El menistro asigura lo mesmo de siempre… Vacilación de e/i, habla popular, madrileño y andaluz

La vacilación e/i (especialmente en las sílabas átonas) es muy usual en la lengua. Se produce por muy diversas causas, entre otras la asimilación (es decir, la aproximación de un sonido a otro cercano): así, teniente dará tiniente, lección dará lición o seguiendo (forma de seguir, con -e-) dará siguiendo (forma que ha tenido éxito y es parte del paradigma normativo del verbo). Pero también en otras palabras hay variación entre e e i.

En el siglo XVI, sigún o siguro parecen haber sido formas frecuentes; en el XVIII, mesmo se seguía utilizando. Pero ¿qué hablantes usaban estas formas? ¿Eran personas cultas o menos cultas? ¿Tenían algunas de estas palabras menos prestigio? Digamos: ¿sonreían, disimuladamente o no, los hablantes cultos cuando oían “mesmo”, como algunas personas hacen hoy cuando el camarero ofrece “cocretas”?

Probablemente sí. En diferentes palabras, una de sus formas fue quedando relegada y se impuso otra; las personas que usaban la forma relegada fueron siendo vistas como menos cultas. Debido a esta convicción, se llegó a usar formas como menistro en la imitación del habla popular en los siglos XVIII, XIX e incluso XX. Como ya hemos visto en otras entradas como «Biba en la prensa del XIX» o algunos Rinconetes del Centro Virtual Cervantes (“Faltas de ortografía, ayer y hoy”; “¿Qué an eho los cahorros de león?”), se hizo uso de la imitación de la lengua y de la escritura de distintos grupos para caracterizarlos, en general con un propósito humorístico.

Así, el periódico La Revista Española, en su ejemplar del 21 de enero de 1835, reproduce “sin variarle punto, letra ni coma” un documento firmado por un comandante carlista, en el que se atribuye a este comandante, entre otras elecciones poco prestigiosas, la palabra “distruccion”. ¿Por qué opta el periódico por dedicar espacio a estos errores? Para burlarse de la escasa instrucción de un militar carlista, y, de paso, del bando carlista entero.

Pero no solo eso: parece que también se impuso una cierta conciencia de que estas formas eran propias de algunas variedades del español, por ejemplo del madrileño o del andaluz. En la imitación del habla popular madrileña, Galdós hace a sus majos, majas o manolas hablar con este rasgo (entre otros), y por ejemplo Pujitos, en una novela de los Episodios nacionales de Galdós (El 19 de marzo y el 2 de mayo, 1873), arenga así a la multitud:

-Jeñores: denque los güenos españoles golvimos en sí, y vimos quese menistro de los dimonios tenía vendío el reino a Napolión, risolvimos ir en ca el palacio de su sacarreal majestad pa icirle cómo estemos cansaos de que nos gobierne como nos está gobernando

Como se puede ver, Pujitos presenta muchísimas características fonéticas peculiares, desde el jejeo (aspiración de s en posición inicial de sílaba: jeñores) o la caída de d intervocálica (vendío, cansaos) o inicial (icirle) al rasgo que estamos buscando, el paso de e a i o de i a e: risolvimos, dimonios o menistro (además de Napolión, que es algo diferente porque se da en un contexto de dos vocales juntas). La manola Primorosa usa la palabra endino (por indigno), en la misma novela de Galdós.

También en la obra Los madrileños adoptivos (1790)[1], de Antonio González de León, se hace hablar a los madrileños (de quienes el autor se burla) con este rasgo, frente al español señorial y exquisito de las figuras andaluzas: palabras como metá, nenguna, redículo, sigún, fegura, misiricordia, menistro, milindres o cerimonias muestran claramente que el autor considera este rasgo muy característico de los hablantes madrileños, o al menos de algunos.

Pero también al imitar el modo de hablar de hablantes andaluces se recurrió a este tipo de cambios, y en el periódico El tío Tremenda, publicado en Sevilla a comienzos del XIX, encontramos, junto con rasgos como aspiración de h- inicial (jace), omisión de “d” intervocálica o final, incluso inicial (juzgaos, usté, erecho, ice), también la apertura de i en e (más que cierre de e en i): trebunales, encumbencias, mesmo, menistro… Claro que en este periódico las personas que hablan “en andaluz” se ocupan de aspectos tan encumbrados que los vemos también hablar de argüir, proyeutos, paraoxas (paradojas) o cimientos del trono.

También en una presunta «Carta de Andalucía» (sin duda una creación, no una carta real) recibida por el periódico El censor en 1781 aparecen elementos como mijor, siñor, paricia (parecía), antisala, mesmamente, escrebir, melitar o prencipio. (Se ha consultado el periódico en la Hemeroteca Digital de la BNE).

Realmente, ¿hablaban así los madrileños, los andaluces? ¿Hablaban así algunos de ellos? ¿Por qué coincide este rasgo (y otros) del habla madrileña y del habla andaluza? Pues porque, en realidad, lo que hacen muchos de estos textos que pretenden imitar cómo habla un colectivo de una u otra zona no es tanto reproducir las principales características de un dialecto, sino utilizar vulgarismos no exclusivos de una zona u otra[2].

Así pueden coincidir los rasgos que un sevillano destaca del habla de madrileños (en Los madrileños adoptivos), los que un periódico de Madrid resalta de los andaluces (en la “Carta de Andalucía” de El censor, 1781), los que una publicación de Sevilla considera característicos de los sevillanos (en El tío Tremenda) e incluso los que Galdós (canario, y madrileño adoptivo él también) señala como propios de los majos y manolas de Madrid. Otros textos del XVIII, como el sainete Manolo de Ramón de la Cruz[3] (defuntos, ensine ‘insigne’, nenguno) o la Infancia de Jesu-Christo, de Gaspar Fernández y Ávila[4] (mijor, prencipal, quistiones, vigilia) resaltan lo dicho: el cambio e/i era un vulgarismo de amplio alcance que a pesar de ello se consideró característico del habla de diferentes zonas.

Sin embargo, aunque obviamente hay una exageración y simplificación de los rasgos, se encuentran en documentos reales escritos por personas de bajo nivel socioeducacional ejemplos de estos rasgos: solinidad (por solemnidad), besitazion (por visitación), enclusa (por inclusa) y bautezada se encuentran en documentos madrileños del XVIII, y matremonio y Getrudes en documentos del XIX[5].

Parece claro, como hemos defendido en muchas entradas de este blog, que para estudios de tipo histórico, sean sobre aspectos sociales[6], lingüísticos u otros, la literatura es una fuente importante, pero los materiales de la época, entre los que destacan los documentos de archivo, los documentos notariales, peticiones, cartas o notas, son mucho más fiables y por tanto más relevantes para conocer la realidad de la época.

Belén Almeida

 

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén (2020): “El menistro asigura lo mesmo de siempre… Vacilación de e/i, habla popular, madrileño y andaluz”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: link.

 

[1] Fernández Martín, Elisabeth (2016), Sevilla frente a Madrid en el siglo XVIII: Los madrileños adoptivos (1790), de Antonio González de León, Madrid, CSIC.

[2] Lola Pons (2000), “La escritura «en andaluz» en tres periódicos del siglo XIX: El tío Tremenda (1814, 1823), el Anti-Tremenda (1820) y El tío Clarín (1864-1871)”, Philologia Hispalensis, 14, 77-98. http://institucional.us.es/revistas/philologia/14_1/art_7.pdf

[3] Javier García González (2018), «Aportación al estudio del habla de Madrid en los siglos XVIII y XIX», Actas del X Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, 1571-1588. https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/37/61/37garcia.pdf

[4] Juan Antonio Frago Gracia (1993), Historia de las hablas andaluzas, Arco Libros.

[5] Pedro Sánchez-Prieto y Delfina Vázquez Balonga (2019), La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos de los siglos XVI al XIX, Ediciones Complutense.

[6] Por ejemplo, los historiadores de la vida cotidiana han señalado en las últimas décadas, con recurso a registros de matrimonios, que el matrimonio en los siglos XVI y XVII era mucho más tardío de lo que se puede suponer por fuentes literarias, como por ejemplo la tragedia de Shakespeare Romeo and Juliet, donde Juliet tiene 13 años.