El ajo, comida de villanos

Sabroso como pocas cosas, el ajo es una constante en la comida de muchas zonas del planeta. Sin embargo, la valoración social del ajo es diferente en diferentes momentos y lugares. En Alemania, por ejemplo, muchas personas restringen su consumo a los fines de semana, por el olor característico que da al aliento de las personas que lo han comido… en la percepción de personas que no lo han hecho. Cruzo los dedos por que esta novedad no llegue nunca a un sitio donde yo viva. Pero por ejemplo en España tampoco ha disfrutado siempre el ajo de la popularidad actual, y al menos en la Edad Media tardía y en los Siglos de Oro se consideró el ajo (y en parte la cebolla) como comida propia del pueblo.

Me temo que tengo que empezar con una anécdota apócrifa, con lo poco que me gusta. Dicen de Isabel I de Castilla que no le gustaba el ajo. Bueno, hay gente así. Pero lo que dicen concretamente que ocurrió en una ocasión es que, cuando le sirvieron un plato con ojo y perejil, la reina exclamó: “Venía el villano vestido de verde”.

Pero ¿por qué “villano”? Pues porque el ajo era propio de villanos, es decir, de gente del pueblo. Y si Isabel I no pronunció la frase, pudo haberla pronunciado cualquier otra dama (o caballero) que fuera “gran decidora” (o decidor), como sucede en este cuentecillo de Sobremesa y alivio de caminantes de Joan de Timoneda (1562-1569):

A una dama que era gran decidora no había persona que le hiciese comer ajo, ni cosa que supiese a él. Un galán que la servía hízole un banquete, y dijo al cocinero que, de cualquier manera que fuese, le hiciese comer ajo. El cocinero por más disfrazar el negocio, picó algunos ajos en el mortero, y, quitados de allí, hizo una salsa verde en el mismo mortero, y llevándola delante de la dama, al primer bocado paró, y dijo:
-¡Oh, hideputa el villano! ¡Cuál viene disfrazado de verde, como si no le conociésemos acá!

Buscando en el corpus CORDE textos que mencionan en el mismo segmento “villano” y “ajo”, parece evidente que esta relación era un tópico, pues aparece en frases hechas o refranes. Por ejemplo, se decía que el ajo, o el ajo y el vino, eran “triaca de villanos”. ¿Triaca? Es, según el DLE, “Confección farmacéutica usada de antiguo y compuesta de muchos ingredientes y principalmente de opio. Se ha empleado para las mordeduras de animales venenosos». En resumen, el ajo, o el ajo y el vino, son remedio (para lo que sea) propio de villanos. En este texto, remedio para el frío:

cosas ay de sý que, aunque sean al aspecto frrías, pero son mucho calyentes, como el vino, por mucho frrío que lo bevas, sy puro e muchas veses sea bevido, como él de sý se caliente, quema los fígados e altera la persona, e tanto lo calyenta que apenas sentyrá frrío. Por ende se dise: «El ajo e el vino atriaca de los villanos.» (Alfonso Martínez de Toledo, Corbacho)

Pero también para verdaderos venenos, como aquí:

Dos maneras se hallan de ajos, de las quales la una es salvage, cuya flor es muy buena en mediçina, la otra es privada o domestica, de que usamos comunmente; & nasçe la cabeça en tierra & ha muchas virtudes, ca el gasta el venino & lo echa fuera & por esto no sin causa llamavan los antigos al ajo triaca de villanos, como Diascorides dize. El ajo vale mucho contra la mordedura de un perro ravioso (Fray Vicente de Burgos, Traducción de El Libro de Propietatibus Rerum de Bartolomé Anglicus)

O en este tratado botánico:

Los ajos crudos son buena triaca contra el corrompimiento delos pescados & contra la ventosidad dellos. Como quier que son buenos contra toda otra ponçoña. E porende algunos fisicos los pusieron nombre triaca delos villanos (Macer)

“Harto de ajos” es un insulto que no debió ser raro para las clases subalternas, como señalaba Antonio Domínguez Ortiz en Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen (1973):

Don Quijote estaba lleno de bondad hacia Sancho, pero cuando se irritaba lo trataba de «villano harto de ajos», frase que hace sospechar una diferenciación de tipo alimenticio que sería interesante estudiar.

Y en efecto, entre los consejos que don Quijote da a Sancho cuando le hacen gobernador de la ínsula Barataria está:

«No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería.

En el Entremés del hidalgo de Olías (1661), Juan de Zabaleta enfrenta a un caballero (don Claudio) y a un alcalde (que aparece en el listado de personajes como “Vn alcalde Villano”):

Clau. Muy cerca de aquí le siento;
mas la voz es de mujer,
y a mí me toca este empeño,
y no a vos.
Alcal. ¿Pues por qué a vos?
Clau. Porque yo soy caballero.
Alcal. Yo, Alcalde.
Clau. Alcalde villano,
con sangre de ajos y puerros,
en socorro de mujer
me da a mí el lugar primero.

Como es natural, si el ajo se consideraba comida de villanos su uso no sería tan habitual entre las personas con más medios. Así, en una receta del Libro de guisados de Ruperto de Nola, la “Morena en parrillas”, se indica:

Escaldar la morena así como el congrio; y si es viva azotarla reciamente porque bajen todas las espinas a la cola, y si quieres engañar a tu compañero dale a comer la cola; y después quítale la cabeza; y cortarla a pedazos tan grandes como un palmo y después untar las parrillas con aceite y pon la morena a asar y untarlo muy bien a menudo con aceite. Y también hay muchos que la untan con ajo y aceite. Mas cada uno la guisa según fuere su apetito. Porque hay muchos señores que no comen ajo y aceite, y otros lo comen, y tornando al propósito hacer el salsero que se suele hacer a las viandas asadas, que es zumo de naranja y gingibre, y aceite y un poco de agua y todo esto pornás dentro de una ollica pequeña con sal; y todas las buenas yerbas cortadas menudas; y cuando quieran comer poner la vianda en el plato y echarle su salsa encima.

(El aceite no era considerado propio de villanos, sino de judíos, como quizá podemos ver en otra entrada futura. Lo de azotar la morena viva, bueno…).

 “Harto de ajos” aún aparece, en la entrada ajo, en el DLE:

harto, ta de ajos
1. loc. adj. coloq. Rústico y mal criado.

No se centra en la importancia del ajo Eugenio Asensio cuando habla, en Itinerario del entremés. Desde Lope de Rueda a Quiñones de Benavente (1965 – 1971), de la “rivalidad entre el hidalgo empobrecido y el villano en ascensión económica y social” en el entremés de Los alcaldes encontrados. Sin embargo, para esta entrada fijarse en el significado del ajo es fundamental:

En la logomaquia perpetua de los dos alcaldes lleva la palma el «villano harto de ajos«, que con sus inexorables alusiones a la sangre hebrea del hidalgo le hostiga y humilla. Como variaciones de este combate se insertan las referencias insultantes a la paciencia del marido viejo y liviandad de su esposa.

Se opone, pues, un “villano, harto de ajos y cebollas” y un hidalgo acusado de tener sangre hebrea y además cornudo, que lleva, naturalmente, las de perder en su discusión, pues le ayuda el dramaturgo todo lo que puede.

Y es que, como es sabido, ser villano se consideraba incompatible con tener sangre judía, causa por la que un converso se muestra tan dispuesto a ser considerado villano en este chiste de la Floresta española de Melchor de Santa Cruz de Dueñas (1574):

Soltando a un hombre de la cárcel, que era de ruin casta, pidióle el carcelero le pagase el carcelaje. Pagaban los hidalgos un real, y la gente común, medio. Como no le diese más de medio real, le dijo:
-Un hidalgo como vuestra merced, ¿no me da más de esto?
Respondió:
-Con villano me contentará.

El enfrentamiento entre villanos y conversos sirve de curiosa explicación a esta copla popular recogida por Francisco del Rosal:

Madre, que dice mi padre
que haga un ajico,
con su cominico,
que sepa a vinagre.

El autor comenta: “de industria parece haberla hecho el poeta con el sentido que entonces le dábamos, pues por ajo se entiende el villano y por comino el judío o confeso y por vinagre la poca paz y amistad”.

En 2020, un año que ha sido duro, disfrutemos, ya que podemos, del ajo sin darle más significado que que nos gusta.

Belén Almeida

Cómo citar esta entrada: Almeida, Belén (2020): “El ajo, ¿comida de villanos?”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de [link].

Imagen: iphamion@yahoo.es

Para saber más:

En el blog:

Hablamos de la oposición entre caballeros y villanos en la poesía de Juan del Encina en esta entrada. En Toledanos y berenjenas y ¿Te gusta el cilantro? hemos hablado de comidas consideradas típicas de conversos en algún momento.

En la red:

Explica el origen de la anécdota Alfred López, del blog “Ya está el listo que todo lo sabe”, en https://blogs.20minutos.es/yaestaellistoquetodolosabe/de-donde-surge-la-expresion-venia-el-villano-vestido-de-verde/

El entremés del hidalgo de Olías puede leerse en http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/rasgos-del-ocio-en-diferentes-bayles-entremeses-y-loas-de-diversos-avtores–0/html/021fc47c-82b2-11df-acc7-002185ce6064_47.html

El entremés de Los alcaldes encontrados puede leerse en http://www.cervantesvirtual.com/obra/entremes-los-alcaldes-encontrados/

y en

https://archive.org/stream/AK002T2/AK002_djvu.txt

Francisco del Rosal, Poesías [Corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos XV a XVII).

En “Elementos cotidianos posiblemente usados para caracterizar a presuntos judaizantes en textos literarios y no literarios de los siglos XV y XVI” hablé del comino como comida considerada (quizá) típica de conversos. Puede consultarse en Academia.edu, y la referencia completa es:

Belén Almeida (2014), «Elementos cotidianos posiblemente usados para caracterizar a presuntos judaizantes en textos literarios y no literarios de los siglos XV y XVI», R. Barros (ed. lit.), Actas del Coloquio Internacional Cincuentenario de la AIH, 217-228.

Notas históricas sobre una koiné actual: el romanche

Las tardes otoñales que acabamos de estrenar nos invitan a quedarnos en casa y disfrutar de un buen café y de una buena serie. Pensemos en aquellos tiempos en los que esas tardes se ocupaban con historias de lo que posteriormente se conocería como literatura popular, como la De lo que contesció a un raposo con un cuervo que tenié un pedaço de queso en el pico, compilada por don Juan Manuel en El Conde Lucanor.

  • (1) La zorra estaba de nuevo hambrienta. En ese momento, sobre la rama de un árbol, vio un cuervo que llevaba un pedazo de queso en su pico. Qué rico, pensó, y le gritó al cuervo: “¡Qué bello que eres! Si tu canto es tan hermoso como tu apariencia, entonces eres el pájaro más bello de todos”.
  • (2) L‘uolp era puspei inagada fomentada. Cheu ha ella viu sin in pegn in tgaper che teneva in toc caschiel en siu bec. Quei gustass a mi, ha ella tertgau, ed ha clamau al tgaper: «Tgei bi che ti eis! Sche tiu cant ei aschi bials sco tia cumparsa, lu eis ti il pli bi utschi da tuts».
  • (3) La gualp eara puspe egn‘eada fumantada. Qua â ella vieu sen egn pegn egn corv ca taneva egn toc caschiel ainten sieus pecel. Quegl gustass a mei, â ella tartgieu, ed ha clamo agli corv: «Tge beal ca tei es! Scha tieus tgànt e aschi beal sco tia pareta, alura es tei igl ple beal utschi da tuts».
  • (4) La golp era puspe eneda famantada. Co ò ella via sen en pegn en corv tgi tigniva en toc caschiel an sies pecal. Chegl am gustess, ò ella panso, ed ò clamo agl corv: «Tge bel tgi te ist! Schi ties cant è schi bel scu tia parentscha, alloura ist te igl pi bel utschel da tots».
  • (5) La vuolp d’eira darcho üna vouta famanteda. Co ho‘la vis sün ün pin ün corv chi tgnaiva ün töch chaschöl in sieu pical. Que am gustess, ho‘la penso, ed ho clamo al corv: «Chel bel cha tü est! Scha tieu chaunt es uschè bel scu tia apparentscha, alura est tü il pü bel utschè da tuots».
  • (6) La vuolp d‘eira darcheu üna jada fomantada. Qua ha‘la vis sün ün pin ün corv chi tgnaiva ün toc chaschöl in seis pical. Quai am gustess, ha‘la pensà, ed ha clomà al corv: «Che bel cha tü est! Scha teis chant es uschè bel sco tia apparentscha, lura est tü il plü bel utschè da tuots».
  • (7) La vulp era puspè ina giada fomentada. Qua ha ella vis sin in pign in corv che tegneva in toc chaschiel en ses pichel. Quai ma gustass, ha ella pensà, ed ha clamà al corv: «Tge bel che ti es! Sche tes chant è uschè bel sco tia parita, lur es ti il pli bel utschè da tuts».

El fragmento que hemos elegido del cuento medieval La zorra y el cuervo se ofrece en español actual, así como en las cinco variedades del romanche, -surselvano (2), subselvano (3), surmirano (4), alto engadino (5), bajo engadino (6)- y en Rumantsch Grischun (7).

Mas ahora les pregunto: ¿Qué es el romanche? ¿Y el retorrománico? ¿Y el Rumantsch Grischun? Cuando uno se adentra en el maravilloso mundo de la filología, puede encontrarse con lenguas que, pese a sufrir los avatares de la historia, decisiones políticas desfavorables y períodos de desprestigio, son capaces de sobrevivir y de gozar de cierta vitalidad aún en el siglo XXI. Este es el caso del romanche, el ladino dolomítico y el friulano, tres lenguas románicas que se desarrollaron a partir del latín que los soldados romanos llevaron al territorio que más tarde sería la Retia, provincia del Imperio romano que abarcaba el Este de Suiza, el Oeste de Austria y el Noreste de Italia.

Las lenguas de la Retia (Tagliavini 1993)

Hacia el 500 a.C. los helvecios y los retios se establecieron en los Alpes. En el año 15 a.C. estos pueblos fueron sometidos por las huestes del emperador Augusto. Convertida en provincia romana, la región comprendida entre los Alpes réticos y el Danubio, se transformó en la Retia, la cual sufrirá una intensa romanización hasta el año 400.

A partir de la presencia militar romana y mediante el desarrollo del comercio, la mezcla de las lenguas réticas indígenas y del latín popular dio origen a una variante del latín vulgar en la Retia, que con el tiempo se extendió más allá de sus fronteras.

Con la caída del Imperio romano las tribus germánicas entraron en la zona. Los burgundios se establecieron en el Oeste, mientras que en el Norte los alamanes forzaron lentamente a la población celto-romana a retirarse a las montañas. En la región bajo control alamán, sólo permanecieron comunidades cristianas aisladas.

Bajo el reinado de los reyes carolingios, el feudalismo proliferó, pues en el año 806 Carlomagno introdujo en la Retia el sistema administrativo de los francos y los monasterios y obispados se constituyeron en bases importantes para mantener el poder. Así mismo, un conde germánico fue colocado en la ciudad de Chur (Coira) y muchos funcionarios de más allá del Rin se establecieron en la región, por lo que la hegemonía de la lengua germana aumentó aún más.

Tras firmar los Juramentos de Estrasburgo, en el 843 Carlos el Calvo y Luis el Germánico, nietos de Carlomagno, firmaron la Paz de Verdún con su otro hermano Lotario. Con este tratado, Luis el Germánico, rey de los francos orientales, incorporó la ciudad de Chur a su reino. Como consecuencia, el Obispado de Chur fue separado de la Archidiócesis de Milán y agregado al de Maguncia, por lo que la Retia se orientó definitivamente hacia el norte, de lengua alemana.

Desde el siglo XIV hasta el XV la autonomía política de los Grisones tomó forma. El sistema feudal dio paso progresivamente a una democracia en forma de comunas y jurisdicciones autónomas que, en 1471, desembocó en la fundación de la República de las Tres Ligas: la Liga de la Casa de Dios, la Liga Grise y la Liga de las Diez Jurisdicciones. Sin embargo, un hecho trágico ocurrido siete años antes reforzaría la evolución lingüística que estaba en marcha: en 1464 un incendio destruyó Chur, la capital de la República. Fueron los artesanos de lengua alemana quienes reconstruyeron la ciudad. Más tarde, éstos se instalaron allí conduciendo a la germanización total del lugar.

No obstante, desde el siglo XVI, en particular gracias a la Reforma y a la Contrarreforma, se produjo el impulso decisivo para la creación de variedades literarias del romanche, convirtiéndose éste en lengua escrita. Ambos movimientos promovieron la publicación de escritos en la lengua del pueblo. A Gian Travers de Zuoz (Alta Engadina, 1483/1484-563) se debe un poema de 704 versos sobre la guerra entre los grisones y Gian Giacomo de’ Medici (La chianzun dalla guerra dagl Chiaste da Müs, 1527); el mismo escritor escribe también dramas bíblicos (La historgia da Joseph, 1534; La historgia dagl figl pertz, 1542). Jachiam Bifrun de Samedan (Alta Engadina, 1506-1572) publica en 1552 el catecismo Üna cuorta et christiauna fuorma de intraguider la giuventüna y en el año 1560 la traducción del Nuevo Testamento (L’g Nuof Sainc Testamaint), que servirá de modelo lingüístico para el ladino. Durich Chiampel (1510 – 1582) publica en 1562 una traducción en bajo engadino de los salmos (Cudesch da psalms).

En la Sutselva aparece en 1601 como primer libro el catecismo Curt Mussameint de Daniel Bonifaci. En la Surselva (Sobreselva) la escrituralidad empieza con el catecismo de corte protestante Igl vêr sulaz da pievel giuvan de Steffan Gabriel (1611). A partir del siglo XVI se traducen así mismo varios estatutos. Pero un mayor uso del romanche también para otros géneros textuales no se desarrolla sino a partir del siglo XIX, cuando aparecen los primeros almanaques (Chalender d’Engiadina, 1823), los primeros periódicos (L’Aurora d’Engiadina, 1843; Gasetta Romontscha, 1857) e importantes poetas, dramaturgos y novelistas de temas laicos (Cnradin de Flugi, 1787-1874; Giovannes Mathis, 1824-1912; Gion Antoni Bühler, 1825-1897: Giaschen Caspar Muoth, 1844-1906).

Los principales problemas de la defensa del romanche residieron en la importancia demográfica, económica y política del alemán, en la gran diversidad de variedades y, por lo tanto, también en la difícil cuestión de qué lenguas y variedades enseñar. Una de las primeras obras para la enseñanza del romanche fueron los Fundamenti principalli Della lengua retica, o griggiona… Coll’aggiunta d’un vocabulario Italiano, e Reto di due lingue Romancie de Flaminio da Sale, publicados en 1729 y destinados a los clérigos extranjeros.

Por razones prácticas el alemán siguió siendo durante tres siglos la lengua oficial de la República de las Tres Ligas. Pero, en 1794, la Dieta (el Ejecutivo) proclamó el trilingüismo (alemán, romanche, italiano) de la República que en 1803 se convirtió en el cantón suizo de los Grisones.

Cuando Napoleón invadió Italia en 1797, los Grisones perdieron primero sus territorios del Sur, La Valtelina, y el Val Chiavenna, los cuales quedaron en manos de la República Cisalpina. Invadidos luego por las tropas francesas, los Grisones fueron integrados en la República Helvética.

Con el Acta de Mediación (1803), Napoleón confirmó la unión del territorio trilingüe a la Confederación; unión que fue confirmada de nuevo en el Congreso de Viena de 1815.

Aunque las constituciones cantonales del siglo XIX reconocieron y garantizaron las tres lenguas de los Grisones (único cantón suizo trilingüe) la realidad fue diferente, ya que el Estado cantonal impulsó ampliamente la germanización de los romanches. Esta es una de las razones por las que en el sistema escolar que se implanta a partir del siglo XIX, el romanche se tomó en consideración, pero la enseñanza se siguió impartiendo en su mayoría en alemán.

Frente a esta realidad y a la inmigración de lengua alemana, algunas voces se hicieron sentir para pedir la defensa del romanche. Así, en 1818 se publica la obra Il magíster amiaivel, chi muossa als infants a lear e ad incler quai ch’els lean de Andrea Rosinus a Porta, que se utilizaría durante mucho tiempo para la enseñanza.

En la segunda mitad del siglo XIX se fundan las primeras instituciones culturales (Societad Retorumantscha, 1863), que se integrarán en 1919 en la Lia Rumantscha. Esta institución oficial protege y promueve las diferentes variedades del romanche, sobre todo gracias a la publicación de gramáticas, diccionarios y libros de lecturas. La Societad Retorumantscha, integrada en la Lia Rumantscha, publica desde 1939 el gran Dicziunari Rumantsch Grischun en fascículos.

En 1938 Suiza reconoció el romanche como lengua nacional al mismo nivel que el alemán, el francés y el italiano que, además, tenían el estatuto de lenguas oficiales.

En 1996 el estatuto del romanche fue afirmado por un refuerzo del artículo constitucional relacionado con las lenguas. Sin embargo, aquello que sin duda marcó más la cultura romanche durante la segunda mitad del siglo XX fue la creación en 1982 del Rumantsch Grischun (RG).

A lo largo de la historia moderna del romanche hubo varias tentativas de crear una lengua común, pero hasta 1982 tal objetivo no se llevó a cabo satisfactoriamente. Ese año, por iniciativa de la Lia Rumantscha, un grupo de lingüistas bajo la dirección del profesor Heinrich Schmid de la Universidad de Zúrich, estableció los principios para construir una nueva koiné a partir de las cinco variedades del romanche. La Lia elaboró sobre esta base en 1985 un diccionario que comprende también una gramática elemental (Pledari rumantsch grischun-tudestg, tudestg-rumantsch grischun e Grammatica elementara dal rumantsch grischun). Esta nueva koiné, llamada Rumantsch Grischun (romanche grisón), halla cierta resistencia entre los hablantes cuya lengua materna es una de las variedades naturales del romanche. Sin embargo, la inclusión de esta variedad unificada en el sistema educativo del Cantón de los Grisones asegura la existencia de hablantes nativos del romanche. A ello hay que añadir la difusión de la lengua en diversos medios de comunicación escrita y audiovisual.

Marina Serrano Marín

Cómo citar esta entrada:

Serrano Marín, Marina (2020), «Notas históricas sobre una koiné actual: el romanche», TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de [link].

Imagen: Raven (A raven spotted on the roof). Wikimedia Commons CC 3.0.

Referencias bibliográficas:

Don Juan Manuel (ed. 2001), El Conde Lucanor, ed. de Guillermo Serés, Barcelona, Crítica.

Gargallo Gil, José Enrique; Reina Bastardas, María (2007), Manual de lingüística románica, Barcelona, Ariel.

Gross, Manfred (2004), Romanisch: Facts & Figures, Chur (Suiza), Lia Rumantscha.

Swissinfo (1999-2020). El archipiélago romanche. Suiza: Swissinfo.ch. Recuperado de https://www.swissinfo.ch/spa/el-archipi%C3%A9lago-romanche/5383010

Tagliavini, Carlo (1993), Orígenes de las lenguas neolatinas, México, Fondo de Cultura Económica.

Un rojo limousine

Si preguntamos a cualquier hablante de español qué es una limusina, lo más normal será que responda sin demasiada dificultad que se trata de un tipo de coche de gran extensión, asociado al lujo y presente en algunas celebraciones como las despedidas de soltero, los cumpleaños multitudinarios o las bodas. El DLE lo reconoce así: “Automóvil lujoso de gran tamaño”. El antepasado de este vehículo fue un coche de caballos, también reconocido en el diccionario académico: “Carruaje antiguo cerrado en la parte de los asientos traseros y abierto en la del conductor”.

El origen de la palabra limusina es el francés limousine, gentilicio de la región de Lemosín y la capital Limoges (Francia), en su adaptación al castellano. Curiosamente, nuestra lengua tiene un gentilicio aparte con el significado de natural o relativo a esta región, que es lemosín, recogido también por el DLE.  Y no se emplea ni para el coche, que como hemos visto se llama generalmente limusina, ni para la raza bovina que procede de esta región, llamada en España limusín. Estas vacas de pelaje rojizo son denominadas casi siempre con esta variante gráfica adaptada, por ejemplo, en su federación oficial de criadores, donde se alterna con el femenino (“La raza limusina”)[1]. La concordancia no siempre se prefiere: en AgroCLM se lee una noticia de 2018 con el siguiente titular: “Jornada sobre raza bovina limusín en Oropesa (Toledo)[2]”. Eso sí, si echamos un vistazo a la prensa de hace 25 años, aún se encuentra la grafía francesa, como en una noticia de La Vanguardia (1994): “Cada ejemplar de la raza limousine figura en un libro mundial”.

Volvamos al nombre del vehículo. Si en el nombre de la raza bovina ha habido un alejamiento de la grafía y morfología original francesa, es de suponer que para el coche también se produjo la alternancia de más de una variante. Las obras lexicográficas más destacadas reunidas en el NTLLE no reconocen la voz en ninguna acepción, salvo el diccionario de Rodríguez (1918), en el que se reconoce limousine por primera y única vez, como “Coche automóvil, cerrado, parecido al cupé”. Más información la puede dar la prensa, que suele recoger usos habituales en la lengua hablada. Así, nos encontramos, en una publicación llamada Madrid Automóvil en 1931, el siguiente fragmento en el que se habla de modelos presentados en el Salón del Automóvil de Nueva York: “Se trata de un “limousine” muy largo, con líneas estriadas”. La conciencia de que es un término extranjero y poco usual hace que el redactor ponga comillas, algo que se verá hasta muchos años después.

También hay que destacar que se emplea el masculino, y no el femenino habitual hoy en día. Años más tarde, en el Diario de Mallorca (1963), se vuelve a encontrar el masculino y la conservación del término francés: “Seguidamente Cooper subió a un “limousine” descubierto”. En el Diario 16 casi 20 años después (1981), otro testimonio idéntico: “exige que al llegar al aeropuerto se la esté esperando en un ‘limousine’”. Incluso vemos este uso en una famosa canción de Tino Casal, Billy Boy, publicada en 1981: “Desapareciste en un rojo limousine / nadie supo nunca mas de ti”. Puedes escuchar la canción completa aquí.   El uso de esta forma, a veces también en femenino, se puede leer en algunos textos de la prensa en los años 90: “una espectacular limousine blanca” (La Vanguardia, 1995).

Pese a estos casos citados, la forma adaptada al femenino y con la grafía castellana ya está en uso en la prensa española de los años 50; por ejemplo, en el Diario de las Palmas (1955): “una limusina Dodge alquilada”. Más adelante se encuentran otros ejemplos: “limusina Chevrolet” (Nueva España, 1979); Hola! (1979): “una limusina espléndida, de las de techo corredizo, con chófer y guardaespaldas”; ABC (1980): “Limusina Chrysler Imperial”. La forma se generaliza, con numerosos registros hasta nuestros días: “Una caravana de autobuses Mercedes y una limusina con matrícula diplomática” (El País, 28 de mayo de 2020). Además, desde 1984 esta es la forma reconocida por el diccionario académico, que tiene gran influencia como modelo lingüístico.

Hay que señalar que en otras variedades del español también se ha optado por otras soluciones para esta voz, como se puede ver en la base CREA. Llamamos la atención sobre limusín, una adaptación generalizada en el español de algunos países como Argentina y Perú, que se puede ver en Manuel Puig (“una limusín bárbara”, 1976) y Alfredo Bryce Echenique (“una limusín o une limousin como ustedes prefieran”, 2002). También se ha dado, como en España, el uso sin adaptación: “Cuando la limousine del Jefe partió” (La fiesta del Chivo, M. Vargas Llosa, 2000). Asimismo, se constata el uso actual de la adaptación gráfica y morfológica: “La limusina de Donald Trump” (Diario Clarín, Argentina, 17/02/ 2020).

Delfina Vázquez.

Imagen: Hans (Pixabay).

Vázquez Balonga, Delfina (2020): “Un rojo limousine”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2020/06/06/un-rojo-limousine/

Para saber más:

Hemeroteca Digital BNE. Disponibe en http://hemerotecadigital.bne.es/index.vm

CREA = Corpus de Referencia del Español Actual. Disponible en <https://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/crea&gt;

DLE = Diccionario de la Lengua Española. Disponible en <https://dle.rae.es/> 

NTLLE = Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española. Disponible en <https://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico&gt;

Rodríguez Navas y Carrasco, Manuel (1918): Diccionario general y técnico hispano-americano. Madrid; Cultura Hispanoamericana. Disponible en NTLLE= <https://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico> 

[1] https://www.razalimusin.org/la-raza-limusina

[2] https://www.agroclm.com/2018/12/30/jornada-raza-bovina-limusin-oropesa-toledo/

Por San Isidro, majos

La palabra majo nos resulta a todos familiar por las pinturas goyescas y el costumbrismo madrileño, sobre todo en los siglos XVIII y XIX. Estos personajes con vestimenta colorida y actitud festiva suelen tener este nombre. Otra manera de llamarlos es chisperos. El diccionario académico de 1780 define esta voz como “El que trabaja en hacer badiles, trébedes y otras cosas menudas de hierro”; sin embargo, en el diccionario académico de 1884 se reconoce el significado como “Hombre apicarado del pueblo bajo de Madrid”. Esto vendría, seguramente, de la asociación entre el oficio y el tipo social. También se les ha denominado manolos, quizá por la frecuencia de este nombre entre ellos. Pero vamos a centrarnos en los majos y lo que significan.

Es un majo “el hombre que afecta guapeza y valentía en las acciones o palabras. Comunmente llaman assí a los que viven en los arrabales desta corte”. Así presenta la figura del majo el primer diccionario de la RAE, conocido como Diccionario de Autoridades (1726-39). No hay autoridad, es decir, cita de una obra, que muestre el uso de esta palabra, que no había aparecido en otros diccionarios anteriores como el Tesoro de Covarrubias. El diccionario de Terreros y Pando lo define en 1787 como “guapo, baladrón, fanfarrón, garboso, petimetre”.

En 1803, el Diccionario de la Academia reconoce que también hay majas, en una reelaboración completa de la definición: “Majo, ja”, “la persona que en su porte, acciones y vestido afecta un poco de libertad y guapeza, mas propia de la gente ordinaria que de la fina y bien criada”.

Ya tenemos, por tanto, muy claro lo que significó ser majo o maja: figuras populares, con mucho brío, fanfarronería, chulería, descaro, frescura… Claro que hay un rasgo más que estaba en la primera definición y que, como se ha visto, se perdió por el camino: decía el Diccionario de Autoridades: “Comunmente llaman assí a los que viven en los arrabales desta corte”. Esta adscripción a Madrid se perdió en el diccionario académico en la edición de 1803. Sin embargo, se ha recuperado en la última edición del diccionario, en la que se ha modificado bastante la definición, que ahora es:

majo, ja (4ª acepción): En los siglos XVIII y XIX, persona de las clases populares de Madrid que en su porte, acciones y vestidos afectaba libertad y guapeza.

Es decir, se recupera en la definición el dato importante de que los majos y majas son figuras específicamente madrileñas, como se ve claro en el uso de la palabra en los textos (aunque no faltan ejemplos de textos que usan al majo como una figura popular, con características parecidas, de otras zonas de España).

Aparte de recreaciones literarias, no tenían buena fama dentro y fuera de Madrid. Al menos eso parece en un documento judicial de Arganda del Rey (Madrid), en el que una mujer insultó a otra vecina “que era una escandalosa, que los majos la davan pañuelos de seda”. Y aquí no hay que olvidar que la acepción de escandalosa no es ‘ruidosa’, sino la que recoge en primer lugar Autoridades (1729): “Perverso, malo, y propiamente se dice de la persona o cosa que ocasiona y da motivo a escándalo”. Es decir, que juntarse con majos no era de mujeres respetables.

Por otra parte, y esto también nos interesará en esta entrada, estas figuras no solo “afecta[ba]n un poco de libertad y guapeza” en “su porte, acciones y vestido”, sino que también su manera de hablar era (o se consideraba) muy característica. Debido a su extracción más humilde, es de suponer que se encuentran rasgos del habla más popular. Ya da una idea de este asunto José Cadalso, cuando escribe con cierto desdén “ni un majo del Barquillo hablaría con más bajo estilo”; hay señalar, por cierto, que en esta calle madrileña estuvo la famosa “Casa de Tócame-Roque”, a la que Ramón de la Cruz dedicó un sainete y que fue célebre por los conflictos entre sus inquilinos[1].

Hemos realizado una búsqueda de la figura del majo y la maja en diferentes textos, consultando el corpus CORDE y anotaciones personales sobre los Episodios Nacionales de Galdós. Las obras que presentan majos en CORDE (hemos buscado las apariciones de esta palabra) son tonadillas anónimas, obras de Ramón de la Cruz como Manolo o La Petra y la Juana o El casero prudente o La casa de Tócame-Roque, y en el XIX las de Bretón de los Herreros o Mesonero Romanos y, naturalmente, Galdós.

Allí, vemos cómo estos majos y majas muestran en su habla la chulería y el desgarro que se consideraban típicos de este colectivo, que se ve claramente en expresiones como “¡Duquesitas a mí!”, “¡A mí con esas!” o “Ya estoy frita” (la Zaina, en Galdós), “Me ha dado la real gana” o el irónico “no mates tanta gente, que se acaba el mundo”, “verás lo que es canela”, “mi santa voluntad”, “si te mueves, te como” (Nazaria, en Galdós), “Si supiera que habías de dar tal corte / la lengua te sacara / por el cogote” (Tonadilla “La contienda”), “le tengo de sacar las tripas juera” (Ramón de la Cruz, “Manolo”), “dar pa el pelo”, “Anda y qué güeno me sabe” (irónico) (Primorosa, en Galdós).

Además, las personas calificadas como majas (también, a veces, manolas o chisperos) presentan los siguientes rasgos:

-pérdida de -d- intervocálica muy generalizada: (Prao, salao, toícas, ío, en la tonadilla “La contienda”), cansaos (Galdós),

-pérdida ocasional de la -b- intervocálica: naaja ‘navaja’, caeza ‘cabeza’ (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés),

-pérdida de -d final: usté (tonadilla “La contienda”) o su conversión en -z («iz ca el regidor»),

-pérdida de -r- en algunas palabras concretas como mira o para: “mia qué fegura” (tonadilla “La contienda), “pa dárselos a los franceses” (Galdós),

-metátesis de -r- en algunas palabras: presona (tonadilla “La contienda”), treato (Galdós),

-aspiración de la f- inicial: juerza, juera (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés); juera (Galdós),

-jejeo y aspiración de -s final de sílaba (más raramente): jeñores (Galdós),

-uso de palabras “cultas”: cercunstancia (Tonadilla “La contienda”), alverso (Ramón de la Cruz, Manolo), osequiar (Galdós),

-confusión i/e átonas: ofecina (Ramón de la Cruz, Las castañeras picadas), dimonios (Galdós),

-confusión e/a átonas: Sabastián (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés),

-formación no normativa de formas verbales: dijites (Ramón de la Cruz, Manolo), semos (Galdós), estemos ‘estamos’ (Galdós), “quitaros las flores del pelo” (Galdós),

-uso de prefijos no normativos: “me enclavan alfileres”, “desapártense toos” (Galdós), reseñorona y requete-usía (Galdós),

-uso de motes, además de “la” y “el” ante el apodo o el nombre de pila: el Zurdillo, el Zancudo, la Pelundris, Gangosa, Perdulario… (Ramón de la Cruz, Los bandos de Lavapiés). El origen de los motes es también interesante; ya que se suelen formar con adjetivos con resonancias cómicas (zurdillo, zancudo, gangosa, mediodiente). Algunos nombres se pronuncian de manera vulgar, como Alifonsa[2] y Lorencio).

Esta manera de hablar parece unida en la literatura no solo a la pertenencia a las clases bajas, sino a la chulería propia de los majos, con lo que por ejemplo en Galdós Primorosa es una desgarradísima maja, a la que Galdós llama “manola” e incluso “harpía” y que anima a la multitud a pedir cuentas a un regidor que será en efecto asesinado por la masa: “Pues iz ca el regidor y sacárselos de las asaúras”. En cambio, su marido Chinitas, un héroe modesto del 2 de mayo, intenta moderar los excesos de su mujer con una lengua no marcada: “Mujer, deja en paz a ese caballero. Mira que la armo”, a lo que ella le responde: “¡Sopa sin sal, endino!”.

¿Hablaban así las personas de las clases populares de Madrid? Parece claro que no exactamente. Por una parte, la representación literaria del habla de Madrid es una simplificación de cómo se hablaba (así pasa en todas las imitaciones literarias del habla de cualquier grupo, como hemos mostrado en esta, en esta y en esta entrada del blog). García González  (2018) manifiesta que en muchas de estas obras “el habla de las clases populares de Madrid” se representa “casi exclusivamente mediante vulgarismos fonéticos”: es decir, que por supuesto no todas las personas de Madrid hablaban “a lo majo”, y además los rasgos que se señalan como característicos de los majos no son exclusivos de ellos, sino “vulgarismos fonéticos” o de otro tipo que se advierten también en hablas populares de otras zonas, como la caída de -d- y de otros elementos, préstamos del habla de germanía, aspiración de -s, entre otros. Por otra parte, parece probable que ciertos grupos populares, entre ellos los conocidos como majos, creasen un habla peculiar exagerando determinados elementos y tomando incluso rasgos fonéticos considerados vulgares más propios de otras regiones. Por ejemplo, se ha observado la influencia de las hablas andaluzas en ciertos grupos populares de Madrid, así como el éxito de los gitanismos (García González 2017: 39).

En el análisis del habla popular de Madrid tal como se muestra en los documentos escritos por personas con una baja formación sí encontramos no pocos de estos rasgos, pero no todos. Destacan como verdaderos rasgos propios de las personas de escasa formación de Madrid (lo que no quiere decir que no fueran también propios de otras zonas) en los siglos XVIII y XIX la variación en el vocalismo átono con respecto de la norma culta, no solo entre e / i, sino entre o / u: sostituyr, demisión, deligencias, tiniente, intelejible o Brigeda son ejemplos de ello. En los documentos alcalaínos, se encuentran numerosos cambios con respecto al estándar de -l y -l finales de sílaba: generar ‘general’, vorvese ‘volverse’, barcones ‘balcones’, carcula ‘calcula’… La omisión o cambio de las consonantes –p, –b, –t, –d, –c, –g y el grupo –ns finales de sílaba son habituales: istancia, susistencia, osequio, se didne, octener, albertir ‘advertir’ o Sectiembre son algunos ejemplos. También la vacilación o caída de consonantes finales de sílaba, especialmente de palabra, son relativamente frecuentes, aunque no tanto como los rasgos anteriores: birtuz, segurida, uste, Merze (Almeida Cabrejas, en prensa).

En cuanto a la caída de -d- o de otras consonantes intervocálicas, un rasgo muy repetido en la imitación de la lengua de los majos, se encuentra en textos de personas poco alfabetizadas de Madrid (acristianao, echao) (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2019), pero no lo hemos visto en zonas cercanas, por ejemplo en Alcalá de Henares; la modificación de la f- o s- en posición inicial de sílaba (como en juerza o jeñores) es inexistente en los textos analizados.

Con este acercamiento a la figura y la lengua de majos y majas celebramos desde Alcalá de Henares la fiesta de nuestros vecinos de Madrid (Madrí, Madriz) y les deseamos una fiesta lo mejor posible dentro de las duras circunstancias actuales.

 

Belén Almeida y Delfina Vázquez

 

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén y Delfina Vázquez Balonga (2020): “Por san Isidro, majos”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: [link].

Imagen: Marina Serrano Marín.

 

Para saber más:

Autoridades = Real Academia Española de la Lengua (1726-1739): Diccionario de Autoridades. Disponible en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española. https://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico

Almeida Cabrejas, Belén (en prensa): “1.1.2. Escritos de nivel sociocultural medio y bajo en Alcalá de Henares en los ss. XVIII y XIX”, en La lengua de Madrid a lo largo del tiempo. Universidad de Sevilla.

CORDE = Real Academia Española de la Lengua: Corpus Diacrónico del Español. Disponible en https://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde

García González, Javier (2017): “El elemento gitano en el habla de Madrid”, en José María Santos Rovira (ed.), Variación lingüística e identidad en el mundo hispanohablante. Lugo: Axac, pp. 31-54.

García González, Javier (2018): “Aportación al estudio del habla de Madrid en los siglos XVIII y XIX”, Actas del X Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, 1571-1588. https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/37/61/37garcia.pdf

Sánchez-Prieto Borja, Pedro y Delfina Vázquez Balonga (2019): La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos de los siglos XVI al XIX. Madrid: Ediciones Complutense.

[1] La casa fue demolida en 1883 (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2019).

[2] La variante Alifonso se ve en una nota de mano poco experta en 1741 (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2019: 108). También la pone Galdós en boca de José Izquierdo, tío de Fortunata en Fortunata y Jacinta (1884) (Véase el post dedicado a él en TextoR).

Las voces de Carmen de Burgos

La modernización llegó a España de la mano de innovaciones en el sector industrial, el desarrollo del sector servicios, el descenso de la mortalidad y el seguimiento de modelos económicos de otros países de Europa en el primer tercio del siglo XX[1]. Las ciudades se renovaron y crecieron; los tranvías eléctricos, el metro o nuevas avenidas centrales hicieron que lejos quedaran el Madrid castizo de Galdós o la levítica Vetusta de Clarín. En las ciudades comenzó el florecimiento cultural e intelectual de la conocida Edad de Plata de la cultura española. Frente al progreso de las ciudades se hallaba el poderoso mundo tradicional. La escritora, periodista y profesora Carmen de Burgos vivió ambas realidades; muestra de su evolución personal y profesional son sus artículos y libros.

Carmen de Burgos (1867-1932) nació en Colombine (Almería) y fue la primera de diez hermanos[2]. Solo tenía dieciséis años cuando contrajo matrimonio con Arturo Álvarez Bustos, periodista local, heredero de una imprenta y dos diarios burlescos, Almería bufa y Almería alegre. Tuvieron cuatro hijos, de los que sobrevivió María Álvarez Burgos, quien lograría un gran reconocimiento dentro del ámbito cinematográfico madrileño. Carmen adquirió sus primeros conocimientos periodísticos ayudando a su marido en el proceso de elaboración de los diarios. Pronto dejó este quehacer, pues el continuo maltrato al que Arturo la sometía hizo que se envalentonara, abandonara la casa y se asentase en la casa señorial de su padre junto a su hija. Allí terminó los estudios de magisterio que había iniciado al final de su agónico matrimonio.

Se presentó a las oposiciones de la Escuela Normal de Educadoras de Guadalajara en 1900; tras aprobarlas, viajó con su hija a Madrid, antes de asentarse en la ciudad alcarreña, con el fin de probar suerte entre las editoriales con Ensayos literarios, donde las voces de las mujeres se adueñan de las narraciones para denunciar su situación en la sociedad. A pesar de ser rechazada en varias ocasiones, no desistió. Trabajó duro como maestra, pero sin renunciar a su deseo de escribir y dar a conocer sus pensamientos más críticos y progresistas. La constancia le premió con un espacio en el Diario Universal en 1903; Carmen, a través de la columna “Lectura para mujeres”, escribió recetas culinarias, dio consejos sobre belleza, pero pronto reveló su ideología reivindicativa y feminista, aunque siempre bajo el pseudónimo de Colombine. Todavía trabajando para ese diario, ideó y difundió una encuesta que le permitió conocer la opinión del público acerca del divorcio. El sector más tradicional, contrario a esta iniciativa, pronto la apodó como “la divorciadora”, es más, diarios como El siglo futuro expresaron su desacuerdo abiertamente. No obstante, recibió el apoyo de progresistas como Pío Baroja, Blasco Ibáñez y Miguel de Unamuno, lo que la animó a publicar los resultados en El divorcio en España (1904).

Paulatinamente, fue haciéndose hueco en el mundo literario. Su primera publicación en El cuento semanal fue en 1907. La fuente de inspiración de Carmen de Burgos era una mujer que luchaba contra las fuerzas del sino y, con empeño, alcanzaba sus sueños. Las palabras sin censura de todas aquellas protagonistas le recompensaron con la publicación de La novela corta, La novela semanal, Los contemporáneos, La novela hoy, El libro popular y La novela mundial. El reconocimiento social de Colombine le permitió alcanzar uno de sus anhelos: mudarse a Madrid en busca de nuevas coyunturas.

Después de instalarse en Madrid en 1908, empezó a impartir clases de geografía, lengua castellana, ética, derecho y legislación escolar. Ese mismo año conoció a Ramón Gómez de la Serna, con quien mantuvo una relación de veinte años. Carmen fundó la Revista crítica para hacer eco de la cultura sefardí, así como de las nuevas tendencias literarias del país. Mantenerla le supuso un reto, porque los gastos eran muy elevados. Gómez de la Serna, tras heredar Prometeo de su familia, decidió cederle un espacio a Colombine para que continuase su admirable labor por el saber sefardí. Además, los años sucesivos publicó artículos en numerosos periódicos, como en el Diario Universal, ABC, La correspondencia de España, El globo de Madrid y El campeón de magisterio de Valencia. Las colaboraciones con el Heraldo de Madrid le otorgaron la posibilidad de viajar como corresponsal de guerra a Melilla en 1909, lo que inspiró su posterior novela breve En la guerra (1920).

Viajó a Sudamérica en 1913 y, además, volvió a visitar los países europeos en los que había estado disfrutando de una beca en 1905. Pasó varias temporadas en Portugal con Gómez de la Serna, país referente en el ámbito político y cultural. Allí conoció a su admirado pintor Julio Romero de Torres, quien la retrató. Su interés por viajar, descubrir nuevas culturas, gentes, distintas formas de pensar… lo materializó por medio de sus novelas de viajes, como se observa en El perseguidor: “Aquella afición a los viajes le había abierto nuevos cauces de pensamiento y había educado su sensibilidad”[3].

Cultivó todo tipo de escritos, pero ha de reconocerse que se implicó de lleno en crear personajes que contaban historias tan desgarradoras como reales, para dejar constancia del silencio de las mujeres. Un claro ejemplo es la novela corta El artículo 438 (1921), donde demandaba un cambio inmediato de todas las leyes que aquejaban a la mujer por el simple hecho de serlo. La narración permite entrever la realidad de las mujeres[4]:

María de las Angustias no pudo contener su dolor y cayó sobre la mecedora sollozando convulsivamente. Estaba hermosa en su agitación, con el desorden de sus ropas y los cabellos sueltos. Él tuvo una idea diabólica. Se acercó a su mujer, le separó cariñosamente las manos de la cara, la sujetó y comenzó a besarle apasionadamente los hombros, el escote, la garganta, buscando con los suyos sus labios y sus ojos. Ella se debatía, loca de terror, jadeante, forcejeando por escapar a las caricias y suplicando:

—No, no… Déjame, déjame.

Pero él la seguía oprimiendo de un modo brutal.

—¿Dejarte? Eres muy hermosa. Me gustas… Eres mi mujer. Me perteneces… Tienes que ser mía… Es tu obligación.

—No… No…

Trataba de escapar, arañando y mordiendo las manos de su marido. Él la dejó un momento, y ella empezó a limpiarse con el pañuelo la cara y la garganta, como si quisiera borrar los besos.

En 1921, se convirtió en presidenta de la Asociación Cruzada de Mujeres Españolas y también de la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas, para luchar por la justicia y la igualdad de género. Incluso, Carmen de Burgos lideró la primera manifestación de sufragistas españolas. Del incesante combate para lograr su objetivo nació La mujer moderna y sus derechos (1927), donde trata temas como el divorcio, el sufragio universal, la capacidad intelectual y la libertad de amor.

Aparte de todo ello, escribió algunas biografías, como la de Giacomo Leopardi (1911) y Gloriosa vida y desdichada muerte de don Rafael Riego (un crimen de los Borbones) (1931); en este última, sin reparo alguno, refleja su rechazo a la monarquía:

La palabra República asustaba a los españoles de tal modo que las mujeres se santiguaban como si evocasen al Malo. República era como una ola roja, una invasión semejante a la que concibe la mente de los niños cuando estudian que llegaron los bárbaros del Norte. Esa imagen que ha herido tantos cerebros; tropel de hombres luengas barbas, cabelleras hirsutas, adargas punzantes, arrasando a su paso vírgenes, ancianos, niños y juventud[5].

Su deseo de progreso social se hizo realidad el 14 de abril de 1931 tras la proclamación de la Segunda República. Sin duda, fue un momento de plenitud, pues al fin podía pronunciar sus discursos usando su propia voz y no la de sus personajes. El último día que se escucharon sus palabras fue en 1932, ya que, mientras hablaba de cultura sexual en el Centro Socialista, sintió un pinchazo en el pecho y, aunque había médicos en la sala, poco pudieron hacer por su vida. Su último latido llenó los corazones de muchas mujeres y hombres, quienes continuaron luchando y llevando por bandera las voces que Colombine había creado.

María Agujetas Ortiz

 

Cómo citar esta entrada:

Agujetas Ortiz, María (2020): “Las voces de Carmen de Burgos”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2020/04/02/las-voces-de-carmen-de-burgos/.

 

[1] Canales Serrano, A. (2009). “Un país en el fiel de la balanza”, en Ni tontas ni locas [en línea]. Madrid: Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, pp. 56-65. Disponible en: <https://www.fecyt.es/es> [consulta: 25/03/2020].

[2] Bravo Cela, B. (2018). “Carmen de Burgos Seguí”, en Real Academia de la Historia, Diccionario Biográfico [en línea]. Disponible en: <http://dbe.rah.es/> [consulta: 24/03/2020].

[3] Burgos y Seguí, C. de. (1917). El perseguidor. Madrid: La Novela Corta, p. 7.

[4] Burgos y Seguí, C. de (1921). “El artículo 438”, en La novela semanal [en línea], 1 de octubre de 1921. Disponible en: <https://albalearning.com/audiolibros> [consulta: 25/03/2020].

[5] Burgos y Seguí, C. de (1931). Gloriosa vida y desdichada muerte de don Rafael Riego (un crimen de los Borbones). Madrid: Biblioteca nueva, p. 5.

Comentario morfosintáctico de un texto medieval

Volvemos a ofrecer un comentario filológico de un texto pensado (por ejemplo) para todos aquellos que estén preparando las oposiciones de Secundaria. En este caso nos centraremos en el comentario del nivel morfosintáctico. El texto propuesto es literario. ¿Te animas a datarlo?

Dezirte he la fazaña de los dos perezosos
que querian casamiento e andavan acuziossos:
amos por una dueña estavan codiçiossos,
eran muy bien apuestos e verás quán fermosos:
el uno era tuerto del su ojo derecho,
ronco era el otro, de la pierna contrecho;
el uno del otro avia muy grand despecho,
coidando que tenían su cassamiento fecho.
Respondiolos la dueña que ella queria casar
con el más perezosso e aquel queria tomar
(esto dizié la dueña queriéndolos abeitar).
Fabló luego el coxo, coidó se adelantar,
dixo: “Señora, oíd primero la mi razón:
yo só más perezosso que este mi compañón,
por pereza de tender el pie fasta el escalón,
caí del escalera, finqué con esta ligión.
Desque calló el coxo, dixo el tuerto: “Señora,
chica es la pereza que este dixo agora;
dezirvos he la mía, non vistes tal ningund ora,
nin veer tal la puede omne que en Dios adora.
Yo era enamorado de una dueña en abril;
estando delante ella, sossegado e omil,
vínome descendimiento a las narizes muy vil:
por pereza de alimpiarme perdí la dueña gentil.”
“Buscad con quien casedes, ca dueña non se paga
de perezoso torpe nin que vileza faga.”
Por ende, mi amigo, en tu coraçón non yaga
nin tacha nin vileza, de que dueña se despaga.

Comenzaremos analizando aquellos fenómenos que afectan a la morfología nominal. Encontramos ejemplos esperables de actualización del sustantivo mediante el artículo (la fazaña, el pie, una dueña) y artículo más posesivo en el interior de un sintagma preposicional (del su ojo derecho –verso 5-) o formando un sintagma nominal (la mi razón –verso 13-). En este caso el posesivo es átono, de ahí el apócope de la –a final: mía > mia > mi.

Igualmente hay ejemplos de no actualización del sustantivo: omne que en Dios adora (verso 20). La ausencia de un artículo que determine al sustantivo omne provee a este último de un valor genérico por el que tendría el significado de ‘ser humano’.

Del género y del número del sustantivo son representativos los dos siguientes ejemplos: ningund ora (verso 19) y a las narices (verso 23). En el primero de ellos, ningund ora, el sustantivo femenino ora concuerda con el adjetivo ningund, que en principio se identifica como masculino. En realidad ningund funcionaba tanto para sustantivos masculinos como femeninos. Este caso es semejante a la concordancia que tenían los sustantivos y adjetivos acabados en –or (amador, bramador), cuya forma era invariable para género masculino y femenino (princesa amador, príncipe amador).

En cuanto al ejemplo a las narices, se trata de un caso de número arbitrario, ya que el uso del plural narices no hace referencia a una realidad extralingüística en la que se hable de más de una nariz. Además, el uso del plural en lugar del singular nariz no supone un cambio de significado.

La escasa frecuencia de aparición de los demostrativos este (verso 11) y aquel (verso 10) nos impide afirmar que exista fluctuación entre los tres grados deícticos. Esto es, no podemos asegurar que el demostrativo este represente en el discurso la esfera del hablante (primer grado de cercanía) o la esfera del oyente (segundo grado de cercanía).

Aunque nos ocupemos de ello en último lugar, no por ello es menos importante el análisis de los pronombres clíticos y personales.

En cuanto a los pronombres clíticos (o átonos), hemos de señalar que el sistema utilizado no es el etimológico, sino el referencial. Veámoslo en el siguiente ejemplo. En el verso 9 identificamos un pronombre átono enclítico en respondiolos. En el caso de que el sistema de clíticos fuera el etimológico, es decir, el heredado directamente del latín, habría sido esperable la forma respondioles, ya que el pronombre desempeña la función de objeto indirecto. Sin embargo, la forma loísta respondiolos nos conduce a pensar que el clítico no ha sido elegido por la función que desempeña, sino por el género y el tipo de sustantivo o pronombre tónico al que sustituye (ellos).

En lo que respecta a los pronombres personales átonos, estos aparecen en posición enclítica (vínome) o en posición anficlítica (dezirte he, dezirvos he). Estos últimos aparecen pospuestos al infinitivo de la perífrasis verbal de la forma analítica del futuro de indicativo. La alternancia entre te y vos refiriéndose a la segunda persona de singular nos proporciona información acerca del sistema de tratamiento.

El uso de o te para referirse al interlocutor suponía un uso de cercanía o descortesía, mientras que vos era un tratamiento deferente. El hecho de que en el texto te y vos se utilicen para apelar al mismo interlocutor nos indica que ya se había iniciado el cambio por el que vos pasó a considerarse otra forma de tratamiento cercano o descortés al ser sustituido en el sistema deferencial por vuestra(s) merced(es).

En cuanto a la morfología verbal, en el texto se documentan dos formas analíticas del futuro de indicativo (dezirte he –verso 1-, dezirvos he –verso 19-) frente a una forma sintética (verás –verso 4-). Nos encontramos, por tanto, en un período de variación iniciado a partir del siglo XIII en el que aún no se ha culminado el cambio lingüístico por el que la perífrasis latina CANTARE HABEO sufrió un proceso de transformación sintético hasta convertirse en la forma lexicalizada cantaré. De este modo, el texto da cuenta de la convivencia entre formas analíticas y sintéticas, que se extendió hasta el siglo XV. En relación con las formas analíticas hemos de señalar que al ser formas abiertas permiten la inclusión de un pronombre átono entre el infinitivo y la forma conjugada del verbo haber dando lugar a construcciones del tipo fazer lo ha. Estas fueron más comunes en textos literarios que en textos notariales entre los siglos XIII y XV por factores rítmicos (Rossi 1975).

Encontramos en el verso 14 la forma de la primera persona de singular del presente de indicativo del verbo ser. En el texto aún no se refleja el cambio > soy, que se inició en el siglo XIII. Aunque su explicación no es definitiva, se ha identificado la –y final con el adverbio y, procedente del latino IBI tal y como sucede en el caso de hay.

Respecto a los tiempos de pasado, resultan interesantes los morfos del imperfecto avía (verso 7) y dizié (verso 11). Ambas formas reflejan que en español medieval las terminaciones en –ía como en avía competían con las terminaciones en – como en dizié. Según Malkiel (1959) las formas en – procederían del paradigma medieval de perfecto (vendiemos). Aunque estas formas fueron las dominantes durante los siglos XII y XIII, a partir del siglo XIV comienzan a ser más frecuentes las formas en /a/ (avía) probablemente por la presión analógica ejercida por los morfos de primera persona de singular y por los verbos de la primera conjugación, cuyo imperfecto siempre incluía un marcador /a/.

La forma avía de la que acabamos de hablar merece un comentario en cuanto a su significado. El verbo haber en romance mantuvo su significado latino original ‘tener’. A medida que el verbo haber comenzó a utilizarse como verbo auxiliar en la formación de los tiempos compuestos, los contextos en los que solía aparecer como verbo pleno fueron ocupados por el verbo tener, cuyo significado originario era ‘poseer’. En el texto que nos ocupa avía aún conserva el significado léxico de tener: el uno del otro avía muy grand despecho.

Requieren un comentario las formas de la segunda persona de plural vistes (verso 19) y casedes (verso 25). Tanto un verbo como otro son formas paroxítonas cuya terminación procede del morfema latino –TIS.

En el paradigma de presente de subjuntivo del español medieval la forma vos se acentuaba en la penúltima sílaba como en el caso de casedes. Como consecuencia de la posición intervocálica de la –T- del morfema latino –TIS, esta se sonorizó en /d/ en español medieval. El morfema resultante –edes perdería la /d/ a partir del siglo XIV dando lugar más adelante a la forma hiática caséis. Sin embargo, en el texto aún se conserva la –d– intervocálica.

En el caso de vistes, hemos de tener en cuenta que esta forma es del pretérito perfecto, único tiempo en el que la –T- del morfema latino –TIS se conservó en español. Por el contexto en el que aparece se puede deducir que vistes es la forma de la segunda persona de singular. Este morfo pertenece al estado anterior del proceso por el que se dipotongó la terminación (vistes > visteis) resolviendo así la homonimia entre tú vistes y vos/vosotros vistes.

En cuanto a las formas no personales del verbo, destaca el infinitivo veer (verso 20). Nuestro actual verbo ver pertenece a un grupo de verbos que en español medieval presentaban el hiato /e-é/ en el límite entre el radical y la desinencia (veer, creer, leer,…). Algunos verbos presentaban siempre este hiato como creer, mientras que otros como ver presentaban vacilación entre su conservación (veer) y su reducción (ver). A pesar de que la forma ver que se convirtió en la norma, en el momento de la escritura del texto aún se conserva la e del radical.

Cabe señalar el régimen del verbo adorar en el verso 20: omne que en Dios adora. A diferencia de adorar a, que expresa reverenciar o rendir culto, adorar en significa poner la estima en algo o alguien.

Por último, pero no por ello menos importante hemos de prestar atención a las partículas, las cuales ayudan a estructurar y organizar el contenido del texto. La primera que comentamos es ca (verso 25). Procedente de la conjunción latina QUIA, presenta un valor causal equivalente al de la conjunción porque.

La seguna es la locución adverbial por ende (verso 27). Resultado del latín pro y del latín inde, su significado es ‘por tanto’.

La tercera partícula que comentaremos también está formada por dos elementos como la anterior aunque con un mayor grado de cohesión: desque (verso 17). Esta conjunción con valor temporal (‘desde que’) está constituida por la preposición des, procedente de la combinación de las preposiciones latinas DE y EX, y del pronombre latino QUAM.

Visto lo anterior, ¿sabes ya a qué siglo pertenece el texto? En efecto, se trata de un texto literario del siglo XIV, más en concreto, de un fragmento del Libro de Buen Amor.

Marina Serrano Marín

Imagen: Marina Serrano Marín

 

Cómo citar esta entrada:

Serrano Marín, Marina (2020): “Comentario morfosintáctico de un texto medieval”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2020/03/27/comentario-morfosintactico-de-un-texto-medieval/.

 

Para saber más:

COMPANY COMPANY, C. (2006): Sintaxis histórica de la lengua española. Primera parte: la frase verbal. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.

MALKIEL, Y. (1959): “Toward a Reconsideration of the Old Spanish Imperfect in –ía ̴”. Hispanic Review 27: 435-481.

ROSSI, T. M. (1975): «Formas de futuro en un romanceamiento bíblico del siglo XIII». Zeitschrift für Romanische Philologie (91): 386-402.  <https://doi.org/10.1515/zrph.1975.91.3-4.386&gt;

El diablillo de las erratas

Quienes en la Inglaterra del s. XVII profesaban la religión cristiana pero cometían adulterio no tenían motivo para apurarse; su comportamiento estaba avalado por la Biblia, y no por una versión cualquiera, sino por la conocida como del rey Jacobo, en honor a su promotor, Jacobo I de Inglaterra, Escocia e Irlanda [1611]. En efecto, en la edición de 1631 de esta primera traducción de las sagradas escrituras al inglés (New King James Version), en la página en la que aparecen los diez preceptos que Moisés bajó del Sinaí, allí donde la Vulgata dice “non maechaberis” (Éxodo 20:14), se lee “Thou shalt commit adultery”. Claro que esto es así si nos agarramos a la letra, pues con seguridad el impresor quería decir “Thou shalt <not> commit adultery”, del mismo modo que el precepto anterior es “Thou shalt not kill”. La errata es fácilmente explicable en el proceso de edición, y en otro pasaje habría pasado desapercibida, pero este era, como se diría ahora, un lugar muy expuesto, y Robert Barker y Martin Lucas no pudieron escapar al castigo; fueron condenados a  una multa de 300 libras, la pérdida de licencia como impresores y a la destrucción de todos los ejemplares corruptos (algunos de ellos se salvaron y, al menos, nueve han pervivido hasta ahora). Barker fue a parar a la cárcel por deudas, donde murió. Una errata le había costado la vida.

No cabe duda de que el azar fue injusto con los dos impresores reales, pues ¿qué edición está libre de pecado, digo, de descuidos?, y no en vano hay quien ha señalado que “la errata persigue al editor como al ratón el gato”, pero incluso esta frase apodíctica sobre los errores de imprenta se transmite habitualmente ella misma en forma mendaz: “como el ratón al gato”.

Si de la imprenta pasamos al códice o libro manuscrito, considere el lector las condiciones particularmente duras en las que se desarrollaba el trabajo de los copistas medievales. El frío atenazaba las manos, que apenas podían sujetar la pluma; la falta de luz y la rigidez del pergamino de grandes dimensiones hacían fatigosa la tarea. Llegar al último renglón del libro era un alivio comparable al del marinero que ve con sus ojos el puerto de destino, como dice el copista hispano Florencio de Valeránica, que trabajó en la llamada Biblia de Oña[1]: “Nam quam suavis est navigantibus portum extremum ita et scriptori nobissimus versus”. Solo por amor de Dios se afrontaba una tarea que duraba de sol a sol. Para el cristiano, las vocales de la escritura con que la pluma hiere el pergamino o vitela refiguran las cinco heridas de Cristo que hablan por la humanidad al Padre[2]. Pero si el hombre  estaba hecho a imagen de Dios y, por tanto, predipuesto a alabarlo con la escritura, para ganarse así la gloria eterna, el demonio, que todo lo enreda, tratará por cualquier medio de impedirlo, y una de las maneras de lograr su objetivo será hacer errar al copista. Ese diablo, o más bien diablillo, si nos atenemos a las representaciones iconográficas, es Tutivillus, Titivillus o Tituvillus, cuyo nombre ya nos sugiere el titubeo y vacilación propios de quien no se siente seguro[3]. Ese mismo diablejo hacía que el joven escolar se riera durante la misa, o que los diáconos hablen entre ellos cuando asisten a los oficios religiosos. Hoy como ayer, en esa misma edad que llaman “del pavo”, suponemos que por la facilidad para sonrojarse, al dar el pésame a los padres de un amigo por la muerte de la abuela, uno de los compañeros trastabilla[4]: “le le le le le le le acompaño en su sentimiento”. No sabía yo entonces que Titivillus aprovechaba las situaciones más serias para dar motivo a los mayores de calificar de irrespetuosos a los muchachos, pero sí recuerdo con horror los esfuerzos para contener la risa.

Infinitas son las asechanzas del maligno, pero Beda (Catena Aurea, vol. Vl, p. 30) las resume en la astucia, el engaño y la torpeza; bien lo sabía este sabio inglés, que pasó su vida entre códices. Los de la General estoria de Alfonso X menudean en errores de de copia, sobre todos los manuscritos tardíos. Así, en Cantar de los cantares 2:7, en lugar de “conjúrovos por los ciervos de los campos” se lee en dos de los códices “por los cuervos”, pues sería más cercano al ámbito cultural de los copistas castellanos el cuervo como ave asociada a los agüeros y conjuros que el ciervo. Ni siquiera los manuscritos del escritorio real, a pesar del cuidado con que fueron realizados, y su gran riqueza ornamental, con magníficas miniaturas, están libres de errores: “Sierra de Sitionia” por “tierra en de Sitionia” muestra la atracción de la s- del nombre de lugar; “acercóse el acara en tierra de Armeia”, es una alteración bal del verbo antiguo acertarse ‘hacerse cierto o presente alguien o algo en un lugar”.  También dice el códice regio de la Primera Parte que en los lugares cálidos son “los lobos menores e de mejor engeño”, en vez de “de menor engeño”, como se explica enseguida (“fascas menos arteros e menos acudiosos”); del mismo modo, “e es prisco en latín tanto como amigo”, en vez de “antigo”, que es el significado de priscus. Y en otro lugar se confunde a los argivos o griegos con los arávigos.

Los textos poéticos son campo abonado para el error, pues la rima suele atraer lecciones fáciles que “suenan bien”, pero faltan a la verdad poética. En el Libro de buen amor el Ms. S, testimonio único en este pasaje, deslizan en los “Gozos de la Virgen”, “El año dozeno, / a esta doncella, / ángel de Dios bueno saludó a ella” (estrofa 1643); como señala Blecua, se trata de una alteración de veno, ‘vino’, que se acaba de emplear en 1640 (“cuando tu fijo por ti veno”). Las formas menos frecuentes suelen ser cambiadas en otras comunes, pero erróneas en el contexto; el citado Ms. S del Libro de buen amor señala que cuando el arcipreste emprende su aventura en la sierra de Segovia, “el mes era de março / dja de sant Meder”, cosa del todo lógica, pues la festividad de san Emeterio se celebra el 3 de marzo, pero el copista de G dice “día de san Miguel”, trayendo a un tiempo más frío al santo del 29 de septiembre.

El Cancionero de Hernando del Castillo  (Valencia, 1511)[5] recoge diversos poemas de los autores del Cuatrocientos, entre ellos el Marqués de Santillana; no siempre el editor pudo hallar los mejores manuscritos, y así contribuye a difundir el error con su exitosa antología: ¿qué será aligereza (50,12) en “Y, como aligereza / do recuenta que durmió, / en sueños me pareció / ver una tal estrañeza”.  Si no es otro que el genial Dante quien nos guía en un viaje sobrenatural, no estaremos ante otra cosa que un error por “Aligihieri reza”, es decir, recita o cuenta.

Pero no debemos asombrarnos ante estos errores si hasta los códices de la misma Vulgata están plagados de descuidos. El importante códice Cavense, de la abadía de Cava dei Tirreni, en Salerno, del s. X, dice en el libro de la Sabiduría (10:17) que Dios premiará al justo por “sus labios” (laborum suorum), como si lo que se larga por la boca mereciera recompensa, y no las buenas obras; en realidad labiorum es un descuido por laborum, leve desde el punto de vista paleográfico, pero capaz de trastocar toda la intención moralizante de la frase bíblica.

Si de las bibliotecas[6] pasamos a los archivos, seguiremos encontrando no pocos disparates. Muchos escribanos, a pesar de que sus “honorarios” por diploma no eran precisamente bajos, carecían de la necesaria formación, y el latín, aun en sus formas más consabidas, se le atragantaba a más de uno: “sid convenerid de juridición onium judicum”, escribe en 1682 el notario de Guadalajara Juan de Beleña (CODEA 180. Así,  El emperador Valeriano (en algunas piezas, el “senatus consultus”) se transforma en un enigmático Veliano o Beliano en no pocas cartas de compraventa: “e especialmientre renuncio la ley del emperador Beliano e todas las otras leyes e derecho que en esta razón por mí seer pudiesen de que me pudiese<n> ayudar en razón d’esta béndida para ir contra ella o contra parte d’ella” (CODEA 137, Trujillo, Cáceres, 1347).

Hasta la correción de erratas contiene errores garrafales. Juan de San Román, que se intitula “escrivano de cámara y de la magestad real” de Felipe II, señala en la “fe de erratas” de una real provisión del 25 de noviembre de 1562:  “Ba en tres renglones montan«, es decir, que la palabra montan se olvidó y se añadió “entre líneas”, pero nunca ¡en tres renglones! Los notarios tenían que dar fe en los inventarios de bienes de lo que el difunto transmitía a sus herederos, y que era nombrado y tasado por una persona conocedora del valor de esos objetos:  “Iten una sartén viexa, en tres reales. Iten dos libras de cera, en diez y seis reales. Iten tres platos grandes, en nueve reales. Iten doce platos chicos pintados, en seis reales. Iten cuatro taças blancas y dos pintadas y dos almocías, en seis reales” (CODEA 2227, Zorita, Cáceres, 1655). Pero a veces, bien por no haber entendido lo que el tasador decía o por haberse equivocado este, tenían que desdecirse: “ Item un par de calçones de verano de seda y lana, digo de tafetán, con una ropilla” (CODEA 1069, 1561; “cuatro fanegas, digo seis fanegas de zevada” (CODEA 2229, 1668).

Las erratas recogidas en estas líneas son solo una mínima muestra de las que pueblan los libros y los documentos de otro tiempo, pero no se piense que los ordenadores han jubilado a Tutivilus y que el saco con el que lo figura la iconografía medieval no está ahora bien repleto de gazapos. No es pequeña la cosecha que el demonio recoge maliciosamente en correos electrónicos y grupos de “whatsapp”, tal vez con consecuencias catastróficas para las relaciones entre amigos y compañeros de trabajo, por no decir con el jefe. Tampoco se libran los periódicos digitales y en papel. Palabras maledicentes que alguien pone por broma, y que, ¡horror!, inexplicablemente no se borraron a tiempo, pueden acabar en la lista de disparates del año[7]. En fin, sé que debería releer estas líneas, pero no me molesto. Por muchas veces que pase mis cansados ojos sobre ellas seguro que se escapará alguna errata. Ya oigo la risa maliciosa de Titivillus.

Pedro Sánchez-Prieto Borja

Imagen: Pixabay

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Sánchez-Prieto Borja, Pedro (2020): “El diablillo de las erratas”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2020/03/01/el-diablillo-de-las-erratas/.

 

Referencias:

[1] http://dbe.rah.es/biografias/9691/florencio-de-valeranica

[2] Eugenio Garin, L’educazione en Europa (1400-1600). Problemi e programmi, Bari, Laterza, 1957.

[3] Véase Julio G. Montañés, Tutivillus. El demonio de las erratas, Madrid, Turpin Ediciones, 2015.

[4] He de confesar que Titivillus me inspira trastabillea.

[5] Joaquín González Cuenca, ed., Hernando del Castillo, Cancionero General, Madrid, Castalia, 2004, 5 vols.

[6] Véanse, “El ‘Titivillus’ en la Biblioteca Lázaro Galdiano”, por María Agujetas Ortiz <https://bibliotecalazarogaldiano.wordpress.com/2019/02/18/el-titivillus-en-la-biblioteca-lazaro-galdiano/>.

[7] Véase, por ejemplo, <https://verne.elpais.com/verne/2015/03/27/articulo/1427443706_767568.html>.

Homenaje a Benito Pérez Galdós

El pasado 4 de enero se cumplieron 100 años del fallecimiento de uno de nuestros escritores más significativos, Benito Pérez Galdós, y, con esta efeméride, se ha comenzado oficialmente el año dedicado a su centenario. En TextoR no hemos querido ser ajenos a esta conmemoración, ya que tenemos una gran preferencia por el autor canario, al que hemos dedicado varias entradas. En especial, nos ha interesado su gran capacidad para retratar el habla de sus variados personajes, da igual su origen o estrato social. El primero de ellos lo titulamos, precisamente, «Galdós y la sociolingüística», pues pocos autores nos han regalado más datos sobre la manera de hablar de todas las clases sociales. La interjección «Ajo», que hoy en día puede resultar francamente extraña, fue común en Madrid, pero los literatos no le prestaron mucha atención; en cambio, está reflejada en Galdós y en un documento de archivo del siglo XIX.
Además, nos ha llamado especialmente la atención el papel de algunos personajes determinados, caracterizados con la precisión de un miniaturista. Un caso es el de Mauricia la dura, la infeliz amiga de Fortunata, o José Izquierdo, el torero «de invierno», tío de Fortunata. Los dos, representantes del mundo marginal más olvidado del Madrid de la época. Algunos de sus rasgos lingüísticos se han podido ver también en documentos de personas poco instruidas en la capital en la misma centuria, por lo que el realismo del autor queda claro.

Por otra parte, podemos recurrir a las obras de Pérez Galdós para encontrar numerosas referencias a términos de la época. Por ejemplo, las «culebras» de mazapán mencionadas en uno de los Episodios Nacionales, de las que hablamos aquí. Y sin salir de la comida, hay referencias al chocolate molido en esta entrada y los percebes «como patas de cabra» en esta otra. Una sustancia peligrosa, pero utilizada en botica, el cornezuelo, es citado en Fortunata y Jacinta, como bien se explica aquí. 

Aunque mucho se habla – y con razón – del valor de Galdós como narrador de historias, desde TextoR queremos rendirle este homenaje como uno de los nuestros mejores informantes de la lengua del siglo XIX. Su obra, también en este aspecto, será eterna.

Delfina Vázquez Balonga

Imagen: Ramón Casas, «Benito Pérez Galdós». Barcelona, Museu Nacional d´Art de Catalunya.

 

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Vázquez Balonga, Delfina (2020): “Homenaje a Benito Pérez Galdós”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2020/01/07/homenaje-a-benito-perez-galdos/.

 

 

 

 

Su molinillo y su anafe

Ahora que vienen las fiestas navideñas, vuelven los villancicos y, con ellos, una larguísima tradición cultural, en la que la escritura se une a la oralidad, pero también la música con la lírica y la narrativa, y todo ello generación tras generación. En este blog hemos hablado ya de varios tipos de villancicos, por lo que no me entretengo en recordarlos. Sin embargo, ahora queremos detenernos en uno de los más populares, Hacia Belén va una burra. Aparte de los sonoros versos “yo me remendaba / yo me remendé” etcétera, llama la atención a muchos la mención de un objeto desconocido, el anafe, cuando se canta “su molinillo y su anafe”, que lleva “con su chocolatera”. Casualmente, en el diario El País ha salido un artículo de Álex Grijelmo, dedicado a las palabras de la Navidad, y también menciona esta palabra (leer aquí); aquí queremos centrarnos en su recorrido lingüístico e histórico en documentos de archivo y prensa escrita.

En primer lugar, ¿qué es un anafe? Como dice el DLE, se define como “Hornillo, generalmente portátil”. Podía ser de barro pero también de hierro, y su función era contener las ascuas para calentar los alimentos. No es la única forma de llamarlo; de hecho, existen otras variantes documentadas: anafe, anafre y alnafe. El origen es, según facilita DCECH, del árabe hisp. y magrebí nâfih, ídem. Ya se documenta a finales del siglo XV con Guillén de Segovia.

Aunque hoy en día son poco conocidos, el anafe estaba muy presente en la vida cotidiana; al poderse llevar a todas partes, este instrumento se tenía en las casas, pero también se asociaba a la labor de algunos vendedores ambulantes, como las castañeras. Ante esto, ponemos como ejemplo lo escrito por Bretón de los Herreros en Los españoles pintados por sí mismos (1844), al hablar de estas mujeres:

Una Castañera de la especie que voy describiendo ha menester para serlo dignamente gastar algunos duros en proveerse de los siguientes utensilios: una mesa con su cajon correspondiente; una vasija sui generis; un anafe ú hornilla portátil; un cañon de hoja de lata que dé salida al humo sin molestia de la protagonista y de los transeuntes; un fuelle; unas tenazas para escarbar la lumbre (estas pueden suplirse con los dedos).

Otros oficios ambulantes que solían llevar un hornillo portátil eran las rosquilleras o buñoleras. De ellas habla Luis Royo Villanova en este curioso texto sobre la feria de abril de Sevilla que hemos rescatado de la hemeroteca:

Y en otro lado de la feria las buñolerías llaman a los trasnochadores. El sencillo anafre no deja de arder en los tres días, y como digna vestal de aquel fuego sagrado, la buñolera, con su bata de percal y su pañolillo de seda al cuello, no cesa de atraer parroquianos. (Blanco y negro, 24 de abril de 1897).

En este último texto, el autor prefiere la variante anafre. La forma que establece el DLE para dar la definición es anafe, de manera que reconoce anafre pero la dirige directamente a la primera mencionada. De alnafe, la menos extendida, se hace lo mismo, pero se indica que está en desuso.

El cotejo con documentos castellanos de los siglos XVI y XVII parece confirmar que en esta época era bastante más común. En concreto, podemos mencionar los documentos notariales de Toledo y Madrid de esa época. En ellos, la forma más habitual es alnafe. Se encuentra, por ejemplo, en el inventario de Melchor Rojo, escrito en Toledo en 1580 (“un alnafe de hierro») (Vázquez Balonga 2015). En una muestra de documentos toledanos del siglo XVII, disponibles en la base CORDE, se documenta anafe pero también alnafe, lo que confirma la permanencia de esta variante. Mención aparte merece la creación agnafe, en la localidad madrileña de Cadalso de los Vidrios en 1663 (dote de María Álvarez); seguramente, la forma anafe podría dar lugar a una hipercorrección que interpretaba la ausencia de implosiva después de a- como un error.

En cualquier caso, alnafe se pierde y así, no tenemos en la base CORDE ningún en el siglo XIX, mientras que sí de las otras dos. Por ejemplo, Ángel Ganivet o Vicente Blasco Ibáñez emplean anafe; en cambio, Benito Pérez Galdós, el Duque de Rivas y Ángel Muro se decantan por su variante con /fr/Y otro caso evidente es el villancico, que solo ha conservado anafre / anafe en sus versiones populares. Por ejemplo, se dice anafe en una versión interpretada por la coral de los Pedroches (Córdoba), del disco Navidad en España que puedes escuchar aquí. Por lo contrario, aparece anafre en la letra recopilada en el libro Canciones populares españolas (Ediciones Almenara, 1978, disponible en CORDE).

¡Feliz Navidad a todos!

Delfina Vázquez.

Imagen: Joaquín Vázquez de Castro.

 

Cómo citar esta entrada:

Vázquez Balonga, Delfina (2019): “Su molinillo y su anafe”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/12/23/su-molinillo-y-su-anafe/.

 

Puedes leer la letra del villancico entera aquí (Fuente: Canciones populares españolas, Ediciones Almenara, 1978).

Hacia Belén va una burra,
rin, rin,
yo me remendaba,
yo me remendé,
yo me eché un remiendo,
yo me lo quité;
cargada de chocolate
lleva su chocolatera,
rin, rin,
yo me remendaba,
yo me remendé,
yo me eché un remiendo,
yo me lo quité;
su molinillo y su anafre
María, María,
ven acá corriendo,
que el chocolatillo,
se lo están comiendo.

 

Para saber más:

– CORDE = Corpus Diacrónico del Español. < http://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde&gt;

– DCECH = Corominas, Joan y Juan Antonio Pascual (1980): Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico. Madrid: Gredos.

– DLE = Diccionario de la Lengua Española <http://www.rae.es//&gt;

-Vázquez Balonga, Delfina (2015): Léxico en la documentación de Toledo y Madrid en los siglos XVI-XVII. Tesis doctoral. Universidad de Alcalá.

 

Con la música a otra parte

Como todos los años, el 22 de noviembre se celebra Santa Cecilia, a quien la Iglesia católica considera patrona de la música desde 1594. En TextoR hemos decidido aprovechar la ocasión para reunir y recordar algunas entradas que trataron el uso de la lengua en piezas musicales de diversas épocas.

Entre los compositores, quien más ha ocupado nuestro blog ha sido Juan del Encina, autor prolífico de finales del siglo XV y principios del XVI. A él debemos piezas como “Antonilla es desposada”, “Pedro, bien te quiero” y “Quién te traxo, cavallero”, todas tratadas en entradas del blog. Otras canciones profanas de tema amoroso a las que les hemos dedicado uno de nuestros textos semanales son “Marizápalos” y “A Pascual no le puede”.

Todas ellas tienen algo curioso que mostrar. Por ejemplo, gracias a la citada canción sobre Pascual, hemos visto que el adjetivo borde era muy corriente para designar a las plantas silvestres (pino borde). En la canción dedicada a las bodas de Antonilla (y la sorpresa y disgusto que enterarse de ellas le da a un tal “Juan”, que sospechamos que debe ser un ex suyo), se comprueba que a los muchachos los llamaban garzones. Y no olvidemos la de Marizápalos, muy versionada, que daría para muchas entradas por su empleo del lenguaje y sus dobles sentidos.

La Navidad es una fecha más que apropiada para investigar algo más sobre el rico material que aportan los villancicos a lo largo de la historia. Por ello, dedicamos una entrada a la moda que presentaba estas canciones en boca de determinados grupos sociales y étnicos, a los que se hacía hablar de un modo especial, como los negros o los moriscos (“Villancicos cantados por…”). De este tipo y otros diferentes encontramos una serie de canciones navideñas en la entrada “Felicitar las pascuas”. Un autor que cultivó el villancico, cantado por negros, moriscos y gitanos, e incluso, en otras lenguas, portugueses, gallegos y catalanes, fue Manuel de León Merchante, poeta y empleado del Santo Oficio. Su historia y sus interesantes creaciones se pueden leer en este post.

También utiliza la lengua para retratar a dos personas de diferentes grupos sociales la canción de ¿Quién te traxo, cavallero?, donde el pastor se apiada del caballero que vaga por las sierras herido de amor y le da una compañía y unos robustos consejos que parecen ayudar (aunque no mucho) al afligido cortesano.

Por último, el año pasado presentamos un comentario sobre un hermoso villancico dieciochesco creado en la Cuba colonial, “Un musiquito nuevo”. Esta pieza musical tiene como peculiaridad que emplea el léxico especializado del solfeo para describir una escena del portal de Belén, gracias a términos como bemol, solfa, longa o calderón.

Además de esto, hicimos una entrada sobre cómo la crítica textual y el conocimiento de la lengua antigua puede ayudarnos a detectar errores en los textos de las canciones, a saber que algo que parece raro no es un error, y en definitiva a disfrutar más de una música en la que el texto es, con frecuencia, tan hermoso como la melodía.

Y aunque no sea el tema fundamental, sí nos fijamos en el curioso (e incomprensible) uso de azul en el español general, pero también en la letra del éxito de Roberto Carlos (“Triste y azul”). En resumen, el gato no había cambiado de color.

Belén Almeida y Delfina Vázquez Balonga

Imagen: Hendrik van Balen, Diana entre las musas (1620) (detalle). Tomada del artículo «música» de Wikipedia. Dominio público.

 

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén y Delfina Vázquez Balonga (2019): “Con la música a otra parte”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/11/21/con-la-musica-a-otra-parte/.