La condesa de Superunda (1816)

Almudenas y almudes

El 9 de noviembre es fiesta en Madrid debido a que es el día dedicado a su patrona, la Virgen de la Almudena, cuya devoción se puede ver en numerosos testimonios escritos; sin ir más lejos, en nuestro corpus CODEA tenemos el testamento del tratante de fruta Pedro Martín (1652, CODEA 1509), que manda que a su entierro acudan cofradías, entre ellas, «las de Nuestra Señora de la Almudena».

Pero en esta entrada nos interesa especialmente el origen y recorrido de la denominación Almudena, de la que bastante se ha escrito. Casi todos los investigadores tienen claro que la voz proviene del árabe al-mudáyyina, ‘la ciudadela’, diminutivo de madina ‘ciudad’ (DCECH), que ha dado lugar, igualmente, al topónimo Almudaina (Alicante) y algunas denominaciones como el conocido palacio de la Almudaina en Palma de Mallorca o la Torre de la Almudaina de Alicante. La leyenda que sitúa el hallazgo de la imagen primitiva de la Virgen en la fortaleza árabe de la villa, cerca de donde estaba una de las puertas de acceso, explica que se denominara así a la advocación. Precisamente, la calle Mayor de Madrid, correspondiente a esta zona, se llamó hasta finales del siglo XIX «Real de la Almudena» (Ramos y Revilla 2007: 23). Hay que señalar que el historiador Jerónimo Zurita (1512-1580) mencionó la «almudena» como el «alcázar de la ciudad» (DCECH).

Curiosamente, el étimo al-mudáyyina no ha prosperado como sustantivo común en español, aunque durante años se creyera que sí y fuera incluido en los diccionarios debido a una falsa creencia. Como indica Jaime Oliver Ansín, en su Historia del nombre Madrid (1958), se creía que almudena provenía de almudín, ‘alhóndiga’. Como recoge este autor, Paravicino (1580-1633) dice que almudena y alhóndiga «son ambos nombres». De acuerdo con Corominas y Pascual, no es posible que a partir de un sufijo una voz como almudí pudiera derivar en almudena (DCECH); sin embargo, la existencia de la voz almud (del árabe clásico al-múdd), una medida de capacidad de áridos, hacía más sólida la relación de la voz con un pósito de trigo. Así, por ejemplo, en Autoridades (1726), se recoge almudena como «Nombre próprio de las casas públicas donde se guardaba el trigo». También, de manera incorrecta, asocia el nombre al mismo origen que almunia, ‘huerto, granja’, del árabe almúnya, ‘quinta’, además de almuña y almona. Este fenómeno no solo se da en la obra académica, ya que Terreros (1786) también recoge almudena como «pósito de trigo». Todavía el diccionario académico de 1947 publicó esta vinculación: almudena aparece como ‘alhóndiga’ y procedente de almudín.

Por cierto, la voz almud aparece en varias ocasiones en el corpus CODEA; el primer testimonio es de Toledo en 1213 (CODEA 2169), pero se pueden encontrar incluso bien entrado el siglo XVII. Además, encontramos la variante almude: «una cuartilla y un medio almude» (CODEA 2231, La Nava de Santiago, Badajoz). Esta forma se encuentra en otros documentos de la época en Extremadura (Sánchez Sierra, 2019), así como en el corpus CorLexIn.

Por lo tanto, nuestra Almudena sería el resultado esperado de esta al-muddáyina, pero en forma de nombre propio que, a su vez, ha pasado como antropónimo femenino. Eso sí, muy reducido a su uso en España y, en concreto, entre madrileñas: podemos citar, cómo no, a la escritora Almudena Grandes (1960-2021) como una de sus portadoras más célebres. La terminación en -a, asociada a los nombres de género femenino, ha podido ayudar a la extensión del nombre. Este, sin embargo, no tuvo demasiado empuje, al contrario que otras advocaciones marianas. En la base CORDE no se encuentra apenas rastro y una de las presencias más destacadas es la del ciego marroquí Almudena en la novela Misericordia (1898) de Benito Pérez Galdós. Precisamente, la elección de este apodo para este personaje, llamado realmente Mordejai, parece demostrar que en esta época aún no se asociaba demasiado al repertorio onomástico femenino [1].

Como uno de los testimonios más antiguos se puede citar un texto de Julio Casares, publicado en 1916 en La Nación (Madrid) y también disponible en CORDE, aparece un personaje ficticio de nombre Almudenita, hija de un matrimonio madrileño. Según el INE, en la actualidad el nombre es portado por 30 517 mujeres, con más presencia en Madrid y provincias cercanas como Ávila, Toledo y Guadalajara. Mientras que en las nacidas en las décadas de 1930-1940 la presencia del nombre es prácticamente nula, en el período 1960-1990 se produjo la mayor frecuencia, para luego decaer, de manera que la media de edad es de algo más de 37 años. Por lo tanto, parece que es un antropónimo de extensión reciente, al menos fuera de la tradición local.

Delfina Vázquez Balonga.

Imagen: Joaquín Vázquez de Castro / Delfina Vázquez Balonga.

[1] Hay que decir que el nombre se impuso a partir de 1884 al cementerio de epidemias, que acabó siendo la necrópolis más importante de la ciudad.

Para saber más:

Autoridades = Real Academia Española de la Lengua (1726-1739): Diccionario de Autoridades. Disponible en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española. https://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico

CorLexIn= Corpus Léxico de Inventarios. https://corlexin.unileon.es/

DCECH = Corominas, J. y Pascual, J. A. (1980): Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico. Madrid: Gredos.


Oliver Asín, Jaime (1958): «Historia del nombre Madrid», Agencia española de Cooperación Internacional, 1991.

Ramos, Rosalía y Fidel Revilla (2007): Historia de Madrid. Madrid: La Librería.

Sánchez Sierra, Diego (2019): Edición y estudio léxico de fuentes documentales extremeñas de los siglos XVI y XVII. Tesis doctoral. Universidad de Alcalá.

Viernes Santo, 1803

En la anterior entrada habíamos explicado la importancia de la documentación del Colegio de San Ildefonso, conocido también en otros tiempos como Colegio de los Niños de la Doctrina, institución educativa que sigue activa a día de hoy en el corazón de Madrid. De los muchos asuntos que se trata en sus documentos conservados en el Archivo de Villa, uno es el relacionado con las actividades que solían desempeñar los internos para costear sus numerosos de mantenimiento. Muchos colegiales huérfanos o «de la doctrina» de la corte y otros lugares eran llamados para desfilar en los funerales a cambio de una limosna, y su presencia era requerida por muchos fieles, como el mismo Pedro Calderón de la Barca, que en su testamento (1681) indica lo siguiente para sus exequias en Madrid:

«Y asimismo les suplico que para mi entierro no conviden más acompañamiento que doce religiosos de San Francisco, y a su Tercera Orden de hábito descubierto, doce sacerdotes que acompañen la cruz, doce niños de la Doctrina y doce de los Desamparados» (Edición de Antonio Matilla Tascón, 1983, CORDE)

Además de su actividad en los entierros y su aún vigente presencia en la lotería, otra de sus funciones era participar en las procesiones de Semana Santa, como indica Mesonero Romanos en su Manual de Madrid, publicado 28 años más tarde: «asisten a las procesiones y entierros, y sacan los números de la lotería».

Esta última actividad aparece precisamente en el documento que hemos elegido para comentar. Se trata de una carta escrita por Ángel González Barreiro, seguramente un cargo del ayuntamiento de la capital, al rector de San Ildefonso, Cándido Pérez Medel, el 21 de marzo de 1803 (Archivo de Villa de Madrid, Secc. 2, 298, 11, 4 ). En el corpus ALDICAM es el número 569. En la misiva, González Barreiro comunica que se ha requerido desde la Congregación del Santísimo Cristo de la Fe, ubicada en la parroquia de San Sebastián, un coro de 18 niños del colegio, por lo que su presencia requeriría seguramente de algún tipo de interpretación musical. Por otra parte, señala que se ha aceptado que los niños del colegio tomen un almuerzo durante el transcurso de la procesión del Viernes Santo, ya que emplean mucho tiempo, «desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde», además del «quebranto que sufren». Para pagar la asistencia de los niños en la procesión y su correspondiente tentempié, se ha acordado un gasto de 160 reales de vellón.

En el nivel gráfico, este documento muestra las clásicas abreviaturas de la época: S<eñor>, S<antisi>mo, Mad<rid>, Ygl<esia>, entre otras. Igualmente se encuentra un uso gráfico habitual en las primeras décadas de 1800, la h antietimológica («haya disposición de que puedan hir«). En los usos de v/b, se destaca la preferencia del escriptor por formas del verbo haber con v havia convenido»), aunque la Academia ya impuso en su Diccionario de Autoridades (1734) la grafía con b, pero sin aplicación inmediata ni obligatoria en la escritura habitual. Lo mismo sucedió con deberdeve contribuir»), que ya en el diccionario académico se prefería con la forma actual, sin reflejo en la mano de González Barreiro. Por otro lado, el uso de mayúsculas se ajusta a lo convenido en la norma actual, ya que se ve en nombres propios («Perales», «Madrid», «Portago», «Angel», «Viernes S<anto>», «R<eal> Congregacion»), pero también en elementos en los que se debería poner minúscula, al ser verbos o sustantivos sin ninguna denominación especial («Comisario», «Niños», «Almorzar», «Procesion»).

Como en otras cartas de nivel formal de la época, en este texto se encuentra un considerable uso del adjetivo antepuesto con valor anafórico («referido excelentísimo señor», «expresados señores», «dichos niños»), aunque también con otros contextos («tan dilatado tiempo»). En el vocabulario, primero hay que llamar la atención sobre los términos inteligencia y quebranto. La primera de ellas es asociada en la lengua actual a la capacidad de entender; sin embargo, en nuestra carta forma parte de una locución dentro del siguiente fragmento: «

«havía combenido con el referido excelentísimo señor en que contribuya la citada congregazión con 160 reales vellón por los 18 niños en consideración a que se les ha de dar también de almorzar para que puedan resistir, cuyo estipendio se deverá pagar siempre que se pidan y haya disposición de que puedan ir. Y en su inteligencia acordó aprobarlo y que se noticiase a V.M.».

En este caso, el diccionario de la Academia de 1803 registra «En inteligencia» como «En concepto, en el supuesto, en la suposición», por lo que se aleja del sentido más usado hoy en día. Por otra parte, quebranto es empleado en esta ocasión como ‘cansancio, agotamiento’, por lo que se infiere de la carta. No obstante, el término ha decaído, y la acepción quizá más conocida es ‘dolor, aflicción’.

No podemos olvidar el vocabulario relacionado con las instituciones benéficas, en concreto, los cargos de comisario y rector que correspondían al colegio de San Ildefonso. Según el citado diccionario de 1803, la voz comisario sería «el que tiene poder y facultad de otro para para executar alguna orden o entender algún negocio», si bien en este caso, estaría ceñido a las ordenanzas de San Ildefonso. Asimismo, rector puede ser «el que rige o gobierna», pero, en este caso, lo más adecuado es «el superior a cuyo cargo está el gobierno y mando de alguna comunidad o colegio». En cuanto al vocabulario de la Semana Santa, encontramos el conocido hermano mayor, además de carrera, referida al recorrido de la procesión, que en la edición de 1803 no está, aunque sí como «calles destinadas para alguna función pública o solemne».

Delfina Vázquez Balonga

Imagen: Pexels

Para saber más:

  • Mesonero Romanos, Ramón (1831): Manual de Madrid. Descripción de la corte y de la villa. Madrid: Imprenta de D.M. de Burgos.
  • Sánchez-Prieto Borja, Pedro y Delfina Vázquez Balonga (2019): La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos de los siglos XVI al XIX. Madrid: Ediciones Complutense.

Cítara sin tilde

A lo largo de la investigación de nuestro equipo con documentos de archivo madrileños, la variedad de temas ha sido constante. Un asunto más que habitual han sido los documentos relativos a albañilería, ya que, al igual que en la actualidad, las reformas han sido siempre necesarias en la vida cotidiana. En concreto, las instituciones benéficas tenían esta demanda de manera constante, ya que se ocupaban de edificios que albergaban un considerable número de personas. Por no hablar de la antigüedad de de muchos de ellos, un factor que agravaba su mal estado. Este sería el caso del conocido colegio de San Ildefonso, a quien dedicaremos algunas entradas en este blog.

Esta institución es famosa hoy en día porque sus alumnos cantan los números en la Lotería de Navidad, pero en realidad tiene una larguísima tradición, ya que proviene del antiguo colegio de Niños de la Doctrina Cristiana, fundado en el siglo XVI. Generación tras generación, este centro estaba destinado a niños varones huérfanos (de padre) naturales de Madrid, que recibían formación cristiana (de ahí la «Doctrina»), lectoescritura y un oficio del que vivir. En la actualidad, mucha de su documentación histórica está en el Archivo de Villa de Madrid, donde hemos podido acceder a ella (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2019).

Ya con una larga historia atrás, en el siglo XVIII se debieron hacer varias reformas al colegio por sus múltiples problemas estructurales y, por ello, conservamos los correspondientes informes. Uno de ellos es el que hizo y firmó Teodoro Ardemans[1], arquitecto del ayuntamiento de Madrid, el 28 de julio de 1705[2], con el fin de establecer las reformas necesarias para las cuevas de San Ildefonso. Como otros documentos de obras, la pieza es una espléndida muestra de vocabulario de la construcción, como arcos, bóveda, engarces, escalera, apeldañado, macho, nave, pared, testero, tiro ‘tramo de escalera’. Destaca la formación de voces técnicas derivadas de sustantivos con el sufijo -ado/a, como apeldañado, tavicado y azitarado. Mientras que las primeras provienen de peldaño y tabique (así como del verbo tabicar, ‘poner tabiques’), la última proviene de una voz árabe, acitara o citara. En el DLE se recoge con la forma acitara, con la definición primera de «Pared cuyo grueso es solo el de la anchura del ladrillo común». Las acepciones siguientes, ‘conjunto de tropas’ y ‘cojín o almohada’ se alejan del sentido que tiene en el informe de San Ildefonso, como se puede ver en este fragmento:

Como entramos por mano diestra se á de hacer una pared de alvañilería a todo su largo por dos pies de gruesso y alto ocho pies, dejando sus engarzes para cuatro arcos de dos pies por uno de rosca y los intermedios tavicados y el testero y toda la bajada desde el segundo tiro de la escalera azitarado y tavicado de calidad que desde dicho segundo tiro avajo todo á de quedar bestido de fábrica de alvañilería y recorrido todo el apeldañado de la escalera.

La palabra citara o acitara proviene del árabe sitâra (DCECH) y, pese a la semejanza, no tiene relación alguna con el instrumento musical, la cítara, ya que este es un término latino de origen griego, κιθάρα, que ha quedado como cultismo para designar una especie de lira que se toca con púa, tanto en la Antigüedad como en la actualidad en algunos países de Europa. En cambio, del mismo étimo latino adaptado del griego tenemos una voz plenamente integrada en el castellano, guitarra, que llegó a través del árabe, según Corominas y Pascual (DCECH), que también indican que cítara tuvo un resultado patrimonial menos conocido, ya que del latín vulgar CĬTĔRA se formó cedra, documentada en Berceo (s. XIII), junto a una forma semiculta, cítola, igualmente empleada en textos medievales.

Por lo tanto, el acitarado del informe de Ardemans no es sino un derivado de citara, uno de los numerosos arabismos que se han heredado en castellano en el ámbito de la construcción, algunos plenamente vigentes en la lengua actual (adobe, albañil, tabique) y otros menos usados (alarife ‘maestro de obras’, jaharrar ‘cubrir con cal’). Una prueba más de que los documentos de obras nos muestran a menudo pequeñas joyas léxicas.

Firma de Teodoro Ardemans al final del informe (Archivo de Villa de Madrid, Secc. 2, 296, 44, 4-5)

Delfina Vázquez Balonga

Imagen: Pixabay

Para saber más:

DCECH = Corominas, J. y Pascual, J. A. (1980): Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico. Madrid: Gredos.

DLE= Diccionario de la Lengua Española. Disponible en < http://dle.rae.es/?id=DgIqVCc&gt;

Sánchez-Prieto Borja, P. y D. Vázquez Balonga (2019): La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos de los siglos XVI al XIX. Madrid: Ediciones Complutense.


[1] Teodoro Ardemans (1661-1726) fue uno de los más destacados arquitectos del barroco tardío español, maestro mayor de las catedrales de Granada y Toledo, además de los Reales Sitios de la Granja. Fue importante asimismo su labor como pintor.  

[2] Archivo de Villa, Secc. 2, 296, 44, 4-5

Toledo, siglo XVII: lobos, un lobero y una lobera

Se encuentran en los documentos de archivo bastantes lobos y lobas. No todos son animales: en una búsqueda en el corpus CODEA, “Loba” es, en documentos del siglo XIII de Zamora, Salamanca y Asturias, un nombre de mujer, del que por cierto ya hablamos en este post. En este documento del siglo XIII de Palencia y en este del XIV de Ávila, “Lobo” es un apellido, y en este de Zamora del XIII y en este de Salamanca del mismo siglo, un nombre de pila de hombre.

En este documento del XVII de Madrid, loba es una prenda de vestir, como también sucede en este del XVI de Burgos, y en este otro se habla de la calle del Lobo, en Madrid. La loba, como explica Covarrubias en su Tesoro (1611) es

Diríase que no hay lobos, el animal feroz de Caperucita, en todo CODEA. O que se han agazapado. Pero los encontramos en Toledo, en el siglo XVII. ¿Dónde? En la nota de un lobero, un hombre que tiene “por oficio ir a matar lobos a los montes de Toledo y otras partes”, que trae dos muertos y pide se le paguen. Esta nota de 1618 probablemente no fue escrita por el propio lobero, dada la excelente letra, digna de un profesional de la escritura, que presenta.

Este es el lobero, palabra que incluso se encuentra en algunos repertorios lexicográficos, como el diccionario español-alemán de Mez de Braidenbach (1670), donde se lee: Lobero: Ein Wolffsjäger (‘cazador de lobos’):

En cuanto a la lobera, un proceso inquisitorial fascinante que estamos transcribiendo (parcialmente) para CODEA (Inquisición, 86, 17, se puede consultar aquí, en la página de PARES) nos presenta a Ana María García, una mujer asturiana que amenaza a los pastores, si no le dan lo que pide, con echar sobre sus ganados a los lobos. Esta mujer es denunciada por doña María del Cerro, mujer del doctor Gabriel Niño de Guzmán, en 1648. Dice doña María en el documento, escrito por ella misma, que entrega al tribunal inquisitorial:

Anoche llegó aquí una mujer asturiana que llaman la Lobera porque por arte de echicería llama a los demonios en figura de lobos y los inbía a las cabañas para que se coman el ganado de quien no la á dado gusto en lo que á pedido, con que trai toda la tierra alborotada y con temor de sus amenaças

Ni corta ni perezosa, doña María sigue:

Diciéndome todo esto la jente de mi casa, encerré a la dicha Lobera anoche y la desaminé para más sastifación mía, y me confesó algunas cosas. Esto toca a la Inquisición el remediarlo

En su primera testificación ante el tribunal (desde imagen 17 del proceso), Ana María, que dice tener 25 años, manifiesta estar arrepentida, y en el “discurso de su vida” (desde imagen 30) va contando cómo ha llegado, de su casa en Asturias, a ser la lobera en Toledo:

la solizitó Francisco Soga, que la sacó de cassa de dicha su hermana y la llebó a el lugar de Lidias, adonde parió en cassa de una muger llamada Toribia Sánchez, biuda, con la cual estubo año y medio, y de allí se salió porque el dicho Francisco no hazía casso della y de bergüenza no bolbió a su lugar y se vino por Asturias adelante a buscar a quien serbir y junto a Nuestra Señora de Cobadonga la encontraron los dichos dos pastores Pedro y Juan y la llebaron a los argüellos a sus cabañas y andubo en su compañía tres años hasta que habrá un mes poco más o menos que ellos se fueron d’esta ziudad con el ganado, y esta se quedó en la ventilla junto a el esquiler de don Grabiel Niño de Guzmán, a donde coxió a esta doña María del Zerro, muger del susodicho, y la prendió, y desde su cassa la embió a este santo oficio abiéndole echo antes en un oratorio de su casa muchas preguntas”

La sentencia final dice (imagen 87 del proceso):

Fallamos atento los autos y méritos del dicho proceso que por la culpa que d’él resulta contra la dicha Ana María García, si el rigor del derecho hubiéramos de seguir, le pudiéramos condenar en grandes y graves penas, mas queriéndolas moderar con equidad y misericordia por algunas caussas y justos respetos que a ello nos mueven, en pena y penitencia de lo por ella hecho, dicho y cometido, le devemos mandar y mandamos que en la sala del tribunal se le lea su sentencia con méritos estando en forma de penitente, y oiga la missa, y sea absuelta ad cautelam, y abjure de levi los errores que resultan de su proceso y sea reprendida y advertida, y reclusa por tiempo de cuatro meses, en la parte que el tribunal ordenare, para que sea instruida en las cossas de nuestra santa fe”.

En los últimos folios del proceso, se recoge cómo “presentes don Juan de la Vega” y otros, así como “la dicha Ana María García, en forma de penitente”, se leyó la sentencia, y luego “abjuró de levi la susodicha” (imagen 88 del proceso), y sigue la abjuración.

Aunque no son loberas (en el sentido de cazadoras de lobos) profesionales, en el corpus ALDICAM puede consultarse un documento de Puebla de la Sierra de 1841 (conservado en el Archivo Municipal de Buitrago del Lozoya, caja 2, 119), en el que se cuenta que unas mujeres han matado «a cantazos» a un lobo:

Bernardo Ruiz de Olano, alcalde constitucional de esta villa de la Puebla de la Muger Muerta, certifico cómo en el día dos del presente mes me presentó Miguel Fernández de esta vecindad un lobo, el cual, según tengo aberiguado, lo mataron la muger de dicho Miguel y otras mugeres que estavan lavando en un arroyo a la orilla del pueblo, en ocasión, que, habiéndose metido el lobo en una calleja, donde no pudo salir, lo mataron a cantazos.

Como tantas otras veces, siguiendo la historia de una palabra en los documentos, saltan de sus líneas historias y más historias, como estas.

Belén Almeida

Imagen: Wikimedia commons (Public Domain Mark).

Cómo citar esta entrada

Belén Almeida (2020): «Toledo, siglo XVI: lobos, un lobero y una lobera», TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de https://textorblog.wordpress.com/2020/11/10/toledo-siglo-xvii-lobos-un-lobero-y-una-lobera/.

Para saber más:

Se ha consultado CODEA, Corpus de documentos anteriores a 1800 elaborado por el grupo de investigación GITHE, de la Universidad de Alcalá, responsable también de este blog (http://corpuscodea.es/).

Se ha consultado y citado PARES, Portal de Archivos Españoles (http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/search).

Se ha consultado y citado el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española, disponible en http://www.rae.es (http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle).

Mi amado tío

En el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid (ARCM), en sus fondos de la extinta Diputación Provincial de Madrid, en concreto, en las instituciones benéficas, se ha conservado la documentación de la testamentaría de la condesa de Lemos, también llamada marquesa de Aitona, fondo del que ya hemos hablado anteriormente en este blog. Debido a la numerosa correspondencia de la aristócrata, se encuentran cartas procedentes de diferentes puntos de la geografía española, como esta carta escrita por una religiosa de Ferreira (Lugo) en el corpus CODEA (2121).  También hay papeles sueltos de recetas y anotaciones muy variadas; por ejemplo, esta receta de una “muñequilla para los ojos” tratada en este post

Con todo, el documento que vamos a comentar parece dirigido a un empleado – seguramente, secretario o persona de total confianza – de la condesa. Está escrita en Zaragoza el 2 de agosto de 1774 y el autor de la carta, que firma con el nombre de “Pepe”, se dirige al interlocutor como “Mi amado tío” (CODEA 2108) y, al finalizar, se denomina “su sobrino que más le estima”, por lo que su vínculo familiar queda claro. Debido a que en la carta Pepe comenta que le hubiera querido mandar un queso por el día de San Joaquín, es posible que el destinatario fuera Pedro Joaquín Borruel, mencionado en otros papeles de la citada testamentaría[1].

Con un marcado tono coloquial, Pepe explica novedades de su tierra sin perder detalle. Primero, como era habitual, menciona un asunto de salud, un problema en los ojos. Después pasa a temas más prosaicos, como la fuga de una novicia con un sacristán hasta Ayerbe (Huesca) y las posibles consecuencias. También menciona el mal ambiente en Zaragoza entre los oficiales y cadetes del regimiento de Aragón y los “paisanos”, los vecinos de la ciudad (“haze algunas noches que hay cuchilladas y tiros por las calles”). No olvida un asunto legal que está llevando a un vecino de un pueblo de Huesca, que le ha regalado, en agradecimiento, un par de quesos. Finaliza recordando a su tío que tiene casas en Zaragoza y le habla del viaje de unos conocidos llamados “los Vius”.

Como se ha dicho anteriormente, es notable el discurso informal presente en toda la misiva, no incompatible con un evidente dominio de la escritura en el autor. Nos llaman la atención dos elementos en este fragmento: “Le he dado buenas esperanzas, expendiéndole mucha doctrina y erudición, de suerte que se le caía la baba al paleto”. En Autoridades 1726 ya está registrada la expresión caerse la baba para describir un estado de asombro y admiración. En Covarrubias (1611) se recoge una variante, correr la baba, con el mismo sentido: “Cuando alguno está con atención, admiración o contento de alguna cosa que ve y oye, dezimos que le corre la baba”.

En cuanto a paleto, tardó en ser más reconocido por la lexicografía, de manera que tiene su primera aparición en Autoridades (1737): “Por alusión llaman al hombre rústico, zafio y de las Aldéas”. Otro adjetivo que puede resultar más propio de la lengua oral es majo: “vestida de estudiante muy majo”. En los diccionarios de la época, majo es considerado un sustantivo, como un tipo de hombre “que afecta guapeza y valentía en las acciones, ó palabras” (Autoridades 1734), de acuerdo con el modelo de los majos madrileños. Como adjetivo debía estar presente, ya que en Ramón de la Cruz podemos leer “pasa Gorito muy majo” (Las castañeras picadas, 1787). Otras elecciones léxicas de tipo coloquial es chupar como ‘quitar el dinero o los bienes’ (“pero tengo confianza de chuparle algo si gano el pleito”) y sacudir como ‘pegar, golpear’ (“y a Castelar le han sacudido bien”). Por último, hay que destacar algunos recursos expresivos, como hipérbole, que se encuentra en la oración “no me ha dexado vivir en dos días”.

En un texto de impronta familiar es comprensible que se transparenten algunos localismos de la variedad del emisor. Lo vemos en la referencia al coso, la calle principal de Zaragoza, llamada así hasta nuestros días: “lo cierto es que haze tres o cuatro días que no aparece por el coso”. Más exclusivo de la variedad aragonesa es fenal, recogido en el DLE como propio de Huesca con el significado de ‘prado’, aunque su origen se encuentra en foenum ‘heno’ (véase el castellano henar). El autor emplea la palabra debido a un pleito que se produce en la localidad oscense de Cájol[2]: “La participo a v.m. cómo se han traído a mi estudio un vezino del lugar de Cájol un pleito sobre un fenal, para que yo lo dirija”.

No obstante, hay que destacar que el autor, pese a ser seguramente aragonés, muestra un sistema leísta en persona singular masculino, impropio de su variedad y sí de la norma madrileña: “Su sobrino que más le estima [al destinatario]”; “y a Castelar le han sacudido bien”. De acuerdo con este sistema pronominal, también se detecta laísmo: “para que sus monjas no la den mala vida [a la muchacha]”. No es extraño, ya que, incluso en personas cuyo sistema era etimológico, se podría dar una variante con la aceptación en los casos de referente animado (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2018: 209).

Queda claro que, con una simple carta, tenemos mucho para comentar sobre la procedencia, la formación y las intenciones comunicativas del emisor. Si alguien le hubiera dicho a Pepe cómo acabaría su misiva, no se lo habría podido creer.

Delfina Vázquez.

Cómo citar esta entrada:

Vázquez Balonga, D. (2020): “Amado tío”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: [https://textorblog.wordpress.com/2020/07/06/mi-amado-tio/].

Imagen: Delfina Vázquez.

Para saber más:

Autoridades = Real Academia Española de la Lengua (1726-1739): Diccionario de Autoridades. Disponible en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Españolahttps://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico

Covarrubias = Covarrubias, Alonso de (1611), Tesoro de la lengua castellana o española. Madrid: Visor.

DLE = Diccionario de la Lengua española. Disponible en https://dle.rae.es/

Sánchez-Prieto Borja, Pedro y Vázquez Balonga, Delfina (2018): «Toledo frente a Madrid en la conformación del español moderno: el sistema pronominal átono», en RFE, XCVIII, 1, enero-junio, pp. 185-215.

[1] En un documento inédito escrito por Alejandro García Arias, escribe “A mi amo y señor don Pedro Juaquin Boruel”. Todo apunta que es la misma persona que aparece como destinataria en una carta conservada en el Fondo Documental de las Cortes de Aragón en 1773 aquí (http://www.omnia.ie/index.php?navigation_function=2&navigation_item=%2F2022705%2Flod_oai_fondohistorico_cortesaragon_es_742_ent1&repid=1). El apellido Borruel, por otra parte, está generalizado en esta región.

[2] Hoy en día, Cájol, en la comarca del Sobrarbe, está despoblado, tras la pérdida total de habitantes en la década de 1960 (http://www.despobladosenhuesca.com/2011/10/cajol.html)

 

Por San Isidro, majos

La palabra majo nos resulta a todos familiar por las pinturas goyescas y el costumbrismo madrileño, sobre todo en los siglos XVIII y XIX. Estos personajes con vestimenta colorida y actitud festiva suelen tener este nombre. Otra manera de llamarlos es chisperos. El diccionario académico de 1780 define esta voz como “El que trabaja en hacer badiles, trébedes y otras cosas menudas de hierro”; sin embargo, en el diccionario académico de 1884 se reconoce el significado como “Hombre apicarado del pueblo bajo de Madrid”. Esto vendría, seguramente, de la asociación entre el oficio y el tipo social. También se les ha denominado manolos, quizá por la frecuencia de este nombre entre ellos. Pero vamos a centrarnos en los majos y lo que significan.

Es un majo “el hombre que afecta guapeza y valentía en las acciones o palabras. Comunmente llaman assí a los que viven en los arrabales desta corte”. Así presenta la figura del majo el primer diccionario de la RAE, conocido como Diccionario de Autoridades (1726-39). No hay autoridad, es decir, cita de una obra, que muestre el uso de esta palabra, que no había aparecido en otros diccionarios anteriores como el Tesoro de Covarrubias. El diccionario de Terreros y Pando lo define en 1787 como “guapo, baladrón, fanfarrón, garboso, petimetre”.

En 1803, el Diccionario de la Academia reconoce que también hay majas, en una reelaboración completa de la definición: “Majo, ja”, “la persona que en su porte, acciones y vestido afecta un poco de libertad y guapeza, mas propia de la gente ordinaria que de la fina y bien criada”.

Ya tenemos, por tanto, muy claro lo que significó ser majo o maja: figuras populares, con mucho brío, fanfarronería, chulería, descaro, frescura… Claro que hay un rasgo más que estaba en la primera definición y que, como se ha visto, se perdió por el camino: decía el Diccionario de Autoridades: “Comunmente llaman assí a los que viven en los arrabales desta corte”. Esta adscripción a Madrid se perdió en el diccionario académico en la edición de 1803. Sin embargo, se ha recuperado en la última edición del diccionario, en la que se ha modificado bastante la definición, que ahora es:

majo, ja (4ª acepción): En los siglos XVIII y XIX, persona de las clases populares de Madrid que en su porte, acciones y vestidos afectaba libertad y guapeza.

Es decir, se recupera en la definición el dato importante de que los majos y majas son figuras específicamente madrileñas, como se ve claro en el uso de la palabra en los textos (aunque no faltan ejemplos de textos que usan al majo como una figura popular, con características parecidas, de otras zonas de España).

Aparte de recreaciones literarias, no tenían buena fama dentro y fuera de Madrid. Al menos eso parece en un documento judicial de Arganda del Rey (Madrid), en el que una mujer insultó a otra vecina “que era una escandalosa, que los majos la davan pañuelos de seda”. Y aquí no hay que olvidar que la acepción de escandalosa no es ‘ruidosa’, sino la que recoge en primer lugar Autoridades (1729): “Perverso, malo, y propiamente se dice de la persona o cosa que ocasiona y da motivo a escándalo”. Es decir, que juntarse con majos no era de mujeres respetables.

Por otra parte, y esto también nos interesará en esta entrada, estas figuras no solo “afecta[ba]n un poco de libertad y guapeza” en “su porte, acciones y vestido”, sino que también su manera de hablar era (o se consideraba) muy característica. Debido a su extracción más humilde, es de suponer que se encuentran rasgos del habla más popular. Ya da una idea de este asunto José Cadalso, cuando escribe con cierto desdén “ni un majo del Barquillo hablaría con más bajo estilo”; hay señalar, por cierto, que en esta calle madrileña estuvo la famosa “Casa de Tócame-Roque”, a la que Ramón de la Cruz dedicó un sainete y que fue célebre por los conflictos entre sus inquilinos[1].

Hemos realizado una búsqueda de la figura del majo y la maja en diferentes textos, consultando el corpus CORDE y anotaciones personales sobre los Episodios Nacionales de Galdós. Las obras que presentan majos en CORDE (hemos buscado las apariciones de esta palabra) son tonadillas anónimas, obras de Ramón de la Cruz como Manolo o La Petra y la Juana o El casero prudente o La casa de Tócame-Roque, y en el XIX las de Bretón de los Herreros o Mesonero Romanos y, naturalmente, Galdós.

Allí, vemos cómo estos majos y majas muestran en su habla la chulería y el desgarro que se consideraban típicos de este colectivo, que se ve claramente en expresiones como “¡Duquesitas a mí!”, “¡A mí con esas!” o “Ya estoy frita” (la Zaina, en Galdós), “Me ha dado la real gana” o el irónico “no mates tanta gente, que se acaba el mundo”, “verás lo que es canela”, “mi santa voluntad”, “si te mueves, te como” (Nazaria, en Galdós), “Si supiera que habías de dar tal corte / la lengua te sacara / por el cogote” (Tonadilla “La contienda”), “le tengo de sacar las tripas juera” (Ramón de la Cruz, “Manolo”), “dar pa el pelo”, “Anda y qué güeno me sabe” (irónico) (Primorosa, en Galdós).

Además, las personas calificadas como majas (también, a veces, manolas o chisperos) presentan los siguientes rasgos:

-pérdida de -d- intervocálica muy generalizada: (Prao, salao, toícas, ío, en la tonadilla “La contienda”), cansaos (Galdós),

-pérdida ocasional de la -b- intervocálica: naaja ‘navaja’, caeza ‘cabeza’ (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés),

-pérdida de -d final: usté (tonadilla “La contienda”) o su conversión en -z («iz ca el regidor»),

-pérdida de -r- en algunas palabras concretas como mira o para: “mia qué fegura” (tonadilla “La contienda), “pa dárselos a los franceses” (Galdós),

-metátesis de -r- en algunas palabras: presona (tonadilla “La contienda”), treato (Galdós),

-aspiración de la f- inicial: juerza, juera (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés); juera (Galdós),

-jejeo y aspiración de -s final de sílaba (más raramente): jeñores (Galdós),

-uso de palabras “cultas”: cercunstancia (Tonadilla “La contienda”), alverso (Ramón de la Cruz, Manolo), osequiar (Galdós),

-confusión i/e átonas: ofecina (Ramón de la Cruz, Las castañeras picadas), dimonios (Galdós),

-confusión e/a átonas: Sabastián (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés),

-formación no normativa de formas verbales: dijites (Ramón de la Cruz, Manolo), semos (Galdós), estemos ‘estamos’ (Galdós), “quitaros las flores del pelo” (Galdós),

-uso de prefijos no normativos: “me enclavan alfileres”, “desapártense toos” (Galdós), reseñorona y requete-usía (Galdós),

-uso de motes, además de “la” y “el” ante el apodo o el nombre de pila: el Zurdillo, el Zancudo, la Pelundris, Gangosa, Perdulario… (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés). El origen de los motes es también interesante; ya que se suelen formar con adjetivos con resonancias cómicas (zurdillo, zancudo, gangosa, mediodiente). Algunos nombres se pronuncian de manera vulgar, como Alifonsa[2] y Lorencio).

Esta manera de hablar parece unida en la literatura no solo a la pertenencia a las clases bajas, sino a la chulería propia de los majos, con lo que por ejemplo en Galdós Primorosa es una desgarradísima maja, a la que Galdós llama “manola” e incluso “harpía” y que anima a la multitud a pedir cuentas a un regidor que será en efecto asesinado por la masa: “Pues iz ca el regidor y sacárselos de las asaúras”. En cambio, su marido Chinitas, un héroe modesto del 2 de mayo, intenta moderar los excesos de su mujer con una lengua no marcada: “Mujer, deja en paz a ese caballero. Mira que la armo”, a lo que ella le responde: “¡Sopa sin sal, endino!”.

¿Hablaban así las personas de las clases populares de Madrid? Parece claro que no exactamente. Por una parte, la representación literaria del habla de Madrid es una simplificación de cómo se hablaba (así pasa en todas las imitaciones literarias del habla de cualquier grupo, como hemos mostrado en esta, en esta y en esta entrada del blog). García González  (2018) manifiesta que en muchas de estas obras “el habla de las clases populares de Madrid” se representa “casi exclusivamente mediante vulgarismos fonéticos”: es decir, que por supuesto no todas las personas de Madrid hablaban “a lo majo”, y además los rasgos que se señalan como característicos de los majos no son exclusivos de ellos, sino “vulgarismos fonéticos” o de otro tipo que se advierten también en hablas populares de otras zonas, como la caída de -d- y de otros elementos, préstamos del habla de germanía, aspiración de -s, entre otros. Por otra parte, parece probable que ciertos grupos populares, entre ellos los conocidos como majos, creasen un habla peculiar exagerando determinados elementos y tomando incluso rasgos fonéticos considerados vulgares más propios de otras regiones. Por ejemplo, se ha observado la influencia de las hablas andaluzas en ciertos grupos populares de Madrid, así como el éxito de los gitanismos (García González 2017: 39).

En el análisis del habla popular de Madrid tal como se muestra en los documentos escritos por personas con una baja formación sí encontramos no pocos de estos rasgos, pero no todos. Destacan como verdaderos rasgos propios de las personas de escasa formación de Madrid (lo que no quiere decir que no fueran también propios de otras zonas) en los siglos XVIII y XIX la variación en el vocalismo átono con respecto de la norma culta, no solo entre e / i, sino entre o / u: sostituyr, demisión, deligencias, tiniente, intelejible o Brigeda son ejemplos de ello. En los documentos alcalaínos, se encuentran numerosos cambios con respecto al estándar de -l y -l finales de sílaba: generar ‘general’, vorvese ‘volverse’, barcones ‘balcones’, carcula ‘calcula’… La omisión o cambio de las consonantes –p, –b, –t, –d, –c, –g y el grupo –ns finales de sílaba son habituales: istancia, susistencia, osequio, se didne, octener, albertir ‘advertir’ o Sectiembre son algunos ejemplos. También la vacilación o caída de consonantes finales de sílaba, especialmente de palabra, son relativamente frecuentes, aunque no tanto como los rasgos anteriores: birtuz, segurida, uste, Merze (Almeida Cabrejas, en prensa).

En cuanto a la caída de -d- o de otras consonantes intervocálicas, un rasgo muy repetido en la imitación de la lengua de los majos, se encuentra en textos de personas poco alfabetizadas de Madrid (acristianao, echao) (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2019), pero no lo hemos visto en zonas cercanas, por ejemplo en Alcalá de Henares; la modificación de la f- o s- en posición inicial de sílaba (como en juerza o jeñores) es inexistente en los textos analizados.

Con este acercamiento a la figura y la lengua de majos y majas celebramos desde Alcalá de Henares la fiesta de nuestros vecinos de Madrid (Madrí, Madriz) y les deseamos una fiesta lo mejor posible dentro de las duras circunstancias actuales.

 

Belén Almeida y Delfina Vázquez

 

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén y Delfina Vázquez Balonga (2020): “Por san Isidro, majos”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: [link].

Imagen: Marina Serrano Marín.

 

Para saber más:

Autoridades = Real Academia Española de la Lengua (1726-1739): Diccionario de Autoridades. Disponible en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española. https://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico

Almeida Cabrejas, Belén (en prensa): “1.1.2. Escritos de nivel sociocultural medio y bajo en Alcalá de Henares en los ss. XVIII y XIX”, en La lengua de Madrid a lo largo del tiempo. Universidad de Sevilla.

CORDE = Real Academia Española de la Lengua: Corpus Diacrónico del Español. Disponible en https://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde

García González, Javier (2017): “El elemento gitano en el habla de Madrid”, en José María Santos Rovira (ed.), Variación lingüística e identidad en el mundo hispanohablante. Lugo: Axac, pp. 31-54.

García González, Javier (2018): “Aportación al estudio del habla de Madrid en los siglos XVIII y XIX”, Actas del X Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, 1571-1588. https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/37/61/37garcia.pdf

Sánchez-Prieto Borja, Pedro y Delfina Vázquez Balonga (2019): La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos de los siglos XVI al XIX. Madrid: Ediciones Complutense.

[1] La casa fue demolida en 1883 (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2019).

[2] La variante Alifonso se ve en una nota de mano poco experta en 1741 (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2019: 108). También la pone Galdós en boca de José Izquierdo, tío de Fortunata en Fortunata y Jacinta (1884) (Véase el post dedicado a él en TextoR).

El menistro asigura lo mesmo de siempre… Vacilación de e/i, habla popular, madrileño y andaluz

La vacilación e/i (especialmente en las sílabas átonas) es muy usual en la lengua. Se produce por muy diversas causas, entre otras la asimilación (es decir, la aproximación de un sonido a otro cercano): así, teniente dará tiniente, lección dará lición o seguiendo (forma de seguir, con -e-) dará siguiendo (forma que ha tenido éxito y es parte del paradigma normativo del verbo). Pero también en otras palabras hay variación entre e e i.

En el siglo XVI, sigún o siguro parecen haber sido formas frecuentes; en el XVIII, mesmo se seguía utilizando. Pero ¿qué hablantes usaban estas formas? ¿Eran personas cultas o menos cultas? ¿Tenían algunas de estas palabras menos prestigio? Digamos: ¿sonreían, disimuladamente o no, los hablantes cultos cuando oían “mesmo”, como algunas personas hacen hoy cuando el camarero ofrece “cocretas”?

Probablemente sí. En diferentes palabras, una de sus formas fue quedando relegada y se impuso otra; las personas que usaban la forma relegada fueron siendo vistas como menos cultas. Debido a esta convicción, se llegó a usar formas como menistro en la imitación del habla popular en los siglos XVIII, XIX e incluso XX. Como ya hemos visto en otras entradas como «Biba en la prensa del XIX» o algunos Rinconetes del Centro Virtual Cervantes (“Faltas de ortografía, ayer y hoy”; “¿Qué an eho los cahorros de león?”), se hizo uso de la imitación de la lengua y de la escritura de distintos grupos para caracterizarlos, en general con un propósito humorístico.

Así, el periódico La Revista Española, en su ejemplar del 21 de enero de 1835, reproduce “sin variarle punto, letra ni coma” un documento firmado por un comandante carlista, en el que se atribuye a este comandante, entre otras elecciones poco prestigiosas, la palabra “distruccion”. ¿Por qué opta el periódico por dedicar espacio a estos errores? Para burlarse de la escasa instrucción de un militar carlista, y, de paso, del bando carlista entero.

Pero no solo eso: parece que también se impuso una cierta conciencia de que estas formas eran propias de algunas variedades del español, por ejemplo del madrileño o del andaluz. En la imitación del habla popular madrileña, Galdós hace a sus majos, majas o manolas hablar con este rasgo (entre otros), y por ejemplo Pujitos, en una novela de los Episodios nacionales de Galdós (El 19 de marzo y el 2 de mayo, 1873), arenga así a la multitud:

-Jeñores: denque los güenos españoles golvimos en sí, y vimos quese menistro de los dimonios tenía vendío el reino a Napolión, risolvimos ir en ca el palacio de su sacarreal majestad pa icirle cómo estemos cansaos de que nos gobierne como nos está gobernando

Como se puede ver, Pujitos presenta muchísimas características fonéticas peculiares, desde el jejeo (aspiración de s en posición inicial de sílaba: jeñores) o la caída de d intervocálica (vendío, cansaos) o inicial (icirle) al rasgo que estamos buscando, el paso de e a i o de i a e: risolvimos, dimonios o menistro (además de Napolión, que es algo diferente porque se da en un contexto de dos vocales juntas). La manola Primorosa usa la palabra endino (por indigno), en la misma novela de Galdós.

También en la obra Los madrileños adoptivos (1790)[1], de Antonio González de León, se hace hablar a los madrileños (de quienes el autor se burla) con este rasgo, frente al español señorial y exquisito de las figuras andaluzas: palabras como metá, nenguna, redículo, sigún, fegura, misiricordia, menistro, milindres o cerimonias muestran claramente que el autor considera este rasgo muy característico de los hablantes madrileños, o al menos de algunos.

Pero también al imitar el modo de hablar de hablantes andaluces se recurrió a este tipo de cambios, y en el periódico El tío Tremenda, publicado en Sevilla a comienzos del XIX, encontramos, junto con rasgos como aspiración de h- inicial (jace), omisión de “d” intervocálica o final, incluso inicial (juzgaos, usté, erecho, ice), también la apertura de i en e (más que cierre de e en i): trebunales, encumbencias, mesmo, menistro… Claro que en este periódico las personas que hablan “en andaluz” se ocupan de aspectos tan encumbrados que los vemos también hablar de argüir, proyeutos, paraoxas (paradojas) o cimientos del trono.

También en una presunta «Carta de Andalucía» (sin duda una creación, no una carta real) recibida por el periódico El censor en 1781 aparecen elementos como mijor, siñor, paricia (parecía), antisala, mesmamente, escrebir, melitar o prencipio. (Se ha consultado el periódico en la Hemeroteca Digital de la BNE).

Realmente, ¿hablaban así los madrileños, los andaluces? ¿Hablaban así algunos de ellos? ¿Por qué coincide este rasgo (y otros) del habla madrileña y del habla andaluza? Pues porque, en realidad, lo que hacen muchos de estos textos que pretenden imitar cómo habla un colectivo de una u otra zona no es tanto reproducir las principales características de un dialecto, sino utilizar vulgarismos no exclusivos de una zona u otra[2].

Así pueden coincidir los rasgos que un sevillano destaca del habla de madrileños (en Los madrileños adoptivos), los que un periódico de Madrid resalta de los andaluces (en la “Carta de Andalucía” de El censor, 1781), los que una publicación de Sevilla considera característicos de los sevillanos (en El tío Tremenda) e incluso los que Galdós (canario, y madrileño adoptivo él también) señala como propios de los majos y manolas de Madrid. Otros textos del XVIII, como el sainete Manolo de Ramón de la Cruz[3] (defuntos, ensine ‘insigne’, nenguno) o la Infancia de Jesu-Christo, de Gaspar Fernández y Ávila[4] (mijor, prencipal, quistiones, vigilia) resaltan lo dicho: el cambio e/i era un vulgarismo de amplio alcance que a pesar de ello se consideró característico del habla de diferentes zonas.

Sin embargo, aunque obviamente hay una exageración y simplificación de los rasgos, se encuentran en documentos reales escritos por personas de bajo nivel socioeducacional ejemplos de estos rasgos: solinidad (por solemnidad), besitazion (por visitación), enclusa (por inclusa) y bautezada se encuentran en documentos madrileños del XVIII, y matremonio y Getrudes en documentos del XIX[5].

Parece claro, como hemos defendido en muchas entradas de este blog, que para estudios de tipo histórico, sean sobre aspectos sociales[6], lingüísticos u otros, la literatura es una fuente importante, pero los materiales de la época, entre los que destacan los documentos de archivo, los documentos notariales, peticiones, cartas o notas, son mucho más fiables y por tanto más relevantes para conocer la realidad de la época.

Belén Almeida

 

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén (2020): “El menistro asigura lo mesmo de siempre… Vacilación de e/i, habla popular, madrileño y andaluz”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: link.

 

[1] Fernández Martín, Elisabeth (2016), Sevilla frente a Madrid en el siglo XVIII: Los madrileños adoptivos (1790), de Antonio González de León, Madrid, CSIC.

[2] Lola Pons (2000), “La escritura «en andaluz» en tres periódicos del siglo XIX: El tío Tremenda (1814, 1823), el Anti-Tremenda (1820) y El tío Clarín (1864-1871)”, Philologia Hispalensis, 14, 77-98. http://institucional.us.es/revistas/philologia/14_1/art_7.pdf

[3] Javier García González (2018), «Aportación al estudio del habla de Madrid en los siglos XVIII y XIX», Actas del X Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, 1571-1588. https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/37/61/37garcia.pdf

[4] Juan Antonio Frago Gracia (1993), Historia de las hablas andaluzas, Arco Libros.

[5] Pedro Sánchez-Prieto y Delfina Vázquez Balonga (2019), La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos de los siglos XVI al XIX, Ediciones Complutense.

[6] Por ejemplo, los historiadores de la vida cotidiana han señalado en las últimas décadas, con recurso a registros de matrimonios, que el matrimonio en los siglos XVI y XVII era mucho más tardío de lo que se puede suponer por fuentes literarias, como por ejemplo la tragedia de Shakespeare Romeo and Juliet, donde Juliet tiene 13 años.

Homenaje a Benito Pérez Galdós

El pasado 4 de enero se cumplieron 100 años del fallecimiento de uno de nuestros escritores más significativos, Benito Pérez Galdós, y, con esta efeméride, se ha comenzado oficialmente el año dedicado a su centenario. En TextoR no hemos querido ser ajenos a esta conmemoración, ya que tenemos una gran preferencia por el autor canario, al que hemos dedicado varias entradas. En especial, nos ha interesado su gran capacidad para retratar el habla de sus variados personajes, da igual su origen o estrato social. El primero de ellos lo titulamos, precisamente, «Galdós y la sociolingüística», pues pocos autores nos han regalado más datos sobre la manera de hablar de todas las clases sociales. La interjección «Ajo», que hoy en día puede resultar francamente extraña, fue común en Madrid, pero los literatos no le prestaron mucha atención; en cambio, está reflejada en Galdós y en un documento de archivo del siglo XIX.
Además, nos ha llamado especialmente la atención el papel de algunos personajes determinados, caracterizados con la precisión de un miniaturista. Un caso es el de Mauricia la dura, la infeliz amiga de Fortunata, o José Izquierdo, el torero «de invierno», tío de Fortunata. Los dos, representantes del mundo marginal más olvidado del Madrid de la época. Algunos de sus rasgos lingüísticos se han podido ver también en documentos de personas poco instruidas en la capital en la misma centuria, por lo que el realismo del autor queda claro.

Por otra parte, podemos recurrir a las obras de Pérez Galdós para encontrar numerosas referencias a términos de la época. Por ejemplo, las «culebras» de mazapán mencionadas en uno de los Episodios Nacionales, de las que hablamos aquí. Y sin salir de la comida, hay referencias al chocolate molido en esta entrada y los percebes «como patas de cabra» en esta otra. Una sustancia peligrosa, pero utilizada en botica, el cornezuelo, es citado en Fortunata y Jacinta, como bien se explica aquí. 

Aunque mucho se habla – y con razón – del valor de Galdós como narrador de historias, desde TextoR queremos rendirle este homenaje como uno de los nuestros mejores informantes de la lengua del siglo XIX. Su obra, también en este aspecto, será eterna.

Delfina Vázquez Balonga

Imagen: Ramón Casas, «Benito Pérez Galdós». Barcelona, Museu Nacional d´Art de Catalunya.

 

Cómo citar esta entrada:

Vázquez Balonga, Delfina (2020): “Homenaje a Benito Pérez Galdós”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2020/01/07/homenaje-a-benito-perez-galdos/.

 

 

 

 

Hechiceras dieciochescas (I): Andrea Crespo

Comenzamos con esta entrada una nueva serie dedicada a unos procesos inquisitoriales de gran interés lingüístico, histórico y antropológico. Se trata de los juicios a mujeres custodiados en el Archivo Histórico Nacional, fondo Consejo de Inquisición, accesibles actualmente en línea por el portal PARES[1]. Tenemos una muestra publicada en  un volumen de la serie Textos para la Historia del Español (Almeida Cabrejas, Serrano Marín y Vázquez Balonga 2018), además de un artículo en prensa a partir del corpus documental del que hablaremos entrega por entrega en este blog (Almeida Cabrejas y Vázquez Balonga).

La acusación común para estos expedientes es, como se ha dicho, la brujería; sin embargo, para este concepto deberíamos detenernos en una explicación, pues el Santo Oficio distinguió diversos delitos con denominaciones diferenciadas. Así, contamos con procesos en los que hay sortilegios, fenómenos como hallar la suerte con un ritual o encontrar un tesoro por arte de magia, pero también el pacto (con el Diablo) y, más lejos de estas prácticas que consideraríamos esotéricas o más propias de la brujería, nos encontramos a las curanderas, a las que se acusaba de curación supersticiosa. Tal y como se ve en la abundante documentación dedicada a este tipo de acusaciones, en el siglo XVIII era muy frecuente recurrir a curanderos y hechiceros.

Pese a todo, el trato de las supersticiones y la brujería en la Inquisición española ha sido considerado poco severo (Lea 1982), sobre todo en comparación con otras regiones de Europa. La Inquisición española, además, convoca a “descreer” los asuntos sobrenaturales (Cavallero 2011).

Uno de los motivos por los que se hace apasionante acceder a estos procesos es que se puede conocer de primera mano la historia personal de las acusadas y su entorno. Domina el perfil de mujeres de origen modesto, aunque no por ello desocupadas; por ejemplo, Joaquina Molla y María Medel eran criadas y Dominga Panera se dedicaba al hilado. Había igualmente solteras, viudas y casadas, que podían ser jóvenes, de mediana edad e incluso ancianas, como Dominga Panera, de 80 años. Algunas provenían de zonas rurales, otras de ciudades como Madrid o Toledo. Destaca la presencia de las gitanas, acusadas a menudo de delitos de brujería y superstición. Hay acusadas procedentes de todos los puntos de España, incluidas las Baleares y Canarias. En este corpus nos hemos centrado solo en nuestro país, y no hemos trabajado con documentación de la América hispana de esta época, que fue muy rica precisamente en asuntos de brujería[2].

Nuestra primera protagonista es Andrea Crespo, detenida e investigada por el Tribunal del Santo Oficio de Madrid (llamado en el original “Inquisición de Corte”) en los años 1756-1757. En el documento se dice que tiene 32 años y que es natural de un lugar llamado “Guada”, del obispado de León. Seguramente se refiere a Guardo, localidad palentina cercana a la frontera leonesa[3]. En su declaración de 1757 contó que había vivido en Valladolid, pues sus padres tenían “tienda de aceite y vinagre”; de sus ancestros, aseguraba que eran cristianos viejos y arrieros. Sin embargo, la mujer, a la que se atribuye el oficio de calcetera, vivía desde hacía unos 20 años en Madrid, donde estaba también su particular grupo de cómplices acusados de brujería, entre ellos un hombre llamado Miguel López, “El herrador”, una tal Nicolasa, otra apodada “la andaluza” o “la mulata” y María González, así como una mujer investigada previamente, Catalina Sandoval, “la Catuja”.

El delito imputado a Andrea Crespo era “sortilegio” y “pacto”. Del primero dice el diccionario de Autoridades (1739) que es “la adivinación que se hace por fuentes supersticiosas”. El proceso se abrió con la acusación de un tal José del Castillo, que aseguró conocer a la acusada porque coincidió con el marido de esta en el presidio en Orán. Según su testimonio, Andrea Crespo sabía de su deseo por obtener una plaza de guarda y le ofreció un hechizo y pacto con el Demonio para conseguirla.

Más adelante, la alegación fiscal recoge la declaración que hizo la acusada voluntariamente en el año 1757. Como pruebas contra ella había “una estampa y una piedra” que había entregado a su confesor. En su declaración también contó que había conocido hacía unos 5 años a “la andaluza” y a Miguel “el herrador”, con quien hizo algunos rituales mágicos con huevo, harina, cera virgen, con el fin de “mezclar la semilla de ambos, conociéndola antes torpemente, como hizo esta reo”.

Por su parte, Miguel López, “el herrador”, declaró que Andrea Crespo “vivía en una guardilla amancevada con Josef del Castillo”, y que este, para conseguir su propósito de obtener la plaza de guarda, había realizado un rito mágico con una estampa, unos polvos de acero y una piedra imán. Además, contó que convenció al citado José para hacer otro hechizo que lograría sacar un tesoro enterrado cerca de la ermita del Ángel, un curioso rito con avellanas y otros elementos, que se describe de esta manera:

“3 avellanas un poco de azogue, tapasse después el ahugero con cera del cirio  pascual, y echándolas juntas en el sitio que se sospechaba huviesse tesoro, y si se paraban todas en línea, allí donde paraban, estaba oculto, porque de lo contrario, cada avellana tiraría por distinto lado”.

La creencia del tesoro oculto, con un ritual especial para poder localizarlo gracias a hechiceras, es recurrente en los procesos de brujería del siglo XVIII, como se puede ver en otros casos de nuestro subcorpus[4].

Además de la historia del tesoro junto a la ermita, Miguel López contó al Santo Oficio que una cómplice llamada María le mostró una manera de conseguir la voluntad de los demás: “cogiendo una vívora viva, y pasándola por los ojos una ebra de seda con abuja esta misma, que después se pasasse por la ropa de cualquiera persona, se lograría que no negasse lo que se le pidiesse”.

Al parecer, Andrea Crespo tenía mucho trato, íntimo incluso, con Miguel López, “el herrador”, al que una declarante presa, María González, consideraba un “mágico” (es decir, ‘mago’), además de sanador. Pese a la gran variedad de las declaraciones, la acusada fue considerada “supersticiosa, con invocación expresa al Demonio, engañadora y embustera, y en lo suspenso de vehementi”, con la pena de “cárceles secretas” y embargo de bienes.

Además de los muchos datos sobre las supersticiones de la época, el proceso tiene algunos datos llamativos sobre la historia topográfica madrileña; por ejemplo, se menciona que la acusada iba a confesarse al convento de Santa Bárbara, conocido también como las Salesas Reales, que hoy está ocupado por el Tribunal Supremo y conserva todavía una iglesia para el culto. En ese mismo año 1757 había sido fundado por la reina Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI. Otro convento al que se hace referencia es “las Baronesas”, ya que uno de los declarantes dice que “le dio un chico de las varonesas un poco de cera”. Se refiere a un edificio desaparecido que ocupaba el terreno donde hoy en día está el Círculo de Bellas Artes. En el mismo proceso leemos la referencia a la ermita del Ángel, que se encontraba ubicada cerca del Puente de Segovia, y que fue demolida en 1772. Por último, se mencionan calles como la de Majaderitos (actualmente, Barcelona y Cádiz[5]) y la de Alcalá.

No podemos terminar esta entrada sin referirnos a las características lingüísticas. Pese a la formalidad del documento, hay algunos reflejos de la oralidad, como la velarización de la secuencia fónica /bwa/ en guardillas ‘buhardillas’, habitual en los escritos de la época, así como las formas vulgares abuja ‘aguja’ y ahujero ‘agujero’. Otro fenómeno fónico destacado es la confusión de palatales /y/ – /ɲ/ (engayó ‘engañó’).  Por otra parte, hay un generalizado laísmo: “la digeron [a la declarante] que era mágico”; “sacándolas [a María y la reo] el dinero”, “y su cómplice la huviesse hecho mal en un brazo [a la reo]”. En la reproducción del discurso directo hay expresiones coloquiales como “Ay, mi Josef” o “hace 3 días que no pego ojos”.

En el léxico, hay términos propios de la brujería habituales, como los citados sortilegio y pacto, pero también hechicero, hechicería, invocación, además de vocabulario propio de la Inquisición, como la fórmula de vehementi, aplicada a los reos con serias sospechas. Entre otros ámbitos léxicos, destacamos las referencias a dinero como el doblón (moneda de oro) y el peso (moneda castellana de plata).

Sin duda, son numerosos los datos que se encuentran en estos textos. En sucesivas entregas, hablaremos de otros casos de supersticiones a través de los procesos de sus protagonistas. Nuevas y sorprendentes historias nos esperan.

Delfina Vázquez.

 

Cómo citar esta entrada:

Vázquez Balonga, Delfina (2019): “Hechiceras dieciochescas (I): Andrea Crespo”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/12/07/hechiceras-dieciochescas-i-andrea-crespo/.

 

Para saber más:

Almeida Cabrejas, Belén y Delfina Vázquez Balonga (en prensa): “El vocabulario de las prácticas mágicas realizadas por mujeres en documentos inquisitoriales del siglo XVIII”.

Almeida Cabrejas, Belén, Marina Serrano Marín y Delfina Vázquez Balonga (2018): Textos para la Historia del Español XI. Consejo de Inquisición. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá.

Cavallero, Constanza (2011): “Brujería, superstición y ‘cuestión conversa’: historias de construcción de ‘otros-cristianos’”, Anuario de Estudios Medievales, 41 (2011) pp. 343-373.

Gea Ortigas, Mª Isabel (2012): Calles de Madrid. Madrid: La Librería.

Lea, Henry Charles  ([1906] 1982): Historia de la Inquisición Española, 3 vols., trad. y ed. Jesús Tobío y Ángel Alcalá. Madrid: Fundación Universitaria Española.

Martínez, Mateo (1994): “La organización del espacio diocesano en la historia de Castilla y León”, en Investigaciones históricas. Época moderna y contemporánea, nº14, pp. 119-136.

Sánchez del Olmo, Sara (2016): “Marginalidad, brujería y etnicidad en Nueva España: Mariana de la Candelaria, una maléfica mulata del siglo XVIII”, en Letras Históricas, nº 13, pp. 15-33.

Madrid Histórico: http://www.madridhistorico.com/seccion5_historia/nivel2_informacion.php?idmapa=9&idinformacion=69&pag=1

 

Notas al texto:

[1] Estos procesos suelen encontrarse en PARES en la forma de “alegación fiscal”.

[2] De la numerosa bibliografía disponible sobre estos juicios en América, podemos citar como ejemplo a Sánchez del Olmo (2016).

[3] Como se puede ver en el mapa de distribución territorial de las diócesis españolas a finales del siglo XVIII, el obispado de León se extendía hacia diversos puntos de los cuatro puntos cardinales (Zamora, Valladolid, Santander, Palencia), mientras que otras partes de la actual provincia eran dominadas por el de Astorga (Martínez 1994: 119).

[4] Por ejemplo, Beatriz Montoya y Sebastiana Fernández (Almeida Cabrejas y Vázquez Balonga, en prensa).

[5] La calle Ancha de Majaderitos es hoy en día la calle Barcelona, mientras que la Angosta es la de Cádiz y una parte de Espoz y Mina  (Gea Ortigas 2012).