Almudenas y almudes

El 9 de noviembre es fiesta en Madrid debido a que es el día dedicado a su patrona, la Virgen de la Almudena, cuya devoción se puede ver en numerosos testimonios escritos; sin ir más lejos, en nuestro corpus CODEA tenemos el testamento del tratante de fruta Pedro Martín (1652, CODEA 1509), que manda que a su entierro acudan cofradías, entre ellas, «las de Nuestra Señora de la Almudena».

Pero en esta entrada nos interesa especialmente el origen y recorrido de la denominación Almudena, de la que bastante se ha escrito. Casi todos los investigadores tienen claro que la voz proviene del árabe al-mudáyyina, ‘la ciudadela’, diminutivo de madina ‘ciudad’ (DCECH), que ha dado lugar, igualmente, al topónimo Almudaina (Alicante) y algunas denominaciones como el conocido palacio de la Almudaina en Palma de Mallorca o la Torre de la Almudaina de Alicante. La leyenda que sitúa el hallazgo de la imagen primitiva de la Virgen en la fortaleza árabe de la villa, cerca de donde estaba una de las puertas de acceso, explica que se denominara así a la advocación. Precisamente, la calle Mayor de Madrid, correspondiente a esta zona, se llamó hasta finales del siglo XIX «Real de la Almudena» (Ramos y Revilla 2007: 23). Hay que señalar que el historiador Jerónimo Zurita (1512-1580) mencionó la «almudena» como el «alcázar de la ciudad» (DCECH).

Curiosamente, el étimo al-mudáyyina no ha prosperado como sustantivo común en español, aunque durante años se creyera que sí y fuera incluido en los diccionarios debido a una falsa creencia. Como indica Jaime Oliver Ansín, en su Historia del nombre Madrid (1958), se creía que almudena provenía de almudín, ‘alhóndiga’. Como recoge este autor, Paravicino (1580-1633) dice que almudena y alhóndiga «son ambos nombres». De acuerdo con Corominas y Pascual, no es posible que a partir de un sufijo una voz como almudí pudiera derivar en almudena (DCECH); sin embargo, la existencia de la voz almud (del árabe clásico al-múdd), una medida de capacidad de áridos, hacía más sólida la relación de la voz con un pósito de trigo. Así, por ejemplo, en Autoridades (1726), se recoge almudena como «Nombre próprio de las casas públicas donde se guardaba el trigo». También, de manera incorrecta, asocia el nombre al mismo origen que almunia, ‘huerto, granja’, del árabe almúnya, ‘quinta’, además de almuña y almona. Este fenómeno no solo se da en la obra académica, ya que Terreros (1786) también recoge almudena como «pósito de trigo». Todavía el diccionario académico de 1947 publicó esta vinculación: almudena aparece como ‘alhóndiga’ y procedente de almudín.

Por cierto, la voz almud aparece en varias ocasiones en el corpus CODEA; el primer testimonio es de Toledo en 1213 (CODEA 2169), pero se pueden encontrar incluso bien entrado el siglo XVII. Además, encontramos la variante almude: «una cuartilla y un medio almude» (CODEA 2231, La Nava de Santiago, Badajoz). Esta forma se encuentra en otros documentos de la época en Extremadura (Sánchez Sierra, 2019), así como en el corpus CorLexIn.

Por lo tanto, nuestra Almudena sería el resultado esperado de esta al-muddáyina, pero en forma de nombre propio que, a su vez, ha pasado como antropónimo femenino. Eso sí, muy reducido a su uso en España y, en concreto, entre madrileñas: podemos citar, cómo no, a la escritora Almudena Grandes (1960-2021) como una de sus portadoras más célebres. La terminación en -a, asociada a los nombres de género femenino, ha podido ayudar a la extensión del nombre. Este, sin embargo, no tuvo demasiado empuje, al contrario que otras advocaciones marianas. En la base CORDE no se encuentra apenas rastro y una de las presencias más destacadas es la del ciego marroquí Almudena en la novela Misericordia (1898) de Benito Pérez Galdós. Precisamente, la elección de este apodo para este personaje, llamado realmente Mordejai, parece demostrar que en esta época aún no se asociaba demasiado al repertorio onomástico femenino [1].

Como uno de los testimonios más antiguos se puede citar un texto de Julio Casares, publicado en 1916 en La Nación (Madrid) y también disponible en CORDE, aparece un personaje ficticio de nombre Almudenita, hija de un matrimonio madrileño. Según el INE, en la actualidad el nombre es portado por 30 517 mujeres, con más presencia en Madrid y provincias cercanas como Ávila, Toledo y Guadalajara. Mientras que en las nacidas en las décadas de 1930-1940 la presencia del nombre es prácticamente nula, en el período 1960-1990 se produjo la mayor frecuencia, para luego decaer, de manera que la media de edad es de algo más de 37 años. Por lo tanto, parece que es un antropónimo de extensión reciente, al menos fuera de la tradición local.

Delfina Vázquez Balonga.

Imagen: Joaquín Vázquez de Castro / Delfina Vázquez Balonga.

[1] Hay que decir que el nombre se impuso a partir de 1884 al cementerio de epidemias, que acabó siendo la necrópolis más importante de la ciudad.

Para saber más:

Autoridades = Real Academia Española de la Lengua (1726-1739): Diccionario de Autoridades. Disponible en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española. https://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico

CorLexIn= Corpus Léxico de Inventarios. https://corlexin.unileon.es/

DCECH = Corominas, J. y Pascual, J. A. (1980): Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico. Madrid: Gredos.


Oliver Asín, Jaime (1958): «Historia del nombre Madrid», Agencia española de Cooperación Internacional, 1991.

Ramos, Rosalía y Fidel Revilla (2007): Historia de Madrid. Madrid: La Librería.

Sánchez Sierra, Diego (2019): Edición y estudio léxico de fuentes documentales extremeñas de los siglos XVI y XVII. Tesis doctoral. Universidad de Alcalá.

Urraca es mi nombre

El nombre propio Urraca ha sido últimamente más conocido por la infanta que defendió Zamora, gracias a una serie de producción española que narra las aventura de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, y donde doña Urraca tiene un considerable protagonismo. Es más que probable que muchos curiosos se pregunten cómo es posible que este personaje tuviera el mismo nombre que el córvido que todos vemos en nuestro entorno, el ave cuyo nombre científico es un llamativo pica pica. De este latín pica vienen el castellano y gallego pega y el euskera mika, además de otros derivados como picaza (Zamorano, 2021: 375). Ya mencionamos este fenómeno de la onomástica medieval en esta entrada de 2016.

El DCECH indica que el nombre del ave viene del antropónimo femenino («no cabe duda que el apelativo y el antiguo nombre propio de mujer son la misma cosa»); por otra parte, el nombre es de origen incierto, quizá prerromano, en concreto, vasco. A favor de esta teoría estaría que las primeras documentaciones están en el área vasconavarra (Salazar y Acha 2006: 30). Otra posibilidad es que este nombre sea una adaptación al nombre germánico Ulrike, algo que no ha de extrañar debido a la influencia del mundo germano en la antroponimia de muchos reyes cristianos.

¿Por qué llamar a la pega con el nombre propio urraca? Como también señala el DCECH, no es raro que este pájaro reciba un nombre de mujer en toda Europa, por ejemplo, la variante marica en castellano y Margot en el centro de Francia. Algunos han asegurado que se debe a la similitud entre el parloteo del ave con las mujeres. ¿Será cierto? ¿O quizá por su mítica atracción hacia los objetos brillantes?

Es sabido que hubo numerosas reinas e infantas con este nombre; la primera, la segunda mujer de Fruela II de Asturias, pero también la esposa de García Íñiguez, rey de Pamplona, que vivió a finales del siglo IX (Salazar y Acha, 2006: 31-33). En Navarra y Castilla hubo numerosos casos, aunque quizá la más famosa Urraca sea la hija de Fernando I de Castilla y León. Se cuenta que su hermano Alfonso VI, por el afecto que le tenía, puso a su hija el mismo nombre. Esta sería Urraca I, reina de León (1081-1126).

En el corpus CODEA tenemos varios ejemplos de mujeres llamadas así. El más antiguo (CODEA 0405), está datado en 1162 en La Rioja, muestra a la condesa doña Urraca, quien hace una donación al convento de Cañas. La mayoría de los documentos pertenecen al siglo XIII, como CODEA 0604, emitido en Palencia en 1286. El documento 2180 (Toledo, 1226) tiene el nombre, pero con la grafía h- («E mando a Hurraca, fija de Ruy Pérez»). También en el siglo siguiente, como el testamento de 1314 escrito en Segovia (CODEA 2423). A partir de esta centuria empiezan a escasear los datos, lo que concuerda con la tendencia entre las mujeres de las distintas casas reales, aunque hay un caso en 1437 en Asturias (CODEA 0588) y uno bastante excepcional en una monja que firma en Granada en 1655. Por lo tanto, es evidente que el antropónimo tuvo su época de máximo auge en el período medieval.

Otro asunto que suscita interés es la presencia de la variante hurraca, todavía autorizada por el DLE en su edición actual, aunque con la marca de desusado. El haber atribuido a urraca el étimo latino FURAX, ‘rapaz, inclinado al robo’ habría producido la suposición de que había una h- aspirada (DCECH; Zamorano, 2021: 376). Sin embargo, tanto el nombre propio como posteriormente el sustantivo se documentan muy a menudo sin esta forma gráfica.

Lo cierto es que Urraca es un nombre que se podría considerar desaparecido en España, ya que la última persona que lo portó falleció en 2013, como informaba esta noticia. Sin embargo, las tendencias antroponímicas a veces son sorprendentes. Quizá la revalorización de la figura de doña Urraca y su sobrina, la reina leonesa, animen a algunos padres a poner el nombre a sus hijas.

Delfina Vázquez Balonga.

Imagen: Pexels Free Photos.

Para saber más:

CODEA = Corpus de Documentos Españoles Anteriores a 1800 (CODEA+ 2015) [https://corpuscodea.es/]
DCECH = Corominas, Joan y José Antonio Pascual, Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico. Madrid: 1980.

Salazar y Acha, Jaime (2006): «Urraca. Un nombre egregio en la onomástica altomedieval», en En la España Medieval, nº extra 1, pp. 29-48.

Zamorano, José Manuel (2021): Avetimología. El origen de los nombres de las aves de Europa. Madrid: Omega.

En el portal de Bethleem

En esta entrada queremos hacer un acercamiento al nombre propio Belén y sus variantes, que tanto se encuentran en las referencias navideñas, sobre todo en poesía y música popular. ¿Quién no recuerda la primera estrofa «A Belén pastores» o «En el portal de Belén»? Por no hablar de la bonita tradición de poner un «belén» en las casas, representación del nacimiento de Jesús que ha quedado fijada como sustantivo común a partir del nombre de la ciudad bíblica. O incluso, junto a esta acepción entendemos que hay un buen alboroto cuando se habla de que se ha «armado un belén».

Todo proviene del topónimo hebreo Bet lehem, ‘casa del pan’, la ciudad cercana a Jerusalén donde nació Jesús de Nazaret. En latín se transcribió como Bethleem, aunque, debido a su origen, algunas lenguas como el inglés han mantenido el fonema /h/ y su grafía (Bethlehem). Por cierto, en Londres hay un famoso hospital psiquiátrico llamado Bethlem, variante del original St. Mary Bethlehem o Bedlam, y esta última opción es la que ha dado lugar al sustantivo que designa un asilo para enfermos mentales o un alboroto, según la edición actual del diccionario Collins.

En castellano hubo un tiempo en el que se prefería la forma latina, como así demuestran numerosos textos: la Fazienda de Ultramar (h. 1200) y, más adelante, la cuarta parte de la General Estoria (“Los de Bethleem). Más adelante se siguen encontrando referencias sueltas en los siglos XVIII y XIX; una de ellas está en el Viaje al reino del Perú, de Antonio Ulloa, en 1748, “un hospital de nuestra Señora de Bethleem”. Y en las letras de las composiciones navideñas tampoco faltan. Por ejemplo, el villancico “Unos pastores” del músico cubano Esteban Salas, datada en 1793, comienza con el siguiente recitado[1]:

Unos pastores, ¡o qué afortunados!

de hallarse en Bethleem ya, cerciorados,

[al] Pastor, que apacienta a todo

el mundo,

vienen, y con respecto mui profundo

lo adoran; y ofreciéndose del todo,

Pastorela le cantan a su modo

Sin embargo, si volvemos a la base CORDE, la forma adaptada Belén está documentada ya en autores como Alonso de Santa Cruz , en la obra Crónica de los Reyes Católicos (1491-1516). Y en esta pieza de Lucas Fernández de 1514, llamada Auto o farsa del Nascimiento de Nuestro Señor, aparece:

O Belén / Belén / por quien oy en ti nasció, / gran gozo nos percundió.

Por otro lado, la advocación de Nuestra Señora del Belén ha gozado de cierta popularidad, en localidades españolas e hispanoamericanas, lo que ha facilitado su difusión como nombre de pila. Podemos verlo en algunas monjas que ya lo elegían como parte de su nombre al entrar en religión; el caso más conocido es el de Luisa de Belén Cervantes, una de las hermanas del autor del Quijote, que fue carmelita descalza en el Convento de la Imagen de Alcalá de Henares, como se puede leer en esta noticia. Más adelante se fue generalizando como antropónimo de origen mariano para mujeres de toda condición. Aparece en una poesía de Juan Bautista de Arriaza (c. 1790-1823) («El fuego, Belencita, de tus ojos»). Igualmente, se puede encontrar el nombre en correspondencia privada custodiada en los archivos estatales. En el de Nobleza tenemos una carta perteneciente al fondo de la casa nobiliaria de Luque, fechada en 1829, en la que Belén Aguilar escribe a Cristóbal Fernández de Córdoba, conde de Luque (disponible en PARES en este enlace).

Más adelante, la literatura vuelve a ofrecernos un ejemplo: en Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós (1885), aparece como nombre elegido para una interna del correccional «Las Micaelas»:  

Una de ellas era casi una niña, de tipo finísimo, rubia, y tenía muy bonita voz. Cantaba en el coro los estribillos de muy dudoso gusto con que se celebraba la presencia del Dios Sacramentado. Llamábase Belén, y en el tiempo que allí había pasado dio pruebas inequívocas de su deseo de enmienda.

Por último, las primeras alusiones de belén como sustantivo común, con el equivalente a ‘ruido, confusión’ están en Larra (1832) y otros autores del siglo XIX. Eso sí, no aparece hasta el diccionario de Domínguez (1853), pese a estar claramente presente en el habla. Como equivalente a ‘representación del nacimiento’ no está en los diccionarios del siglo XVIII, aunque hoy en día sea uno de los términos más empleados.

Esta entrada está dedicada, cómo no, a mi compañera Belén Almeida, quien me ha facilitado además las referencias de los documentos del fondo de Luque y la información sobre el Betlam de Londres.

Con o sin belenes, os deseamos una feliz Navidad y un próspero año nuevo.

Delfina Vázquez Balonga.

Imagen: Pixabay


[1] Recogemos la transcripción y edición de Miriam Escudero (2001). Museo Archidiocesano de la Catedral de Santiago de Cuba. SMEC, Leg. 2, Exp. 13

Un nombre es para toda la vida (VI): lunas, soles y estrellas

El mundo del cielo, con sus planetas y constelaciones, siempre ha fascinado al ser humano. Además de dar lugar a una disciplina científica desde la Antigüedad, la astronomía, también ha producido una corriente vinculada al esoterismo: desde los signos del Zodiaco hasta el poder de los planetas en las piedras para darle propiedades misteriosas; de hecho, solo hay que recordar el Lapidario de Alfonso X. Junto a lo científico y misterioso, el cielo ha producido un sinfín de imágenes poéticas asociadas a la belleza y elementos positivos. Por ello, no es extraño que se hayan adoptado tres elementos astronómicos fundamentales, la luna, el sol y las estrellas para la antroponimia hispánica.

Si comenzamos con Luna, parece ser un caso de nombre popular en época medieval, que después dejó de emplearse para volver a serlo en las últimas décadas. En el CORDE podemos ver algunos ejemplos de principios del siglo XIII, como este documento estudiado por Menéndez Pidal, una carta de cambio de 1206 hecha en Toledo, en la que aparece «donna Luna». Tras la Contrarreforma, que impuso con más rigor nombres contemplados en el santoral, debió decaer, pero sí se mantuvo como advocación mariana en lugares como el santuario de la Jara de Pozoblanco y Villanueva de Córdoba, donde la Virgen de la Luna ha dado lugar a más de una vecina que lleva este nombre. En gallego también está extendido el nombre (Lúa), al igual que en catalán (Lluna). En tiempos más recientes ha llegado la forma griega Selene / Selena, aplicada a la diosa que personificaba la luna, pero sigue siendo muy minoritario. El nombre Luna, según el INE (2021), tiene un total de 9.082 casos registrados en España, con una media de edad de 12,6 años, aunque hay que decir que en Córdoba, donde hay una tradición de origen religioso, la frecuencia es algo más elevada que en otras provincias.

En el caso de Sol, el que sea un sustantivo masculino no ha sido un impedimento para que siempre se haya aceptado como antropónimo femenino, algo que, por otra parte, se ha hecho con otros de inspiración mariana y de la Naturaleza (Rocío, Mar, Rosario, Sagrario, Pino). En época medieval era un nombre ya empleado, como muestra la documentación del corpus CODEA; en esta pieza de Ávila de 1285 (CODEA 0062) podemos leer el siguiente fragmento de una carta de compraventa en que el comienzo reza de la siguiente manera:

«Sepan cuantos esta carta vieren cómo nós Pascual Domingo e doña Sol, su muger, de Çapardiel de 2 Serrezuela, amos a dos uno por otro a boz d’uno e cadaúno por todo, otorgamos e coñocemos 3 que vendemos a vós Blasco Blásquez, juez del rey, todo cuanto heredamiento nós avemos 4 en Serranos d’Avianos».

Por lo tanto, la esposa de Pascual Domingo se llamaba Sol, al igual que la mujer que aparece poco después en Toledo, en el testamento de don Pascual (CODEA 2180), como «doña Sol, fija de Pedro Alvatar». Igualmente, lleva este nombre una vecina de Valladolid citada en otra carta de compraventa, esta vez de 1382 (CODEA 0347): «Sol García, muger que fue de Estevan Sánchez, lancero». Igualmente, se ha documentado el nombre en Aragón en el siglo XI (Laliena Corbera 1995: 323). No olvidemos que doña Elvira y doña Sol es como se conoce a las hijas de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, aunque en realidad se llamaban Cristina y María, nombres que fueron cambiados seguramente por motivos métricos y de rima (Smith 1982). Si miramos la documentación de CODEA, parece que la popularidad del nombre decayó desde el siglo XV, incluso es poco popular hoy en día, aunque haya experimentado un pequeño crecimiento en los últimos años. En comparación con Luna, el antropónimo Sol tiene muchos menos registros en el INE (2021), ya que se cuentan 1604, con una media de edad también muy joven, 17 años. No hay que olvidar que el popular Marisol suele ser un hipocorístico de María de la Soledad. Sí nos llama la atención que entre los judíos sefardíes el nombre Sol se mantuvo vigente. Un ejemplo conocido es el de Sol Hachuel, llamada también «Solica», heroína judía de Marruecos que fue ejecutada en Tánger en 1834.

Por su parte, el nombre femenino Estrella tiene tradición en el mundo hispanohablante, aunque de manera irregular. García Gallarín (1998: 152) menciona su existencia en un documentos de 1262, con copia de 1526 (donna Estrella). En la obra teatral La estrella de Sevilla (1623) aparece una protagonista llamada así, pero donde más se encuentra es en la literatura del siglo XIX, sobre todo en países americanos, más que en España. En la obra El cacique de Turmequé, de Gertrudis Gómez de Avellaneda, escrito en Cuba en 1860, hay un personaje llamado así. Y en Santos Vega, el payador (1872), del argentino Hilario Ascasubi, se habla de «doña Estrella, la porteña más donosa y de más garbo». En España ha tenido, al igual que Luna, la motivación de ser una advocación a la Virgen María en algunas localidades como Navas de San Juan (Jaén), Coria del Río (Sevilla) y Olivares del Duero (Valladolid), entre otras, lo que ha potenciado que el nombre tuviera uso incluso antes de su nueva popularidad. De los nombres presentados, es el que más incidencia presenta en el INE (18.686 registros) y la media es también mayor, más de 49 años.

En definitiva, los nombres motivados por los astros son clásicos en la tradición onomástica en español, aunque es cierto que con más fortuna unos que otros. Quizá lo que resulta más llamativo es cómo se pudieron llevar en la época medieval, entre tantas Sancha, Aldonza o Urraca; sin embargo, los datos nos confirman que se llevaron y, de una forma u otra, han sobrevivido en nuestro repertorio hasta nuestros días.

Delfina Vázquez Balonga.

Imagen: Pixabay

Vázquez Balonga, Delfina(2021): “Un nombre es para toda la vida (VI): lunas, soles y estrellas”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: [https://textorblog.wordpress.com/2021/06/22/un-nombre-es-para-toda-la-vida-vi-lunas-soles-y-estrellas/].

Para saber más:

CORDE= Corpus diacrónico del español. Disponible en <https://www.rae.es/banco-de-datos/corde&gt;

García Gallarín, C. (1998): Los nombres de pila españoles. Madrid: Ediciones del Prado.

Laliena Corbera, C. (1995): «Los sistemas antroponímicos en Aragón durante los siglos XI y XII», en Antroponimia y sociedad. Sistemas de identificación hispano-cristianos en los siglos IX a XIII. Universidades de Santiago de Compostela y Valladolid.

Smith, Colin (1982): El Poema de Mio Cid. Madrid: Cátedra.

Apellidos ayer y hoy (II): López, Martínez, Moreno, Navarro, Ruiz y Sánchez

Después de la primera entrega, proseguimos con el repaso a algunos de los apellidos más frecuentes hoy en día y su presencia en los documentos de CODEA.

López. Un 18,5 por 1.000 de la población española lleva este apellido, que ocupa el 5º lugar en el total nacional. En algunas provincias, como Almería, está en el primer lugar. Es muy frecuente, en líneas generales, en la zona sureste peninsular, y esta alta presencia se aminora, pero sigue siendo notable, en las provincias vecinas hacia el centro, como es el caso de Ciudad Real, respecto a Albacete y Jaén. De manera excepcional, tiene índices muy elevados en Lugo, y, en menor medida, en Ourense y  Coruña.

En CODEA hay variados ejemplos de personas naturales de estas provincias que llevaron este apellido; por ejemplo, en Jaén, una de las provincias con más habitantes López de España, tenemos un Andrés López, vecino de Andújar, en 1623 (CODEA 1333). O en Granada, Leonardo López, vecino del lugar de Galera, en un documento inquisitorial de 1760 (CODEA 2244).

Martínez. El  6º apellido más frecuente en España está muy presente, como López, en el área oriental del centro-sur, en provincias como Jaén, Albacete, Murcia, Granada y Cuenca, algo menos en las provincias levantinas (Valencia, Alicante). En la zona más septentrional, destaca su presencia en La Rioja y León.

El corpus CODEA cuenta con numerosos registros de este apellido en diversos puntos de la península. No podía faltar algún ejemplo de Martínez en Cuenca, provincia donde es el primer apellido. Podemos citar el documento CODEA 2430, donde aparecen mencionados Julián Martínez de la Fuente, presbítero de Huete, y Francisco Martínez Villarreal, natural de dicha localidad, en un proceso de 1729. En su vecina Albacete, tenemos también un ejemplo, en esta carta de unos religiosos de la capital (CODEA 2439).

Moreno. Los datos más elevados del INE conducen a las áreas del sur, como Badajoz, Albacete y varias provincias andaluzas. Conforme se recorre hacia el norte, los índices van descendiendo de una manera bastante clara, como se observa con las marcas de color del mapa peninsular.

Curiosamente, el corpus CODEA arroja unos datos muy parecidos, ya que se registra en documentos de todas las épocas solamente en puntos del centro y sur, salvo el caso medieval de Teruel, que no se refiere al apellido, sino a un adjetivo referido a un animal. En Badajoz se encuentra un caso de un vecino de Mérida, Baltasar Moreno, registrado en 1595 (CODEA 1418).

Navarro. Pese a su significado, ‘originario de Navarra’, es uno de los apellidos más extendidos en la Comunidad Valenciana, además de tener los índices más altos en Murcia, Granada, Cuenca, Albacete y Teruel. En otras provincias de ubicación opuesta, como Cáceres, Asturias o todas las gallegas, la incidencia es mínima. Por lo tanto, es un apellido que tuvo una extensión oriental.

Este reparto parece asentado hace ya siglos, algo confirmado por los datos de CODEA, donde se encuentra en Granada, Murcia, Valencia y puntos de Aragón, es decir, en la franja oriental igualmente. Por ejemplo, CODEA 1970, un documento de Alicante de 1710 donde se menciona a un ama de cría llamada Ángela Navarro. Los casos de Madrid y Toledo pueden deberse a diversos motivos, entre ellos, los desplazamientos de personas de otros lugares. El documento 1750, de Alcalá de Henares (Madrid), de 1601, menciona a Juan Navarro, originario de Fuentes, Cuenca, provincia en la que hay una alta presencia del apellido Navarro.

Ruiz. El caso de la distribución actual de este apellido es llamativo, ya que tiene una concentración muy elevada en la zona centro-sur: en Ciudad Real y las provincias andaluzas de Córdoba, Jaén, Granada y Málaga. Por otro lado, hay muchos habitantes de Cantabria y La Rioja apellidados así. Lo contrario sucede al occidente peninsular: el porcentaje es muy bajo en Galicia, Asturias, León, Zamora y Salamanca.

Como muestra el corpus CODEA, hay ejemplos en provincias del occidente (Zamora, Salamanca), pero se encuentran otros en algunas de las provincias en las que todavía hoy es muy frecuente (La Rioja, Ciudad Real, Jaén, Córdoba y Cantabria). Un caso sería el del documento CODEA 2496 (Malagón, Ciudad Real, 1722), en el que se trata una disputa por unas heridas producidas por unos perros mastines y se menciona al alguacil, llamado Juan Ruiz.

Sánchez. En la actualidad, ocupa el séptimo lugar en la lista de los apellidos más frecuentes a nivel nacional, aunque se da más en la zona que empieza del centro hacia el sur, en Salamanca, Ávila, Extremadura y Toledo, además del oriente (Albacete y Murcia).

En CODEA hay una gran número de ejemplos del apellido, distribuido por gran parte de la península, a excepción de las zonas levantinas. Toledo, Salamanca y Cáceres son algunas de las provincias donde hay más casos de CODEA, un dato que concuerda con los resultados del INE. Por ejemplo, Alfonso Sánchez, natural de Mascaraque (Toledo), mencionado en el documento 0379 de 1479, o Manuel Sánchez Ballesteros, polvorista de la ciudad de Toledo, que emite un documento de protesta en 1766 (CODEA 2154).  

Os animamos a bucear en el INE, una base de datos fiable, muy accesible y llena de datos curiosos sobre los nombres y apellidos. Y, por supuesto, hacer búsquedas en CODEA para ver qué apellidos llenaron nuestra geografía en períodos del pasado que nos resulten interesantes.

Belén Almeida y Delfina Vázquez.

Imágenes: CODEA / INE.

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén y Delfina Vázquez (2021): “Apellidos ayer y hoy (II): López, Martínez, Moreno, Navarro, Ruiz y Sánchez:”. TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de [https://textorblog.wordpress.com/2021/03/14/apellidos-ayer-y-hoy-ii-lopez-martinez-moreno-navarro-ruiz-y-sanchez/]

Apellidos ayer y hoy (I): Álvarez, Fernández, García, González y Rodríguez

Cada año, el Instituto Nacional de Estadística (INE) publica los apellidos más extendidos en España, provincia por provincia. Aunque siempre gana con ventaja García, hay un rico conjunto de apellidos de origen castellano, aunque también de otras procedencias de nuestro patrimonio lingüístico, que pueblan las listas de los más comunes. En esta ocasión, vamos a centrarnos en una selección de ellos, que también están localizados en nuestro Corpus de Documentos Anteriores a 1800 (CODEA).

La búsqueda es sencilla, ya que se puede hacer desde «Acceso al corpus», en el buscador de la parte superior. Si queremos filtrar, solo hay que ajustar a nuestras necesidades en la columna correspondiente. Por ejemplo, si queremos buscar el apellido García solamente en la provincia de Madrid, escribimos el nombre en su columna llamada «Provincia», después pinchamos en «Intro» y, una vez cargados los documentos de Madrid, buscamos el apellido que nos interesa.

Con este procedimiento, pasamos ahora a ver los resultados con la citada selección de apellidos.

  • Álvarez. Este apellido, patronímico de Álvaro, está claramente más extendido en la zona noroccidental de España, según el mapa de INE de este año. Domina en Galicia, Asturias y León, pero también llega hasta Zamora y Valladolid. Los índices más altos están en Asturias, donde está registrado en el 39,74 % de la población censada, en contraste con Valladolid, que no llega al 10% del total. Aún más bajos son los porcentajes en la zona oriental de la península, tanto el norte (Lleida, Huesca), como el centro y el sur.
  • En CODEA, aunque no tiene una distribución única, sí se documenta igualmente en período medieval en León y Asturias, además de Zamora y Salamanca, en consonancia con su mayor extensión por la franja occidental. Por ejemplo, Fernant Álvarez de Matança, notario de Astorga, en CODEA 0468 (Astorga, León, 1464), o Fernand y Alfonso Álvarez, en CODEA 0588 (Belmonte, Asturias, 1437).
  • Fernández. Ocupa el cuarto lugar entre los apellidos más frecuentes de España, con 912.009 ciudadanos que lo llevan en primer lugar y algo más, 922.708, en segundo. La concentración es muy elevada en Galicia, en las provincias más occidentales que limitan con aquellas que también poseen el nivel más alto de Fernández en España, es decir, Asturias, Zamora y León. La frecuencia alcanza por el este a Cantabria, como se puede observar en el mapa. De manera opuesta, Aragón tiene muy bajos índices, al igual que Soria, Salamanca y Lleida, y tampoco está muy extendido en la Comunidad Valenciana. Hay puntos en los que hay bastantes casos registrados, como es el caso de La Rioja, Toledo, Ciudad Real o Almería.

En el corpus CODEA, Fernández (en esta forma, sin variantes gráficas) se registra en diversos puntos de la península desde el siglo XIII. Llamamos la atención sobre Toledo, que registra nada menos que 8 casos, frente a otras provincias, que solo tienen uno, como, por ejemplo, Burgos o Ciudad Real. En Zamora, donde hay hoy en día numerosas personas censadas con el apellido, hay 3 casos en CODEA, pero lo más destacado está en Asturias y León, donde hay numerosos casos en el período medieval. Por ejemplo, en Vega de Espinareda (León) en 1399 (CODEA 0426) o en Grado (Asturias) en 1268 (CODEA 0572).

  • García. Como ya se ha dicho, es el apellido más común en España. Según los datos del INE, solo como primer apellido lo llevan 1.462.923 personas, y como segundo, 1.480.844. Está también entre los más frecuentes en numerosos países hispanoamericanos; por ejemplo, en México es el segundo más habitual después de Hernández (Fuente: El financiero, 2019), con más de 5 millones de habitantes que lo poseen. La distribución geográfica en España es irregular, ya que tiene una altísima incidencia en algunos puntos occidentales (Salamanca, Ávila, o Asturias), pero también orientales (Albacete y Murcia). Eso sí, parece clara la tendencia de menos incidencia en la zona oriental más al norte, como muestran los pocos García registrados en provincias como Teruel, Huesca, Navarra, Lleida o Girona. En general, está bastante extendido en el centro peninsular y el sur.
  • En el corpus CODEA vemos que hay ejemplos a partir del siglo XV en casi toda la península, incluso en Aragón y Navarra. Sí hay que destacar la fuerte presencia en el área central representada en la Comunidad de Madrid, Segovia y Guadalajara, además de Extremadura.
  • González. Estamos ante el tercer apellido más extendido entre los españoles según los últimos datos del INE. Es también el más frecuente en países latinoamericanos como Paraguay, Chile, Argentina y Venezuela. En nuestro país se concentra más en el occidente; tiene unos índices muy elevados, por ejemplo, en Pontevedra, León, Salamanca y Asturias y, en menor medida, en Badajoz, Palencia, Burgos y Cantabria. En Andalucía también se prefiere en el occidente, en Huelva, de manera semejante a su provincia vecina por el norte, Badajoz. Hay mucha población con el apellido González en Canarias, sobre todo en Tenerife, algo que podemos relacionar con su extensión en Venezuela, país que acogió un gran número de emigrantes de las islas.
  • El corpus CODEA, por su parte, muestra varios casos en Valladolid, una provincia donde todavía es notable la incidencia de González. Asimismo, se encuentran casos en León, Asturias, Salamanca y Pontevedra. De la primera provincia, podemos mencionar este documento de la capital, en el que se menciona a Ruy y Joán González, «vezinos de Valladolit» (CODEA 0343, Valladolid, 1377). Aunque el apellido es menos frecuente en Cataluña, hay que destacar un interesante documento de los gremios de Tortosa (Tarragona), de 1752, donde encontramos un escribano público llamado Francisco González, quizá procedente de otra región (CODEA 2010).
  • Rodríguez. Es el segundo apellido más frecuente en España según el INE (2020) y también en naciones como Colombia, Costa Rica o Uruguay (Fuente: forebears.io, El País). Muestra más concentración de casos en zonas occidentales del norte, como Galicia, León y Zamora, pero también en el área más meridional, Huelva y Sevilla. En cambio, hay muchos menos casos en el oriente peninsular, salvo Barcelona, que eleva algo sus cifras seguramente por la numerosa inmigración que ha recibido desde algunas provincias occidentales y meridionales.
  • En CODEA está menos clara la preferencia, aunque es cierto que hay ejemplos en las provincias con más Rodríguez hoy en día, como este documento de la localidad salmantina de Ciudad Rodrigo (CODEA 0576), donde firma el escribano Álvaro Rodríguez en 1511.

En la próxima entrega, trataremos algunos apellidos más, extendidos en la actualidad y también presentes en los documentos de CODEA.

Belén Almeida y Delfina Vázquez.

Imágenes: CODEA / INE.

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén y Delfina Vázquez (2021): “Apellidos ayer y hoy: Álvarez, Fernández, García, González y Rodríguez: ”. TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de []

Escrito en Nuevo México (I): los nombres de persona

Desde hace años, nuestro grupo GITHE se ha dedicado al estudio de la historia del español a través de documentos de archivo. Gracias al proyecto HERES[1], coordinado por nuestro colega Ricardo Pichel, estamos teniendo la oportunidad de conocer fondos documentales no solo del otro lado del Atlántico, sino también de una zona poco conocida: el territorio del actual Estados Unidos. Como es bien sabido, la lengua española ha tenido presencia histórica en algunos de sus estados del sur, como California, Texas, Nuevo México o Florida. Dicho proyecto ha recopilado fondos de documentos que se custodian en bibliotecas y archivos de diversos puntos del país. Solo en esta fase (2019-2020), el Corpus Diacrónico del Español de Norteamérica (CORDINA) tiene más de 370 piezas transcritas, procedentes de la Huntington Library (San Marino, California), Benson Library (Austin, Texas) y Newberry Library (Chicago, Illinois), entre otras instituciones. Están datadas en los siglos XVIII y XIX, con una mayoría de esta última centuria, y sus lugares de emisión son California, Texas, Arizona, Nuevo México y Colorado.

Aunque esta documentación es muy heterogénea tanto en el nivel lingüístico como de contenido, a través de este blog nos gustaría detenernos en algunos aspectos específicos de su lengua. En esta entrada, nuestro objeto de interés es el ámbito de la antroponimia hispánica que se puede encontrar en algunos de estos papeles. En concreto, nos centramos en la documentación de Nuevo México –y en menor medida, de Arizona–  procedente de la colección de la Newberry Library de Chicago[2], escrita entre finales del s. XVIII y todo el XIX. Un alto porcentaje de estas piezas fueron escritas en el área de Abiquiú, localidad del Condado de Río Arriba, Nuevo México, por lo que muchos de los protagonistas de estos textos eran vecinos de dicha zona geográfica.

Los nombres más habituales que se encuentran en este subcorpus coinciden en gran parte con los analizados en documentación madrileña de los siglos XVIII y XIX (Vázquez Balonga 2019): Juan, José, Francisco, Antonio (masculinos) y María, Juana, Francisca, Jetrudis (‘Gertrudis’), Manuela (femeninos). Un dato significativo es que en ambos conjuntos documentales se aprecia la tendencia al nombre doble, que se afianza en el siglo XVIII. Los compuestos se hacen con el nombre Juan como primer elemento (Juan Lorenzo, Juan Esteban) pero, sobre todo, con José (José Antonio, José Pedro, José Ramón). Entre los nombres de mujer, estos se forman con María (María Manuela, María Feliciana, María Gregoria, María Antonia, María Ruperta). Además, se encuentran nombres basados en advocaciones marianas, un fenómeno muy característico de la antroponimia hispánica. Algunos ejemplos son Encarnación, Conseción (‘Concepción’), María Dolores, María Altagracia y Refugio.

Por su parte, Refugio es un nombre femenino asociado también a una advocación mariana[3], tanto en España como en México; sin embargo, está en desuso en el mundo hispanohablante. Los ejemplos hallados en este subcorpus aparece solo (Refujio Archuleta, 346, 1884) y acompañado (María Refugio Morfin, 311, 1882; María Refugio Archuleta, 348, 1884). En el México en el siglo XIX era un nombre empleado, como muestra su aparición en un personaje de la novela Historia de Chucho el Ninfo, de Facundo (1871). En España también aparece en la obra de Benito Pérez Galdós: el episodio nacional El terror de 1824, Fortunata y Jacinta, Tormento, El Doctor Centeno y La de Bringas. A excepción de la primera obra, la elección del nombre debió estar motivada por la ironía, ya que Refugio y Amparo son dos hermanas huérfanas.

Mención especial merece Guadalupe, nombre de la Virgen patrona de México, que aparece en varias ocasiones tanto solo como acompañado por María. También hay que destacar su uso como nombre masculino (“Guadalupe Miranda, comicionado general”, Mesilla, Nuevo México, 1854). Según el investigador Wiliam B. Taylor, hay registros de personas llamadas así en México desde el siglo XVII, aunque aumenta en el siguiente, aplicado a mujeres pero también a hombres.

Hay que llamar la atención de este corpus la aparición de algunos diminutivos e hipocorísticos en la documentación, algo excepcional fuera de las cartas personales. Por ejemplo, encontramos la referencia a un Pedrito, junto a Culás / Colás (Nicolás), Bartolo (Bartolomé) y Carmelita (Carmela). También se encuentran algunos nombres modificados por ciertos fenómenos fonéticos, como la aféresis (Figenia, de Ifigenia), Culás y Juaquín (vacilación de la vocal átona o), neutralización de líquidas (Maclovio ‘Macrobio’, Gelvasio ‘Gervasio’), trueque de estas (Graviel ‘Gabriel’) o la palatalización de –ni- (Antoña). Igualemente observamos -ill- para -i- (Marilla ‘María’, Trugio ‘Trujillo’) e incluso -ll- para ausencia de consonante (Dorotella ‘Dorotea’).

Además del citado ejemplo de Guadalupe para ambos sexos, en el subcorpus se documentan otros nombres de uso tradicional para hombre y mujer, como Trinidad y Reyes. El primero es llevado por una mujer («dicha Trinidad», 222, 1827) y el segundo, por un varón («don Relles Gonzales», 366, 1886). En el español actual se prefiere el uso femenino de ambos nombres, al menos según los datos del INE de España (2019). 

Algunas elecciones antroponímicas del subcorpus son consideradas en la actualidad en desuso pero no resultaban tan inusuales en el mundo hispánico del siglo XIX: Agustiniano, Eusebio, Maclovio, Salomé, Perfecto, Gelvasio. Apuntamos algunos que no se documentan, como Carpio o Delubina.

En cuanto a los apellidos, destacamos la presencia de ciertos apellidos frecuentes en la zona de Abiquiú, donde habitaban la mayoría de los protagonistas de estos documentos. Uno de ellos es Trujillo, pero también Martínez, Gomes, Valdés, Montoya, Martín, Chaves y Salazar, todos de procedencia española. La antigua costumbre de hacer adaptaciones en femenino de los apellidos se puede ver en algunos casos, como el de Marilla Dorotella Trugilla (‘María Dorotea Trujillo’).

En resumen, este subcorpus nos muestra una caracterización antroponímica muy rica y variada, semejante a la de la zona peninsular entre finales del siglo XVIII y todo el XIX. Con todo, hay algunos elementos propios de México, entre los que sobresale el auge del popular nombre Guadalupe. 

Agradezco a Diego Sánchez Sierra y Ricardo Pichel su ayuda para los datos de HERES y CORDINA.

Delfina Vázquez.

Imagen: Pixabay

Cómo citar esta entrada:

Delfina Vázquez Balonga (2020), “Escrito en Nuevo México (I): los nombres de persona”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: [https:///]

Para saber más

  • Cruz, Mónica: «¿Te llamas Guadalupe? Tu nombre tiene más de un significado histórico». Publicado en

<https://verne.elpais.com/verne/2016/12/09/mexico/1481323892_434044.html&gt;

  • García Gallarín, Consuelo (1998): Los nombres de pila españoles. Madrid: Ediciones del Prado.
  • Vázquez Balonga, Delfina (2019): “Antroponimia en la documentación madrileña de ámbito urbano y rural (siglos XVIII y XIX)”, en Moenia 25, pp. 257-267.

[1] Patrimonio textual ibérico y novohispano. Recuperación y memoria (CM, Ref. 2018-T1/HUM-10230; 2019-2023), <http://textoshispanicos.es/index.php?title=HERES._Patrimonio_textual_ib%C3%A9rico_y_novohispano._Recuperaci%C3%B3n_y_memoria_(Ref._2018-T1/HUM-10230)>.

[2] Spanish Colonial Manuscripts. Documentos CORDINA 164-371 (la transcripción y revisión de estos documentos ha sido llevada a cabo por Diego Sánchez Sierra y Ricardo Pichel).

[3] Entre otros lugares, hay veneración por la Virgen del Refugio en Córdoba (García Gallarín 1998). Igualmente, es la patrona de Acámbaro, Guanajuato (México) y tiene una capilla en el norte del país, en la ciudad de Saltillo de Coahuila. Según la base de datos del INE, en España hay en la actualidad (2019) censadas 46 mujeres con este nombre.

La escribiente simplecilla

En el fondo de Nobleza del Archivo Histórico Nacional, familia Baena[1], se encuentra una pieza datada en 1714 que tiene un gran interés no solo histórico, sino lingüístico. Es un papel sencillo que es presentado como un listado de las religiosas que, en ese momento, habitaban el famoso convento de San José de Ávila, de carmelitas descalzas, fundado por Santa Teresa de Jesús en 1562. Este documento es de mano femenina, pero a primera vista no se puede saber; como en otros casos, no hay firma que lo identifique. Sin embargo, la lectura de una anotación final menciona a “la escribiente”: “Porque no se quede tanto papel en blanco, dice la escribiente…” y, más adelante, “que la escribiente es una simplecilla”.

No sabemos el motivo por el que un miembro de la familia de los marqueses de Baena deseaba saber cuántas monjas ocupaban el convento, pero por las últimas líneas de la autodenominada “escribiente”, el papel iba dirigido a su “patrón”, es decir, su benefactor financiero, al que llama “consuelo d´esta santa comunidad, querido y muy amado de todas las madres, las ijas y hermanas, recreación de las carmelitas descalzas de San José de Ávila y mucho más”.

Lo cierto es que la autora, otra religiosa, apunta los nombres, rangos y oficios de sus compañeras: “La madre Francisca María de la Concepción, la priora”, “Juana Ángel de la Cruz, supriora”, “La madre Isabel de Jesús, la priora antigua”, “La hermana María de Jesús, enfermera, sacristana pasada”. Quizá por afán de ser lo más precisa posible al citar a las hermanas, hace observaciones sobre su procedencia (“La madre María de Cristo, tornera primera, la portuguesa”), pero también de su carácter (“La hermana María de Jesús, enfermera, sacristana pasada, la del buen corazón”; “La hermana Inés del Santísimo Sacramento, la alegre”). Otras veces es más difícil de encontrar el motivo por el que escribió observaciones como “La madre Teresa (…), la mal acondicionada”. Además de la personalidad, hay menciones al físico (“La hermana Estefanía de San Josep, la alta”), la vecindad (“la vecina de vuecencia”) y otros datos (“a quien dio vuecencia el raso”).

Más abajo, con otra letra, hay una anotación algo misteriosa, que quizá sea una identificación de la monja que escribe: “Esta es la supriora, la que está sorda”. Aunque la lista esté sin firmar, podría ser un comentario hecho por el destinatario – o el intermediario – para aclarar de quién es la letra de quien se presenta como “la escribiente”. ¿Fue, entonces, Juana Ángel de la Cruz, que aparece con ese cargo? Sea como fuere, el documento tiene algunos aspectos lingüísticos destacados.

En primer lugar debemos mencionar el nivel de escritura. El listado y las palabras posteriores dedicadas al patrón son de una misma mano, con una considerable pericia en la escritura, lejos de otros testimonios de letra de mujer de principios del siglo XVIII (véase en esta entrada). De nuevo, el convento es un lugar donde se pueden encontrar con facilidad mujeres con una adquisición de la lectoescritura superior a la media, aunque se den, por supuesto, algunos fenómenos que transparenten sus usos orales, algo habitual en la época.

En este texto se puede observar una serie de voces relativas a los oficios típicos de los conventos, como clabaria, maestra, ropera, enfermera, sacristana, así como cargos dentro de la jerarquía monástica: priora, supriora, novizia, de belo blanco. Llamamos la atención también sobre el uso de ayudanta en vez de ayudante. El femenino en estos adjetivos y sustantivos acabados en -nte eran habituales en el castellano del siglo XVIII incluso en documentos administrativos. Destacamos también el uso de escribiente, que prefiere emplear invariable, seguramente influido por el poco uso de este sustantivo en femenino frente a voces como ayudanta, que era frecuente en el mundo conventual pero también en el trabajo cotidiano. Por ejemplo, si buscamos en CORDE, hay 10 testimonios de ayudanta, como “le destinaron por de pronto de ayudanta a la cocina”, en Braulio Foz (1844). En cambio, no hay ninguno para una posible forma femenina de escribiente.

Por otra parte, la autora se dirige al destinatario de la carta con vuecencia, forma evolucionada de vuecelencia documentada ya en el siglo XVII en autores como Góngora. Según indica Sáez Rivera (2013:118), en el siglo XVIII se empleaba para nobles, lo que coincide con nuestro documento. Como forma de tratamiento de respeto se encuentra en el siglo XIX, y en la actualidad pervive como fórmula de tratamiento para “altos grados militares” (op. cit. 108).

Resulta llamativa la forma simplecilla que tiene la autora del texto para referirse a sí misma. Aparte de ser un recurso para aparentar humildad y por tanto, conseguir la deseada captatio benevolentiae, encontramos simplecilla en textos de época áurea, como Súarez de Figueroa en La constante Amarilis (1609): “Muda, simplecilla de ti”. Según el Tesoro de Covarrubias (1611), simple ya tenía en castellano una connotación negativa: “Simple, algunas veces sinifica el mentecato”. Esto podría justificar que se usara el diminutivo de manera habitual con un fin atenuador. De hecho, en Autoridades, simplecillo está recogido en una entrada aparte: “se aplica a las cosas simples y pequeñas”. No obstante, el ejemplo que lo ilustra está, precisamente, referido a una persona: “Y del necio simplecillo, abobado al parecer” (Fray Luis de Escobar, s. XVI).

En el nivel discursivo, merece nuestra atención la forma de referirse a las religiosas, con el artículo la y su atributo correspondiente, como “la portuguesa”, “la priora” o “la del buen corazón”. Sin duda, es una manera de hacer una distinción precisa entre una y otra; no obstante, sobre todo en los casos de atributos morales, se ve un paralelismo con algunos epitafios de religiosas, como este hallado y transcrito por María José Rubio en una lápida del convento de Agustinos Recoletos de Alcalá de Henares en 1695 (Rubio Fuentes 1994: 207):

“Aquí yace la v<enerable> hermana Gabriela de Jesús, la prudente y silenciosa”[2].

Vista esta manera de referirse a la religiosa fallecida, quizá estamos ante una tradición que se dejaba ver en la escritura de epitafios, pero también en otros contextos, como las cartas y papeles de uso interno.

Por último, la antroponimia es una muestra muy rica del tipo de nombres elegidos por las religiosas en esta época, con un compuesto de un nombre de pila y un santo o advocación. En este caso, es determinante el hecho de que se trate de un convento de carmelitas descalzas, y, más aún, el convento fundacional de Teresa de Jesús, ya que la santa de Ávila está presente en muchos nombres de las religiosas: “Teresa de Jesús”, “Teresa de San Josep”, “Teresa del Espíritu Santo” “Francisca de Santa Teresa”. Por otro lado, hay varios casos de dedicación a San José, el patrono del convento, y a carmelitas destacadas, como Ana de San Bartolomé (1549-1626), de quien toma el nombre una de las monjas de 1714.

Cómo citar esta entrada:

Vázquez Balonga Delfina (2020): “La escribiente simplecilla”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: [link].Referencias bibliográficas.

Imagen: Portal de Archivos Españoles (PARES). Archivo Histórico de Nobleza, Baena, C.396,D.16.

Autoridades = Real Academia Española de la Lengua (1726-1739): Diccionario de Autoridades. Disponible en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Españolahttps://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico

CORDE = Real Academia Española de la Lengua: Corpus Diacrónico del Español. Disponible en https://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde

Covarrubias = Covarrubias, Alonso de (1611), Tesoro de la lengua castellana o española. Madrid: Visor.

Rubio Fuentes, María José (1994): Catálogo epigráfico de Alcalá de Henares. Alcalá de Henares: Fundación Colegio del Rey.

Saéz Rivera, Daniel (2013): “Formación e historia de vuecencia en español como proceso de rutinización lingüística”, en Iberorromania, 77, pp. 108-129.


[1] Archivo Histórico de la Nobleza, BAENA,C.396,D.16. Disponible en PARES (http://pares.culturaydeporte.gob.es/inicio.html)

[2] Este convento, dedicado a San Nicolás Tolentino, se encuentra en la actualidad en la C/ Santiago de la citada localidad madrileña.