Dame el aguinaldo

La voz aguinaldo, del antiguo aguilando, no tiene un origen totalmente claro. En la actualidad, es una palabra que se asocia a las fiestas navideñas, con varios significados, como ‘canción de Navidad’ y ‘regalo que se da en Navidad’, aunque este es el más frecuente y, más en concreto, en forma de dinero.

“Aguinaldo” aparece ya en el Vocabulario español-latino de Nebrija (1495), donde se traduce como “strenae. arum”. “Strena”, además de un signo, anuncio u omen (dentro de la creencia de los romanos de que diferentes elementos anunciaban acontecimientos futuros), es un presente que se daba a comienzos de año, relacionado con los buenos deseos que se forman en ese momento para el año que se inicia. En 1516, el Vocabulario de romance en latín de Nebrija, además de traducirlo como strenae, lo iguala con “albricias”, el regalo que se hacía a un portador de buenas noticias. El Tesoro de Covarrubias (1611), que no recoge la voz aguinaldo, traduce albricias con strenae, “lo que se da al que nos trae algunas buenas nueuas”.

En el Diccionario de Autoridades (1726), se define aguinaldo como “El presente, o regalo que se pide, o se da en atencion a la festividad del Nacimiento de Christo Señor nuestro, y en la de la Epiphanía: que unas veces es de cosas comestibles, y otras de dinero o alhajas”. El Diccionario de Terreros (1786) menciona que este regalo se hace “el primer día del año, o el de Reyes”.

En los textos, el aguinaldo aparece como un regalo en dinero o especie dado no tanto en la familia, sino más bien a subordinados o empleados, o a grupos niños que lo pedían, con ocasión de las fiestas de navidad y fin de año.

Esta costumbre se puede ver reflejada en los documentos de archivo de diferentes épocas. En el siglo XIX, con la extensión del acceso a la escritura, se ven ejemplos de peticiones de estos obsequios por parte de trabajadores. Por ejemplo el documento 590 del corpus de documentos madrileños ALDICAM es una carta que escribió Bernardo Sánchez, uno de los mozos de sillas de la Hermandad del Refugio[1], en 1831. Este era uno de los empleos más característicos de la institución, ya que se ocupaban de hacer un demandado servicio de traslado para enfermos con unas sillas habilitadas para ello. En esta misiva, el empleado solicitaba, en nombre de sus compañeros, una suma que solían recibir o, como dice él mismo, “librarles la limosna acostumbrada que VVSS tienen destinada todos los años en semejantes Pascuas”. Como se puede ver, el aguinaldo es denominado “limosna”, un término que se suele asociar a la necesidad económica. El diccionario académico de 1822 indica que es “Lo que se da por amor de Dios para socorrer alguna necesidad” y, desde luego, aquellos que solicitaban ese dinero tenían apuros o al menos estaban en peor situación económica que los que lo entregaban.

Debido a que la carta fue escrita a finales de año, momento en que se daba el aguinaldo, Bernardo Sánchez desea felices fiestas: “dándoles las Pascuas y felices entradas y salidas de año”. Obsérvese que la expresión “entrada y salida” – y no al revés, como sería más lógico– sigue siendo muy habitual y se encuentra en numerosas felicitaciones navideñas. Por otro lado, había una preferencia por la palabra Pascuas que, según el mencionado diccionario de 1822, se refiere a “tiempo desde la natividad de nuestro señor Jesucristo hasta el dia de Reyes inclusive”. Así se ve en las numerosas felicitaciones que se conservan en los archivos, como ya explicó Belén Almeida en esta entrada del blog.

Hacia finales del siglo XIX y durante el siglo XX, fue usual que personas como serenos o carteros repartiesen en el barrio donde trabajaban tarjetas ilustradas de felicitación cuyo texto impreso, de manera más o menos transparente, solicitaba el aguinaldo: “Por esto con santo anhelo / las fiestas yo os felicito / y si me dais un poquito / de vuestra dicha y ventura / una alegría muy pura / llenará mi alma de amor / y agradecido y contento / queda vuestro servidor, | EL LIMPIABOTAS”.

Pueden consultarse algunas de estas felicitaciones-peticiones de aguinaldo en la Biblioteca Digital Hispánica: de limpiabotas, modistas, faroleros, por ejemplo.

Buenos deseos para el año a cambio de un pequeño presente: este parece ser el trato que subyace a la costumbre del aguinaldo, que por supuesto no se da solamente en España e Hispanoamérica, sino que existe también en otras latitudes, como puede verse en este artículo de Wikipedia sobre los “cantores de la estrella”, que en diferentes regiones centroeuropeas van por las casas cantando y escriben con tiza en las puertas de sus benefactores el año que comienza y las iniciales de los Reyes Magos.

Sin pedir el aguinaldo, el equipo de GITHE desea a todas las personas que leen este blog ¡muy feliz año 2021!

Belén Almeida y Delfina Vázquez Balonga

La imagen se ha tomado de unas felicitaciones de modistas que se pueden consultar en la Biblioteca Digital Hispánica de la BNE (en este enlace).

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén y Delfina Vázquez Balonga (2021): “Dame el aguinaldo”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de [link].

Para saber más:

Se ha consultado el corpus ALDICAM (http://aldicam.blogspot.com/), para el que se ha transcrito el documento mencionado.

En el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española (disponible en http://www.rae.es o directamente en este enlace) se han consultado los varios diccionarios que se mencionan en la entrada.

Además, hemos consultado la Biblioteca Digital Hispánica de la Biblioteca Nacional de España.


[1] Archivo de la Hermandad del Refugio, leg. 281/002, 0100

Por San Isidro, majos

La palabra majo nos resulta a todos familiar por las pinturas goyescas y el costumbrismo madrileño, sobre todo en los siglos XVIII y XIX. Estos personajes con vestimenta colorida y actitud festiva suelen tener este nombre. Otra manera de llamarlos es chisperos. El diccionario académico de 1780 define esta voz como “El que trabaja en hacer badiles, trébedes y otras cosas menudas de hierro”; sin embargo, en el diccionario académico de 1884 se reconoce el significado como “Hombre apicarado del pueblo bajo de Madrid”. Esto vendría, seguramente, de la asociación entre el oficio y el tipo social. También se les ha denominado manolos, quizá por la frecuencia de este nombre entre ellos. Pero vamos a centrarnos en los majos y lo que significan.

Es un majo “el hombre que afecta guapeza y valentía en las acciones o palabras. Comunmente llaman assí a los que viven en los arrabales desta corte”. Así presenta la figura del majo el primer diccionario de la RAE, conocido como Diccionario de Autoridades (1726-39). No hay autoridad, es decir, cita de una obra, que muestre el uso de esta palabra, que no había aparecido en otros diccionarios anteriores como el Tesoro de Covarrubias. El diccionario de Terreros y Pando lo define en 1787 como “guapo, baladrón, fanfarrón, garboso, petimetre”.

En 1803, el Diccionario de la Academia reconoce que también hay majas, en una reelaboración completa de la definición: “Majo, ja”, “la persona que en su porte, acciones y vestido afecta un poco de libertad y guapeza, mas propia de la gente ordinaria que de la fina y bien criada”.

Ya tenemos, por tanto, muy claro lo que significó ser majo o maja: figuras populares, con mucho brío, fanfarronería, chulería, descaro, frescura… Claro que hay un rasgo más que estaba en la primera definición y que, como se ha visto, se perdió por el camino: decía el Diccionario de Autoridades: “Comunmente llaman assí a los que viven en los arrabales desta corte”. Esta adscripción a Madrid se perdió en el diccionario académico en la edición de 1803. Sin embargo, se ha recuperado en la última edición del diccionario, en la que se ha modificado bastante la definición, que ahora es:

majo, ja (4ª acepción): En los siglos XVIII y XIX, persona de las clases populares de Madrid que en su porte, acciones y vestidos afectaba libertad y guapeza.

Es decir, se recupera en la definición el dato importante de que los majos y majas son figuras específicamente madrileñas, como se ve claro en el uso de la palabra en los textos (aunque no faltan ejemplos de textos que usan al majo como una figura popular, con características parecidas, de otras zonas de España).

Aparte de recreaciones literarias, no tenían buena fama dentro y fuera de Madrid. Al menos eso parece en un documento judicial de Arganda del Rey (Madrid), en el que una mujer insultó a otra vecina “que era una escandalosa, que los majos la davan pañuelos de seda”. Y aquí no hay que olvidar que la acepción de escandalosa no es ‘ruidosa’, sino la que recoge en primer lugar Autoridades (1729): “Perverso, malo, y propiamente se dice de la persona o cosa que ocasiona y da motivo a escándalo”. Es decir, que juntarse con majos no era de mujeres respetables.

Por otra parte, y esto también nos interesará en esta entrada, estas figuras no solo “afecta[ba]n un poco de libertad y guapeza” en “su porte, acciones y vestido”, sino que también su manera de hablar era (o se consideraba) muy característica. Debido a su extracción más humilde, es de suponer que se encuentran rasgos del habla más popular. Ya da una idea de este asunto José Cadalso, cuando escribe con cierto desdén “ni un majo del Barquillo hablaría con más bajo estilo”; hay señalar, por cierto, que en esta calle madrileña estuvo la famosa “Casa de Tócame-Roque”, a la que Ramón de la Cruz dedicó un sainete y que fue célebre por los conflictos entre sus inquilinos[1].

Hemos realizado una búsqueda de la figura del majo y la maja en diferentes textos, consultando el corpus CORDE y anotaciones personales sobre los Episodios Nacionales de Galdós. Las obras que presentan majos en CORDE (hemos buscado las apariciones de esta palabra) son tonadillas anónimas, obras de Ramón de la Cruz como Manolo o La Petra y la Juana o El casero prudente o La casa de Tócame-Roque, y en el XIX las de Bretón de los Herreros o Mesonero Romanos y, naturalmente, Galdós.

Allí, vemos cómo estos majos y majas muestran en su habla la chulería y el desgarro que se consideraban típicos de este colectivo, que se ve claramente en expresiones como “¡Duquesitas a mí!”, “¡A mí con esas!” o “Ya estoy frita” (la Zaina, en Galdós), “Me ha dado la real gana” o el irónico “no mates tanta gente, que se acaba el mundo”, “verás lo que es canela”, “mi santa voluntad”, “si te mueves, te como” (Nazaria, en Galdós), “Si supiera que habías de dar tal corte / la lengua te sacara / por el cogote” (Tonadilla “La contienda”), “le tengo de sacar las tripas juera” (Ramón de la Cruz, “Manolo”), “dar pa el pelo”, “Anda y qué güeno me sabe” (irónico) (Primorosa, en Galdós).

Además, las personas calificadas como majas (también, a veces, manolas o chisperos) presentan los siguientes rasgos:

-pérdida de -d- intervocálica muy generalizada: (Prao, salao, toícas, ío, en la tonadilla “La contienda”), cansaos (Galdós),

-pérdida ocasional de la -b- intervocálica: naaja ‘navaja’, caeza ‘cabeza’ (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés),

-pérdida de -d final: usté (tonadilla “La contienda”) o su conversión en -z («iz ca el regidor»),

-pérdida de -r- en algunas palabras concretas como mira o para: “mia qué fegura” (tonadilla “La contienda), “pa dárselos a los franceses” (Galdós),

-metátesis de -r- en algunas palabras: presona (tonadilla “La contienda”), treato (Galdós),

-aspiración de la f- inicial: juerza, juera (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés); juera (Galdós),

-jejeo y aspiración de -s final de sílaba (más raramente): jeñores (Galdós),

-uso de palabras “cultas”: cercunstancia (Tonadilla “La contienda”), alverso (Ramón de la Cruz, Manolo), osequiar (Galdós),

-confusión i/e átonas: ofecina (Ramón de la Cruz, Las castañeras picadas), dimonios (Galdós),

-confusión e/a átonas: Sabastián (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés),

-formación no normativa de formas verbales: dijites (Ramón de la Cruz, Manolo), semos (Galdós), estemos ‘estamos’ (Galdós), “quitaros las flores del pelo” (Galdós),

-uso de prefijos no normativos: “me enclavan alfileres”, “desapártense toos” (Galdós), reseñorona y requete-usía (Galdós),

-uso de motes, además de “la” y “el” ante el apodo o el nombre de pila: el Zurdillo, el Zancudo, la Pelundris, Gangosa, Perdulario… (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés). El origen de los motes es también interesante; ya que se suelen formar con adjetivos con resonancias cómicas (zurdillo, zancudo, gangosa, mediodiente). Algunos nombres se pronuncian de manera vulgar, como Alifonsa[2] y Lorencio).

Esta manera de hablar parece unida en la literatura no solo a la pertenencia a las clases bajas, sino a la chulería propia de los majos, con lo que por ejemplo en Galdós Primorosa es una desgarradísima maja, a la que Galdós llama “manola” e incluso “harpía” y que anima a la multitud a pedir cuentas a un regidor que será en efecto asesinado por la masa: “Pues iz ca el regidor y sacárselos de las asaúras”. En cambio, su marido Chinitas, un héroe modesto del 2 de mayo, intenta moderar los excesos de su mujer con una lengua no marcada: “Mujer, deja en paz a ese caballero. Mira que la armo”, a lo que ella le responde: “¡Sopa sin sal, endino!”.

¿Hablaban así las personas de las clases populares de Madrid? Parece claro que no exactamente. Por una parte, la representación literaria del habla de Madrid es una simplificación de cómo se hablaba (así pasa en todas las imitaciones literarias del habla de cualquier grupo, como hemos mostrado en esta, en esta y en esta entrada del blog). García González  (2018) manifiesta que en muchas de estas obras “el habla de las clases populares de Madrid” se representa “casi exclusivamente mediante vulgarismos fonéticos”: es decir, que por supuesto no todas las personas de Madrid hablaban “a lo majo”, y además los rasgos que se señalan como característicos de los majos no son exclusivos de ellos, sino “vulgarismos fonéticos” o de otro tipo que se advierten también en hablas populares de otras zonas, como la caída de -d- y de otros elementos, préstamos del habla de germanía, aspiración de -s, entre otros. Por otra parte, parece probable que ciertos grupos populares, entre ellos los conocidos como majos, creasen un habla peculiar exagerando determinados elementos y tomando incluso rasgos fonéticos considerados vulgares más propios de otras regiones. Por ejemplo, se ha observado la influencia de las hablas andaluzas en ciertos grupos populares de Madrid, así como el éxito de los gitanismos (García González 2017: 39).

En el análisis del habla popular de Madrid tal como se muestra en los documentos escritos por personas con una baja formación sí encontramos no pocos de estos rasgos, pero no todos. Destacan como verdaderos rasgos propios de las personas de escasa formación de Madrid (lo que no quiere decir que no fueran también propios de otras zonas) en los siglos XVIII y XIX la variación en el vocalismo átono con respecto de la norma culta, no solo entre e / i, sino entre o / u: sostituyr, demisión, deligencias, tiniente, intelejible o Brigeda son ejemplos de ello. En los documentos alcalaínos, se encuentran numerosos cambios con respecto al estándar de -l y -l finales de sílaba: generar ‘general’, vorvese ‘volverse’, barcones ‘balcones’, carcula ‘calcula’… La omisión o cambio de las consonantes –p, –b, –t, –d, –c, –g y el grupo –ns finales de sílaba son habituales: istancia, susistencia, osequio, se didne, octener, albertir ‘advertir’ o Sectiembre son algunos ejemplos. También la vacilación o caída de consonantes finales de sílaba, especialmente de palabra, son relativamente frecuentes, aunque no tanto como los rasgos anteriores: birtuz, segurida, uste, Merze (Almeida Cabrejas, en prensa).

En cuanto a la caída de -d- o de otras consonantes intervocálicas, un rasgo muy repetido en la imitación de la lengua de los majos, se encuentra en textos de personas poco alfabetizadas de Madrid (acristianao, echao) (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2019), pero no lo hemos visto en zonas cercanas, por ejemplo en Alcalá de Henares; la modificación de la f- o s- en posición inicial de sílaba (como en juerza o jeñores) es inexistente en los textos analizados.

Con este acercamiento a la figura y la lengua de majos y majas celebramos desde Alcalá de Henares la fiesta de nuestros vecinos de Madrid (Madrí, Madriz) y les deseamos una fiesta lo mejor posible dentro de las duras circunstancias actuales.

 

Belén Almeida y Delfina Vázquez

 

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén y Delfina Vázquez Balonga (2020): “Por san Isidro, majos”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: [link].

Imagen: Marina Serrano Marín.

 

Para saber más:

Autoridades = Real Academia Española de la Lengua (1726-1739): Diccionario de Autoridades. Disponible en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española. https://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico

Almeida Cabrejas, Belén (en prensa): “1.1.2. Escritos de nivel sociocultural medio y bajo en Alcalá de Henares en los ss. XVIII y XIX”, en La lengua de Madrid a lo largo del tiempo. Universidad de Sevilla.

CORDE = Real Academia Española de la Lengua: Corpus Diacrónico del Español. Disponible en https://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde

García González, Javier (2017): “El elemento gitano en el habla de Madrid”, en José María Santos Rovira (ed.), Variación lingüística e identidad en el mundo hispanohablante. Lugo: Axac, pp. 31-54.

García González, Javier (2018): “Aportación al estudio del habla de Madrid en los siglos XVIII y XIX”, Actas del X Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, 1571-1588. https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/37/61/37garcia.pdf

Sánchez-Prieto Borja, Pedro y Delfina Vázquez Balonga (2019): La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos de los siglos XVI al XIX. Madrid: Ediciones Complutense.

[1] La casa fue demolida en 1883 (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2019).

[2] La variante Alifonso se ve en una nota de mano poco experta en 1741 (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2019: 108). También la pone Galdós en boca de José Izquierdo, tío de Fortunata en Fortunata y Jacinta (1884) (Véase el post dedicado a él en TextoR).

El menistro asigura lo mesmo de siempre… Vacilación de e/i, habla popular, madrileño y andaluz

La vacilación e/i (especialmente en las sílabas átonas) es muy usual en la lengua. Se produce por muy diversas causas, entre otras la asimilación (es decir, la aproximación de un sonido a otro cercano): así, teniente dará tiniente, lección dará lición o seguiendo (forma de seguir, con -e-) dará siguiendo (forma que ha tenido éxito y es parte del paradigma normativo del verbo). Pero también en otras palabras hay variación entre e e i.

En el siglo XVI, sigún o siguro parecen haber sido formas frecuentes; en el XVIII, mesmo se seguía utilizando. Pero ¿qué hablantes usaban estas formas? ¿Eran personas cultas o menos cultas? ¿Tenían algunas de estas palabras menos prestigio? Digamos: ¿sonreían, disimuladamente o no, los hablantes cultos cuando oían “mesmo”, como algunas personas hacen hoy cuando el camarero ofrece “cocretas”?

Probablemente sí. En diferentes palabras, una de sus formas fue quedando relegada y se impuso otra; las personas que usaban la forma relegada fueron siendo vistas como menos cultas. Debido a esta convicción, se llegó a usar formas como menistro en la imitación del habla popular en los siglos XVIII, XIX e incluso XX. Como ya hemos visto en otras entradas como «Biba en la prensa del XIX» o algunos Rinconetes del Centro Virtual Cervantes (“Faltas de ortografía, ayer y hoy”; “¿Qué an eho los cahorros de león?”), se hizo uso de la imitación de la lengua y de la escritura de distintos grupos para caracterizarlos, en general con un propósito humorístico.

Así, el periódico La Revista Española, en su ejemplar del 21 de enero de 1835, reproduce “sin variarle punto, letra ni coma” un documento firmado por un comandante carlista, en el que se atribuye a este comandante, entre otras elecciones poco prestigiosas, la palabra “distruccion”. ¿Por qué opta el periódico por dedicar espacio a estos errores? Para burlarse de la escasa instrucción de un militar carlista, y, de paso, del bando carlista entero.

Pero no solo eso: parece que también se impuso una cierta conciencia de que estas formas eran propias de algunas variedades del español, por ejemplo del madrileño o del andaluz. En la imitación del habla popular madrileña, Galdós hace a sus majos, majas o manolas hablar con este rasgo (entre otros), y por ejemplo Pujitos, en una novela de los Episodios nacionales de Galdós (El 19 de marzo y el 2 de mayo, 1873), arenga así a la multitud:

-Jeñores: denque los güenos españoles golvimos en sí, y vimos quese menistro de los dimonios tenía vendío el reino a Napolión, risolvimos ir en ca el palacio de su sacarreal majestad pa icirle cómo estemos cansaos de que nos gobierne como nos está gobernando

Como se puede ver, Pujitos presenta muchísimas características fonéticas peculiares, desde el jejeo (aspiración de s en posición inicial de sílaba: jeñores) o la caída de d intervocálica (vendío, cansaos) o inicial (icirle) al rasgo que estamos buscando, el paso de e a i o de i a e: risolvimos, dimonios o menistro (además de Napolión, que es algo diferente porque se da en un contexto de dos vocales juntas). La manola Primorosa usa la palabra endino (por indigno), en la misma novela de Galdós.

También en la obra Los madrileños adoptivos (1790)[1], de Antonio González de León, se hace hablar a los madrileños (de quienes el autor se burla) con este rasgo, frente al español señorial y exquisito de las figuras andaluzas: palabras como metá, nenguna, redículo, sigún, fegura, misiricordia, menistro, milindres o cerimonias muestran claramente que el autor considera este rasgo muy característico de los hablantes madrileños, o al menos de algunos.

Pero también al imitar el modo de hablar de hablantes andaluces se recurrió a este tipo de cambios, y en el periódico El tío Tremenda, publicado en Sevilla a comienzos del XIX, encontramos, junto con rasgos como aspiración de h- inicial (jace), omisión de “d” intervocálica o final, incluso inicial (juzgaos, usté, erecho, ice), también la apertura de i en e (más que cierre de e en i): trebunales, encumbencias, mesmo, menistro… Claro que en este periódico las personas que hablan “en andaluz” se ocupan de aspectos tan encumbrados que los vemos también hablar de argüir, proyeutos, paraoxas (paradojas) o cimientos del trono.

También en una presunta «Carta de Andalucía» (sin duda una creación, no una carta real) recibida por el periódico El censor en 1781 aparecen elementos como mijor, siñor, paricia (parecía), antisala, mesmamente, escrebir, melitar o prencipio. (Se ha consultado el periódico en la Hemeroteca Digital de la BNE).

Realmente, ¿hablaban así los madrileños, los andaluces? ¿Hablaban así algunos de ellos? ¿Por qué coincide este rasgo (y otros) del habla madrileña y del habla andaluza? Pues porque, en realidad, lo que hacen muchos de estos textos que pretenden imitar cómo habla un colectivo de una u otra zona no es tanto reproducir las principales características de un dialecto, sino utilizar vulgarismos no exclusivos de una zona u otra[2].

Así pueden coincidir los rasgos que un sevillano destaca del habla de madrileños (en Los madrileños adoptivos), los que un periódico de Madrid resalta de los andaluces (en la “Carta de Andalucía” de El censor, 1781), los que una publicación de Sevilla considera característicos de los sevillanos (en El tío Tremenda) e incluso los que Galdós (canario, y madrileño adoptivo él también) señala como propios de los majos y manolas de Madrid. Otros textos del XVIII, como el sainete Manolo de Ramón de la Cruz[3] (defuntos, ensine ‘insigne’, nenguno) o la Infancia de Jesu-Christo, de Gaspar Fernández y Ávila[4] (mijor, prencipal, quistiones, vigilia) resaltan lo dicho: el cambio e/i era un vulgarismo de amplio alcance que a pesar de ello se consideró característico del habla de diferentes zonas.

Sin embargo, aunque obviamente hay una exageración y simplificación de los rasgos, se encuentran en documentos reales escritos por personas de bajo nivel socioeducacional ejemplos de estos rasgos: solinidad (por solemnidad), besitazion (por visitación), enclusa (por inclusa) y bautezada se encuentran en documentos madrileños del XVIII, y matremonio y Getrudes en documentos del XIX[5].

Parece claro, como hemos defendido en muchas entradas de este blog, que para estudios de tipo histórico, sean sobre aspectos sociales[6], lingüísticos u otros, la literatura es una fuente importante, pero los materiales de la época, entre los que destacan los documentos de archivo, los documentos notariales, peticiones, cartas o notas, son mucho más fiables y por tanto más relevantes para conocer la realidad de la época.

Belén Almeida

 

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén (2020): “El menistro asigura lo mesmo de siempre… Vacilación de e/i, habla popular, madrileño y andaluz”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: link.

 

[1] Fernández Martín, Elisabeth (2016), Sevilla frente a Madrid en el siglo XVIII: Los madrileños adoptivos (1790), de Antonio González de León, Madrid, CSIC.

[2] Lola Pons (2000), “La escritura «en andaluz» en tres periódicos del siglo XIX: El tío Tremenda (1814, 1823), el Anti-Tremenda (1820) y El tío Clarín (1864-1871)”, Philologia Hispalensis, 14, 77-98. http://institucional.us.es/revistas/philologia/14_1/art_7.pdf

[3] Javier García González (2018), «Aportación al estudio del habla de Madrid en los siglos XVIII y XIX», Actas del X Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, 1571-1588. https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/37/61/37garcia.pdf

[4] Juan Antonio Frago Gracia (1993), Historia de las hablas andaluzas, Arco Libros.

[5] Pedro Sánchez-Prieto y Delfina Vázquez Balonga (2019), La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos de los siglos XVI al XIX, Ediciones Complutense.

[6] Por ejemplo, los historiadores de la vida cotidiana han señalado en las últimas décadas, con recurso a registros de matrimonios, que el matrimonio en los siglos XVI y XVII era mucho más tardío de lo que se puede suponer por fuentes literarias, como por ejemplo la tragedia de Shakespeare Romeo and Juliet, donde Juliet tiene 13 años.

En el paraje que llaman…

El registro de parajes (cerros, huertas, praderas, dehesas…), es uno de los puntos más valiosos de la documentación que se conserva en los fondos históricos de los archivos. De su estudio, desde un punto de vista filológico, ya trató nuestra colega Belén Almeida, con la colaboración de Jairo J. García Sánchez (Universidad de Alcalá), en este post.  Aunque se pueden ver numerosos ejemplos en el corpus en línea CODEA, en esta ocasión vamos a tratar algunos de los topónimos menores encontrados en la documentación de la Comunidad de Madrid anterior al siglo XX, reunida en nuestro proyecto ALDICAM-CM, que toca a su fin después de reunir más de 800 documentos procedentes de toda la región.

Muchos son los tipos documentales que contienen referencias a los parajes; importante es su presencia en los protocolos notariales, donde se ven testamentos, cartas de venta y trueque e inventarios de bienes que tienen en común citar posesiones, muchas de ellas tierras con su correspondiente cultivo, indispensables para el sostén económico de las familias. En las hijuelas entre herederos, por ejemplo, se hacen divisiones pormenorizadas de los terrenos que se dividían para cada beneficiado. Por ejemplo, en el reparto de un vecino de Arganda del Rey, Custodio Sanz (1677), se indica que uno de sus hijos, Manuel Sanz, recibirá “doscientas y sesenta y tres cepas en el Guijar, camino de Madrid, linde de otras dos suertes de allí tienen Custodio y Isabel Sanz, a dos reales y medio cada cepa, montan seiscientos y cincuenta y siete reales”. Llamamos la atención sobre El Guijar, topónimo menor que todavía se conoce en Arganda del Rey, en el que se ubica una urbanización y un polígono industrial.

Sin embargo, no solamente encontramos referencias a estos terrenos en las menciones a los bienes raíces de los documentos notariales; también en numerosos papeles de correspondencia a los ayuntamientos por un motivo u otro. No falta la mención, a veces detallada y sorprendente, en la documentación de justicia criminal, ya que esa información es totalmente pertinente para la investigación. Por ejemplo, un auto por haber coaccionado a un anciano de El Escorial (786, de 1708), indica que el suceso tuvo lugar en la llamada “Dehesa del Quejigar”.

Algunas menciones son ya de los siglos XVI y XVII; en Alcorcón, en 1590 (487), tenemos un inventario de bienes de Catalina de Pontes, que poseía “una tierra al Cerrillo”, “a Baldecasillas” o “a las Guindadillas”, donde se indica que había trabajo agrícola. En Carabaña (774, 1631), nos encontramos con cultivos ubicados en “los Morales”, las Estebas”, el Mermejo” y “El Cañal”. Curiosamente, esta última aparece como una finca rústica en esta localidad en un vistazo por Internet. Resultan especialmente llamativas aquellas que hoy en día forman parte del territorio urbanizado, como el citado caso de El Guijar, polígono y urbanización en Arganda del Rey. En Hoyo de Manzanares, en la Sierra Oeste, es hoy en día conocido el parque arqueológico de la Cabilda, que aparece en un inventario de bienes del año 1706: “la zerca que llaman de la Cavilda, que es de el conzexo d´esta villa”. Otros topónimos menores que se ven en la documentación de esta localidad son “Las Viñas” y “La Salmerona”, que hoy han pasado a ser nombres de calles. En este lugar, además, encontramos el testamento de un guarda de los bosques de El Pardo, en el que él mismo cita que vive en una finca llamada “El Ximio” (ALDICAM 806, 1706); con este nombre aparece en una cédula de Felipe II y se sabe que pasó posteriormente a llamarse como hacienda “Casablanca”[1], ya en el siglo XIX.

Es curioso el caso de un documento del Archivo Municipal de Leganés de 1602, que establece el acuerdo de guarda de las huertas llamadas “de Butaraque”, o Butarque, situadas en el término de esta localidad madrileña, donde corría el arroyo del mismo nombre, y ahora ocupadas por el conocido estadio de su equipo de fútbol, el C.D. Leganés[2]. Otro ejemplo viene de una carta escrita en 1775 al ayuntamiento de Colmenar Viejo desde las cercanías de El Pardo. En ella, el emisor avisa de una cacería que tendrá lugar “al arroyo de la Moraleja y todas sus imediaciones” (ALDICAM 648); este nombre se ha conservado en una urbanización que se construyó en esta misma zona. Y no menos llamativo será para cualquier habitante de Alcalá de Henares el conocer un anuncio que ofrece el puesto de guarda en el llamado “Paseo del Chorrillo” (ALDICAM 750, 1863), por entonces a las afueras de la ciudad, junto al antiguo cementerio, pero convertido en barrio a partir de los años 60.

Sin embargo, también quedan algunos espacios naturales que no han sido urbanizados; por ejemplo, en Buitrago del Lozoya, en la Sierra Norte, una carta de mediados del siglo XIX (ALDICAM 843, 1816) habla de la roturación de “las Gariñas”, un territorio que hoy en día es una ruta senderista en plena naturaleza. O el bosque de La Herrería, de El Escorial, mencionado en documentos de este localidad del siglo XVIII.

Los nombres propios de parajes o topónimos menores son extremadamente interesantes en el ámbito de estudio de la onomástica. Al igual que en los topónimos mayores, la presencia de cierta vegetación motiva la creación de muchas de estas denominaciones (fitotopónimos); por ejemplo, el quejigo, un árbol semejante a la encina, determina la dehesa del Quejigar de El Escorial (1708), ya que el bosque con mayoría de estos árboles se llama quejigar; también ha sido el motivo de Navalquejigo, municipio muy cercano, precisamente, a El Escorial. Otros fitotopónimos son Alto del Enebrillo y los Alamillos en Colmenar Viejo (ALDICAM 646, 775), así como la Inojosa en Torrejón de Ardoz (ALDICAM 653, 1862). Por último, no olvidemos el Cañal en Carabaña (ALDICAM 774, 1631), junto al muy parecido paraje conocido como las Cañas en Camarma de Esteruelas (ALDICAM 534, 1754).

El accidente geográfico también es una razón para crear nombres de parajes; llamamos la atención sobre cabeza (‘cumbre, elevación’), presente en Arganda del Rey (ALDICAM 603, 1775): “el paraje que llaman la Cabeza Gorda”. También se encuentra en el topónimo menor “dehesa de las Cabezuelas” de El Escorial (ALDICAM 661, 1688). Por otra parte, tenemos Lomo Quemado, posiblemente referido a la loma, presente en Montejo de la Sierra (ALDICAM 761, 1863). Aunque con menor frecuencia, podemos ver referencias a lugares donde habitan animales, como la “falda de las Zorreras”, en El Escorial (ALDICAM 694, 1763).  

Como ya indicaba Belén Almeida para los parajes encontrados en las cercanías de Brihuega (Guadalajara), estos topónimos menores tienen un frecuente uso del diminutivo, sobre todo en –illo, aunque también en otros como –ejo o –uelo. Lo mismo se puede decir de la documentación madrileña: Madrecillas (Chinchón, 1590), Dehesa del Quemadillo (Hoyo de Manzanares), Prado Segadillo (Garganta de los Montes, 1820), Los Santillos, Redondillo (Montejo de la Sierra, 1863), Ventosilla (Torrejón de Ardoz, 1862), Cabezuelas (El Escorial, 1688). Junto a estos, hay también nombres propios para denominar el paraje, como Pascual Ibáñez (Montejo de la Sierra, 1863). Por último, destacamos la raíz Val, ‘valle’, que no solo forma topónimos mayores en la región de Madrid (Valdeiglesias, Valdelaguna), sino también menores, que encontramos en el corpus con ejemplos como Valdemaría, Valdecarros y Valdelospozos en Arganda del Rey (ALDICAM 313, 1677).

En este tipo de documentación hay muchos topónimos menores referidos a caminos; algunos apuntan claramente a su ubicación, normalmente la dirección, pero otros tienen otro tipo de denominación; así, en un apeo de Torrejón de Ardoz, camino de Paracuellos o camino de Daganzo de Arriba, localidades cercanas, pero también camino de Inojosa o el camino de la Huelga. 

Esta explicación podría hacerse mucho más extensa y detallada, pero no es en este caso nuestro fin. Como se ha podido ver, la fuente de la documentación es casi inagotable, ya  que la delimitación de terrenos ha sido una prioridad en la vida económica por un motivo u otro, y han quedado así plasmados nombres que circulaban en el habla de los habitantes. Por otro lado, contamos con la ventaja de su antigüedad, ya que se nos muestra muy a menudo una realidad diferente a la actual, como sucede con los terrenos que fueron arroyos, dehesas o fincas rústicas y ahora están urbanizados, con o sin su nombre original. Hay que indicar, además, que en el ámbito de la toponimia se ha insistido en la necesidad de estudiar con más profundidad la zona de la Comunidad de Madrid (García Sánchez: 267). Es nuestro deseo que con el proyecto ALDICAM-CM se pueda aportar al menos un “granito de arena” a esta parcela de investigación.

Delfina Vázquez.

Imagen: Sierra de Guadarrama. Pixabay.

Cómo citar esta entrada:

Vázquez Balonga, Delfina (2019): “En el paraje que llaman…”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/07/03/en-el-paraje-que-llaman/.

Para saber más:

García Sánchez, J. J. (2010): “En torno a la toponimia madrileña”, en M. D. Gordón Peral (coord.), Toponimia en España. Estado actual y perspectivas de investigación. Madrid: De Gruyter, pp. 259-268.

[1] Antonio Tenorio, «La finca Casablanca en Hoyo de Manzanares». <https:// elponderal.wordpress.com /nuestras publicaciones/lafinca casablanca de hoyo de manzanares/>

[2] Nuestra Señora de Butarque, patrona de Leganés, es venerada en una ermita ubicada en la zona.

Dolencias de ayer

En los documentos de archivo se citan las enfermedades y afecciones muy a menudo, algo que no debe sorprendernos cuando ha sido y es uno de los temas que más preocupan, más todavía en épocas en las que lo habitual era una escasa atención sanitaria, que llevaba a una alta mortandad. En la correspondencia privada, por ejemplo, es un tema prácticamente obligado, sobre todo en las cartas escritas por mujeres, que solían tener el papel de cuidadoras de la familia (Vázquez Balonga 2017). Así, en una carta que envía Apolonia Zubiete en 1674 a su hijo, escribe: “no por esto es mi ánimo recivas, hijo mío, ninguna pena, que te aseguro é tenídola muchas vezes con los grandes accidentes por falta de la respirazión y umores muy gruesos” (CODEA 2316). La autora de esta carta se refiere a los accidentes como “enfermedad o indisposición”, significado documentado por Autoridades (1726).

La mención a la enfermedad se puede ver también en correspondencia de un carácter menos privado, pero en la que la afección es la causa de una baja o incapacidad. Este es el caso del rector de San Ildefonso, que conocemos gracias a una carta conservada en el Archivo de Villa de Madrid. En 1701, un familiar se dirigió a la institución para ofrecerse como sustituto con estas palabras:

El lizenciado don Francisco de Tejada, presvítero capellán de la capilla de el glorioso San Isidro, pone en la noticia de Vuestra Señoría Ilustrísima cómo don Gerónimo de Herrera, su pariente, rector de el colexio de San Ildefonso de los Niños de la Doctrina, se halla enfermo idrópico, de calidad que no puede asistir a las cosas tocantes a su ocupación, y para que no se falte a ella y aliviarle este travajo, suplica a Vuestra Señoría Ilustrísima se sirva nombrarme para que yo asista en ínterin que combalece de su enfermedad y en sus ausencias sin interés ninguno (ALDICAM 554).

El adjetivo que se emplea, idrópico, es el correspondiente a la enfermedad llamada hidropesía, ya reconocida por Covarrubias en su Tesoro (1611) de este modo: “enfermedad de humor aguoso, que hincha todo el cuerpo”. Añade, además, una curiosa comparación: “Algunas veces se toma por la avaricia, porque el hidrópico por mucho que beva nunca apaga su sed, ni el avariento, por mucho que adquiera, su codicia”. La hinchazón característica del enfermo hizo que se asociara con el agua, de ahí el origen del nombre, del latín hydropisia, y este del griego ὕδρωψ, -ωπος hydrōps, de hydro, ‘agua’. Sin embargo, en la última edición del diccionario académico se establece una definición acorde con el conocimiento médico actual: “Derrame o acumulación de líquido seroso”.

Otro motivo por el que se debía escribir a una autoridad informando de una afección era, por supuesto, el servicio al ejército. En el Archivo Municipal de Hoyo de Manzanares (Madrid) encontramos una carta en la que el Consejo Real acepta el abandono de la milicia de un joven del pueblo, Juan Crespo, por estar afectado de ciática: “por razón de hallarse imposibilitado a causa del achaque de zeática que padece” (ALDICAM 528, 1704). Autoridades recoge el término en 1729: “Enfermedad ocasionada de un humór, que se encaxa en el hueco del huesso de la cia, y desciende por el muslo, causando grandes dolóres”. La voz aparece documentada ya en Nebrija (1495), y tiene como origen el latín scia ‘cadera’.

Más tarde, en el siglo XIX, las enfermedades llenaron las solicitudes para no hacer el servicio militar obligatorio. En San Lorenzo de El Escorial en 1818 (ALDICAM 688), un joven alega tener “dolores romáticos”, algo confirmado por su médico, que explica que tiene emotisis. Esta voz no aparece recogida en un diccionario hasta Domínguez (1853), por lo que el testimonio de este documento se adelanta algunas décadas. Según este autor, la hemoptisis se trata de una “hemorragia de la membrana mucosa que tapiza las vías aéreas, la laringe, la traquearteria y los bronquios, producida, según algunos, por la rotura o erosión de algunos vasos del pulmón”.

Interesante es la historia del término baldado. En una carta enviada a la Inclusa de Madrid de 1828 (ALDICAM 502), un párroco de Alcalá de Henares, Clemente Palomar, explica el motivo de su tardanza en su respuesta: “no he contestado por allarme en cama, habiéndome quedado baldado de todo el lado izquierdo de resultas de un aire que me cojió en una noche en este bendito oficio”. En el diccionario más próximo a este año, el de 1822, baldado es, exactamente, lo que Clemente Palomar da a entender, ya que se define baldar como “Impedir o privar alguna enfermedad ó accidente el uso de los miembros ó de alguno de ellos”. El adjetivo baldado es participio de este verbo, en este caso ‘paralizado de una parte del cuerpo’, como indica estar el párroco. Sin embargo, el uso más conocido en el español actual es ‘agotado, cansado’, el mismo que recoge el DLE en su edición más reciente, aunque todavía reconoce baldar con el sentido de ‘impedir el uso de los miembros’. El empleo de baldado era muy frecuente en el siglo XIX, como se ve incluso en anuncios de prensa de la época; así, en una noticia del Diario de Madrid (3 de agosto de 1818), se cuenta lo acaecido en los baños de la Puerta de Santa Bárbara de la capital:

Antonio Castrillón, que vive calle de san Antón, núm. 25, tronquista de S.M., baldado enteramente de pies y manos, después de haberse bañado por algún tiempo en otra parte sin haberle surtido efecto alguno, fue conducido a la referida casa en una caballería menor, sostenido por dos hombres que le apeaban en brazos y le llevaban al baño, y al cuarto día fue por su pie aunque sostenido por un hijo suyo, pero a los siete baños fue solo.

También se refiere a la parálisis, ocasionada por diversos motivos, la perlesía, documentada en Nebrija (1495) con el latín paralypsis, de donde procede. En una pieza del Archivo Municipal de Alcalá de Henares de 1822 encontramos una misiva escrita por Elena O´Neill, en la que explica que toma la pluma por la situación de su marido, que está “en la cama indispuesto de un amago de acidente de perlesía” (ALDICAM 748). Por lo visto en la prensa de la época, era un problema habitual; en el Diario de Madrid (4 de noviembre de 1837) se menciona un remedio anunciado en la capital: “un específico para la curación de la alferecía, perlesía y otras enfermedades nerviosas, descubierto por el doctor Manuel Gil (…)”. Al parecer, había sido un fraude, pues no curaba el mal, y el periódico decidió publicarlo “en obsequio de la humanidad doliente”.

Es difícil dedicar unas líneas a todas las voces referidas a enfermedades que están en nuestro corpus CODEA y ALDICAM, ya que son muchas y requieren una explicación. De momento, dejamos esta entrada con una pequeña muestra.

Delfina Vázquez Balonga

Imagen: Pixabay 

 

Cómo citar esta entrada:

Vázquez Balonga, Delfina (2019): “Dolencias de ayer”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/06/18/dolencias-de-ayer/.

Para saber más

-ALDICAM = Atlas Lingüístico Diacrónico e Interactivo de la Comunidad de Madrid. http://aldicam.blogspot.com/p/novedades.html

-Autoridades = Real Academia Española de la Lengua (1726-1729): Diccionario de la lengua castellana (…). Disponible en el Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español <http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico&gt;

-Covarrubias = Covarrubias, Sebastián de (1611): Tesoro de la lengua castellana o española. Disponible en el Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español <http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico&gt;

-CODEA= Corpus de Documentos Anteriores a 1800 (CODEA+ 2015) <http://corpuscodea.es/&gt;

-DLE = Diccionario de la Lengua Española. <http: http://www.rae.es&gt;

-Domínguez, Ramón Joaquín (1853): Diccionario Nacional o Gran Diccionario de la Lengua Española. Madrid – París, Establecimiento de Mellado. Disponible en el Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español <http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico&gt;

– Nebrija, Elio Antonio (1495): Vocabulario español-latino. Salamanca: Impresor de la Gramática Castellana. Disponible en el Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español <http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico&gt;

-Vázquez Balonga, Delfina (2017): «El vocabulario de la enfermedad en la correspondencia femenina de los siglos XVI y XVII. Presentación de algunos casos significativos”, Almeida Cabrejas, Belén, Rocío Díaz Moreno y Mª Carmen Fernández López (eds.): “Cansada tendré a Vuestra Excelencia con tan larga carta”. Estudios sobre aprendizaje y práctica de la escritura por mujeres en el ámbito hispánico (1500-1900). Lugo: Axac, 55-64.

Un desahucio en 1733

El trabajo directo en los archivos permite recuperar documentos que contienen información valiosa sobre la lengua del pasado, lo que, tal y como pensamos nosotros, resulta imprescindible para entender la de ahora. En el Grupo de Investigación de “Textos para la Historia del Español” de la Universidad de Alcalá (GITHE) llevamos a cabo desde hace más de 20  años una indagación en archivos de diferentes provincias españolas peninsulares para seleccionar y, luego, transcribir, piezas desde los inicios de la escritura romance (s. XII) al s. XIX. De este modo, hemos contruido el corpus CODEA, que continúa incrementándose día a día. En una escala regional, de manera que sea posible tener una visión más cercana, trabajamos desde 2016 en el examen de fondos documentales de la Comunidad de Madrid. Es este el proyecto ALDICAM (Atlas Lingüístico Diacrónico e Interactivo de la Comunidad de Madrid). Hasta ahora se han transcrito más de 800 documentos tanto de la capital como de otras 59 localidades. Ello permitirá, o así lo esperamos, conocer mejor la evolución del lengua de esta Comunidad a lo largo del tiempo. Pero con ser este el interés principal del proyecto, no podemos ignorar la valiosa información que estas piezas nos proporcionan sobre la vida de los pueblos y su cotidianidad: los trabajos del campo, el carboneo, la recogida y transporte de leña, la ganadería y los animales domésticos, la vivienda, el vestido, las costumbres, las creencias, y, también, cómo no robos, peleas y otros actos violentos.

Una de las últimas localidades en la que hemos indagado ha sido Loeches. Sus fondos municipales se encuentran en depósito, como los de otras poblaciones de la provincia, en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid. El interés de sus materiales es notable por la gran variedad de temas. Solo en una caja, la 96008, se encuentran escritos sobre la vendimia por manos ajenas, el robo de los “zerdos pequeños de leche”, una ordenanza sobre el pan, o sobre la carnicería, o sobre los efectos de la irrupción de la justicia en la casa de un pobre hombre que estaba siendo purgado y “se le arrebató la purga a la cabeza de manera que se puso demente”, y “a resurtas” se armó un gran “arboroto”, sin que falten las críticas de unos padres al maestro (1762).

Nos ha llamado la atención un documento de 1733 (nº 35 de la citada caja) por el que se ordena el desalojo inmediato de una vivenda en esta localidad. Pero mejor dejemos hablar a los protagonistas de esta historia con sus propias palabras:

Auto. Notifiqué a don Pedro Salzedo que, dentro de dos oras de como se le iziesse notorio este auto, desucupe la cassa en que bibe, propia de María Notario, y ponga las llabes de ella en poder de su merced dentro de el mismo término. Y de lo contrario haciendo, su  merced, con la gente necesaria, pasará a despojarle de dicha cassa y a castigarle por inobediente a lo que aya lugar en derecho.

Lo mandó el señor Juan Díaz de Yela, alcalde ordinario por el estado general de esta villa de Lueches. En ella, a cuatro días de el mes de julio, año de mil setecientos y treinta y tres. Y lo firmó.

Juan Díaz de Yela.

Ante mí, | Francisco de Ita.

[margen: En la dicha villa de Lueches, en dicho día, mes y año, | yo el escrivano notifiqué el auto antecedente a don | Pedro Salzedo, vecino de esta villa, en su perso|na, siendo como a ora de las seis dela tarde, | de que doy fee. Ita].

Como indica la acotación situada en el margen izquierdo, el texto es un auto[1], que el DLE define como “resolución judicial motivada que decide cuestiones secundarias, previas, incidentales o de ejecución, para las que no se requiere sentencia”. En este caso, se trata, efectivamente, de una resolución ejecutiva por la que se emplaza al vecino de Loeches, Pedro Salzedo, para que abandone la casa en la que vive, propiedad de María Notario.

El auto nos permite conocer algunos aspectos de la impartición de justicia en Loeches en el s. XVIII. La autoridad de la que emana la orden contenida en el auto es el alcalde ordinario. Según el citado artículo (v. nota 1), los alcaldes ordinarios “ya fuesen de designación señorial o municipal, eran los tribunales ordinarios de primera instancia allá donde no hubiese sido instaurado un tribunal a cargo de un alcalde mayor o corregidor”. En este caso, representaba al estado llano, llamado también “tercer estado”, y correspondía a los que en la tradición medieval eran llamados pecheros, es decir, los vecinos que soportaban sobre sus espaldas toda la carga fiscal en el Antiguo Régimen, y que estaba constituido por aquellos que no tenían exenciones fiscales, por no ser nobles, ni siquiera hidalgos, que era el grado más bajo del estamento nobiliario.

En el procedimiento legal es el “alcalde ordinario” o juez Juan Díaz de Yela el que da la orden al escribano, Francisco de Hita para que notifique el mandamiento judicial a Pedro Salcedo. El escribano mismo escribe de su puño y letra el auto y la diligencia de cumplimiento, es decir, la nota por la que asegura haber ejecutado la orden. El escribano se refiere al juez con el título, habitual todavía en el s. XVIII de su merced, y utiliza los recursos formales que se esperan en un escrito de esta naturaleza, es decir, se presenta “en forma (de derecho)”, lo que contribuye a certificar su validez, así como las firmas del propio Francisco de Hita o Ita y de Juan Díaz, que son los elementos principales de validación. A ello se añade el que la “materia escriptoria”, es decir, la hoja de papel que sirve de soporte a la escritura esté timbrada con el “sello cuarto” de ese mismo año de 1733, con valor de veinte maravedís.

Hay que notar que el escribano tiene una letra que puede parecernos irregular, en contraste con la de otros de su oficio que ejercen por la misma época, que utilizan unos preciosos trazos itálicos de pequeño formato. El dominio de una letra armónica se asocia a pericia profesional, aunque no necesariamente es indicio de buen dominio del oficio. De cualquier modo, en esta profesión, como en cualquier otra, no todos eran igual de competentes. No es forma del todo vulgar en esta época desucupe, aunque los más cultos escriben desocupe. La variante aquí consignada se explica fácilmente por la influencia que la [u] tónica de la sílaba que sigue ejerce sobre la átona precedente.

Aunque en el análisis de cualquier texto se ha de poner el acento en lo que aparece expreso en el mismo, aquí podría llamar la atención, por defecto, la palabra deshaucio.  En el NTLLE la primera documentación de desahuciar que encontramos corresponde al Diccionario de la RAE de 1732, solo un año anterior a nuestro auto. Los sentidos que señala a la palabra son “quitar toda esperanza de vida, determinar no hallar la medicina esperanza de salud en el enfermo” y “despedir el ganado de la dehesa donde pastaba, por haverse cumplido el término del arrendamiento”. Desde esta acepción pudo pasarse a la de “dicho de un un dueño o de un arrendador, despedir al inquilino o arrendatario mediante una acción legal” (DLE). Es el Diccionario académico usual de 1791 (en NTLLE) el primero que hemos encontrado en el que se incluya el sentido moderno (“despedir al inquilino o arrendador para que cumpla su arrendamiento”[2]). Pero, ¿de donde procede esta voz? El DCECH de Corominas y Pascual explica esta palabra a partir de la voz antigua hucia, evolución, a su vez, de fiuzia (cf. it. fiducia ‘confianza’), palabra corriente en la Edad Media, y que deriva de de fedem. De manera que desahuciar es el resultado de perder la fe o la confianza en alguien, en este caso, en que vaya a pagar la renta.

Ignoramos si Pedro Salcedo desucupó la casa de María Notario en las dos horas a que lo emplazaba el auto de “su merced” el juez Díaz de Yela, así como las circunstancias que motivaron esta diligencia judicial. Hoy, tras los deshaucios se esconden penosas circunstancias personales, pero, de momento, no hemos encontrados más piezas de este proceso ocurrido en 1733. Con todo, basta buscar en Google para saber que los Salcedo son una familia arraigada desde antiguo en Loeches. Los documentos, son, pues, una fuente de información impagable sobre la vida cotidiana de antaño.

Pero hemos hablado hasta aquí como si los lectores -caso de haberlos- hubieran visitado es villa madrileña: Loeches se encuentra en el sureste de la Comunidad de Madrid. Para lo que ahora importa, en el camino de Alcalá de Henares a Arganda del Rey. Aquí el topónimo aparece de la manera todavía corriente en el s. XVIII, Lueches[3], suponemos que pronunciada Lu-é-ches y no Lué-ches, forma la primera fácilmente explicable por la reareza en español de la secuencia [oe]. En la página web del ayuntamiento se ofrecen algunos datos sobre la historia de Lueches, y, para lo que aquí se rastrea importa retener que hasta la abolición de los señoríos en el s. XIX perteneció a los herederos del Conde Duque de Olivares. Pocos hechos podían condicionar más la vida de un pueblo como pertener a Don Gaspar de Guzmán. Pero esto es ya otra historia. Y para conocerla, nada mejor que acercarse a esta noble villa. Seguro que los lectores no se arrepienten.

Pedro Sánchez-Prieto Borja.

Imagen: Fotografía del documento del desahucio (ARCM 96008, 35). 

Cómo citar esta entrada:

Sánchez-Prieto Borja, Pedro (2019): “Un desahucio en 1733”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/04/03/un-desahucio-en-1733/.

Referencias:

DCECH = Corominas, J. y J. A. Pascual (1980-1991). Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico. Madrid: Gredos.

DLE = Real Academia Española de la Lengua: Diccionario de la Lengua Española. <http://dle.rae.es/?w=diccionario>.

NTLLE = Real Academia Española de la Lengua: Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española.<http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico&gt;

[1] Sobre el funcionamiento de la justicia en el Antiguo Régimen, aunque en concreto para los ss. XVI-XVIII, pero válido, en general, para el XVIII, veáse el artículo de Pedro Luís Lorenzo Cadarso, “Los tribunales castellanos en los siglos XVI y XVII: un acercamiento diplomático”, Revista General de Información y Documentación, Vol. 8. n. 1. (1998), pp. 141-169.

<https://revistas.ucm.es/index.php/RGID/article/download/RGID9898120141A/10810&gt;

[2] No resulta claro el sentido de “para que cumpla su arrendamiento”.

[3] Sobre la etimología preferimos, al menos por ahora, no conjeturar. Nuestro objetivo es presentar solo datos fidedignos.

Voces galdosianas. José Izquierdo

Si en la anterior entrada nos ocupamos de la amiga de Fortunata, Mauricia “la Dura”, y su peculiar forma de hablar, en esta ocasión centramos nuestra atención en un personaje no menos interesante, también representante de las clases más humildes de Madrid. José Izquierdo, el tío de Fortunata, es presentado a través de Juanito de una forma que hace fácil ubicarlo en la división social del Madrid de la I República:

un hombre que ha sido de todo: presidiario y revolucionario de barricadas, torero de invierno y tratante en ganado. ¡Ah! ¡José Izquierdo!… te reirías si le vieras y le oyeras hablar.

Desde el punto de vista físico, Izquierdo dista mucho de ser un hombre desagradable, y así lo marca el narrador:

José Izquierdo representaba cincuenta años, y era de arrogante estatura. Pocas veces se ve una cabeza tan hermosa como la suya y una mirada tan noble y varonil. Parecía más bien italiano que español, y no es maravilla que haya sido, en época posterior al setenta y tres, en plena Restauración, el modelo predilecto de nuestros pintores más afamados.

Izquierdo tiene diversos papeles a lo largo de la novela, aunque sin duda su importancia radica en ser la voz que refleja los acontecimientos políticos del momento y el desencanto de gran parte de la población. Aquí hay una pequeña muestra:

¿Pero éstos de ahora?… es la que dice: ni liberales ni repoblicanos, ni na. Mirosté a ese Pi… un mequetrefe. ¿Y Castelar? otro mequetrefe. ¿Y Salmerón? otro mequetrefe. ¿Roque Barcia? mismamente. Luego, si es caso, vendrán a pedir que les ayudemos, ¿pero yo…? No me pienso menear; basta de yeciones. Si se junde la Repóblica que se junda, y si se junde el judío pueblo, que se junda también.

Como indica Caudet (1989: 26), Galdós amplió el protagonismo del personaje en el segundo manuscrito de la novela y es aquí donde, además, le dotó de su llamativa jerga (ibídem: 29). Lo cierto es que, al igual que otros protagonistas de sus obras, Izquierdo tiene maneras de hablar muy identificables; mientras que Mauricia “la Dura” repite Paices boba y el adjetivo peine, José Izquierdo usa la interjección hostia y el enfático re-hostia constantemente. Tiene incluso un término propio, yeción, que no entiende nadie, pero que, según el narrador “expresaba una colisión sangrienta, una marimorena o cosa así”. Sin embargo, esta es solo una de las muchas características de su discurso. En él se ven rasgos del habla madrileña más popular y  vulgarismos extendidos en todo el mundo hispánico. Muchos lectores pueden incluso pensar que Izquierdo es caracterizado como andaluz debido a algunos elementos que se reflejan en el discurso (López 1978). Este es un tema interesante, al que no podemos dedicar mucho, pero en el que nos detendremos brevemente más adelante. Otros rasgos de su lengua son encontrados también en documentación madrileña escrita por personas poco formadas en la escritura recopilada en el corpus ALDICAM[1].

Una constante en el habla de Izquierdo es el cambio de las vocales átonas, un fenómeno general en el castellano, visto en autores cultos y escribanos de los siglos XVII y XVIII, pero que ya en la época de Galdós estaba fuertemente estigmatizado, de ahí que se ponga en boca de personajes rústicos o poco formados. Si bien aparece en otros personajes de la novela, como la criada llamada “Papitos” (lición ‘lección’) y Mauricia “la Dura” (alilao ‘alelado’), son pocos casos, al contrario que en Izquierdo: Repóblica, Dimietria, tiniente, menistro, tiniente, meliciano, pleticó, hamos ‘hemos’, piores, entre otros muchos. En los documentos de mano inhábil de la ciudad de Madrid también se ve esta vacilación de vocales, seguramente como reflejo de sus usos; así, en una carta de súplica de una mujer, enviada a la Real Inclusa hacia 1810, dice “la niña no se muría” (Sánchez-Prieto y Vázquez Balonga 2017). Y en una nota de abandono de un recién nacido, conservada en la Hermandad del Refugio, se dice que sus padres son un matremonio (1839). Igualmente, en el discurso de Izquierdo hay numerosas formas acortadas por confluencia vocálica, como Sabusté ‘sabe usted’, mirosté ‘mire usted’, asté ‘a usted’, parriba ‘para arriba’, además del frecuente pa por para.

Dentro del consonantismo, podemos citar la neutralización de líquidas, como branco ‘blanco’. En la documentación de la Hermandad del Refugio podemos encontrar algunos ejemplos de esta misma pronunciación: Frora ‘Flora’ (1817) o rública ‘rúbrica’ (1839). Hay que destacar también es la metátesis de las líquidas, como en “probete” ‘pobrete’. Esta confusión es muy frecuente en el mundo hispánico; se ve en notas de abandono del siglo XVI (“una probe muger” en 1600, Sánchez-Prieto y Flores Ramírez 2005), y en documentos de la Hermandad del Refugio del siglo XIX.

Al igual que en el habla de Mauricia, en José Izquierdo sobresale la omisión de –d- intervocálica, sobre todo en participios: perdío, seguío, maltrajeao. También se produce la omisión de –ada en las formas femeninas: patá, ná. En cuanto al debilitamiento de –d final, se observa en algunos casos como Sabusté ‘Sabe usted’. Además, hay un caso de pronunciación interdental en Madriz ‘Madrid’. Los dos fenómenos se encuentran en la documentación del proyecto ALDICAM: en una petición de 1833, “tengan la vondá”, y Madriz en una nota de 1741, ambas de la Hermandad del Refugio.

Resulta llamativo el cambio de f- a una velar /x/ en el discurso de Izquierdo, único entre los personajes de Fortunata y Jacinta. El empleo lo hace con el verbo ir en pasado: juimos ‘fuimos’, jui ‘fui’. No parece claro este uso, pero sí quizá relacionado con el siguiente, la pronunciación de jierros para ‘hierros’ y junda ‘hunda’. Sobre esto, no hay que olvidar que en el Madrid de mediados del siglo XIX se representaba a los madrileños populares con rasgos “andaluces” como la pronunciación velarizada de h- (García González 2017:39). Otra variante que incluye Galdós es la omisión de –l final como papé, que también debía ser una forma vulgar, también común con las hablas meridionales.

Como un última mención a las consonantes, destacamos que en Izquierdo se refleja la confusión /b/-/g/ en posición inicial en algunas palabras, como golver por ‘volver’ y güelvete ‘vuélvete’. Es posible que la confusión se viera reforzada por la forma conjugada (vuelve-güelve) ya que es frecuente la variación b-g ante el diptongo –we-, como se ve en los documentos del Refugio (guelto, 371, 1738).

Para el léxico, muchos son los elementos que se podrían destacar en Izquierdo[2]. Podemos citar voces de la jerga callejera, como churumbel ‘niño’, una palabra de origen caló que no aparece en un diccionario hasta Alemany 1917, con la marca de “germanía”. Dejamos las últimas líneas para la interjección de sorpresa pa´ chasco, usada por Izquierdo (“Dicen que les van a traer el Alifonso… ¡Pa´chasco!”), pero también por su sobrina Fortunata. Debía ser una expresión generalizada en el habla vulgar madrileña, ya que en la novela Maximiliano intenta que Fortunata deje de usarla:  “Repetir en cada instante pa´ chasco es costumbre ordinaria”. El testimonio de la expresión en boca de personajes de sainetes madrileños como La Revoltosa, de José López Silva (1897), parece confirmar su uso en esta esfera social (CORDE)[3]. En cuanto a hostia, en el diccionario de la Academia se recoge como ‘golpe’ e interjección por primera vez en 1984. Sin embargo, debía existir ya, al menos en el habla vulgar, lo que retrasó su incorporación a la lexicografía.

La influencia de las hablas andaluzas en un madrileño como Izquierdo es marcada por el propio Galdós en Fortunata y Jacinta (López 1978):

este modo de hablar de la tierra ha nacido en Madrid de una mixtura entre el dejo andaluz, puesto de moda entre los soldados, y el dejo aragonés, que se asimilan todos los que quieren darse aires varoniles.

Asimismo, los gitanismos llegaron al habla madrileña popular ya desde temprano, ya que están presentes en obras costumbristas desde Ramón de la Cruz (García González 2017:39). Por lo tanto, el personaje de José Izquierdo es caracterizado cuidadosamente con elementos lingüísticos del madrileño popular, pero también de origen andaluz y caló, debido a la influencia que estos tenían en determinados círculos como los toros, la venta de ganado y las milicias, en los que Izquierdo se había movido. Su habla, de esta forma, se alejaría más todavía de la que se representa en las clases altas.

Delfina Vázquez.

  • Imagen: Daniel Perea, «El Rastro de Madrid». Publicado en «El Museo Universal» (1859) (Detalle). Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Art_works_by_Daniel_Perea

 

 

Para saber más:

  • Caudet Roca, Francisco (1989): “José Izquierdo y el Cuarto Estado en Fortunata y Jacinta”, en Actas del Tercer Congreso de Estudios Galdosianos, 2, pp. 25-29. Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria.
  • CORDE= RAE: Corpus Diacrónico del Español. http://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde
  • DLE = RAE: Diccionario de la Lengua Española. <http: //www.rae.es>
  • García González, Javier (2017): “El elemento gitano en el habla de Madrid”, en José María Santos Rovira (ed.), Variación lingüística e identidad en el mundo hispanohablante. Lugo: Axac, pp. 31-54.
  • López, Joseph (1978): “Deformaciones populacheras en el discurso galdosiano”, en Anales galdosianos, año XIII. <http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/anales-galdosianos–22/html/02551672-82b2-11df-acc7-002185ce6064_55.html#I_37_ >
  • Pérez Galdós, Benito (1885-1886): Fortunata y Jacinta. Edición de Domingo Ynduráin, 1993. Madrid: Turner.
  • Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga, Delfina (2017): “Hacia un corpus de beneficencia en Madrid (siglos XVI-XIX)”, en Scriptum Digital, 6, pp. 83-103.

 

[1] http://aldicam.blogspot.com/

Estas investigaciones se han recogido en el estudio monográfico de Pedro Sánchez-Prieto y Delfina Vázquez Balonga La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos del siglo XVI a XIX. Esta prevista su publicación próximamente.

[2] Para más información sobre la jerga y otros rasgos del habla de José Izquierdo, ver López (1978).

[3] Hoy la expresión sigue viva en algunas provincias como Toledo. https://matadornetwork.com/es/expresiones-que-solo-los-toledanos-entendemos/

Tras los muros del convento. Informes sobre monjas y frailes

Era enorme la cantidad de personas, tanto hombres como mujeres, que se dedicaban a la vida religiosa en los siglos XVI, XVII o XVIII. Esta fue sin duda una de las causas de que las monjas y (aunque menos) los monjes estén tan presentes en el imaginario colectivo de estos siglos y que se escriba tanto sobre ellos en la literatura.

Este gran número de religiosos es también, claro, la causa de que pasen tantas cosas en los conventos, y que sea necesario escribir informes sobre esos sucesos.

En CODEA encontramos algunos de estos informes escritos por visitadores, inspectores encargados de investigar e informar sobre algún problema. Por ejemplo, en los números CODEA 1053 (Valladolid, 1634) y CODEA 1271 (Salamanca, 1591) se informa de un problema semejante: la falta de disciplina en dos conventos (el de Santa Cruz de Valladolid y el de Sancti Spíritus de Salamanca), que lleva a que algunas religiosas salgan del convento y a que entren personas de fuera:

las comendadoras dan muy ordinarias licencias para que las monjas salgan fuera de el monesterio y que entren personas de fuera dentro d’él, con mucho peligro de la honestidad de las religiosas y buena opinión del convento

Esto sucede, como dicen los dos visitadores, porque en los dos conventos, ambos de la orden de Santiago, sucede lo mismo:

las monjas de Santiago por opinión constante tienen no les obliga la clausura (documento de 1634)

están persuadidas a que no tienen obligación a guardar clausura como las demás religiosas (documento de 1591)

Ya se ha visto que los muros de un convento nunca han sido suficientes para detener a quien, suficientemente motivado, busca franquearlos, como sabía don Juan Tenorio. Pero para hacer de estos informes la base de una historia picante o terrible de amores nefandos (como sucede en varias historias de las Crónicas italianas de Stendhal) hay que tener muuucha imaginación. El propio visitador del convento de Valladolid declaraba que

supongo que la monja culpada no salió a cosa pecaminosa, y en esto no ay género de duda; sólo salió á ver un devoto suyo que estaba enfermo

Los visitadores del convento de Santi Spíritus, en Salamanca, encontraron igualmente que nada hacía sospechar la existencia de pecados de este tipo, y que lo que era de temer era el escándalo de las disensiones entre las monjas, por lo que proponían trasladar a dos de ellas a otros conventos de la misma orden (uno, por cierto, el de Valladolid):

conviene para la paz y quietud de aquella cassa sacar de ella a doña Leonor Enríquez y doña Antonia de Herrera, y ponellas a la una en el monesterio de Santa Fe de Toledo y a la otra en el de Santa Cruz de Valladolid de la misma orden

También el visitador del convento vallisoletano manifestaba las dificultades de la investigación entre las religiosas, pues, decía, “mujeres todo son chismes”, “se mueben como veletas con cualquier aire”, y manifestaba que temía que “revolvieran todo el lugar”:

mugeres todo son chismes, y vandos y parcialidades, y que se mueben como veletas con cualquier aire sin reparar en lo esencial y sustancial de la cosa, y ansí les sucedió en el convento de Santa Cruz, y por aver conocido su inquietud y los bandos que d’ella redundaban parecióme justo no ir allá y aberiguar el caso sin que ellas lo entendiesen, porque, si lo entendieran, revolvieran todo el lugar, unas para solicitarme a la averiguación y castigo, otras a la paliación y remisión

Otros informes tratan de la salud de quienes vivían en los conventos. Salir del convento y airearse no era quizá lo mejor para la regla y disciplina conventuales, pero parece que sí para la salud de las que así lo hacían. Dos informes de CODEA son de sendos médicos que manifiestan, uno la mala salud de los frailes de Santiago de Uclés debido a las pocas horas de sueño (CODEA 1025) y otro que aconseja que la monja Ana María de Espejo, del convento de Sancti Spíritus de Salamanca, que sufre de “calentura” y continuos desmayos, “salga de el convento ansí para hacer exercicio como para divertirse”.

Sin embargo, en la serie de documentos relativos Ana María de Espejo, encontramos reservas en otro informe (CODEA 1261), que aconseja que el permiso se conceda

por limitado tiempo, porque las religiosas que salen del convento con achaque de curarse más piden la licencia para divertirse de las obligaciones de la religión que para curas

Ya saliendo de informes externos, también las abadesas y los abades tenían que tomar en muchos casos la pluma, en general pedir ayuda para solucionar algún problema acuciante, normalmente  el peligro de ruina del edificio. Así, por ejemplo, en una carta escrita desde el monasterio de Ferreira (Lugo) (CODEA 2121), la abadesa pide a la condesa de Lemos, la persona más poderosa de  la zona, una limosna ya que “este monasterio esperimenta graves atrasos y suma pobreza, por lo que no puede resarcir grandísimos daños que amenazan su ruina”. Como se suele hacer en este tipo de misivas de súplica, la abadesa promete estar agradecida y la recompensa de Dios por su buena obra (“le conceda el eterno premio de gloria”).

No se libraban de problemas ni siquiera monasterios muy poderosos como el San Lorenzo del Escorial. En el archivo de esta institución se conservan cartas en las que se citan algunos sucesos que pusieron en dificultades a la comunidad de monjes jerónimos. Próximamente se podrán consultar en el corpus electrónico del proyecto ALDICAM. En una carta de 1673 se informa del desprendimiento de una cornisa (626). Sin embargo, peor fue lo que sucedió en 1679, cuando un rayo cayó en el cimborrio de la basílica (628). El prior, fray Domingo de Ribera, contó el incidente a la reina Mariana de Austria. Desde luego, el prior debió quedar bastante impresionado, a juzgar por cómo lo cuenta:

a la una de la tarde vinieron dos tempestades encontradas, y pararon sobre la iglesia las lágrimas de esta comunidad; los conjuros de la iglesia, letanías y plegarias no fueron vastantes para aplacar a la divina justicia que por medio de las nubes, castigó a esta comunidad, por mí, dando permisso para que cayesse un rayo en el cimborio, derribandola (…), duró la tempestad tres horas y a las tres y cuarto sucedió el caer el rayo.

La reina regente, desde Toledo, contestó expresando su dolor y resignación: “devemos todos conformarnos con la divina boluntad y pedirle misericordia para que aplaque su ira”. El hecho no fue el único, ya que varias décadas más tarde, en 1732, el prior escribió al rey para informar del incendio en una torre del monasterio, de nuevo por la acción de un rayo (631). Esta vez también debieron tener un susto considerable los pobres frailes:

el viernes, que se contaron cinco del corriente, como a las 10 de la noche hallándose ya la Comunidad en su acostumbrada quietud y sossiego, acometió una tempestad, que dio poco cuidado, por no traer aquel espantoso ruido con que en este tiempo suelen acometer otras; pero descubrió luego su malignidad en que siendo en el trueno de menor ruido, despedía tan frecuentes los relámpagos y tan vivas las culebrinas sobre el Monasterio, que aseguran los vecinos del sitio y algunos religiosos (…) aver visto sobre el empizarrado del lienzo de la parte del Norte como un glovo de fuego.

Belén Almeida Cabrejas y Delfina Vázquez Balonga

Fotografía: lateral del antiguo «convento de las Bernardas», Alcalá de Henares.

Maestras de escuela, siglo XIX

En la escuela del siglo XIX, las niñas aprendían con una maestra, los niños con maestros. La formación de las niñas era diferente de la de los varones; a comienzos de siglo su principal objeto era el aprendizaje de la costura o “labor de manos”, aunque, según leemos en un documento oficial de 1783, “si alguna de las muchachas quisiere aprender a leer tendrá igualmente la maestra obligación de enseñarlas”. También se aludía muchas veces, al hablar de la escolarización de las niñas, a las “labores propias de su sexo”.

En un documento de Alcalá de Henares de 1838, la maestra Cándida Yela tiene niñas que reciben clases de “costura, bordado, lectura y escritura”, otras aprenden “costura, lectura y escritura”, y la mayoría solamente “costura y lectura”. Queda clara la jerarquía de los aprendizajes, desde el bordado, lo más lujoso e innecesario, hasta la costura y lectura, lo más básico. Pero había incluso niñas que iban a la escuela y no aprendían ni siquiera a leer:

En el mismo año de 1838, Juana García, también en Alcalá, tiene en su escuela seis niñas «de primera clase» que aprenden “labores propias de su sexo, leer, escribir y doctrina cristiana” (por ocho reales mensuales), ocho «de segunda clase» que no escriben (y pagan seis reales) y doce «de tercera clase» que “no leen ni escriben”, por lo que pagan cuatro reales mensuales (aprendían solo doctrina cristiana y «labores propias de su sexo»).

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Al avanzar el siglo XIX, la educación de las niñas fue incluyendo nuevos contenidos, como ortografía, gramática, aritmética, historia, y llegó a parecerse bastante a la de los niños, aunque la costura seguía ocupando una parte muy importante del tiempo. Aún en 1893 una maestra compraba, en un comercio de Guadalajara, “dos millares ahujas”, “dos docenas dedales”, “tres pares tijeras”, telas y cintas.

La formación de las maestras era, al comienzo de siglo XIX, bastante deficiente. Durante el primer tercio del siglo, no era raro que las maestras escribiesen con una habilidad muy inferior a la de sus colegas varones, que cometiesen errores e incluso que fuesen analfabetas.

En la imagen de arriba puede verse cómo es la letra de la maestra Juana García en un documento de 1838: no escribe en líneas horizontales, sino que las inclina hacia arriba, une determinadas palabras entre sí (por ejemplo determinante posesivo y nombre: suenseñanza, supaga) y presenta la peculiar grafía sexso.

Pero no era la peor situación que podía darse: en un documento de 1852 dirigido a la Real Sociedad Económica Valenciana de Amigos del País sobre ciertas escuelas valencianas, se recoge la queja de que “si bien las maestras que las dirigen son sobresalientes en las labores propias de su sexo, carecen de la instruccion necesaria en los demas ramos de enseñanza», y pide que se atienda especialmente que todas «introduzcan en sus clases las materias indispensables de lectura, escritura y aritmetica por lo menos”.

Aún en 1883 varios periódicos se hacen eco de una noticia, publicada en un periódico local, según la cual una maestra ha sido despedida por no saber leer ni escribir. La sorpresa de los periodistas muestra que en ese momento la idea resultaba chocante:

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La época, 17 de febrero de 1883

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El liberal, 18 de febrero de 1883

La formación de las docentes mejoró mucho desde mediados del siglo XIX. La Ley de Instrucción Pública de 1857 (ley Moyano) convertía en obligatoria la enseñanza para niños y niñas y creó la Escuela Normal Central de Maestras en Madrid. También regulaba el acceso al cuerpo de profesores y profesoras de la escuela pública. Sin embargo, en esta ley no era obligatoria la creación de escuelas normales provinciales para maestras, la formación exigida a las maestras era más superficial que la de los maestros y se preveía que cobrasen una tercera parte menos. La igualdad de sueldos llegaría en 1883. Hacia finales de siglo, la formación de las maestras empezó a incluir contenidos que anteriormente solo cursaban los maestros, como ciencias naturales, física, geometría o educación física.

En los documentos escritos por maestras conservados en los archivos municipales, puede verse desde 1860 o 1870 un gran cambio: ahora las maestras muestran su buena formación y el orgullo que sienten por su trabajo, y hacen sus solicitudes con un tono mesurado, pero seguro. Por ejemplo Adelaida Ronco, maestra de Guadalajara, cierra en 1898 su petición de material al Ayuntamiento diciendo que

Con todo lo que antecede, y con lo que pueda comprarse de material fijo en el próximo  presupuesto con lo asignado para material de la Escuela, podrá quedar esta, aunque modestamente, en condiciones de llenar, por el presente, los altos fines de la enseñanza.

Y en 1880, Josefa Martínez Moreno, maestra en Alcalá, o, como ella escribe, “Profesora titular de niñas de esta Ciudad”, escribe al Ayuntamiento para reclamar un aumento de sueldo parejo al de sus compañeros varones, pues

[ha] llegado á su noticia, que á los Profesores Públicos se les ha aumentado sus sueldos fijos en doscientas setenta y cinco pesetas, prescindiendo de la que suscribe: Y considerando que la Ley de Instruccion Pública concede los mismos derechos y deberes á los profesores de ambos sexos, y que la esponente tiene probados los mismos estudios, y practicados iguales ejercicios que los citados profesores: Considerando que la R. O. de 10 de Agosto de 1858, concede derecho á la solicitante para que se la remunere con las doscientas setenta y cinco pesetas que á los maestros se han aumentado; cree haya sido un olvido de la Comision encargada del arreglo de dicho sueldo, el haber hecho caso omiso de la esponente.

Las maestras sufrieron con frecuencia, como los maestros (como ya vimos en un post anterior), la terrible lacra de la falta de pago de sus sueldos, un motivo que llegó a aparecer frecuentemente en la prensa seria y, como aquí, en la prensa satírica:

maestras_sueldo1

El motín, 11 de julio de 1889

maestras_sueldo2

El motín, 13 de enero de 1889

Dedico esta entrada a la memoria de mi madre y de su madre, maestras.

 

Belén Almeida

 

La imagen superior es parte del documento citado escrito por Josefa Martínez reclamando un aumento de sueldo como el concedido a sus compañeros varones.

Para saber más:

Para escribir esta entrada he utilizado documentos de los archivos municipales de Alcalá de Henares (carpeta 1087/3) y de Guadalajara (caja 1568).

Los ejemplares de El Motín, La época y El liberal los he consultado en la Hemeroteca Digital (www.bne.es).

He encontrado el documento sobre las escuelas de Valencia en esta página de la Universitat Politècnica de València: https://riunet.upv.es/handle/10251/22428

Más allá de hablar castizo: la lengua de Madrid en los documentos

Esta semana, en TextoRblog hemos vuelto a la entrevista. Esta vez, dentro del grupo GITHE al que pertenecemos. ¿Por qué motivo? Entrevistamos a Pedro Sánchez-Prieto, coordinador de GITHE y ahora también del proyecto del Atlas Lingüístico Diacrónico y Dinámico de la Comunidad de Madrid, ALDICAM. La documentación histórica de Madrid es el centro de atención desde una perspectiva novedosa. Pedro Sánchez-Prieto es catedrático en el Departamento de Filología de la Universidad de Alcalá y tiene una larga lista de publicaciones sobre la Historia de la Lengua Española. Veamos qué nos puede explicar sobre el último proyecto.

¿Cuáles son los objetivos del proyecto ALDICAM-CM?

El objetivo último del proyecto es la elaboración de un Atlas Lingüístico Diacrónico y Dinámico de la Comunidad de Madrid. Pretendemos construir un gran corpus lingüístico con las transcripciones de documentos de diferentes archivos madrileños. Con ello buscamos que esté representada la lengua de Madrid a lo largo del tiempo, desde el s. XIII al XIX. En este corpus textual se pueden hacer búsquedas por diferentes criterios: fechas, localidades, tipo de texto, tema.  Lo más llamativo es que los resultados de la búsqueda podrán proyectarse automáticamente a un mapa de la Comunidad de Madrid. Por ejemplo, si una persona interesada consulta en el corpus los nombres del asno (asno, burro, pollino, jumento, borrico, etc.) podrá visualizar en un mapa de manera inmediata las localidades en las que aparece cada una de estas formas, y esto en el período que el usuario elija. Naturalmente, para que esto sea posible hay que transcribir antes los documentos que contengan estas palabras. El objetivo no es solo que esté representada el habla de la ciudad de Madrid a lo largo del tiempo, sino también ese Madrid rural de los pueblos, muy presente a lo largo de la historia, aunque ahora sea mucho menos visible por la desaparición de los modos de vida tradicionales.  Pero el interés del proyecto no se limita a lo lingüístico. Los documentos tienen un gran valor histórico; y a nosotros nos interesa también todo lo que tiene que ver con la historia de la vida privada, de las mentalidades, cómo vivía y pensaba la gente de otras épocas, porque sin esto no se puede entender la lengua, no se puede contextualizar su uso.

¿Qué valor tiene Madrid en la historia de la lengua?

Con el establecimiento de la corte en 1561 Madrid adquiere una gran importancia en la historia de la cultura y de la lengua española. A Madrid acuden ya desde finales del siglo XVI personas de diferentes lugares de la Península que van a influir en la manera de hablar de Madrid y, a su vez, van a ser influidas por esta. Madrid se convierte en un foco desde el que se difunden innovaciones. A través de los escritos de la administración, que llegan a todo el reino, de la imprenta, y más tarde de la prensa y los medios de comunicación, Madrid expande sus usos lingüísticos. El leísmo, no es, desde luego, una innovación madrileña, pero su arraigo en Madrid contribuyó en gran medida a que triunfara dentro de la norma culta peninsular. Lo mismo sucedió con variantes como ahora frente al antiguo agora. Y otro tanto cabe decir del superlativo en –ísimo (excelentísimo, serenísimo) para los tratamientos, pues quienes venían a Madrid a pedir favores o empleos, los usaban en sus solicitudes como una forma de captar la benevolencia de sus destinarios. En los documentos hemos comprobado que el yeísmo estaba extendido entre las clases populares en el s. XIX (apeyido, Viya). El habla de Madrid se convierte en un modelo a imitar, primero en el espacio de lo que hoy es la Comunidad, y luego en todo el ámbito de la nación. No es exagerado decir que la formación del español moderno no se entiende sin el habla de Madrid.

Y además, los documentos nos han permitido descubrir usos no esperados, los propios de las personas de nivel cultural más bajo, porque esto es mucho más difícil que se represente en la escritura. Hay rasgos sorprendentes, como el seseo entre los siglos XVI al XIX (bautisar, dose, carnisero). Y seguro que muchos de los que escribían estas formas eran madrileños. Hay otro rasgo muy curioso, como la inserción de vocales dentro de la palabra, que ya Menéndez Pidal señaló en ciertos actores teatrales del siglo XX, pero que ahora vemos por escrito en el XVII, el XVIII y XIX: Farancisca, pádere, mádere.

El proyecto busca recopilar documentos en archivos de la Comunidad de Madrid. ¿Qué archivos se han visitado en lo que lleváis de proyecto?

Nuestro grupo de edición se dedica desde hace muchos años a la edición y estudio de documentos de diferentes archivos españoles. Entre estos, aparte del Histórico Nacional, habíamos trabajado con algunos de la Comunidad de Madrid, como el Municipal de Alcalá, el de Daganzo o el de Arganda del Rey. Pero gracias a un proyecto de la Comunidad de Madrid, en los dos últimos años se han visitado muchos archivos municipales, como los de El Escorial, San Lorenzo del Escorial (además del que hay del Monasterio), el de Guadarrama, Hoyo de Manzanares, Colmenar Viejo, Parla, Getafe, Arroyomolinos, Chinchón, Aranjuez y otros muchos. Sin olvidar los dos grandes archivos de Madrid, el de Villa, que cuenta con joyas como el Fuero de Madrid, de hacia 1200, y el Regional, heredero del fondo de la antigua Diputación de Madrid, que además, guarda fondos de localidades que no tienen archivo, como Camarma de Esteruelas o Buitrago de Lozoya.

¿Qué tipo de documentos se encuentran y cuáles son los más buscados?

En los archivos, incluso en los más modestos, suele haber una notable variedad de documentos, pero predominan los que tienen que ver con la administración local. Hay que empezar por las actas municipales, conservadas sobre todo para el siglo XIX, contratos de obras, particiones, amojonamientos de los términos municipales, a veces por litigio con otros ayuntamientos. Los ayuntamiento tienen propiedades que deben administrar, y hay contratos de arrendamientos, registros de rentas. Pero también bandos sobre el comportamiento que tienen que tener los vecinos en las fiestas, y se regulan los festejos taurinos; se conservan informes veterinarios sobre el reconocimiento de los toros. Pero en pueblos como Daganzo, El Escorial, Camarma o Arganda hay justicia municipal, y se conservan muchos expedientes de pleitos. Son muy curiosos porque permiten conocer la vida local; en ellos aparecen los vecinos con sus nombres y apodos en los litigios que mantienen entre sí, por ejemplo, por meter el ganado en tierras ajenas, pero también por insultos y peleas, que estaban a la orden del día. Y luego hay documentos privados, las cartas de vecinos al ayuntamiento quejándose, por ejemplo, de que fulano tienen un desagüe que mete el agua de lluvia en su casa.

En otros archivos los documentos son muy distintos. En Alcalá de Henares, en el convento de las Bernardas hay cartas de profesión de religiosas. Y están los fondos de las instituciones benéficas, como la Inclusa de Madrid o la hermandad del Refugio, fundada en 1615. Y aquí se conservan notas de abandono de niños, certificados de defunción, informes médicos.

Pretendemos que haya la mayor variedad posible, pero buscamos sobre todos aquellos documentos de mayor localismo, que reflejen el léxico dialectal de Madrid, los que tratan los modos de vida propios de cada localidad como la caza, la agricultura, la ganadería, la explotación de la madera, la elaboración del carbón. Y, como he dicho, los pleitos. Pero sobre todo buscamos, porque son menos abundantes, los escritos por personas que tienen poco dominio de la escritura, porque así veremos reflejada la lengua en su nivel sociolingüístico más bajo, el más difícil de documentar en el pasado.

Muchos lectores pueden pensar que un documento de archivo es demasiado formal… ¿Hasta qué punto se puede ver la lengua viva en los documentos?

Hay algunos documentos que siguen un protocolo en su elaboración, tienen que estar redactados de una determinada manera, de acuerdo con unas fórmulas fijas, sobre todo al principio y al final, del mismo modo que una escritura de propiedad hoy. Así sucede con los documentos que tratan de cuentas, de arrendamientos, de reparto de impuestos. Aquí se aprecia el peso del lenguaje administrativo. Del mismo modo, los autos o las sentencias en su parte inicial y final siguen un formulario bastante fijo, pero en la sección central, en la que se da cuenta de los hechos que se juzgan hay espacio para que aparezca la lengua viva. Esto sucede especialmente con las declaraciones de testigos, que suelen reflejar de manera más o menos fiel las palabras con las que estos se expresan. Por ejemplo, en un pleito por insultos o calumnias, es necesario que el escribano recoja fielmente lo que el demandante, el acusado y los testigos declaran. Tenemos muchos ejemplos en los que se recogen palabras y expresiones de la lengua viva. En una riña en Arganda del Rey en 1791 entre dos mujeres una le dice a la otra “que era una una escandalosa, que los majos la daban pañuelos de seda”, y otro vecino, al leer el auto porque el que se le condena a pagar cierto gastos a un sastre, “prorrumpió la expresión de que se cagaba en él”. O en 1754 en Camarma de Esteruelas, cuando unos bueyes entran en un trigal, antes de que empezaran a darse de palos, uno de los segadores dice: “Hombres, echen ustedes fuera con mil demonios esos bueyes, que no estamos en año de que ninguno se coma las haziendas de otros”. En los documentos seleccionados la lengua se muestra en todos sus niveles, desde los más elevados y cultos a los familiares y coloquiales.

¿Tenéis pensado hacer alguna publicación en papel o en línea sobre la investigación? ¿Y de los documentos? Por ejemplo, una recopilación de un lugar en particular.

El objetivo final es elaborar este gran corpus que es la base del atlas diacrónico o histórico del habla de Madrid, del siglo XIII al XIX. Se publicará en la web, y será de acceso libre y gratuito. Creemos que va a ser una fuente de información importante. Pero no solo podrán hacerse consultas, sino que estarán disponibles los documentos enteros para su lectura, incluidos los facsímiles o imágenes de los documentos de archivo. Por supuesto, se publicarán, se han publicado ya, artículos de estudios sobre cuestiones variadas, como el léxico de los fueros medievales de Alcalá, sobre sanidad animal en Chinchón, sobre un posible seseo en Madrid; hay también un libro en marcha sobre los escritos de la beneficencia madrileña del XVI al XIX, y una monografía de estudios sobre la documentación madrileña desde el punto de vista archivístico, diplomático, paleográfico y lingüístico. Y nos planteamos ahora preparar una selección  sobre documentos de El Escorial de los siglos XVI al XVIII.

¿Me puedes decir algunos documentos que, por algún motivo, sean tus preferidos? ¿Por qué?

Son muchos, unos por un motivo y otros por otro. En realidad, no hay ningún documento que no tenga algo interesante, pero es cierto que hay algunos son especialmente llamativos. Las notas de abandono de niños en instituciones benéficas, o en la calle, desde del XVI al XIX, tienen un gran interés humano e histórico, qué duda cabe, pero también lingüístico, porque están escrito por personas  con poco dominio de la escritura. Sirven para documentar la historia de la alfabetización. También destacan los informes de la Hermandad del Refugio en el s. XVIII sobre las condiciones en las que se hacía el traslado de “dementes” desde el hospital General de Madrid al de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza.

Por su tema, pero también por cómo está escrito, como si de un relato novelesco se tratara, me llamó siempre la atención el proceso sobre el rapto de un niño de la Inclusa de 5 años llamado Isidro, en 1633. Pero hay otros muchos llamativos, por ejemplo en el Escorial, sobre las pesquisas detectivescas para averiguar quién era una persona vestida con un casacón rojo que se ahogó en 1688 al cruzar un arroyo cuando iba a visitar el monasterio del Escorial, y que resultó ser francés. Estos y otros sucesos curiosos pueden verse en la sección “Historias en los documentos” de la página divulgativa del proyecto http://aldicam.blogspot.com.es/.

Agradecemos mucho este acercamiento a los documentos madrileños y a ALDICAM. Estaremos atentos a las novedades. De momento, ya se puede ver que el habla de Madrid es algo muy complejo que no se queda en lo castizo.

Delfina Vázquez Balonga