Por San Isidro, majos

La palabra majo nos resulta a todos familiar por las pinturas goyescas y el costumbrismo madrileño, sobre todo en los siglos XVIII y XIX. Estos personajes con vestimenta colorida y actitud festiva suelen tener este nombre. Otra manera de llamarlos es chisperos. El diccionario académico de 1780 define esta voz como “El que trabaja en hacer badiles, trébedes y otras cosas menudas de hierro”; sin embargo, en el diccionario académico de 1884 se reconoce el significado como “Hombre apicarado del pueblo bajo de Madrid”. Esto vendría, seguramente, de la asociación entre el oficio y el tipo social. También se les ha denominado manolos, quizá por la frecuencia de este nombre entre ellos. Pero vamos a centrarnos en los majos y lo que significan.

Es un majo “el hombre que afecta guapeza y valentía en las acciones o palabras. Comunmente llaman assí a los que viven en los arrabales desta corte”. Así presenta la figura del majo el primer diccionario de la RAE, conocido como Diccionario de Autoridades (1726-39). No hay autoridad, es decir, cita de una obra, que muestre el uso de esta palabra, que no había aparecido en otros diccionarios anteriores como el Tesoro de Covarrubias. El diccionario de Terreros y Pando lo define en 1787 como “guapo, baladrón, fanfarrón, garboso, petimetre”.

En 1803, el Diccionario de la Academia reconoce que también hay majas, en una reelaboración completa de la definición: “Majo, ja”, “la persona que en su porte, acciones y vestido afecta un poco de libertad y guapeza, mas propia de la gente ordinaria que de la fina y bien criada”.

Ya tenemos, por tanto, muy claro lo que significó ser majo o maja: figuras populares, con mucho brío, fanfarronería, chulería, descaro, frescura… Claro que hay un rasgo más que estaba en la primera definición y que, como se ha visto, se perdió por el camino: decía el Diccionario de Autoridades: “Comunmente llaman assí a los que viven en los arrabales desta corte”. Esta adscripción a Madrid se perdió en el diccionario académico en la edición de 1803. Sin embargo, se ha recuperado en la última edición del diccionario, en la que se ha modificado bastante la definición, que ahora es:

majo, ja (4ª acepción): En los siglos XVIII y XIX, persona de las clases populares de Madrid que en su porte, acciones y vestidos afectaba libertad y guapeza.

Es decir, se recupera en la definición el dato importante de que los majos y majas son figuras específicamente madrileñas, como se ve claro en el uso de la palabra en los textos (aunque no faltan ejemplos de textos que usan al majo como una figura popular, con características parecidas, de otras zonas de España).

Aparte de recreaciones literarias, no tenían buena fama dentro y fuera de Madrid. Al menos eso parece en un documento judicial de Arganda del Rey (Madrid), en el que una mujer insultó a otra vecina “que era una escandalosa, que los majos la davan pañuelos de seda”. Y aquí no hay que olvidar que la acepción de escandalosa no es ‘ruidosa’, sino la que recoge en primer lugar Autoridades (1729): “Perverso, malo, y propiamente se dice de la persona o cosa que ocasiona y da motivo a escándalo”. Es decir, que juntarse con majos no era de mujeres respetables.

Por otra parte, y esto también nos interesará en esta entrada, estas figuras no solo “afecta[ba]n un poco de libertad y guapeza” en “su porte, acciones y vestido”, sino que también su manera de hablar era (o se consideraba) muy característica. Debido a su extracción más humilde, es de suponer que se encuentran rasgos del habla más popular. Ya da una idea de este asunto José Cadalso, cuando escribe con cierto desdén “ni un majo del Barquillo hablaría con más bajo estilo”; hay señalar, por cierto, que en esta calle madrileña estuvo la famosa “Casa de Tócame-Roque”, a la que Ramón de la Cruz dedicó un sainete y que fue célebre por los conflictos entre sus inquilinos[1].

Hemos realizado una búsqueda de la figura del majo y la maja en diferentes textos, consultando el corpus CORDE y anotaciones personales sobre los Episodios Nacionales de Galdós. Las obras que presentan majos en CORDE (hemos buscado las apariciones de esta palabra) son tonadillas anónimas, obras de Ramón de la Cruz como Manolo o La Petra y la Juana o El casero prudente o La casa de Tócame-Roque, y en el XIX las de Bretón de los Herreros o Mesonero Romanos y, naturalmente, Galdós.

Allí, vemos cómo estos majos y majas muestran en su habla la chulería y el desgarro que se consideraban típicos de este colectivo, que se ve claramente en expresiones como “¡Duquesitas a mí!”, “¡A mí con esas!” o “Ya estoy frita” (la Zaina, en Galdós), “Me ha dado la real gana” o el irónico “no mates tanta gente, que se acaba el mundo”, “verás lo que es canela”, “mi santa voluntad”, “si te mueves, te como” (Nazaria, en Galdós), “Si supiera que habías de dar tal corte / la lengua te sacara / por el cogote” (Tonadilla “La contienda”), “le tengo de sacar las tripas juera” (Ramón de la Cruz, “Manolo”), “dar pa el pelo”, “Anda y qué güeno me sabe” (irónico) (Primorosa, en Galdós).

Además, las personas calificadas como majas (también, a veces, manolas o chisperos) presentan los siguientes rasgos:

-pérdida de -d- intervocálica muy generalizada: (Prao, salao, toícas, ío, en la tonadilla “La contienda”), cansaos (Galdós),

-pérdida ocasional de la -b- intervocálica: naaja ‘navaja’, caeza ‘cabeza’ (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés),

-pérdida de -d final: usté (tonadilla “La contienda”) o su conversión en -z («iz ca el regidor»),

-pérdida de -r- en algunas palabras concretas como mira o para: “mia qué fegura” (tonadilla “La contienda), “pa dárselos a los franceses” (Galdós),

-metátesis de -r- en algunas palabras: presona (tonadilla “La contienda”), treato (Galdós),

-aspiración de la f- inicial: juerza, juera (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés); juera (Galdós),

-jejeo y aspiración de -s final de sílaba (más raramente): jeñores (Galdós),

-uso de palabras “cultas”: cercunstancia (Tonadilla “La contienda”), alverso (Ramón de la Cruz, Manolo), osequiar (Galdós),

-confusión i/e átonas: ofecina (Ramón de la Cruz, Las castañeras picadas), dimonios (Galdós),

-confusión e/a átonas: Sabastián (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés),

-formación no normativa de formas verbales: dijites (Ramón de la Cruz, Manolo), semos (Galdós), estemos ‘estamos’ (Galdós), “quitaros las flores del pelo” (Galdós),

-uso de prefijos no normativos: “me enclavan alfileres”, “desapártense toos” (Galdós), reseñorona y requete-usía (Galdós),

-uso de motes, además de “la” y “el” ante el apodo o el nombre de pila: el Zurdillo, el Zancudo, la Pelundris, Gangosa, Perdulario… (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés). El origen de los motes es también interesante; ya que se suelen formar con adjetivos con resonancias cómicas (zurdillo, zancudo, gangosa, mediodiente). Algunos nombres se pronuncian de manera vulgar, como Alifonsa[2] y Lorencio).

Esta manera de hablar parece unida en la literatura no solo a la pertenencia a las clases bajas, sino a la chulería propia de los majos, con lo que por ejemplo en Galdós Primorosa es una desgarradísima maja, a la que Galdós llama “manola” e incluso “harpía” y que anima a la multitud a pedir cuentas a un regidor que será en efecto asesinado por la masa: “Pues iz ca el regidor y sacárselos de las asaúras”. En cambio, su marido Chinitas, un héroe modesto del 2 de mayo, intenta moderar los excesos de su mujer con una lengua no marcada: “Mujer, deja en paz a ese caballero. Mira que la armo”, a lo que ella le responde: “¡Sopa sin sal, endino!”.

¿Hablaban así las personas de las clases populares de Madrid? Parece claro que no exactamente. Por una parte, la representación literaria del habla de Madrid es una simplificación de cómo se hablaba (así pasa en todas las imitaciones literarias del habla de cualquier grupo, como hemos mostrado en esta, en esta y en esta entrada del blog). García González  (2018) manifiesta que en muchas de estas obras “el habla de las clases populares de Madrid” se representa “casi exclusivamente mediante vulgarismos fonéticos”: es decir, que por supuesto no todas las personas de Madrid hablaban “a lo majo”, y además los rasgos que se señalan como característicos de los majos no son exclusivos de ellos, sino “vulgarismos fonéticos” o de otro tipo que se advierten también en hablas populares de otras zonas, como la caída de -d- y de otros elementos, préstamos del habla de germanía, aspiración de -s, entre otros. Por otra parte, parece probable que ciertos grupos populares, entre ellos los conocidos como majos, creasen un habla peculiar exagerando determinados elementos y tomando incluso rasgos fonéticos considerados vulgares más propios de otras regiones. Por ejemplo, se ha observado la influencia de las hablas andaluzas en ciertos grupos populares de Madrid, así como el éxito de los gitanismos (García González 2017: 39).

En el análisis del habla popular de Madrid tal como se muestra en los documentos escritos por personas con una baja formación sí encontramos no pocos de estos rasgos, pero no todos. Destacan como verdaderos rasgos propios de las personas de escasa formación de Madrid (lo que no quiere decir que no fueran también propios de otras zonas) en los siglos XVIII y XIX la variación en el vocalismo átono con respecto de la norma culta, no solo entre e / i, sino entre o / u: sostituyr, demisión, deligencias, tiniente, intelejible o Brigeda son ejemplos de ello. En los documentos alcalaínos, se encuentran numerosos cambios con respecto al estándar de -l y -l finales de sílaba: generar ‘general’, vorvese ‘volverse’, barcones ‘balcones’, carcula ‘calcula’… La omisión o cambio de las consonantes –p, –b, –t, –d, –c, –g y el grupo –ns finales de sílaba son habituales: istancia, susistencia, osequio, se didne, octener, albertir ‘advertir’ o Sectiembre son algunos ejemplos. También la vacilación o caída de consonantes finales de sílaba, especialmente de palabra, son relativamente frecuentes, aunque no tanto como los rasgos anteriores: birtuz, segurida, uste, Merze (Almeida Cabrejas, en prensa).

En cuanto a la caída de -d- o de otras consonantes intervocálicas, un rasgo muy repetido en la imitación de la lengua de los majos, se encuentra en textos de personas poco alfabetizadas de Madrid (acristianao, echao) (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2019), pero no lo hemos visto en zonas cercanas, por ejemplo en Alcalá de Henares; la modificación de la f- o s- en posición inicial de sílaba (como en juerza o jeñores) es inexistente en los textos analizados.

Con este acercamiento a la figura y la lengua de majos y majas celebramos desde Alcalá de Henares la fiesta de nuestros vecinos de Madrid (Madrí, Madriz) y les deseamos una fiesta lo mejor posible dentro de las duras circunstancias actuales.

 

Belén Almeida y Delfina Vázquez

 

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén y Delfina Vázquez Balonga (2020): “Por san Isidro, majos”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: [link].

Imagen: Marina Serrano Marín.

 

Para saber más:

Autoridades = Real Academia Española de la Lengua (1726-1739): Diccionario de Autoridades. Disponible en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española. https://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico

Almeida Cabrejas, Belén (en prensa): “1.1.2. Escritos de nivel sociocultural medio y bajo en Alcalá de Henares en los ss. XVIII y XIX”, en La lengua de Madrid a lo largo del tiempo. Universidad de Sevilla.

CORDE = Real Academia Española de la Lengua: Corpus Diacrónico del Español. Disponible en https://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde

García González, Javier (2017): “El elemento gitano en el habla de Madrid”, en José María Santos Rovira (ed.), Variación lingüística e identidad en el mundo hispanohablante. Lugo: Axac, pp. 31-54.

García González, Javier (2018): “Aportación al estudio del habla de Madrid en los siglos XVIII y XIX”, Actas del X Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, 1571-1588. https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/37/61/37garcia.pdf

Sánchez-Prieto Borja, Pedro y Delfina Vázquez Balonga (2019): La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos de los siglos XVI al XIX. Madrid: Ediciones Complutense.

[1] La casa fue demolida en 1883 (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2019).

[2] La variante Alifonso se ve en una nota de mano poco experta en 1741 (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2019: 108). También la pone Galdós en boca de José Izquierdo, tío de Fortunata en Fortunata y Jacinta (1884) (Véase el post dedicado a él en TextoR).

El menistro asigura lo mesmo de siempre… Vacilación de e/i, habla popular, madrileño y andaluz

La vacilación e/i (especialmente en las sílabas átonas) es muy usual en la lengua. Se produce por muy diversas causas, entre otras la asimilación (es decir, la aproximación de un sonido a otro cercano): así, teniente dará tiniente, lección dará lición o seguiendo (forma de seguir, con -e-) dará siguiendo (forma que ha tenido éxito y es parte del paradigma normativo del verbo). Pero también en otras palabras hay variación entre e e i.

En el siglo XVI, sigún o siguro parecen haber sido formas frecuentes; en el XVIII, mesmo se seguía utilizando. Pero ¿qué hablantes usaban estas formas? ¿Eran personas cultas o menos cultas? ¿Tenían algunas de estas palabras menos prestigio? Digamos: ¿sonreían, disimuladamente o no, los hablantes cultos cuando oían “mesmo”, como algunas personas hacen hoy cuando el camarero ofrece “cocretas”?

Probablemente sí. En diferentes palabras, una de sus formas fue quedando relegada y se impuso otra; las personas que usaban la forma relegada fueron siendo vistas como menos cultas. Debido a esta convicción, se llegó a usar formas como menistro en la imitación del habla popular en los siglos XVIII, XIX e incluso XX. Como ya hemos visto en otras entradas como «Biba en la prensa del XIX» o algunos Rinconetes del Centro Virtual Cervantes (“Faltas de ortografía, ayer y hoy”; “¿Qué an eho los cahorros de león?”), se hizo uso de la imitación de la lengua y de la escritura de distintos grupos para caracterizarlos, en general con un propósito humorístico.

Así, el periódico La Revista Española, en su ejemplar del 21 de enero de 1835, reproduce “sin variarle punto, letra ni coma” un documento firmado por un comandante carlista, en el que se atribuye a este comandante, entre otras elecciones poco prestigiosas, la palabra “distruccion”. ¿Por qué opta el periódico por dedicar espacio a estos errores? Para burlarse de la escasa instrucción de un militar carlista, y, de paso, del bando carlista entero.

Pero no solo eso: parece que también se impuso una cierta conciencia de que estas formas eran propias de algunas variedades del español, por ejemplo del madrileño o del andaluz. En la imitación del habla popular madrileña, Galdós hace a sus majos, majas o manolas hablar con este rasgo (entre otros), y por ejemplo Pujitos, en una novela de los Episodios nacionales de Galdós (El 19 de marzo y el 2 de mayo, 1873), arenga así a la multitud:

-Jeñores: denque los güenos españoles golvimos en sí, y vimos quese menistro de los dimonios tenía vendío el reino a Napolión, risolvimos ir en ca el palacio de su sacarreal majestad pa icirle cómo estemos cansaos de que nos gobierne como nos está gobernando

Como se puede ver, Pujitos presenta muchísimas características fonéticas peculiares, desde el jejeo (aspiración de s en posición inicial de sílaba: jeñores) o la caída de d intervocálica (vendío, cansaos) o inicial (icirle) al rasgo que estamos buscando, el paso de e a i o de i a e: risolvimos, dimonios o menistro (además de Napolión, que es algo diferente porque se da en un contexto de dos vocales juntas). La manola Primorosa usa la palabra endino (por indigno), en la misma novela de Galdós.

También en la obra Los madrileños adoptivos (1790)[1], de Antonio González de León, se hace hablar a los madrileños (de quienes el autor se burla) con este rasgo, frente al español señorial y exquisito de las figuras andaluzas: palabras como metá, nenguna, redículo, sigún, fegura, misiricordia, menistro, milindres o cerimonias muestran claramente que el autor considera este rasgo muy característico de los hablantes madrileños, o al menos de algunos.

Pero también al imitar el modo de hablar de hablantes andaluces se recurrió a este tipo de cambios, y en el periódico El tío Tremenda, publicado en Sevilla a comienzos del XIX, encontramos, junto con rasgos como aspiración de h- inicial (jace), omisión de “d” intervocálica o final, incluso inicial (juzgaos, usté, erecho, ice), también la apertura de i en e (más que cierre de e en i): trebunales, encumbencias, mesmo, menistro… Claro que en este periódico las personas que hablan “en andaluz” se ocupan de aspectos tan encumbrados que los vemos también hablar de argüir, proyeutos, paraoxas (paradojas) o cimientos del trono.

También en una presunta «Carta de Andalucía» (sin duda una creación, no una carta real) recibida por el periódico El censor en 1781 aparecen elementos como mijor, siñor, paricia (parecía), antisala, mesmamente, escrebir, melitar o prencipio. (Se ha consultado el periódico en la Hemeroteca Digital de la BNE).

Realmente, ¿hablaban así los madrileños, los andaluces? ¿Hablaban así algunos de ellos? ¿Por qué coincide este rasgo (y otros) del habla madrileña y del habla andaluza? Pues porque, en realidad, lo que hacen muchos de estos textos que pretenden imitar cómo habla un colectivo de una u otra zona no es tanto reproducir las principales características de un dialecto, sino utilizar vulgarismos no exclusivos de una zona u otra[2].

Así pueden coincidir los rasgos que un sevillano destaca del habla de madrileños (en Los madrileños adoptivos), los que un periódico de Madrid resalta de los andaluces (en la “Carta de Andalucía” de El censor, 1781), los que una publicación de Sevilla considera característicos de los sevillanos (en El tío Tremenda) e incluso los que Galdós (canario, y madrileño adoptivo él también) señala como propios de los majos y manolas de Madrid. Otros textos del XVIII, como el sainete Manolo de Ramón de la Cruz[3] (defuntos, ensine ‘insigne’, nenguno) o la Infancia de Jesu-Christo, de Gaspar Fernández y Ávila[4] (mijor, prencipal, quistiones, vigilia) resaltan lo dicho: el cambio e/i era un vulgarismo de amplio alcance que a pesar de ello se consideró característico del habla de diferentes zonas.

Sin embargo, aunque obviamente hay una exageración y simplificación de los rasgos, se encuentran en documentos reales escritos por personas de bajo nivel socioeducacional ejemplos de estos rasgos: solinidad (por solemnidad), besitazion (por visitación), enclusa (por inclusa) y bautezada se encuentran en documentos madrileños del XVIII, y matremonio y Getrudes en documentos del XIX[5].

Parece claro, como hemos defendido en muchas entradas de este blog, que para estudios de tipo histórico, sean sobre aspectos sociales[6], lingüísticos u otros, la literatura es una fuente importante, pero los materiales de la época, entre los que destacan los documentos de archivo, los documentos notariales, peticiones, cartas o notas, son mucho más fiables y por tanto más relevantes para conocer la realidad de la época.

Belén Almeida

 

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén (2020): “El menistro asigura lo mesmo de siempre… Vacilación de e/i, habla popular, madrileño y andaluz”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: link.

 

[1] Fernández Martín, Elisabeth (2016), Sevilla frente a Madrid en el siglo XVIII: Los madrileños adoptivos (1790), de Antonio González de León, Madrid, CSIC.

[2] Lola Pons (2000), “La escritura «en andaluz» en tres periódicos del siglo XIX: El tío Tremenda (1814, 1823), el Anti-Tremenda (1820) y El tío Clarín (1864-1871)”, Philologia Hispalensis, 14, 77-98. http://institucional.us.es/revistas/philologia/14_1/art_7.pdf

[3] Javier García González (2018), «Aportación al estudio del habla de Madrid en los siglos XVIII y XIX», Actas del X Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, 1571-1588. https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/37/61/37garcia.pdf

[4] Juan Antonio Frago Gracia (1993), Historia de las hablas andaluzas, Arco Libros.

[5] Pedro Sánchez-Prieto y Delfina Vázquez Balonga (2019), La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos de los siglos XVI al XIX, Ediciones Complutense.

[6] Por ejemplo, los historiadores de la vida cotidiana han señalado en las últimas décadas, con recurso a registros de matrimonios, que el matrimonio en los siglos XVI y XVII era mucho más tardío de lo que se puede suponer por fuentes literarias, como por ejemplo la tragedia de Shakespeare Romeo and Juliet, donde Juliet tiene 13 años.

«Quien no diga jacha, jigo y jiguera no es de mi tierra» (tampoco en los Siglos de Oro)

Es posible que hayáis oído alguna vez este famoso dicho con el que, de forma simpática, un extremeño declara con orgullo sus raíces y con el que al mismo tiempo se pone de manifiesto una práctica fonética muy interesante que en épocas pasadas estuvo tan extendida que llegó a ser la norma, y es que en esta región se aspira la inicial de ciertas palabras que en latín comenzaban por F- . De este modo, podremos escuchar jaba, jarto, jelecho, jerrumbroso, jilvanar, jincar, jocico, jollín, jumo, jurgar, etc., donde la grafía j representa [h], es decir, una pronunciación aspirada. Esto mismo también sucede en interior de palabras como ajogar, ajumado, dejesa o sabijondo, aunque con mucha menos frecuencia.

Hasta hace unas décadas, esta pronunciación tan curiosa constituía uno de los aspectos fonéticos más característicos del extremeño, pero hoy en día se trata más bien de un fenómeno residual que se da sobre todo en las zonas rurales y por parte de personas mayores y de nivel sociocultural bajo.

Como miembros del GITHE tenemos la firme convicción de que a la hora de investigar documentos de épocas pasadas no podemos desligar la dialectología de la historia de la lengua, por lo que nuestra visión de este fenómeno en la actualidad estaría incompleta si no tuviésemos en cuenta cómo se produjo.

Simplificando bastante las cosas para no aburrir a nuestros lectores, podemos decir que hasta principios del s. X, la aspiración de la F- latina se limitaba a Cantabria, el norte de Burgos y ciertas áreas del País Vasco, mientras que otras zonas pronunciaban [f]. A medida que Castilla se va extendiendo en los inicios de la Reconquista, la aspiración comienza a emplearse en toda Castilla la Vieja, a invadir León y quizá pasa al otro lado del Guadarrama, de tal manera que desde el s. XIII forma parte de la pronunciación estándar (toledana) y llega con la Reconquista al sur de España. Sin embargo, al mismo tiempo que la pronunciación [h] triunfaba en el sur y oeste, estaba siendo reemplazada por una no aspirada en Burgos y otras zonas de Castilla la Vieja. De este modo, en el s. XVI se produce un enfrentamiento entre la pronunciación de Burgos ablar y la de Toledo hablar. Tras establecerse en Madrid a mediados del XVI la pronunciación norteña (es decir, sin aspiración), este modelo se convierte en la norma y poco a poco se extiende a territorios meridionales cada vez mayores como Castilla la Nueva, el nordeste de Andalucía o Murcia. La aspiración, no obstante, ha sobrevivido hasta hoy en el occidente de Santander, este de Asturias, occidente de Salamanca, Extremadura, Andalucía occidental y zonas de América, sobre todo en el habla de personas de nivel sociocultural bajo y en zonas rurales.

No obstante, hubo que esperar hasta finales del s. XV para que comenzase a normalizarse el uso de h para indicar la aspiración y de f para representar la pronunciación [f] debido a la necesidad de utilizar grafías diferentes para lo que eran dos fonemas separados: /h/ y /f/, hasta entonces transcritos siempre con la grafía f.

Pues bien, si indagamos un poco en la web del corpus CODEA, al que ya nos hemos referido  en anteriores entradas, podemos encontrar casos en los que se aprecia esta aspiración de F- latina, donde la grafía h representa una pronunciación aspirada, como Henares en un documento de Burgos de 1277, herrada en uno de Toledo de 1347, hazer en uno de Soria de 1493, horma en otro de Madrid de 1594, etc.

Como hemos dicho, en Extremadura perduró esta pronunciación aspirada hasta nuestros días, así que no es de extrañar que en los documentos extremeños de los siglos XVI y XVII que están siendo editados y estudiados en una tesis doctoral dentro del grupo de investigación GITHE encontremos también casos de indicios de aspiración, en la que [h] se representa con las grafías h o j, en palabras donde al final triunfó f (como hebrero ‘febrero’ o huego ‘fuego’) o en las que se impuso la h, que en la lengua estándar actual no representa ningún sonido (jierro ‘hierro’, joz ‘hoz’, juso ‘huso’, etc.). En las imágenes puede verse la h- en huego («tenazas del huego») y la j- en husos («jusos de torçer hilo»).

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Son muchos los casos en estos documentos extremeños en los que claramente no se refleja tal aspiración (p. ej. azer, arina, errar, ilo, ixo…), pero debemos tener en cuenta que probablemente ya entonces era un fenómeno que desde el punto de vista sociolingüístico se percibía como poco prestigioso, como sucede ahora (ningún reportero extremeño lo usará cuando salga en directo), así que lo más normal es que los notarios o escribanos públicos, que eran los responsables de este tipo de documentos y que incluso podían no ser de la región, evitaran reflejar esta pronunciación tan “baja” en sus escritos oficiales.

Visto lo visto, ¿crees que en el siglo XVII los extremeños también se sentían orgullosos de pertenecer a una tierra donde se decía jacha, jigo y jiguera? ¿Conoces a alguien que pronuncie de esta manera tan particular y preciosa (al menos para los lingüistas)? Si sabes más ejemplos como los que hemos ofrecido antes, compártelos con nosotros.

Si este tema te parece interesante y quieres más información sobre el origen de este fenómeno fonético y su extensión geográfica, puedes leer, entre otras obras, El extremeño de Pilar Montero Curiel, los Orígenes del español de Menéndez Pidal o la Gramática histórica del español de Ralph Penny. Y para ver más ejemplos de aspiración de F- latina en documentos antiguos, no dudes en consultar el corpus CODEA en http://corpuscodea.es/corpus/consultas.php. Algunas ideas: busca hazer (o haz*), heno, Henares, hijo o hija, horno, hembra, y por supuesto hacha, higo e higuera. En todas estas palabras la h- procede de F- inicial latina, por lo que suponemos que la grafía h- marca la aspiración. En cambio en hombre, haber (escrito aver o haver), heredad, la h- procede de H- latina y no se pronunciaba, ni en la Edad Media ni en los Siglos de Oro ni posteriormente.

D.S.

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¿Sánchez, Sánchiz?

El apellido Sánchez (formado por el nombre de pila Sancho más el patronímico -ez) es muy frecuente. En cambio la variante Sánchiz es mucho menos usual. ¿Esto era así también en épocas pasadas?

Para estudiar este tipo de aspectos, es muy útil disponer de un corpus lingüístico, un conjunto de textos seleccionados con diversos criterios que permite realizar búsquedas. El corpus CODEA, creado por los autores de este blog y del que hablaremos en muchas ocasiones, está formado (de momento) por unos 2000 documentos de archivo desde la Edad Media hasta 1800. Hemos realizado la búsqueda de Sánchez/Sánchiz y hemos dado la orden de que se exporte la búsqueda a mapa, y este es el resultado:

sanchez_sanchiz

Puede verse que Sánchez es muy frecuente en toda España en los siglos XI al XVIII, mientras que Sánchiz solo se da en documentos de Navarra.

Si queremos afinar más aún, podemos buscar la grafía con -ç final en lugar de -z, que se dio también ocasionalmente. Aquí damos el área en detalle: se ve que los apellidos Sánchiz, Sáncheç y Sánchiç solo se encuentran (en el corpus CODEA, que si está bien elaborado como creemos podría considerarse representativo del reparto geográfico real) en documentos escritos en Navarra, y sobre todo en la zona de Lombier y Sangüesa.

sanchez_sanchiz_c

¿Quieres buscar tu apellido y sus variantes y trasladarlo a mapa? Puedes hacerlo en http://corpuscodea.es/corpus/consultas.php

Puedes ver cómo buscar mejor en esta entrada.

Belén Almeida

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