Viernes Santo, 1803

En la anterior entrada habíamos explicado la importancia de la documentación del Colegio de San Ildefonso, conocido también en otros tiempos como Colegio de los Niños de la Doctrina, institución educativa que sigue activa a día de hoy en el corazón de Madrid. De los muchos asuntos que se trata en sus documentos conservados en el Archivo de Villa, uno es el relacionado con las actividades que solían desempeñar los internos para costear sus numerosos de mantenimiento. Muchos colegiales huérfanos o «de la doctrina» de la corte y otros lugares eran llamados para desfilar en los funerales a cambio de una limosna, y su presencia era requerida por muchos fieles, como el mismo Pedro Calderón de la Barca, que en su testamento (1681) indica lo siguiente para sus exequias en Madrid:

«Y asimismo les suplico que para mi entierro no conviden más acompañamiento que doce religiosos de San Francisco, y a su Tercera Orden de hábito descubierto, doce sacerdotes que acompañen la cruz, doce niños de la Doctrina y doce de los Desamparados» (Edición de Antonio Matilla Tascón, 1983, CORDE)

Además de su actividad en los entierros y su aún vigente presencia en la lotería, otra de sus funciones era participar en las procesiones de Semana Santa, como indica Mesonero Romanos en su Manual de Madrid, publicado 28 años más tarde: «asisten a las procesiones y entierros, y sacan los números de la lotería».

Esta última actividad aparece precisamente en el documento que hemos elegido para comentar. Se trata de una carta escrita por Ángel González Barreiro, seguramente un cargo del ayuntamiento de la capital, al rector de San Ildefonso, Cándido Pérez Medel, el 21 de marzo de 1803 (Archivo de Villa de Madrid, Secc. 2, 298, 11, 4 ). En el corpus ALDICAM es el número 569. En la misiva, González Barreiro comunica que se ha requerido desde la Congregación del Santísimo Cristo de la Fe, ubicada en la parroquia de San Sebastián, un coro de 18 niños del colegio, por lo que su presencia requeriría seguramente de algún tipo de interpretación musical. Por otra parte, señala que se ha aceptado que los niños del colegio tomen un almuerzo durante el transcurso de la procesión del Viernes Santo, ya que emplean mucho tiempo, «desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde», además del «quebranto que sufren». Para pagar la asistencia de los niños en la procesión y su correspondiente tentempié, se ha acordado un gasto de 160 reales de vellón.

En el nivel gráfico, este documento muestra las clásicas abreviaturas de la época: S<eñor>, S<antisi>mo, Mad<rid>, Ygl<esia>, entre otras. Igualmente se encuentra un uso gráfico habitual en las primeras décadas de 1800, la h antietimológica («haya disposición de que puedan hir«). En los usos de v/b, se destaca la preferencia del escriptor por formas del verbo haber con v havia convenido»), aunque la Academia ya impuso en su Diccionario de Autoridades (1734) la grafía con b, pero sin aplicación inmediata ni obligatoria en la escritura habitual. Lo mismo sucedió con deberdeve contribuir»), que ya en el diccionario académico se prefería con la forma actual, sin reflejo en la mano de González Barreiro. Por otro lado, el uso de mayúsculas se ajusta a lo convenido en la norma actual, ya que se ve en nombres propios («Perales», «Madrid», «Portago», «Angel», «Viernes S<anto>», «R<eal> Congregacion»), pero también en elementos en los que se debería poner minúscula, al ser verbos o sustantivos sin ninguna denominación especial («Comisario», «Niños», «Almorzar», «Procesion»).

Como en otras cartas de nivel formal de la época, en este texto se encuentra un considerable uso del adjetivo antepuesto con valor anafórico («referido excelentísimo señor», «expresados señores», «dichos niños»), aunque también con otros contextos («tan dilatado tiempo»). En el vocabulario, primero hay que llamar la atención sobre los términos inteligencia y quebranto. La primera de ellas es asociada en la lengua actual a la capacidad de entender; sin embargo, en nuestra carta forma parte de una locución dentro del siguiente fragmento: «

«havía combenido con el referido excelentísimo señor en que contribuya la citada congregazión con 160 reales vellón por los 18 niños en consideración a que se les ha de dar también de almorzar para que puedan resistir, cuyo estipendio se deverá pagar siempre que se pidan y haya disposición de que puedan ir. Y en su inteligencia acordó aprobarlo y que se noticiase a V.M.».

En este caso, el diccionario de la Academia de 1803 registra «En inteligencia» como «En concepto, en el supuesto, en la suposición», por lo que se aleja del sentido más usado hoy en día. Por otra parte, quebranto es empleado en esta ocasión como ‘cansancio, agotamiento’, por lo que se infiere de la carta. No obstante, el término ha decaído, y la acepción quizá más conocida es ‘dolor, aflicción’.

No podemos olvidar el vocabulario relacionado con las instituciones benéficas, en concreto, los cargos de comisario y rector que correspondían al colegio de San Ildefonso. Según el citado diccionario de 1803, la voz comisario sería «el que tiene poder y facultad de otro para para executar alguna orden o entender algún negocio», si bien en este caso, estaría ceñido a las ordenanzas de San Ildefonso. Asimismo, rector puede ser «el que rige o gobierna», pero, en este caso, lo más adecuado es «el superior a cuyo cargo está el gobierno y mando de alguna comunidad o colegio». En cuanto al vocabulario de la Semana Santa, encontramos el conocido hermano mayor, además de carrera, referida al recorrido de la procesión, que en la edición de 1803 no está, aunque sí como «calles destinadas para alguna función pública o solemne».

Delfina Vázquez Balonga

Imagen: Pexels

Para saber más:

  • Mesonero Romanos, Ramón (1831): Manual de Madrid. Descripción de la corte y de la villa. Madrid: Imprenta de D.M. de Burgos.
  • Sánchez-Prieto Borja, Pedro y Delfina Vázquez Balonga (2019): La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos de los siglos XVI al XIX. Madrid: Ediciones Complutense.

En el portal de Bethleem

En esta entrada queremos hacer un acercamiento al nombre propio Belén y sus variantes, que tanto se encuentran en las referencias navideñas, sobre todo en poesía y música popular. ¿Quién no recuerda la primera estrofa «A Belén pastores» o «En el portal de Belén»? Por no hablar de la bonita tradición de poner un «belén» en las casas, representación del nacimiento de Jesús que ha quedado fijada como sustantivo común a partir del nombre de la ciudad bíblica. O incluso, junto a esta acepción entendemos que hay un buen alboroto cuando se habla de que se ha «armado un belén».

Todo proviene del topónimo hebreo Bet lehem, ‘casa del pan’, la ciudad cercana a Jerusalén donde nació Jesús de Nazaret. En latín se transcribió como Bethleem, aunque, debido a su origen, algunas lenguas como el inglés han mantenido el fonema /h/ y su grafía (Bethlehem). Por cierto, en Londres hay un famoso hospital psiquiátrico llamado Bethlem, variante del original St. Mary Bethlehem o Bedlam, y esta última opción es la que ha dado lugar al sustantivo que designa un asilo para enfermos mentales o un alboroto, según la edición actual del diccionario Collins.

En castellano hubo un tiempo en el que se prefería la forma latina, como así demuestran numerosos textos: la Fazienda de Ultramar (h. 1200) y, más adelante, la cuarta parte de la General Estoria (“Los de Bethleem). Más adelante se siguen encontrando referencias sueltas en los siglos XVIII y XIX; una de ellas está en el Viaje al reino del Perú, de Antonio Ulloa, en 1748, “un hospital de nuestra Señora de Bethleem”. Y en las letras de las composiciones navideñas tampoco faltan. Por ejemplo, el villancico “Unos pastores” del músico cubano Esteban Salas, datada en 1793, comienza con el siguiente recitado[1]:

Unos pastores, ¡o qué afortunados!

de hallarse en Bethleem ya, cerciorados,

[al] Pastor, que apacienta a todo

el mundo,

vienen, y con respecto mui profundo

lo adoran; y ofreciéndose del todo,

Pastorela le cantan a su modo

Sin embargo, si volvemos a la base CORDE, la forma adaptada Belén está documentada ya en autores como Alonso de Santa Cruz , en la obra Crónica de los Reyes Católicos (1491-1516). Y en esta pieza de Lucas Fernández de 1514, llamada Auto o farsa del Nascimiento de Nuestro Señor, aparece:

O Belén / Belén / por quien oy en ti nasció, / gran gozo nos percundió.

Por otro lado, la advocación de Nuestra Señora del Belén ha gozado de cierta popularidad, en localidades españolas e hispanoamericanas, lo que ha facilitado su difusión como nombre de pila. Podemos verlo en algunas monjas que ya lo elegían como parte de su nombre al entrar en religión; el caso más conocido es el de Luisa de Belén Cervantes, una de las hermanas del autor del Quijote, que fue carmelita descalza en el Convento de la Imagen de Alcalá de Henares, como se puede leer en esta noticia. Más adelante se fue generalizando como antropónimo de origen mariano para mujeres de toda condición. Aparece en una poesía de Juan Bautista de Arriaza (c. 1790-1823) («El fuego, Belencita, de tus ojos»). Igualmente, se puede encontrar el nombre en correspondencia privada custodiada en los archivos estatales. En el de Nobleza tenemos una carta perteneciente al fondo de la casa nobiliaria de Luque, fechada en 1829, en la que Belén Aguilar escribe a Cristóbal Fernández de Córdoba, conde de Luque (disponible en PARES en este enlace).

Más adelante, la literatura vuelve a ofrecernos un ejemplo: en Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós (1885), aparece como nombre elegido para una interna del correccional «Las Micaelas»:  

Una de ellas era casi una niña, de tipo finísimo, rubia, y tenía muy bonita voz. Cantaba en el coro los estribillos de muy dudoso gusto con que se celebraba la presencia del Dios Sacramentado. Llamábase Belén, y en el tiempo que allí había pasado dio pruebas inequívocas de su deseo de enmienda.

Por último, las primeras alusiones de belén como sustantivo común, con el equivalente a ‘ruido, confusión’ están en Larra (1832) y otros autores del siglo XIX. Eso sí, no aparece hasta el diccionario de Domínguez (1853), pese a estar claramente presente en el habla. Como equivalente a ‘representación del nacimiento’ no está en los diccionarios del siglo XVIII, aunque hoy en día sea uno de los términos más empleados.

Esta entrada está dedicada, cómo no, a mi compañera Belén Almeida, quien me ha facilitado además las referencias de los documentos del fondo de Luque y la información sobre el Betlam de Londres.

Con o sin belenes, os deseamos una feliz Navidad y un próspero año nuevo.

Delfina Vázquez Balonga.

Imagen: Pixabay


[1] Recogemos la transcripción y edición de Miriam Escudero (2001). Museo Archidiocesano de la Catedral de Santiago de Cuba. SMEC, Leg. 2, Exp. 13

Escrito en Nuevo México (II): escritura y fonética

Ya vimos en la anterior entrada cómo el corpus Diacrónico del Español de Norteamérica (CORDINA) atesora numerosos testimonios del español del actual Estados Unidos y, entre estos documentos, destacamos los recogidos en la Newberry Library de Chicago, en una valiosa colección en la que encontramos piezas de Arizona y, sobre todo, de Nuevo México, de los siglos XVIII y XIX.

Además de los nombres de persona, en estas piezas es especialmente interesante cómo se transparentan algunos fenómenos fonéticos del habla neomexicana. Los escribanos locales, sin que esto vaya en contra de su preparación para su cometido, dejaban ver de una manera clara algunos rasgos de su variedad geográfica, que ha sido descrita por autores como Alvar, Espinosa y Lipski, entre otros. El vocalismo muestra un comportamiento no muy diferente del de otros corpus textuales hispánicos en la época, con alguna vacilación vocálica átona como mesmo ‘mismo’ (230, 1817), aunque esta última se ha documentado en los estudios sincrónicos de Nuevo México como un posible arcaísmo (Wilson 2015). En cuanto a los diptongos, se encuentran casos de simplificación (trinta, 348, 1884, Abiquiú). Los hablantes de Río Grande y aledaños tenían arraigada la denominada tendencia antihiática, muy habitual en el español mexicano, ya que se documenta, por ejemplo, riales ‘reales’ (228, 1837) o linia ‘línea’ (339, 1837), ambos de Abiquiú.  

Algo general a la documentación mexicana de los siglos XVIII y XIX será el reflejo del seseo, registrado en nuestro corpus en numerosos casos: dise, erensia, dies, embaraso, gamusa, durasno, pedaso, plasa, senso, sertifico, etc. Como es de esperar, también se documenta la grafía c o z en casos de /s/ etimológica (interpuciera, demacia, ceis).

El yeísmo está generalizado y se puede ver en la abundante documentación en casos muy evidentes de igualación fónica, como Montolla ‘Montoya’, Relles ‘Reyes’, yebar ‘llevar’, vallo ‘bayo’, cabayo ‘caballo’, mallo ‘mayo’, entre otros muchos. En la escritura de ámbito privado se encuentran algunos más extremos, como llo ‘yo’ en un recibo particular (344, 1862, La Escondida).

Por otra parte, un fenómeno detectado en el habla de Nuevo México es la omisión de /y/ intervocálica, sobre todo en contacto con una vocal anterior e / i (Lipski 2008: 204; Alvar 2004:93). Por lo que se ve en los documentos del área de Abiquiú, los escriptores eran influidos por este rasgo en su pronunciación, que es reproducido en los textos: cordonsio ‘cordoncillo’ (179, h. 1785), Trugio ‘Trujillo’ (339, 1837), Jaramio ‘Jaramillo’ (347, 1884). A su lado, existen ejemplos de hipercorreción como rillo ‘río’ (176, 1856), Igualmente, en secuencias menos habituales, como Dorotella ‘Dorotea’ (193, 1858), que proviene de esta pronunciación tan debilitada.

Es universal el trueque de líquidas, sobre en todo en ciertos casos como el nombre propio Grabiel (174, h. 1796; 210, 1814), que aparece en la misma época en numerosos ejemplos de la documentación americana y peninsular. Las consonantes a veces aparecen debilitadas, como en otros puntos del mundo hispánico, pero son casos de escritura privada poco hábil (propieda ‘propiedad’, 344, 1862).

Menos habitual de ver en la escritura, en especial la mostrada por escribanos locales, es la confusión de palatales /ɲ/ y /y/, que se ve aquí en el adjetivo casteñanas ‘castellanas’. Este mismo error gráfico se ha encontrado en época actual en estudiantes de Secundaria, entre otros colectivos, por lo que no se puede considerar un rasgo en absoluto diacrónico. También, en relación con este grupo de consonantes, se detecta la tendencia hispana a palatalizar la secuencia -ni+vocal, normalmente en interior o final de palabra; en un documento de 1796, encontramos Antoño, algo no tan difícil de comprender si pensamos en el hipocorístico habitual Toño y Toñi. Sí es menos frecuente y, por tanto, llamativo, el fenómeno en posición inicial de palabra, como en un testamento de Ojo Caliente de 1843, en el que se menciona a “Jesusita, mi ñeta” ‘nieta’.

Por lo tanto, los documentos de Nuevo México nos muestran una serie de testimonios de gran valor para comprender la historia de nuestra lengua. En esta entrada en particular, se aplica a la fonética reflejada en la escritura, tanto en todo el ámbito hispánico, como también en ciertas regiones que, tradicionalmente, han sido menos atendidas en su faceta diacrónica.

Esta investigación se realiza dentro del proyecto HERES de la UAH ( Patrimonio textual ibérico y novohispano. Recuperación y memoria (CM, Ref. 2018-T1/HUM-10230; 2019-2023), <http://textoshispanicos.es/index.php?title=HERES._Patrimonio_textual_ib%C3%A9rico_y_novohispano._Recuperaci%C3%B3n_y_memoria_(Ref._2018-T1/HUM-10230)>.

Delfina Vázquez Balonga

Imagen: Iglesia de Abiquiú (Nuevo México). Wikipedia. By G. Thomas at English Wikipedia – Transferred from en.wikipedia to Commons by Closeapple using CommonsHelper., Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=16821086

Cómo citar esta entrada:

Vázquez, Delfina (2021): «Escrito en Nuevo México (II): escritura y fonética». TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de [https://textorblog.wordpress.com/2021/02/22/escrito-en-nuevo-mexico-ii-escritura-y-fonetica/]

Para saber más:

Alvar, Manuel (2004): «Los Estados Unidos», en M. Alvar (coord.): Manual de Dialectología hispánica. Barcelona: Ariel, pp. 90-100.

Espinosa, Aurelio M. (1909): «Studies in New Mexico Spanish, Part 1». Bulletin of
the University of New Mexico 1.47–162. Translated and printed as «Estudios
sobre el español de Nuevo Méjico” in Bibilioteca de Dialectología
Hispanoamericana” (1930): 19–313

Lipski, John (200(): Varieties of Spanish in the United States. Washington D.C: Georgetown University Press.

Wilson, Damián Vergara (2015): «Panorama del español tradiconal de Nuevo México», en Instituto Cervantes, Observatorio de la lengua española y la cultura hispánica en Estados Unidos.

Villancicos cantados por…

Cuando se estudia la historia de la lengua, especialmente los aspectos fónicos, se reflexiona continuamente sobre la relación entre lo que se escribe y lo que se dice, entre lo fónico y lo gráfico, sobre el significado de las grafías y sobre la existencia de diversos sistemas gráficos en que la escritura y la pronunciación se relacionan de modos no siempre iguales. Es idea frecuente que el sistema gráfico ideal es aquel que más se acerca a la pronunciación, pero un sistema gráfico puede tener muchas (y sensatas) razones de ser además de esta, como el respeto a la etimología (¿por qué escribir hidro con h-?) o a la tradición de escritura (boda viene de latín vota, pero qué disgusto si nos hacen escribirlo con v-), la diferenciación de homónimos (¿querríamos escribir vaca con b?), incluso razones de ahorro (por eso escribimos rata y corro, con solo una r en rata para la vibrante que en corro se expresa con dos, puesto que en inicio de palabra solo existe esa vibrante y para qué escribir dos; por eso existe nuestro actual sistema de tildación, que evita tildar las palabras llanas más habituales: las acabadas en –n, como comen, -s, como dices o mesas, y vocal, como hace, risa, canto, teléfono o triste).

Sabiendo que en ninguna época la escritura es reflejo fiel de la pronunciación, y que si lo fuera lo sería solo de algunas pronunciaciones (no todos los hablantes pronuncian igual, y podemos extender esta generalización a cualquier época pasada), los historiadores de la lengua leemos decenas y centenares de textos de personas cultas (las que más escribían) antes de llegar a sospechar que en determinado momento y lugar existe yeísmo, seseo o se elide la -d- en el participio, puesto que las personas cultas de otras épocas, como hacen actualmente, tenderán a escribir lluvia y yo; zapato y Sevilla o cansado y preocupada (tenderán).

Digo tenderán porque no siempre ha habido entre las personas cultas el deseo de escribir siguiendo una regla, ni la conciencia de que variar la grafía de una palabra sea un problema. Esto me gustaría tratarlo en otro post próximamente. Pero bueno, ahora sigamos con los villancicos, que se me va el tema. Lo que quiero decir es que los datos indirectos que nos da la escritura son fiables, pero relativamente escasos, y difíciles de valorar, puesto que un «error» de escritura puede ser indicador de una pronunciación determinada, pero también tener otras muchas razones.

Qué fácil, en cambio, es aprovechar los datos emitidos por quienes nos dicen: «esta manera de hablar es típica de los andaluces», «así no hablan las personas cultas», «esta palabra suena rara actualmente». Así lo observamos por ejemplo en el Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés, una obra deliciosa que recomiendo (re)leer.

Peeero ni siquiera de esto va a tratar finalmente este post, sino de otro tipo de testimonios sobre la lengua de otras épocas: los que nos dan las imitaciones del habla de diferentes grupos sociales que encontramos en obras literarias. Leyendo obras teatrales del siglo XVI o XVII, se nota que los personajes que son pastores hablan de modo diferente del de los cortesanos, y aquí reside parte de su comicidad: decir branco por blanco, exclamaciones rústicas como ¡alahé! (a la fe) y otros rasgos debían parecer graciosos al público del Siglo de Oro. También en las comedias encontramos los vizcaínos que cometen continuos errores, especialmente gramaticales, como utilizar adjetivos femeninos con sustantivos masculinos.

Y por último lo que ahora nos ocupará: la imitación del habla de minorías étnicas como moriscos, gitanos, judíos o negros. Esta imitación es un recurso cómico simple y probablemente efectivo, que recoge elementos de lo que la población mayoritaria oía cuando una persona de estas minorías hablaba, pero que no aspira a ni consigue reproducir fielmente un modo de hablar. Por tanto, no podemos interpretar que así hablaban el español estos grupos humanos, sino que algunos rasgos característicos, que eran reconocidos por otros hablantes, se combinaron probablemente con otros de fantasía para formar una imitación canónica, que distintos autores utilizaron durante siglos. Es probable que en principio hubiera «un fenómeno de imitación relativamente fiel de una realidad lingüística, que paulatinamente se iría estilizando y deformando», como comenta Salvador Plans en 2004: 773 (él lo dice soble el «habla de negros», pero podría aplicarse a las otras imitaciones).

Para mí, como historiadora de la lengua, estos textos sirven para tres propósitos principales: a) saber qué rasgos tenía el habla de estos grupos, b) saber cómo se consideraba socialmente el habla de estos grupos y qué rasgos se pensaba que tenía el habla de estos grupos, y c) paradójicamente, llegar a conocer rasgos de la lengua estándar. Daré un ejemplo de esto: si en los fragmentos escritos en «habla de negros» se escribe estreya o gayina, esto solo tiene sentido si se quiere marcar una pronunciación de la -ll- diferente de la más usual, una pronunciación con yeísmo. Esto podría ser un motivo (más) para pensar que en este momento el yeísmo no estaba generalizado, pues si lo hubiera estado no se habría atribuido específicamente a un grupo.

Estas imitaciones en la literatura se utilizan siempre con propósitos cómicos. Un protagonista serio de una comedia jamás hablará en estas «lenguas» de minorías, aunque pertenezca a ellas, como podemos ver con el pirata norteafricano Hamete, el protagonista de la terrible El Hamete de Toledo, de Lope de Vega, que habla el mismo español que los personajes cristianos (y nobles o burgueses) de la comedia.

En los villancicos de los siglos XVII y XVIII publicados por Carmen Bravo-Villasante, se encuentran distintos personajes que van a ofrecer sus respetos al niño Jesús: desde personas de diferentes oficios (buhoneros, carreteros, maestros, labradores, «guapos» del hampa que hablan en germanía, usando, entre otras cosas, el «vesre»: «cantemos aquesta chone / algún tono de la jampa») hasta otras procedentes de diferentes zonas de España o de fuera de España, como asturianos, gallegos, franceses, italianos, así como personas de las minorías antes señaladas.

Una imitación de otra lengua se encuentra en los visitantes gallegos («Desde Galicia llegan / Domingo con Toribio, / y al ver al nuevo infante / assí dizen festivos: / ‘Como un oiro (sic) es o Minino […]'», franceses («Monsiur le garsoner / pour quoy le ploure bu») o portugueses («Que chora o Sol»), mientras que en los vizcainos, negros, gitanos o moriscos se reproduce el español tal como es (presuntamente) hablado por estos grupos.

El habla «de negros» presenta distintas características: seseo (melsé, sapatera, chaconsiya), o bien ceceo («con el zon zonezito»), pérdida de la -s final de sílaba o palabra («Hagamole plaça a lo Reye Mago»), uso -l- por -r- o de -r- por -l- («lo branco» ‘los blancos’, «lo neglo» ‘los negros’, «su melcé»), cierre de -o final en -u («nace bonitu»), ocasionalmente dificultad para pronunciar la -d- («turo lo neglo» ‘todos los negros’, «la parira» ‘la parida’, «nasiro» ‘nacido’) y yeísmo («estreya»). También se encuentran pronunciaciones peculiares de otras consonantes y vocales en determinadas palabras: Sesú ‘Jesús’, chaculate ‘chocolate’, melacotona ‘melocotones’ y una -a en plurales en -es que probablemente sugiere una (real o no) apertura de la vocal final: nuesa, piñona, melacotona, sacabucha (nueces, piñones, melocotones, sacabuches). Es característico de la intervención de «negros» o «guineos» la alusión a numerosos instrumentos, que hacen referencia al tópico del amor por la música: «tocaye / la bajona y chilimía, / sonajiya y guitarriya, / castañeta y sapateta».

El habla «de moriscos» presenta sobre todo confusiones e/i y o/u y una pronunciación peculiar de la -ll-, que entonces era, en el español «estándar», una lateral palatal diferente de la pronunciación de y consonántica. Igualmente se pronuncia ñ como ni. También suele haber falta de -s final de sílaba o palabra, y a veces seseo. Ejemplos de todo esto son «cresteanelio» (cristianillo), «mansanilia» (manzanilla), «vellano» (villano), «pochero» (puchero), «senior» (señor) «pasa, hego» (pasas, higos) (por cierto que la intención de un morisco de llevar estos productos al niño Jesús es también característica, pues se consideraban alimentos típicos de mulsulmanes y moriscos). También hay a veces b por p (berro por perro) y pronunciación suave de j (pahas, deharse, ohos).

También se encuentran adorando al niño en estos villancicos personajes gitanos que hablan castellano de modo característico. ¿En qué consiste la imitación que los autores realizan del habla de los gitanos? El más característico es el ceceo, tanto a comienzo como a fin de sílaba («Azí»; «Bailémozle todoz»), aunque también se olvida (asnillo). Más que en el caso de los moriscos, se hace alusión a características tópicas de esta minoría, de modo que un personaje dice «Mientras danzan miz gitanoz / ángel, direte verdad: / dame la mano, que en ella / miz aziertos he de hallar», y se pone a leer la mano al niño, al que predice que «trez reyez te han de adorar, / uno te ha de perzeguir». Las mujeres gitanas, especialmente las jóvenes, suelen aparecer bailando («Unas gitanillas / a baylar empiezan»).

No se encuentra, en cambio, imitación del habla de judíos. Esta imitación literaria es muy poco frecuente, por diversas causas entre las que me animo a citar dos las que me parecen más importantes: el tabú y la falta real de diferencia alguna. No puede haber judíos adorando al niño, ni de broma (sí hay en los villancicos alusiones a judíos, pero no personajes judíos). No hay personajes judíos cómicos en el teatro: no tiene gracia. Los libros de chistes que incluyen personajes judíos o judaizantes (la Floresta, de Melchor de Santa Cruz, es el que se me ocurre en este momento) no imitan ninguna manera especial de hablar, por lo que también hay que señalar que probablemente los criptojudíos o sospechosos de serlo no hablaban de modo distinto del resto de la población. Pero sí hay algunas imitaciones en poesía de cancionero en el XV.

En resumen: en estos villancicos, en los momentos cómicos, se usa una imitación del modo de hablar para presentar a diversos personajes. Esta imitación no es ni pretende ser una imitación fiel de cómo hablaban el castellano personas como moriscos, gitanos o negros, sino que es una convención literaria usada con propósitos humorísticos, aunque derivada en parte de elementos reales.

Belén Almeida

Fotografía: Belén Almeida. Espectadores del desfile de Reyes en Alcalá de Henares.

Para saber más:

Villancicos del siglo XVII y XVIII, ed. Carmen Bravo-Villasante, Novelas y Cuentos, 1978.

Antonio Salvador Plans, «Los lenguajes especiales y de las minorías en el Siglo de Oro», R. Cano (coord.), Historia de la lengua española, Ariel, 2004, págs. 771-797.

Publiqué hace algún tiempo un artículo que toca este tema, «Escuchar los textos.El análisis de los textos en el estudio de la fonética y fonología de épocas pasadas», que se puede leer en línea: http://dspace.uah.es/dspace/handle/10017/23598

Sobre las comidas consideradas típicas de las minorías, publiqué este artículo, que se puede consultar si se está en Academia.edu o bien en papel, datos aquí «(Elementos cotidianos posiblemente usados para caracterizar a presuntos judaizantes en textos literarios y no literarios de los siglos XV y XVI«).