeto/objeto/término de preposición)», «género», que luego me ahorrarán trabajo cuando organice todas mis observaciones en un texto redactado.

Antes de empezar el comentario, el último toque que hay que dar al texto es numerar las líneas. Esto ayuda mucho cuando se ofrecen ejemplos, queda muy serio y es una ayuda para el corrector.

Un último consejo: para saber más de la lengua antigua, lo mejor será que leas. No solamente hay el Cid y el Libro de buen amor en la literatura antigua. Te doy tres consejos: 1. El Amadís de Gaula es un libro interesante y encantador, lleno de episodios maravillosos, de amor y de sexo. También te podrían interesar otros libros de caballerías, que tienen muy mala prensa por el Quijote, pero que son divertidos e inofensivos (a mí no me ha pasado nada). Por ejemplo, el Primaleón, que pudo ser escrito por una mujer. 2. Los libros de viajes medievales y renacentistas son interesantísimos. Prueba con el libro Viajes medievales, editado por Joaquín Rubio Tovar (biblioteca Castro), que incluye un exquisito mapa en papel indestructible, con alguna crónica de Indias o con la Embajada a Tamorlán (por ejemplo la edición de Francisco López Estrada, en Castalia). 3. El Diálogo de la lengua de Juan de Valdés es una obra inteligente y divertida que siempre me pone de buen humor. Pediré más consejos a mis compañeros de GITHE y los daré en próximas entradas.

También en próximas entradas se ofrecerán algunas referencias bibliográficas que pueden ayudarte a comentar los textos antiguos.

Más entradas sobre comentario filológico: esta sobre ediciones, esta sobre léxico.

 

Belén Almeida

 

La FP en el siglo XVII

En estos tiempos en los que acceder a un puesto de trabajo está más cotizado que nunca, resulta imprescindible tener unos sólidos conocimientos teóricos y prácticos y, en ocasiones, afrontar duras pruebas de selección, pero… ¿esto era así en el siglo XVII?

Para averiguarlo, debemos recurrir, como en tantas otras ocasiones, a las fuentes primarias. Concretamente, a dos tipos documentales que nos permiten acercarnos a las condiciones laborales de los jóvenes que hace varios siglos querían aprender un oficio: las cartas o escrituras de aprendiz, también llamadas “de concierto de mozo de aprendiz”, y las cartas de examen.

escritura-de-aprendiz Escritura de Aprendiz

Ejemplos de las primeras son la carta de aprendiz de carpintero de Juan Piñero (Badajoz, 1671), que puedes consultar en CODEA (nº 1887), y la carta de aprendiz de boticario de Diego Palos (Badajoz, 1649), que dentro de poco será incluida en el corpus.

¿Y qué es una “carta de aprendiz”? Pues una carta de aprendiz es un contrato entre el aprendiz en cuestión y sus padres, por un lado, y el maestro, por otro, en el que se establecía una serie de derechos y obligaciones para cada una de las partes y se incluían varias cláusulas punitivas ante un hipotético incumplimiento: “En la ciudad de Badajoz, a once días del mes de julio de mil seiscientos y cuarenta y nueve años, ante mí, el escrivano, y testigos parecieron de una parte Pedro Palos, y de otra, Joán Mexía, boticario, vecinos d’esta ciudad, y dixeron que el dicho Pedro Palos tiene un hijo por nombre Diego, […] el cual […] pone en casa del dicho Joán Mexía para que le enseñe el dicho oficio de boticario”.

oficio-de-boticario offiçio de Boticario

Gracias a estos documentos, sabemos que el aprendiz necesitaba un fiador (generalmente el padre) que garantizase el pago de su enseñanza y, a su vez, se encargara de ir en su busca en caso de ausencia, satisfaciendo los daños ocasionados: “Y el dicho Juan Piñero se obligó que el dicho Juan Piñero, su hijo, assistirá con el susodicho [maestro] el tiempo referido […], y si se fuere y ausentare, lo buscará y lo bolverá a cassa del dicho Tomás Suárez y le cumplirá las fallas que hiciere […], y si no lo hiciere, que el dicho Tomás Suárez pueda buscar otro a costa de dicho Juan Piñero”.

El conocimiento de un oficio en la ciudad de Badajoz se iniciaba a partir de los seis años (Juan Piñero lo hace con “trece años poco más o menos” y Diego Palos, con “quinze años poco más o menos”), y siempre bajo la tutela de un maestro examinado. No existía un tiempo estipulado para alcanzar la oficialía, aunque en estos dos documentos se establece una duración de seis años: “Juan Piñero dijo ponía y pusso a oficio de carpintero a Juan Piñero, su hijo, […] por tiempo de seis años en cassa del dicho Tomás Suárez”. El sueldo que se le pagaba al maestro por cada año de aprendizaje tampoco estaba fijado, pero generalmente la cuantía anual solía ser menor cuanto más prolongado fuese el periodo al servicio del maestro.

Este, lógicamente, estaba obligado a enseñar al alumno el oficio durante el tiempo estipulado, teniendo al aprendiz en su casa y taller (o tienda) y tratándole adecuadamente: “Y el dicho Joán Mexía se obliga de enseñar el dicho oficio de voticario al dicho Diego en el discurso de los dichos seis años, y en los tres primeros sabiéndole estudiar gramática, y en todo dicho tiempo asistiendo en dicha su casa y botica, de forma que al fin d’ello á de saber como otro cualquiera voticario esaminado, […] y durante los dichos seis años le á de dar buen tratamiento”.

Ese “buen tratamiento” que el maestro debía dispensar a su aprendiz normalmente implicaba proporcionarle comida, vestido, medicinas y alojamiento: “Tomás Suárez, maestro carpintero, […] le ha de dar de comer y le ha de bestir de la rodilla avajo. Y si tubiere alguna enfermedad, se la ha de curar con médico y botica, y le ha de hacer todo buen trato, dándole cama en que dormir”. No obstante, esta obligación podía ser compensada por el maestro al aprendiz mediante una cantidad monetaria o, como en el caso del aprendiz de boticario, ser responsabilidad del fiador: “… el dicho Pedro Palos se obliga del vestir y calçar al dicho Diego, su hixo, durante los dichos seis años”

maestro-carpintero Maestro carpintero

Además, en algunos contratos, como en el del aprendiz de carpintero Juan Piñero, el maestro se comprometía a entregarle, al finalizar el aprendizaje, la vestimenta propia del oficio: “… y, cumplidos dichos seis años, dicho Tomás Suárez le ha de dar un bestido de paño de las Navas, que es capa, ropilla, y calzón, y jubón, camissa, medias y çapatos, calcetas y lo demás tocante al dicho vestido”.

Si, finalizado el tiempo del contrato, el aprendiz no había aprendido correctamente el oficio, el maestro debía prolongar a su costa el aprendizaje hasta que lo supiera, manteniéndole en su casa y pagándole igual que a un oficial: “Y si no le diere mostrado en dicho tiempo de los seis años, que dicho Juan Piñero pueda poner a dicho su hijo en cassa de dicho maestro que le acave de mostrar el dicho oficio, y por lo que costare pueda executar al dicho Tomás Suárez”. Sin embargo, el fiador también podía optar por buscar otro maestro: “Y el dicho Joán Mexía se obliga de enseñar el dicho oficio de voticario al dicho Diego […], y no siendo así, el dicho Pedro Palos á de poder ponerlo en cassa de otro voticario para que acabe de aprender en el tiempo que fuere necesario”.

El alumno, por su parte, no se limitaba exclusivamente a aprender un oficio, sino que a veces también tenía que asumir tareas domésticas. El aprendiz no solía gozar de vacaciones, y además las ausencias estaban contempladas en las cláusulas del contrato, de forma que los fiadores (normalmente los padres), una vez apercibidos por el maestro, eran duramente penalizados con multas que llegaban hasta la cantidad que ganaba un oficial. El fiador contaba con un plazo de entre 8 y 30 días para encontrar al aprendiz y traerle a la casa del maestro: “Y el dicho Pedro Palos se obliga a que el dicho Diego, su hixo, no le haga ausencia [al maestro] durante los dichos seis años, y si la hiciere, aviéndole requerido judicial o extrajudicialmente dentro de veinte y cuatro días consecutivos al dicho requerimiento, se lo bolverá a su casa, y esto á de cumplir todas las veces que subceda, y si no lo hiciese, el tiempo que faltare pagará al dicho Joán Mexía cincuenta ducados en cada un año o a su respecto prorrata en que se considera el sustento de otra cualquiera persona que en lugar del dicho su hixo le á de asestir”.

Si el abandono era definitivo, los fiadores perdían el dinero adelantado al maestro y tenían que resarcirle de los daños o suplir la falta con otro aprendiz u oficial: “… y si [Juan Piñero] se fuere y ausentare, [su padre] lo buscará y lo bolverá a cassa del dicho Tomás Suárez y le cumplirá las fallas que hiciere, assí de ausencia como de emfermedad, y si no lo hiciere, que el dicho Tomás Suárez pueda buscar otro a costa de dicho Juan Piñero, y por lo que costare lo pueda exercer em birtud de esa escritura”.

En ocasiones, también se incluía la obligación de recuperar los días de ausencia al final del aprendizaje o, en situaciones más drásticas, a perder el tiempo servido e iniciarse de nuevo. La inactividad producida por enfermedad también solía ser recuperada: “Y si en los dichos seis años el dicho Diego tubiere alguna enfermedad o enfermedades que le impidan el uso y asistencia de la dicha botica y acudir a lo necesario y conveniente d’esta los días de dichas enfermedades, le á de asestir de más del dicho tiempo pasados dichos seis años”. Muchos de nosotros hemos sentido alguna vez que las vacaciones se nos han quedado cortas, pero, como vemos, nuestros colegas del XVII tenían más razones para quejarse.

Una vez terminado el período de aprendizaje, al aprendiz se le consideraba oficial a efectos laborales, pudiendo trabajar a jornal o a destajo en el taller (o en la tienda) de un maestro. El oficial que quisiera alcanzar el último grado de la estructura gremial, la maestría, debía superar una prueba teórico-práctica de capacitación, que es la que precisamente queda recogida en el segundo tipo de documento que hemos mencionado antes: la carta de examen.

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[car]ta de exsamen de çerero

En el caso de la ciudad de Badajoz, todos los años se designaban en el cabildo del día de san Juan (24 de junio) a los regidores que se ocuparían de este asunto, y estos a su vez encargaban a maestros artesanos la misión de evaluar y formalizar ante notario, con el refrendo del corregidor, los exámenes a maestría.

El trámite administrativo del examen se iniciaba con la presentación de las solicitudes de esta prueba por parte de los oficiales que deseaban someterse a ella. El coste del derecho al examen, que variaba dependiendo del oficio, era bastante elevado porque el aspirante debía pagar a los examinadores una cuota por el examen y al notario otra por la escritura de la carta de examen.

La prueba a maestría constaba de dos partes, una teórica y otra práctica. Como ejemplos de cartas de examen, podemos citar la del cerero Juan Gonçales Graxeras (Badajoz, 1637), la del sastre Simón Polo (Badajoz, 1638) y la del herrador y albéitar Diego Prieto (Cáceres, 1658). Todas ellas estarán disponibles en CODEA en breve.

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Arte de herrador y Alueyttar

Las cartas de examen presentaban casi siempre la misma estructura. En primer lugar, la ubicación espacio-temporal del documento, la mención de que este se emitía en presencia del escribano y de ciertos testigos y la identificación de los maestros que iban a proceder a examinar al aspirante: “En la siudad de Badajoz, a diez y siete días del mes de mayo de mil seissientos y treinta y ocho años, ante mí, escribano, y testigos, Juan Rodríguez y Francisco Gonsales Gama, vesinos d’esta siudad, maestros del ofisio de sastres y examinadores por esta siudad nombrados en las elesiones de oficios que se hicieron por tiempo de un año que comiensa el día de san Juan de junio del pasado de mil seissientos y treinta y siete y feneserá dicho tal día d’este presente”.

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maestro del ofisio de sastre

A continuación, se indicaba el nombre del examinado y el oficio del que se examinaba, se hacía referencia al propio examen y se hacía constar el fallo de la prueba: “…dixo que á examinado a Juan Gonçales Graxeras, vesino d’esta ciudad, del dicho su oficio de cerero, y en todo lo a él anexo, tocante y perteneciente, y aziéndole las preguntas y repreguntas necesarias, ansí en el obrar y fabricar la cera blanca y amarilla en obra gruesa y delgada y en todo xénero de obra que en el dicho oficio se hace, como al fabricalla y fazella, conforme a las leyes y pramáticas del reino para que las guarde y cumpla. Y se la mandó haber y obrar, y la á hecho y obrado en su prensencia, y en todo le á hallado y está muy liberal, ábil y suficiente para usar el dicho oficio de cerero con restitud y legalidad”.

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fabricar la çera blanca y Amarilla

Luego se hacía referencia a los derechos que comportaba el título de maestro: “… mando dar y doy licencia y facultad cumplida a el dicho Diego Prieto para que libremente sin pena ni calunia alguna pueda ussar y exercer el dicho oficio y arte de herrador y alvéitar en todos los cassos y cossas a él tocantes y consernientes, y poner su tienda pública en todas las ciudades, villas y lugares de los reinos y señoríos del rey nuestro señor. […] Por tanto, de parte del rey nuestro señor, exorto y requiero que dejen y consientan ussar el dicho oficio y arte sin le poner impedimento alguno ni consientan que sobre ello sea vejado ni molestado, antes le guarden y hagan guardar todas las honras, gracias, franqueças y libertades que a semejantes maestros examinados se deven y suelen ser guardadas”.

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poner Su tienda Publica

El documento se cerraba con la validación del escribano y la firma de los veedores y testigos: “Y [el maestro examinador] lo firmó de su nombre ante mí, el escrivano, siendo testigos Diego Martín, escrivano, Juan Gonçales Picaldo, procurador, y Juan Sanches Picaldo, vecinos d’esta ciudad, a los cuales doy fee conosco”.

Ahora bien, hay otros documentos, además de las cartas de aprendiz y de las cartas de examen, que nos pueden ayudar a conocer las condiciones laborales o las características de los exámenes en épocas pasadas. Es el caso, por ejemplo, de una petición privada (CODEA 1858) del aspirante a maestro Josef de Cañas, natural de un pueblecito de Guadalajara, que nos da una idea de cómo era el examen necesario para ejercer de maestro de primeras letras a finales del siglo XVIII: “Florentín Josef de Cañas, natural de la villa de Chillarón, ante vuestra señoría parezco y digo: que aspirando al magisterio de primeras letras, […] suplico que […] se sirva en su vista mandar que por don Fernando García, maestro de primeras letras, veedor y examinador nombrado por el ilustre Ayuntamiento de esta ciudad, con asistencia del cavallero comisario electo por el mismo Ayuntamiento, se proceda a examinarme sobre la pericia del arte de leer, escribir y contar, que desde luego estoy pronto a escribir de diferentes tamaños de letras y estender exemplares de las cinco reglas [sumar, restar, multiplicar, medio-partir y partir], y que así hecho, y resultando aprobado, se me dé testimonio de haverme hallado hávil, a el cual acompañen las muestras de lo escrito y cuentas para acudir a la Hermandad de San Casiano de la villa y corte de Madrid a solicitar su aprobación, y después al Real Consejo por el título correspondiente”.

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Arte de Leer, Escribir, y Contàr

En fin, parece que siglos atrás la formación de los aprendices era bastante completa, pero sus condiciones laborales dejaban mucho que desear, pues, al contrario que ahora, el aprendiz no podía disfrutar de unas merecidas vacaciones y el trabajo que dejaba de hacer por estar enfermo era recuperado posteriormente. Suele decirse que todo tiempo pasado fue mejor, pero quizás no opinaría lo mismo un estudiante de FP que tuviera que viajar al siglo XVII…

D.S.

 

 

Para saber más:

Si deseas buscar en CODEA más información sobre un oficio concreto, puedes introducir términos del tipo trabajo, fábrica, salario, cantero, médico, lobero, etc. en los filtros “regesto” o “clave”, como se ve aquí:

codea_fp_diego

 

CODEA = Corpus de Documentos Españoles Anteriores a 1800.

Francisco Javier Lorenzo Pinar (1988), “El aprendizaje de los oficios artesanos en la Zamora del siglo XVI”, Studia historica. Historia moderna, 6, págs. 449-464.

Fernando Marcos Álvarez (1998), Los gremios en Badajoz en el siglo XVII, Mérida: Editora regional de Extremadura.

Textos favoritos: Carta al Jonatan

Regularmente aparecen en los medios, especialmente en internet, textos o documentos que llaman la atención de muchas personas por sus faltas de ortografía. Hace unos días fue la tildación «polícia» en unos uniformes, pero en otra ocasión reciente ha sido que el político de Podemos Íñigo Errejón escribiera en su tesis «sobretodo» junto (algo que hace muchísima gente incluso de buena formación, por cierto).

policia

Pocos se acuerdan ya de la «carta al Jonatan», una nota escrita en un cuaderno de cuadros que presuntamente un profesor o profesora sorprendió rodando por su clase, confiscó y publicó en la red, sustituyendo los nombres de los protagonistas por los de Jonatan, Jeni y Leti.

Nada hace dudar de que se trate de una nota realmente redactada por una chica de unos catorce o quince años. Es una preciosa carta de amor en que la redactora pide a un chico de quien está enamorada y que ha cortado la relación que mantenían que vuelva con ella. Llama la atención por una parte la franqueza de la expresión: «cuando te lebantastes la camiseta padre me bajo la tension», «te acuerda cuando me estabas tocando la pierna», y la emoción que se imprime al escrito mediante medios sencillos pero eficaces: «Jonatan por favor Jonatan por favor Jonatan por favor telo suprico». Por otra, hay que decirlo, sorprende la gran cantidad de errores ortográficos.

¿Qué tipos de error son esos? Pues son principalmente dos: por una parte, aquellos que «no» nos ofrecen datos sobre la pronunciación de la persona que ha escrito el texto, es decir, aquellos que, como escribir arina sin h-, no muestran que el escritor o escritora pronuncie de una manera diferente a la mayoritaria o general entre los hablantes. La confusión b/v, g/j, h/carencia, unión y separación de palabras antinormativas son de este tipo. La escritora, «Jeni», comete bastantes de estos errores: «haber por que has cortado conmigo», «yo no edicho», «anadie», «haora», «honbreton», «hayer», «beo», «bibo», «buelve», «agas». De estos errores, haber por a ver es relativamente frecuente incluso en escritores bien formados (palabra de profe de lengua), debido a que tanto haber como a ver son formas existentes. En cambio hayer o beo llaman más la atención, pues no existen con esa ortografía. Muchos de estos errores tienen solera: haora no era infrecuente en escritores cultos del siglo XVIII (por cierto que aora ha sido forma habitual en muchas épocas, y no, no era falta de ortografía); bolver era tan frecuente en el siglo XVIII que incluso la RAE tuvo que admitir en el Diccionario de Autoridades que era la forma habitual, aunque los académicos decidieran dar prioridad a la forma rara volver, más cercana al étimo latino; la unión edicho y anadie, sin haber sido nunca exactamente habituales entre escritores avezados (salvo que en la Edad Media se escribía en muchos casos la preposición unida a la palabra siguiente), reflejan la pronunciación de elementos átonos que se «apoyan» en uno tónico, como auxiliar y preposición, y son frecuentísimos entre escritores de habilidad media en los siglos XVIII y XIX.

Luego, «Jeni» comete otros errores que sí nos dan datos sobre una pronunciación no general o no mayoritaria entre los hispanohablantes (aunque quizá sí en su zona y muy probablemente sí en su grupo social): así pasa con lebantastes, bistes, cuadraos, pegao, pegao, hay por ahí, broque, suprico, quizá «te acuerda» y borvel. La frecuencia de la -s final en la segunda persona singular del indefinido es enorme, y alcanza a hablantes relativamente bien formados. Por escrito, es más raro verlo, quizá por la mayor reflexión que exige la escritura con respecto al uso oral de la lengua, quizá por la proliferación de los correctores automáticos. En cuadraos y pegaos, tenemos por escrito la pronunciación habitual en buena parte de España de –ado(s) en registros coloquiales. Naturalmente, encontrarlo por escrito es muy inhabitual. Igualmente coloquial me parece la pronunciación con diptongo (/’ai/) del adverbio ahí, cuya pronunciación formal se hace con hiato (a’i), pero esto es una visión personal, a lo mejor todos los cultos lo hacen con hiato (y yo sin enterarme). En broque suprico, tenemos la prueba de un cambio de líquidas en sílabas de estructura consonante + l + vocal que probablemente está relacionado con características fónicas presentes en la variedad de la escritora.

También hay que decir que no siempre algo que se ve por escrito se corresponde con la realidad oral. Tiene un significado, probablemente, pero no sabemos cuál. Un ejemplo: la escritura bacalado y dejado puede corresponderse tanto con una pronunciación /bala’lao/ y /de’xao/ como con una pronunciación /baka’lado/ y /de’xado/. La presencia de h– en hermita no implica que la h– se pronuncie. Escribir zabuezo y hacer puede ser síntoma de «seseo» o de «ceceo» (el hablante no distinguidor de los dos sonidos puede cometer errores ortográficos en uno u otro sentido).

Buscando opiniones en la web sobre esta carta, que a mí me parece encantadora y triste a partes iguales (por varias razones), encontramos que la de muchos profesores es más benévola que la de otras personas. Probablemente porque después de mucho leer textos de adolescentes y de aplicar una buena dosis de reflexión al asunto, consideran que esta carta, quieras que no, tiene su aquel. Y esto porque a) la persona que lo ha escrito sabe y elige recurrir a la escritura para resolver un problema de su vida diaria, b) es un texto eficaz, que tiene claro su fin y lo persigue con medios bastante adecuados (argumentar, adular, emocionar para convencer), c) las faltas de ortografía, en una medida u otra, son una constante en la vida de un profesor, y no me refiero solo a los textos de los alumnos, sino que, con la conciencia aumentada ante las faltas que tiene un profesor de lengua, puedo asegurar que sin filosofía ante el asunto estaríamos todos bastante (más) perjudicados (de lo que ya lo estamos).

Imagínese el estado de quien sabe que (normativamente) los vocativos van entre comas, que los nombres de los meses no llevan mayúscula, que entre sujeto y verbo no va coma, que las mayúsculas sí llevan tilde, que las construcciones explicativas y especificativas se diferencian (entre otras cosas) por la puntuación, que sobre todo va separado, que ti no lleva tilde, que el que de ¡que viene el lobo! no lleva tilde aunque esté en una exclamativa, que ni fue ni fe ni dio ni vio llevan tilde, que comprende las sutilezas de los cuatro por + que y que sabe que explicar a diestro y siniestro por qué guion no lleva tilde será en vano, imagínese el estado de semejante persona si no se toma la ortografía de los otros con relax y buen humor.

Mirando el asunto desde una perspectiva histórica, yo diría que el hecho de que la mayor parte de la población sea capaz de leer y escribir y usar estas habilidades en su vida diaria para ir a la compra, escribir notas o wasaps, leer el 20 minutos o hacer la declaración de la renta es una enorme conquista social (aunque siempre se puede mejorar, por supuesto), y que la comprensibilidad de los mensajes no sufre en general, nos digan lo que nos digan, por las faltas de ortografía. Incluso diría que la ortografía es hoy la piedra de toque más simplona para mostrar o comprobar cierta formación, y que la buena organización del texto, la habilidad de redactar de modo coherente y cohesionado y de interesar al lector son elementos mucho más importantes (y difíciles) para escribir buenos textos. Lo que no quita para que, cuando actúo como profesora, considere importante mejorar la ortografía del alumnado. Juzgar a la gente solo por su ortografía siempre me ha parecido pobretón, pero esos juicios existen.

Por último, ver cómo han cambiado las convenciones ortográficas en los últimos siglos, desde que se empezó a hablar de escribir «bien» y escribir «mal», refuerza la conciencia de que se trata de eso, de convenciones, y de que ir a la guerra o rasgarse las vestiduras por una hache más o menos o por un acento que ya no se pone no vale la pena. Aquí inter nos, yo votaría por escribir estava, forma fetén, pero en fin, hago caso a la Academia y a las Academias, que mediante la ortografía (entre otras cosas) trabajan por mantener unidos a los hispanohablantes.

En fin. Esperamos que la protagonista haya superado su tristeza, que haya terminado la ESO y esté estudiando algo que le guste y, por qué no, que se haya dado cuenta de que una buena ortografía le puede abrir ciertas puertas y se haya puesto a mejorarla.

Belén Almeida

 

Imagen inicial tomada de: http://2.bp.blogspot.com/_D-5Gq2_K62I/SqVfmV1lmRI/AAAAAAAAFp8/ueQH6NN1cYI/s1600-h/ortografia_cartaamor.jpg

Imagen de la policía tomada de:

http://cadenaser.com/emisora/2016/10/21/ser_malaga/1477026859_565119.html

 

Para saber más:

Hice un artículo sobre la interpretación de las grafías en los textos antiguos que se puede consultar en:

http://www.linred.es/numero11_monografico2_Art4.html

o en:

https://www.academia.edu/11854618/Escuchar_los_textos._El_an%C3%A1lisis_de_los_textos_en_el_estudio_de_la_fon%C3%A9tica_y_fonolog%C3%ADa_de_%C3%A9pocas_pasadas