Cabayero antialler: un ejemplo de la relación entre alfabetización y delincuencia en la prensa del XIX

Partimos para la entrada de hoy de una ilustración del periódico liberal El Motín del día 10 de abril de 1881 (el primer número que apareció) donde se representa lo que es para “Demócrito” “El legado de los conservadores”. Demócrito, por supuesto, es un seudónimo, concretamente el que usó el popular dibujante Eduardo Sojo, nacido en 1849, de ideología republicana. La ilustración aparece en una página completa con amplios márgenes, y quizá se pensó que podría ser utilizada por los lectores como póster o cartel.

En esta imagen, se puede ver, en diferentes escenas, un elegante caballero, con sombrero de copa, que huye cargado con un edificio en el que se lee “Dirección de la deuda”, una batalla en que los soldados llevan estandartes como “Batallón segundo de ladrones” o “escuadrón primero de ladrones”, un paisaje tropical en que seis hombres cogen sacos con dinero de un tonel, un funcionario de pajarita roja sentado en una oficina llamada “Despacho de irregularidades”, donde se anuncia que “Se falsifican billetes del banco de España, sellos y abonarés. Se fabrica toda clase de moneda. Cupones mejores que los lejitimos”, y una última escena en la que cinco ladrones, que han abierto un boquete en el suelo de una casa, roban las pertenencias de una o varias personas que duermen plácidamente.

La ilustración se completa con la cabeza de un delincuente, empuñando un cuchillo, enseñando la lengua entre los dientes y con un ojo cerrado por terribles cuchilladas o sus cicatrices, y una nota. La nota, llena de manchas de tinta, dice así:


Cabayero antialler | alas 3 de la tarde le | apañamos a la par-|ienta con los chicos | en el medio de la | puelta del sol si no | larga ustez 20 mil dur|os les cortamos el pesc|uezo esta noche

La nota se remata con un arcabuz y un cuchillo o chuzo cruzados a modo de firma.

En esta astuta nota, Demócrito sugiere que parte del legado de los conservadores, además del robo de los bienes del estado por, quizá, las clases altas, es la delincuencia de las clases bajas, unida a su falta de formación en una vida sin salida.

Como ya hemos visto en otras entradas del blog, como esta, o en esta y en esta publicaciones en el Rinconete del Instituto Cervantes (y dejo una referencia más detallada abajo, en Para saber más), para la prensa del XIX la alfabetización y el analfabetismo fueron temas fundamentales, y el uso de verdaderos o falsos textos “incorrectos” gozó de gran popularidad. ¿Para mostrar qué? Para mostrar diferentes cosas, desde el desprecio a clases sociales subalternas o a diferentes variedades dialectales hasta la desgracia nacional que suponía el bajísimo nivel de alfabetización.

Incluso la idea, acariciada por Demócrito, de que escribir muy mal y delinquir (aunque hay otros delincuentes de guante blanco que probablemente escribirían estupendamente en otras viñetas) están relacionados, no es nueva. Ya en el Mercurio de España de abril de 1819 se comenta que “los efectos inmediatos que produce la enseñanza de leer y escribir son preparar el alma de los niños para los principios de la religión […]; su alma adquiere gradualmente por este medio cierto dominio sobre las pasiones”; una investigación realizada en Francia que había indagado en el porcentaje de analfabetismo de un gran número de delincuentes fue muy citada, y como resumen, el Semanario pintoresco español presenta en 1838 (26 de agosto) la reflexión de que “se puede con cálculos positivos probar que la ignorancia es la causa de todos los crímenes ó de la mayor parte de ellos”, y El Imparcial resume dos opiniones encontradas al respecto: “Desde que el mundo es mundo, cuando un miserable asesino hiere a un elevado personaje [por qué tendrá que ser, me pregunto, elevado], la prensa se divide en dos bandos. Unos periódicos piden medidas de represión contra los divulgadores y propagandistas de opiniones disolventes. Otros piden que se aumenten los medios de educación y beneficencia para conseguir que, siendo menor el número de los que ahora se llaman “analfabetos” y de los que siempre han sido desdichados y hambrientos, sean menos probables las ocasiones del crimen» (El Imparcial, 1/8/1900).

Y ¿qué características da el autor Demócrito a la escritura de este delincuente no analfabeto, pero sí de escasa formación que secuestrara a una mujer y unos niños para pedir un rescate? Hay varias, en general bien logradas, pues se encuentran realmente en los escritos de personas poco hábiles: las letras irregulares, con renglones torcidos; el escaso dominio de la pluma, que causa manchas de tinta y trazos ocasionalmente muy gruesos; también escritura que marca pronunciaciones consideradas vulgares, como cabayero y antialler, con muestras de yeísmo (entonces no tan generalizado como actualmente), ustez y puelta, el uso de palabras malsonantes o vulgares (apañamos, parienta, largar, pescuezo) y sin duda la sutil idea de separar incorrectamente las palabras a fin de línea (pesc|uezo, dur|os, par|ienta), aunque en el caso de par|ienta el delincuente usa un guion.

En resumen, en este primer número de El Motín, la crítica al pasado gobierno conservador, que ocupa las dos páginas de texto de la publicación, se completa con este chiste gráfico en el que la corrupción y el robo al estado de las clases acomodadas y la brutalidad de delincuentes de baja clase social (y escasa formación) se presentan como el legado de ese gobierno.

Belén Almeida

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén (2021): “Cabayero antialler: un ejemplo de la relación entre alfabetización y delincuencia en la prensa del XIX”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: [link].

Para saber más:

Belén Almeida y Rocío Díaz Moreno, «Analfabetismo y alfabetización en la prensa española del siglo XIX», en A. López Serena, S. del Rey Quesada y E. Carmona Yanes (eds.), Tradiciones discursivas y tradiciones idiomáticas en la historia del español moderno, Peter Lang, 2020.

Se ha tomado la ilustración de El Motín de Hemeroteca Digital de la BNE (http://hemerotecadigital.bne.es/index.vm).

A “mi hija Mariquita”: reflesiones y refresiones sobre una carta del siglo XVIII

El siglo XVIII fue un periodo de la historia de España en el que se escribieron gran cantidad de cartas, privadas o no, que crearon toda una red de hilos postales que unían y desunían familias y destinos. La enorme importancia de las redes epistolares en los núcleos familiares propició el acceso a la educación de sectores de la población que secularmente habían estado apartados de ella (Castillo Gómez 2013). En este sentido, es especialmente significativa la inclusión de las mujeres, cuya alfabetización vivió un aumento espectacular respecto a lo que había venido ocurriendo en los siglos anteriores. Pero, ¿se trata de un fenómeno generalizado? ¿Qué clase de instrucción se les reservaba? y ¿qué nivel educativo solían alcanzar?

La única forma de dar respuesta a cuestiones como las planteadas es acercarse a los textos, leerlos, estudiarlos, interrogarlos. En este caso concreto, vamos a atender a una carta particular. Sin ánimo de extraer conclusiones generales, sí que podemos indicar que podría tratarse de un documento representativo del perfil que estamos buscando. Se trata de una mujer noble: María Josefa Dávila Carrillo, duquesa de Montemar, quien escribe a su hija desde Madrid en 1782. El documento, abierto al público en CODEA (documento 2310) y consultable también en PARES (Portal de archivos españoles), presenta características extrapolables a un buen número de cartas escritas por mujeres en la época: pertenece al ámbito privado, se dirige a un miembro cercano de su círculo familiar y comenta asuntos relativos a la vida cotidiana.

Nos encontramos ante la carta de una madre hacia su hija, a la que se dirige como mi hija mariquita (h. 1v, 17). Como era habitual en los intercambios epistolares realizados por mujeres en aquellos tiempos, habla de aspectos relativos a su salud y la de sus allegados (Vázquez Balonga 2017). Así, nos enteramos de que a un tal juaquin (h. 1r, 3) Dios sostiene en los mayores quebrantos (h. 1r, 4, 5). La autora de la carta, a su vez, informa acerca de sus propios cuidados del siguiente modo: e buelto a tomar los sueros (h. 1v, 3). Consultando en el Diccionario de Autoridades, se nos indica que el suero es “la aquosidad de la leche separada de ella. El suero, el qual es toda la aquosidad de la leche, es notablemente abstersivo”. Al desconocer el significado del término abstersivo, volvemos a consultar en la misma obra lexicográfica, en la que se nos indica que con ello se hace referencia a “cosa que limpia y enxuga. Es término usado de los Medicos y cirujanos”. Así pues, lo que doña María Josefa tomaba para sus males era una suerte de remedio derivado de la leche.

En conjunto, observamos en la carta un léxico propio de un registro coloquial, en el que se tratan temas cotidianos, relativos a la salud, al tiempo y al estado de las tierras (por suerte para ellos, se había conseguido atajar una plaga de langosta). Volviendo al tema de la salud, la duquesa no solo habla de remedios terrenales, sino también da consejos en el plano espiritual. Para ello, utiliza el término reflexión, aunque parece dubitativa en su escritura. Y es que, como se muestra en las imágenes, incurre en una serie de errores, como el rotacismo (confusión de consonantes líquidas), al escribir refresiones (pero reflesion), como se puede apreciar en las imágenes. Debió de costarle no poco esfuerzo, ya que repite la última sílaba al inicio de la siguiente línea la segunda vez que la utiliza (imagen 1). Sin duda, se trata de un término que considera relevante y útil para expresar su idea, pero con el que no parece muy familiarizada.

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¿Por qué ocurrirá esto? ¿Qué clase de palabra es reflexión?

Se trata de un latinismo, palabra que vino a formar parte de la lengua castellana directamente a partir del étimo latino en un contexto culto y que, por esto mismo, no ha sufrido apenas transformaciones. En el caso de reflexión, procede del latín tardío reflexio, -ōnis ‘acción de volver atrás’ (RAE). Para descubrir cuándo se introdujo en nuestra lengua, podemos acudir al Corpus del Nuevo Diccionario Histórico del Español (CDH), disponible en la página web de la Real Academia de la Lengua (RAE). Consultando en dicha fuente, observamos que la primera vez que se documenta es a finales del siglo XV. Su origen culto y directamente derivado del latín es innegable, ya que se trata del Universal vocabulario en latín y en romance, publicado por el insigne humanista Alfonso de Palencia en 1490. Aunque esta temprana aparición hacía referencia a la reflexión como “reflejo” de la luz. No sería hasta principios del siglo XVI cuando lo encontramos con el significado de acción y efecto de pensar detenidamente sobre algo, o lo que es lo mismo, de reflexionar. Entre estos primeros documentos se encuentra, por poner un ejemplo, la Historia de las Indias (c1527-1561), de Fray Bartolomé de las Casas. Siguiendo el rastro de la palabra en el CDH, vemos que logra aposentarse en la lengua, tanto como acción y efecto de reflejar, desde el punto de vista físico, como de reflexionar, significado que nos ocupa. Aunque es probable que se mantuviera en registros muy cultos o latinizantes hasta el siglo XVIII, lo que deducimos a partir del hecho de que no aparece en un diccionario en español hasta dicha centuria. Y es que la primera entrada que se le dedica data de 1709, en el Diccionario Nuevo de las lenguas española y francesa de Francisco Sobrino. A partir de su correspondiente entrada en el Diccionario de Autoridades (1737), no ha vuelto a faltar en edición alguna en los sucesivos diccionarios académicos.

Ahora bien, con toda esta información sobre la mesa podemos tratar de explicarnos el motivo de las dudas de doña María Josefa en el momento de hacer uso de la palabra que nos ocupa. De algún modo, quizá a través de su confesor, o de algún hijo, o puede que incluso de su mismo marido o alguna amistad, la palabra llegó a oídos de la duquesa. A tenor de la poca confianza que parece tener en su escritura, muy probablemente no la había leído con anterioridad. Nuestra escribiente muestra un dominio medio-bajo de la palabra escrita, lo que le permitiría mantener vínculos de naturaleza epistolar, pero que no parece ir más allá; todo ello le llevaría a albergar dudas importantes a la hora de escribir una palabra de ámbito tan culto como reflexión. Es esta una característica que se puede apreciar en un número importante de cartas escritas por mujeres durante el siglo XVIII. Y es que el periodo, considerado epistolar por la cantidad y la importancia que alcanzaron dichos documentos, vio crecer de manera significativa el número de mujeres que accedieron a la escritura. Sin embargo, en su caso su instrucción se acababa en el momento en el que alcanzaban un dominio suficiente de la escritura, sin profundizar más en un proceso educativo que se limitaba a conocimientos religiosos y domésticos (García Mouton 1999).

Finalmente, como hemos ido observando, se puede extraer información relevante acerca de la posición de la mujer como sujeto de toda una época a partir de documentos en apariencia tan humildes como la carta de doña María Josefa a su querida “hija Mariquita”. Su estudio y la “reflexión” que lleva consigo nos permite, siendo fieles a la etimología de una palabra que se le resistía a la buena de la duquesa, “volver atrás” y atender el largo y arduo camino recorrido por las mujeres hasta alcanzar el grado de igualdad (si bien siempre mejorable) del que gozamos hoy en día.

Raquel M. López López

 

 

Para saber más:

  • Castillo Gómez, Antonio (2013). “De reglas y sentimientos. Comunicación y prácticas epistolares en la España del siglo XVIII”. En Padrón Fernández, R. (ed.), «Las cartas las inventó el afecto». Ensayos sobre epistolografía en el Siglo de las Luces. Tenerife: Ediciones Idea.
  • CNDH = Corpus del Nuevo Diccionario Histórico del Español. <http://web.frl.es/CNDHE/view/inicioExterno.view&gt;
  • DLE = Diccionario de la Lengua Española <http://lema.rae.es/drae2001/&gt;
  • García Mouton, Pilar (1999). Cómo hablan las mujeres. Madrid: Arco Libros.
  • GITHE (Grupo de Investigación de Textos para la Historia del Español). CODEA+ 2015 (Corpus de Documentos Anteriores a 1800). Sitio web [http://corpuscodea.es/]
  • NDHE = Diccionario de Autoridades <http://web.frl.es/DA.html&gt;
  • NTLLE = Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español <http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle&gt;
  • Vázquez Balonga, Delfina (2017). “El vocabulario de la enfermedad en la correspondencia femenina de los siglos XVI y XVII. Presentación de algunos casos significativos”. En Almeida Cabrejas, B., Díaz Moreno, R., Fernández López, C. (eds.), «Cansada tendré a vuestra excelencia con tan larga carta». Estudios sobre aprendizaje y práctica de la escritura por mujeres en el ámbito hispánico (1500-1900). Lugo: Axac.

 

¿Cómo se escriben las siglas? Y ¿por qué?

La palabra «sigla» apareció en el DRAE en 1884. Los ejemplos que se daban en la definición eran S.D.M. (Su Divina Majestad) y AA. (autores). Estos ejemplos, a los que se añadió después INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum), permanecieron en el Diccionario académico hasta la edición de 1992; en la de 2001 se sustituyeron por ONU.

Pero no me quiero referir a qué siglas se citan en los diccionarios, sino a cómo se escriben las siglas históricamente y, perdón por el palabro, quizá diastráticamente.

En cuanto a la historia, las siglas nacieron de un tipo específico de abreviatura, el que representa solamente la letra inicial de cada palabra de un grupo de palabras. La escritura de estas abreviaturas variaba, pero acabó haciéndose usual escribir un punto tras cada letra: V. S. > Vuestra Señoría, con plural VV.SS. > Vuestras Señorías. Esto se ve al menos desde el siglo XVI. En los siglos siguientes, las «siglas» más frecuentes fueron los tratamientos (V. S., V. M.) y las fórmulas de despedida (BLM, Blm, B.L.M. > Besa la mano; Q.S.M.B. > Que su mano besa). En estos ejemplos vemos una abreviatura Blm, sin punto y con minúscula, y otra Q.S.M.B.

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Desde finales del siglo XIX, como explica Félix Rodríguez, las abreviaturas se fueron haciendo más usuales (muchas veces de organizaciones políticas y sindicales, como U.G.T., C.N.T., F.A.I., etc.). La grafía preponderante con punto tras cada letra va cediendo a la escritura sin punto y sin separación desde los años 50 del siglo XX, cuando se ven en obras sobre lengua (Lorenzo, El español de hoy; Alfaro, Diccionario de anglicismos, entre otras) siglas como ONU, UNESCO, etc. Esto culmina en la recomendación del Diccionario panhispánico de dudas de escribir las siglas sin punto ni separación:

Las siglas se escriben hoy sin puntos ni blancos de separación. Solo se escribe punto tras las letras que componen las siglas cuando van integradas en textos escritos enteramente en mayúsculas: MEMORIA ANUAL DEL C.S.I.C.

En cuando a lo de «diastráticamente», socialmente, ¿varía la escritura de siglas según la formación de quienes escriben? Por supuesto, los hablantes escriben siglas y abreviaturas, tanto cultos como menos cultos. Son prestigiosas, «quedan bien», son «lo que hay que hacer» cuando se escribe; esas palabras «se escriben así». Sin embargo, hay hablantes que no dominan a la perfección las reglas de formación de siglas y abreviaturas, y otros muchos siguen a cierta distancia las directrices de la RAE. Las normas académicas son en general respetadas por los hablantes, pero a veces (por ejemplo cuando cambian) son contempladas con cierta desconfianza (baste pensar en la polémica sobre el imperativo de ir(se)). Por esa «distancia» son muchos los hablantes, incluso cultos, que aún escriben puntos en las abreviaturas.

Esta relación de amor/odio de los escriptores con las abreviaturas existe desde el siglo XVI, cuando bastantes personas de diferentes clases sociales aprendieron a escribir. Uno de los aspectos donde mejor se puede apreciar la distinta formación en la escritura son las abreviaturas: las personas con menos habilidad gráfica presentan abreviaturas «raras», desde hace siglos hasta hoy. Un ejemplo es Isabel de Olmos (siglo XVI), que abrevia «san» con dos puntos, uno antes y uno después, pero escribe el resto de la palabra en letras voladas (lo habitual habría sido escribir S. o bien Sn/Sn. con n volada), es decir, que, en realidad, hace como que abrevia pero no abrevia:

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Otro error frecuente es usar los puntos ante palabras no abreviadas; esto se ve mucho en las peticiones del tipo expone/solicita del siglo XIX, donde «a V. S. solicita» se escribe muchas veces como «a. V. S. solicita» o «A. V. S. solicita»:

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Un error más: extender la norma del punto tras cada letra a los casos de plural. «V.S.» pasa así a un plural erróneo (según las normas de formación de abreviaturas) «V.V.S.S.» en lugar de «VV.SS.»:

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Y ya el último error o irregularidad al escribir siglas: interpretar una abreviatura de otro tipo como siglas, como teléfono, normalmente abreviado tfn./tfno./tlf. (no con siglas, que solo se pueden dar si existen dos o más palabras), pero aquí T.L.F., con aspecto de sigla (ejemplo tomado de Lola Pons, 2012). Y posiblemente pasa lo mismo en izquierda > I.Z, un ejemplo precioso que nos lleva al siguiente rasgo «irregular» en la escritura de siglas (ejemplo actual).

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¿Es la Z una mayúscula, como parece por su tamaño igual al de la I? ¿Ha interpretado quien escribe la abreviatura como una especie de sigla? Y ¿por qué ese punto ahí? Pues yo creo que es porque, actualmente, muchos, muchísimos hablantes escriben las siglas con puntos no tras cada letra, sino solo entre las letras. Quizá las personas que optan por esta escritura piensan que el punto sirve para separar las letras de la sigla. Lo que está claro (en mi opinión) es que esto no pasa por falta de reflexión, sino por una reflexión diferente sobre las reglas que subyacen al uso de siglas y abreviaturas.

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(La última foto es de un «carné» o portanombres realizado por un niño de 10 años, copiando un modelo sin puntos).

Y es que la función del punto en las abreviaturas y siglas se puede interpretar de diferentes maneras según los hablantes: ¿sirve el punto para marcar las abreviaturas como abreviaturas?, ¿marca la falta de parte de las palabras?, ¿separa las letras entre sí? Según esto, podremos tener un punto anterior y uno posterior (inhabitual ahora, pero frecuente en el siglo XVI), un punto tras cada letra (la solución más normal desde el siglo XVI, ahora sustituida en la norma por falta de punto) o un punto entre las letras (como hemos visto, muy muy frecuente actualmente).

Aquí enseño abreviaturas antiguas tipo sigla (letras iniciales) con puntos antes y después de las palabras abreviadas. ¿Era este un uso restringido a personas con algo menos de habilidad escriptoria? Estos son ejemplos de Isabel de Olmos, Ana de Montalvo e Isabel Enríquez, todos del siglo XVI:

sigla15_olmos puntoantesdespues        sigla16_montalvo_puntoantesdespues        sigla17_isabelenriquez puntoantesdespues

En resumen: la de las abreviaturas (y las siglas, que son un tipo de abreviaturas) es una larga historia. Los hablantes más cultos (y luego la Academia como su portavoz) han defendido determinados usos, pero estos no han calado (o no inmediatamente) en toda la población, que sigue teniendo usos peculiares debidos quizá a la enseñanza de la escritura que han tenido, quizá a una idea diferente, surgida después de su aprendizaje, de cómo funcionan las «reglas» de abreviación. Actualmente, la norma es escribir las siglas sin punto, pero esta escritura convive con la «arcaica» de escribirlas con punto tras cada letra y con la nunca reconocida por la norma de escribirlas con punto entre las letras.

Lo que parece claro es que la historia de la escritura es una historia de la escritura de todas las personas que escriben, y que lo que escribimos ahora es una consecuencia de lo que escribieron otros hablantes hace cuatro, tres, dos, un siglo, y hace veinte años. Q. E. D.

 

Belén Almeida

 

Para saber más:

Belén Almeida Cabrejas (2017), “Mujeres que escriben y sistema(s) gráfico(s) en el siglo XVI: acercamiento desde un corpus de cartas”, en B. Almeida, R. Díaz Moreno y Carmen Fernández López, «Cansada tendré a Vuestra Excelencia con tan larga carta». Estudios sobre aprendizaje y práctica de la escritura por mujeres en el ámbito hispánico (1500-1900), Lugo, Axac.

Lola Pons Rodríguez (2012), Paisaje lingüístico de Sevilla. Lenguas y variedades en el escenario urbano hispalense, Sevilla, Diputación de Sevilla.
http://lolapons.es/wp-content/uploads/downloads/2014/02/Pons_Rodriguez_2012_Paisaje_Linguistico_Sevilla.pdf

Félix Rodríguez González (2012), «Origen y evolución de las siglas», en F. Rodríguez González (ed.), Estudios de lingüística española. Homenaje a Manuel Seco, Alicante, Universidad de Alicante.

Documentos del Archivo Municipal de Alicante (1688), Archivo Municipal de Alcalá de Henares (1857 y documento de Manuel Solanas, de 1822), Archivo Municipal de Guadalajara (documento A. V. S. solicita, de 1869); tomados de PARES (documentos del XVI escritos por mujeres).

Diccionario Panhispánico de Dudas: http://www.rae.es.

Ediciones antiguas del DRAE consultadas en Nuevo Tesoro Lexicográfico en http://www.rae.es, acceso en http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle.

Uso de «sigla» en obras del siglo XX, consultado en Fichero General de la RAE en http://www.rae.es, acceso en http://web.frl.es/fichero.html.

Fotografías del paisaje urbano (incluido el I.Z) y fotografía del «portanombres» de Belén Almeida.

Textos favoritos: Carta al Jonatan

Regularmente aparecen en los medios, especialmente en internet, textos o documentos que llaman la atención de muchas personas por sus faltas de ortografía. Hace unos días fue la tildación «polícia» en unos uniformes, pero en otra ocasión reciente ha sido que el político de Podemos Íñigo Errejón escribiera en su tesis «sobretodo» junto (algo que hace muchísima gente incluso de buena formación, por cierto).

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Pocos se acuerdan ya de la «carta al Jonatan», una nota escrita en un cuaderno de cuadros que presuntamente un profesor o profesora sorprendió rodando por su clase, confiscó y publicó en la red, sustituyendo los nombres de los protagonistas por los de Jonatan, Jeni y Leti.

Nada hace dudar de que se trate de una nota realmente redactada por una chica de unos catorce o quince años. Es una preciosa carta de amor en que la redactora pide a un chico de quien está enamorada y que ha cortado la relación que mantenían que vuelva con ella. Llama la atención por una parte la franqueza de la expresión: «cuando te lebantastes la camiseta padre me bajo la tension», «te acuerda cuando me estabas tocando la pierna», y la emoción que se imprime al escrito mediante medios sencillos pero eficaces: «Jonatan por favor Jonatan por favor Jonatan por favor telo suprico». Por otra, hay que decirlo, sorprende la gran cantidad de errores ortográficos.

¿Qué tipos de error son esos? Pues son principalmente dos: por una parte, aquellos que «no» nos ofrecen datos sobre la pronunciación de la persona que ha escrito el texto, es decir, aquellos que, como escribir arina sin h-, no muestran que el escritor o escritora pronuncie de una manera diferente a la mayoritaria o general entre los hablantes. La confusión b/v, g/j, h/carencia, unión y separación de palabras antinormativas son de este tipo. La escritora, «Jeni», comete bastantes de estos errores: «haber por que has cortado conmigo», «yo no edicho», «anadie», «haora», «honbreton», «hayer», «beo», «bibo», «buelve», «agas». De estos errores, haber por a ver es relativamente frecuente incluso en escritores bien formados (palabra de profe de lengua), debido a que tanto haber como a ver son formas existentes. En cambio hayer o beo llaman más la atención, pues no existen con esa ortografía. Muchos de estos errores tienen solera: haora no era infrecuente en escritores cultos del siglo XVIII (por cierto que aora ha sido forma habitual en muchas épocas, y no, no era falta de ortografía); bolver era tan frecuente en el siglo XVIII que incluso la RAE tuvo que admitir en el Diccionario de Autoridades que era la forma habitual, aunque los académicos decidieran dar prioridad a la forma rara volver, más cercana al étimo latino; la unión edicho y anadie, sin haber sido nunca exactamente habituales entre escritores avezados (salvo que en la Edad Media se escribía en muchos casos la preposición unida a la palabra siguiente), reflejan la pronunciación de elementos átonos que se «apoyan» en uno tónico, como auxiliar y preposición, y son frecuentísimos entre escritores de habilidad media en los siglos XVIII y XIX.

Luego, «Jeni» comete otros errores que sí nos dan datos sobre una pronunciación no general o no mayoritaria entre los hispanohablantes (aunque quizá sí en su zona y muy probablemente sí en su grupo social): así pasa con lebantastes, bistes, cuadraos, pegao, pegao, hay por ahí, broque, suprico, quizá «te acuerda» y borvel. La frecuencia de la -s final en la segunda persona singular del indefinido es enorme, y alcanza a hablantes relativamente bien formados. Por escrito, es más raro verlo, quizá por la mayor reflexión que exige la escritura con respecto al uso oral de la lengua, quizá por la proliferación de los correctores automáticos. En cuadraos y pegaos, tenemos por escrito la pronunciación habitual en buena parte de España de –ado(s) en registros coloquiales. Naturalmente, encontrarlo por escrito es muy inhabitual. Igualmente coloquial me parece la pronunciación con diptongo (/’ai/) del adverbio ahí, cuya pronunciación formal se hace con hiato (a’i), pero esto es una visión personal, a lo mejor todos los cultos lo hacen con hiato (y yo sin enterarme). En broque suprico, tenemos la prueba de un cambio de líquidas en sílabas de estructura consonante + l + vocal que probablemente está relacionado con características fónicas presentes en la variedad de la escritora.

También hay que decir que no siempre algo que se ve por escrito se corresponde con la realidad oral. Tiene un significado, probablemente, pero no sabemos cuál. Un ejemplo: la escritura bacalado y dejado puede corresponderse tanto con una pronunciación /bala’lao/ y /de’xao/ como con una pronunciación /baka’lado/ y /de’xado/. La presencia de h– en hermita no implica que la h– se pronuncie. Escribir zabuezo y hacer puede ser síntoma de «seseo» o de «ceceo» (el hablante no distinguidor de los dos sonidos puede cometer errores ortográficos en uno u otro sentido).

Buscando opiniones en la web sobre esta carta, que a mí me parece encantadora y triste a partes iguales (por varias razones), encontramos que la de muchos profesores es más benévola que la de otras personas. Probablemente porque después de mucho leer textos de adolescentes y de aplicar una buena dosis de reflexión al asunto, consideran que esta carta, quieras que no, tiene su aquel. Y esto porque a) la persona que lo ha escrito sabe y elige recurrir a la escritura para resolver un problema de su vida diaria, b) es un texto eficaz, que tiene claro su fin y lo persigue con medios bastante adecuados (argumentar, adular, emocionar para convencer), c) las faltas de ortografía, en una medida u otra, son una constante en la vida de un profesor, y no me refiero solo a los textos de los alumnos, sino que, con la conciencia aumentada ante las faltas que tiene un profesor de lengua, puedo asegurar que sin filosofía ante el asunto estaríamos todos bastante (más) perjudicados (de lo que ya lo estamos).

Imagínese el estado de quien sabe que (normativamente) los vocativos van entre comas, que los nombres de los meses no llevan mayúscula, que entre sujeto y verbo no va coma, que las mayúsculas sí llevan tilde, que las construcciones explicativas y especificativas se diferencian (entre otras cosas) por la puntuación, que sobre todo va separado, que ti no lleva tilde, que el que de ¡que viene el lobo! no lleva tilde aunque esté en una exclamativa, que ni fue ni fe ni dio ni vio llevan tilde, que comprende las sutilezas de los cuatro por + que y que sabe que explicar a diestro y siniestro por qué guion no lleva tilde será en vano, imagínese el estado de semejante persona si no se toma la ortografía de los otros con relax y buen humor.

Mirando el asunto desde una perspectiva histórica, yo diría que el hecho de que la mayor parte de la población sea capaz de leer y escribir y usar estas habilidades en su vida diaria para ir a la compra, escribir notas o wasaps, leer el 20 minutos o hacer la declaración de la renta es una enorme conquista social (aunque siempre se puede mejorar, por supuesto), y que la comprensibilidad de los mensajes no sufre en general, nos digan lo que nos digan, por las faltas de ortografía. Incluso diría que la ortografía es hoy la piedra de toque más simplona para mostrar o comprobar cierta formación, y que la buena organización del texto, la habilidad de redactar de modo coherente y cohesionado y de interesar al lector son elementos mucho más importantes (y difíciles) para escribir buenos textos. Lo que no quita para que, cuando actúo como profesora, considere importante mejorar la ortografía del alumnado. Juzgar a la gente solo por su ortografía siempre me ha parecido pobretón, pero esos juicios existen.

Por último, ver cómo han cambiado las convenciones ortográficas en los últimos siglos, desde que se empezó a hablar de escribir «bien» y escribir «mal», refuerza la conciencia de que se trata de eso, de convenciones, y de que ir a la guerra o rasgarse las vestiduras por una hache más o menos o por un acento que ya no se pone no vale la pena. Aquí inter nos, yo votaría por escribir estava, forma fetén, pero en fin, hago caso a la Academia y a las Academias, que mediante la ortografía (entre otras cosas) trabajan por mantener unidos a los hispanohablantes.

En fin. Esperamos que la protagonista haya superado su tristeza, que haya terminado la ESO y esté estudiando algo que le guste y, por qué no, que se haya dado cuenta de que una buena ortografía le puede abrir ciertas puertas y se haya puesto a mejorarla.

Belén Almeida

 

Imagen inicial tomada de: http://2.bp.blogspot.com/_D-5Gq2_K62I/SqVfmV1lmRI/AAAAAAAAFp8/ueQH6NN1cYI/s1600-h/ortografia_cartaamor.jpg

Imagen de la policía tomada de:

http://cadenaser.com/emisora/2016/10/21/ser_malaga/1477026859_565119.html

 

Para saber más:

Hice un artículo sobre la interpretación de las grafías en los textos antiguos que se puede consultar en:

http://www.linred.es/numero11_monografico2_Art4.html

o en:

https://www.academia.edu/11854618/Escuchar_los_textos._El_an%C3%A1lisis_de_los_textos_en_el_estudio_de_la_fon%C3%A9tica_y_fonolog%C3%ADa_de_%C3%A9pocas_pasadas

 

 

Working with archival texts to know more about the language of the past

We are a group of researchers at the Universidad de Alcalá (Alcalá: beautiful town near Madrid where Cervantes was born 1547, some 50 years after cardinal Cisneros founded our university). Our team GITHE works directly with manuscripts and documents to study the history of the Spanish language.

All the members of the team share the conviction that studying archival documents is fundamental in order to gather evidences about the use of language in past periods. Documents are teeming with information about the language of the past!

It will be said the documents preserved in archives are linguistically monotonous and formulaic, thematically limited. This is only partly true: many documents by notaries are formulaic, but archives also hold documents written by other users: teachers wrote to the town council to beg to receive their wages at last, nuns wrote to get the town plumber to repair a pipe, poor people got other to write for them to beg for alms. In all these documents we find instances of real use of language and of real use of writing.

For example, the Real Academia Española (Ortographia, 1741, p. 40) writes disparagingly about persons who write as those would draw who would draw separately the arm, head, hand, and so on («este no fuera retrato parecido, sino destrozo verdadero», «this would not be a portrait, but a demolition»). And who writes so? Those, says the Academia, who, when they write, divide the syllables or letters of one word, and join words: this is a «defecto comun en las mugeres, y algo usado en los poco doctos», «an error usual in women, and sometimes found in the not-so-well educated (men)». Well, I have to say I am happy, as a linguist, to find such a lovely statement! But is it true?

To investigate the truth of assumptions like this one, we have to look at the documents. There’s no way out of it! Manuscript texts written by women, manuscript texts written by traders, carpenters, grocers, farmers… In archival documents, besides knowing the date and place of writing, we also usually know who was the writer, and all this we seldom find in other manuscript texts. As to printed texts, as many graphical traits were changed from the author’s to those preferred by the editor, we cannot be sure about the original solutions chosen by the authors, and moreover, few people’s writing ever went to press, whereas many people did write for their own use and communication.

In fact, it seems to be true that less fluent writers do join and divide words in a different way than expert ones. As for women, we still don’t have enough documents to be absolutely sure about it. It’s possible many of them do (for the 17th, 18th or 19th centuries) but not because of their gender – it seems to be more connected to the writing ability of the writer, and women did not receive an education comparable to that of men in these centuries, nor had they normally to write often.

 

Read on on this site! We have also posted in English about

a mysterious Snow White motive in an Inquisition’s document from the 18th century: Snow White at the Inquisición – with a demonic possession as side order,

the hard days when streetsweepers had to sweep more than just dirt: Spanish streetsweepers of yore,

a judge at Alcalá University who divorced a woman from a violent husband – in the 17th century!: Divorce in the 17th century? The case of Francisca de Pedraza.

 

Belén Almeida

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Photo: Belén Almeida

 

Blancanieves en un documento inquisitorial

En 1744, una mujer llamada María Teresa García se autoinculpó ante un tribunal inquisitorial de estar endemoniada. Esta mujer, que dijo ser de la villa de Lora, en el arzobispado de Burgos, contó con detalle cómo había hecho un pacto con el demonio, que se le había aparecido «en trage de guarda del tavaco» y le dijo que la ayudaría si le prometía su alma y le hacía «un papel en que se la ofreciese». Como ella no sabía escribir, lo hizo el demonio con sangre de la propia María Teresa:

«al instante sacó de un bolsillo tintero y papel, y dijo a la denunciante que para escrivir dicho papel era necesario fuese con sangre de las venas de la denunciante, a que se conformó la denunciante, y el demonio poniéndola la mano en el corazón y apretándole sintió dolor bien grande en él, y a el instante vio la denunciante que el demonio tenía en la mano una porción de sangre como la que cabía en un cascarón de huebo, y la echó en el tintero, con la que escrivió una zédula con dos renglones que entregó a la denunciante, y escrivió otra zédula más grande con que se quedó el demonio».

Tras este misterioso procedimiento con dos cédulas de diferente longitud (suena un poco raro esto, la verdad), María Teresa se entregó al demonio, y en su declaración cuenta cómo con su ayuda viajó por los aires a diversas ciudades, cómo tuvo relaciones con diversos hombres y, cuando se enfadaba con ellos «por los motiuos que suelen redundar del trato deshonesto» y tenía «mala voluntad y deseo de vengarse», cómo recurría al demonio para hacerles daño de las más diversas maneras: para dañar al depositario del abasto, pidió al demonio que incendiase un depósito de carbón junto a la parroquia de San Miguel, en Madrid; como «algunos travajadores en la obra de Palacio» con los que «tubo amistad ilícita» «no la daban el dinero que la reo quería», invocó al demonio «para que la vengase y derribase lo que iban fabricando». Por si esto fuera poco, María Teresa García se acusó de numerosas blasfemias, diciendo, por ejemplo, que «a un santo Cristo que había en el altar mayor le dijo: «¡Qué Dios ni qué cuerno!», que era un embustero y que no creía en su Magestad y otras palabras injuriosas». Además, esta mujer se acusó también, en interrogatorios posteriores, de ser judía.

Los inquisidores encontraron sospechosas las declaraciones de María Teresa García: añadía detalles en cada nuevo interrogatorio, lo que denunciaba parecía poco creíble (no hay más que leer su descripción de las prácticas llevadas a cabo en la sinagoga), parecía obsesionada con el sexo y su comportamiento en la casa de recogidas donde estaba era irrespetuoso y violento: en resumen, era «de corta capacidad y mucha veleidad; que solo pensaba en salir del recogimiento y reñir con las demás». Intentaron comprobar si eran ciertos los sucesos a los que la mujer se refería, y encontraron que realmente había habido un incendio en un almacén de carbón; sobre la obra del palacio real, el enviado «no havía podido averiguar más que hacía unos 4 años que se undió una bóveda o cantarilla que havía costado mucho el hacerla, y que se retiraron los directores de la fábrica por atribuirles ir en falso».

Pero vamos por fin al asunto que da título a este post: además de causar que el demonio provocase el terrible incendio en el almacén de carbón y que derrumbase las obras de palacio, María Teresa aseguró que «teniendo trato ilícito en esta corte con un don Manuel Gutiérrez (no sabe qué exercicio tenía) por estar este aficionado a una muchacha de unos 12 años, de embidia le dio en una camuesa unos echizos, y en ellos una legión de demonios, y luego que la comió quedó maleficiada, monstrando mal de corazón y alferecía, y de ello quedó padeciendo quando la reo se fue de esta corte, y dicha muchacha se llamaba Teresa, la que por andar perdida no tenía casa determinada.»

Es decir: María Teresa tenía «trato ilícito» con un tal Manuel Gutiérrez. Cuando este se «aficionó» a una chica de 12 años que «andaba perdida» (es decir, era prostituta), María Teresa, por envidia, le dio a la chica «unos echizos» y una «legión de demonios» en una camuesa, un tipo de manzana, y ella, al comerla, quedó «maleficiada», con «mal de corazón» y alferecía (según el DLE de la RAE, «enfermedad caracterizada por convulsiones y pérdida del conocimiento»). Este motivo del envenenamiento mediante una manzana que con tanta claridad nos recuerda a la historia de Blancanieves, ¿lo conocía María Teresa García de narraciones tradicionales? ¿Es una mera casualidad?

Hemos preguntado sobre esto a un experto en folklore, José Manuel Pedrosa (Universidad de Alcalá), y con lo que nos ha dicho y un poco más hemos hecho esta entrada. En esta nos despedimos ya, recomendando para leer más:

a) el proceso de María Teresa García (Inquisición, 3728, Exp. 137), en el Portal de Archivos Españoles. Se lee muy bien esta letra del siglo XVIII

http://pares.mcu.es/ParesBusquedas/servlets/Control_servlet?accion=3&txt_id_desc_ud=3651383&fromagenda=N

b) el texto digital de este documento, que hemos transcrito, estará pronto disponible en CODEA

http://corpuscodea.es/

Belén Almeida

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Acto para todos los públicos: ¡qué duro es aprender a representar gráficamente algunas consonantes implosivas!

Una consonante implosiva es aquella que se encuentra en una sílaba tras la vocal. Es decir, una consonante final de sílaba. En español, desde hace siglos las consonantes finales de sílaba cuestan a los hablantes. Unas pocas consonantes (como s, n, d, z, r) funcionan bien a final de sílaba y son muy frecuentes: comes, mesas, comen, pan, ciudad, pez, mar, ser. Con estas, los hablantes no suelen tener problemas de pronunciación ni de escritura (salvo en variedades dialectales en que se debilitan, aspiran o asimilan, y donde algunos hablantes con poca experiencia en la escritura tienden a escribir del modo que pronuncian).

Pero otras muchas consonantes no pueden ir a fin de sílaba: ñ, ll, y consonante, ch… Y otras pueden ir, pero no son muy muy frecuentes: m, p, t, b, c… Y sobre todo, estas consonantes se dan en palabras más bien cultas, en palabras que el español ha tomado casi tal cual del latín o del griego: septiembre, acto, hipnosis, absoluto, secta, benigno, Ignacio… centenares de palabras que, si pensamos un poco en ello, nos daremos cuenta de que son pronunciadas de modo muy diverso por los hablantes. Con la mano en el corazón: ¿quién no se ha reído alguna vez de alguien que dice seso en lugar de sexo o tasi por taxi? Pero hay más: todos tenemos conocidos que dicen acsoluto o adsoluto; la pronunciación eccétera es estándar. Escuchando a niños que practican las nuevas palabras que están aprendiendo, podrás oír por ejemplo hicnosis, acuedupto o insepto, entre otras perlas que por lo menos a mí me hacen con frecuencia reflexionar y ver la lengua con nuevos ojos.

Pero esto de que las personas cultas pronuncien con tanto esmero estas consonantes finales de sílaba no ha sido siempre así. Y es que, por mucho que la grafía de las ediciones actuales, y la grafía original en muchos casos, escribiera secta y signo, si Lope de Vega los hizo rimar en consonante con meta y divino parece claro cómo los pronunciaba Lope, un madrileño culto a caballo entre los siglos XVI y XVII. Y si los jesuitas crearon a la muerte de Ignacio de Loyola el calambur «Murio Y gnacio» (murió Ignacio + murió y nació), eso dice mucho sobre la pronunciación habitual del nombre en ese momento: Inacio, sin pronunciar la -g final de sílaba (como actualmente en portugués).

Aún en el siglo XVIII, en el Prólogo del Diccionario de Autoridades (el primero que elaboró la Real Academia de la Lengua, publicado entre 1726 y 1729), se lee sobre esto que «Aun entre los mas preciados de verdaderos y legítimos Castellanos tampoco hai igualdád en el modo de pronunciar, porque lo que unos profieren con toda expressión, diciendo Acepto, Lección, Lectór, Doctrina, Propriedád, Satisfacción, Doctór: otros pronúncian con blandúra, y dicen Aceto, Leción, Letór, Dotrina, Propiedád,  Satisfación, Dotór». Esto causa que en la «concurréncia de diversas consonantes que se hallan juntas entre dos vocáles», «ha havido, y hai variedád en lo escrito, por la diferéncia que se experimenta en el modo de proferir las palabras.»

Aunque con el tiempo los hablantes se han ido acostumbrando a pronunciar estas consonantes, algunos hablantes con menos formación y menos acostumbrados a escribir han seguido y siguen cometiendo errores en estos contextos: escribir <g> por <c> o <c> por <g>, <b> por <p> o <p> por <b> (en el fondo suenan igual, pero un hablante culto sabe que no se escribe «benicno» ni «obtando»), omitir estas consonantes (osequio, istante, susistencia, se dinen por se dignen, uste por usted) o sustituirlas por otras que marcan una pronunciación diferente de la propia de las personas con mejor formación: virtuz, octenia, adtualidad, se didne, Sectiembre o reptitud.

dicnosvecinos

(Todas estas palabras están tomadas de documentos del siglo XIX conservados en los archivos municipales de Alcalá de Henares y Guadalajara y escritos por personas con un nivel medio de habilidad como escritores, por ejemplo aspirantes a serenos o alguaciles, trabajadores municipales como serenos o guardas, o personas que escribían por otras, muchas veces analfabetas, para solicitar algo al ayuntamiento.)

La imagen inicial de esta entrada, por cierto, es de una atracción de feria que pasó por Alcalá de Henares en agosto de 2016 y captó mi atención…

¿Ves con frecuencia, en escritos de otras personas, este tipo de grafías?

Belén Almeida

 

Para saber más:

https://www.academia.edu/26747527/Escribir_lo_dicho._Reflejos_de_la_lengua_hablada_y_de_los_intercambios_comunicativos_en_un_corpus_documental_del_siglo_XIX

https://www.academia.edu/12356950/Scriptores_con_bajo_y_medio_nivel_socioeducacional_en_documentos_del_siglo_XIX_del_Archivo_Municipal_de_Alcal%C3%A1_de_Henares_acercamiento_a_sus_usos_gr%C3%A1ficos

 

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De la foto: Belén Almeida

 

 

Nuestro primer post: firma de Francisco Cruz

Cualquier documento escrito tiene una historia que contar. En este blog te contaremos algunas.

GITHE es un grupo de investigación que estudia textos en español desde los orígenes de esta lengua y hasta el siglo XIX. Sus miembros somos profesores y científicos (en esta entrada se puede leer algo más sobre nosotros) que creemos que lo que podemos contar puede interesar a mucha gente. Al fin y al cabo, por los textos conocemos lo que hicieron los reyes y los estibadores, qué comían los obispos y qué los mendigos, cómo escribían las reinas y las maestras y quiénes no sabían escribir. En este blog nos acercaremos a textos, a libros y a personas.

Nuestra primera imagen es la firma de una persona del siglo XIX con una alfabetización muy básica: sabía escribir apenas su nombre, más bien lo dibuja. Pone la f de Francisco boca abajo y el apellido solo lo sabemos porque el documento (escrito por otra persona, claro) habla de él y recoge su nombre. Sin embargo, curiosamente, Francisco Cruz utiliza una abreviatura para su nombre propio. ¿Lo había visto así, se lo enseñaron en la escuela? ¿Por qué no sabía escribir? ¿Era usual no saber escribir en su zona, en su familia, entre sus compañeros de trabajo? Estudiar todo esto nos interesa y nos hace conocer mejor nuestro pasado.

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