«Mujer, Nobleza y Poder»: una exposición imprescindible

Carta de Isabel II para la marquesa de Novaliches (María del Carmen Álvarez de las Asturias), aya de su hija mayor, Isabel, a mediados del s. XIX. Foto: Belén Almeida.

Toledo, siglo XVII: lobos, un lobero y una lobera

Se encuentran en los documentos de archivo bastantes lobos y lobas. No todos son animales: en una búsqueda en el corpus CODEA, “Loba” es, en documentos del siglo XIII de Zamora, Salamanca y Asturias, un nombre de mujer, del que por cierto ya hablamos en este post. En este documento del siglo XIII de Palencia y en este del XIV de Ávila, “Lobo” es un apellido, y en este de Zamora del XIII y en este de Salamanca del mismo siglo, un nombre de pila de hombre.

En este documento del XVII de Madrid, loba es una prenda de vestir, como también sucede en este del XVI de Burgos, y en este otro se habla de la calle del Lobo, en Madrid. La loba, como explica Covarrubias en su Tesoro (1611) es

Diríase que no hay lobos, el animal feroz de Caperucita, en todo CODEA. O que se han agazapado. Pero los encontramos en Toledo, en el siglo XVII. ¿Dónde? En la nota de un lobero, un hombre que tiene “por oficio ir a matar lobos a los montes de Toledo y otras partes”, que trae dos muertos y pide se le paguen. Esta nota de 1618 probablemente no fue escrita por el propio lobero, dada la excelente letra, digna de un profesional de la escritura, que presenta.

Este es el lobero, palabra que incluso se encuentra en algunos repertorios lexicográficos, como el diccionario español-alemán de Mez de Braidenbach (1670), donde se lee: Lobero: Ein Wolffsjäger (‘cazador de lobos’):

En cuanto a la lobera, un proceso inquisitorial fascinante que estamos transcribiendo (parcialmente) para CODEA (Inquisición, 86, 17, se puede consultar aquí, en la página de PARES) nos presenta a Ana María García, una mujer asturiana que amenaza a los pastores, si no le dan lo que pide, con echar sobre sus ganados a los lobos. Esta mujer es denunciada por doña María del Cerro, mujer del doctor Gabriel Niño de Guzmán, en 1648. Dice doña María en el documento, escrito por ella misma, que entrega al tribunal inquisitorial:

Anoche llegó aquí una mujer asturiana que llaman la Lobera porque por arte de echicería llama a los demonios en figura de lobos y los inbía a las cabañas para que se coman el ganado de quien no la á dado gusto en lo que á pedido, con que trai toda la tierra alborotada y con temor de sus amenaças

Ni corta ni perezosa, doña María sigue:

Diciéndome todo esto la jente de mi casa, encerré a la dicha Lobera anoche y la desaminé para más sastifación mía, y me confesó algunas cosas. Esto toca a la Inquisición el remediarlo

En su primera testificación ante el tribunal (desde imagen 17 del proceso), Ana María, que dice tener 25 años, manifiesta estar arrepentida, y en el “discurso de su vida” (desde imagen 30) va contando cómo ha llegado, de su casa en Asturias, a ser la lobera en Toledo:

la solizitó Francisco Soga, que la sacó de cassa de dicha su hermana y la llebó a el lugar de Lidias, adonde parió en cassa de una muger llamada Toribia Sánchez, biuda, con la cual estubo año y medio, y de allí se salió porque el dicho Francisco no hazía casso della y de bergüenza no bolbió a su lugar y se vino por Asturias adelante a buscar a quien serbir y junto a Nuestra Señora de Cobadonga la encontraron los dichos dos pastores Pedro y Juan y la llebaron a los argüellos a sus cabañas y andubo en su compañía tres años hasta que habrá un mes poco más o menos que ellos se fueron d’esta ziudad con el ganado, y esta se quedó en la ventilla junto a el esquiler de don Grabiel Niño de Guzmán, a donde coxió a esta doña María del Zerro, muger del susodicho, y la prendió, y desde su cassa la embió a este santo oficio abiéndole echo antes en un oratorio de su casa muchas preguntas”

La sentencia final dice (imagen 87 del proceso):

Fallamos atento los autos y méritos del dicho proceso que por la culpa que d’él resulta contra la dicha Ana María García, si el rigor del derecho hubiéramos de seguir, le pudiéramos condenar en grandes y graves penas, mas queriéndolas moderar con equidad y misericordia por algunas caussas y justos respetos que a ello nos mueven, en pena y penitencia de lo por ella hecho, dicho y cometido, le devemos mandar y mandamos que en la sala del tribunal se le lea su sentencia con méritos estando en forma de penitente, y oiga la missa, y sea absuelta ad cautelam, y abjure de levi los errores que resultan de su proceso y sea reprendida y advertida, y reclusa por tiempo de cuatro meses, en la parte que el tribunal ordenare, para que sea instruida en las cossas de nuestra santa fe”.

En los últimos folios del proceso, se recoge cómo “presentes don Juan de la Vega” y otros, así como “la dicha Ana María García, en forma de penitente”, se leyó la sentencia, y luego “abjuró de levi la susodicha” (imagen 88 del proceso), y sigue la abjuración.

Aunque no son loberas (en el sentido de cazadoras de lobos) profesionales, en el corpus ALDICAM puede consultarse un documento de Puebla de la Sierra de 1841 (conservado en el Archivo Municipal de Buitrago del Lozoya, caja 2, 119), en el que se cuenta que unas mujeres han matado «a cantazos» a un lobo:

Bernardo Ruiz de Olano, alcalde constitucional de esta villa de la Puebla de la Muger Muerta, certifico cómo en el día dos del presente mes me presentó Miguel Fernández de esta vecindad un lobo, el cual, según tengo aberiguado, lo mataron la muger de dicho Miguel y otras mugeres que estavan lavando en un arroyo a la orilla del pueblo, en ocasión, que, habiéndose metido el lobo en una calleja, donde no pudo salir, lo mataron a cantazos.

Como tantas otras veces, siguiendo la historia de una palabra en los documentos, saltan de sus líneas historias y más historias, como estas.

Belén Almeida

Imagen: Wikimedia commons (Public Domain Mark).

Cómo citar esta entrada

Belén Almeida (2020): «Toledo, siglo XVI: lobos, un lobero y una lobera», TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de https://textorblog.wordpress.com/2020/11/10/toledo-siglo-xvii-lobos-un-lobero-y-una-lobera/.

Para saber más:

Se ha consultado CODEA, Corpus de documentos anteriores a 1800 elaborado por el grupo de investigación GITHE, de la Universidad de Alcalá, responsable también de este blog (http://corpuscodea.es/).

Se ha consultado y citado PARES, Portal de Archivos Españoles (http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/search).

Se ha consultado y citado el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española, disponible en http://www.rae.es (http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle).

Informes de alarifes

¿Quién no ha tenido que escribir un informe? Para quienes no lo hacen a menudo, se trata de una actividad algo difícil, porque conjuga una parte más formulística (la que siempre da más problemas) con otra que se redacta en general utilizando conocimientos específicos que el redactor posee, por lo que se mueve con mayor confianza. Por fortuna, aquellas personas que con frecuencia tienen que redactar informes, se dediquen a lo que se dediquen, se convierten pronto en expertos “informógrafos” que no tiemblan ante nada.

Entre las personas que tenían que redactar informes, naturalmente abundan los escribanos o secretarios, pero no solo: también personas como médicos, aparejadores, serenos y otras muchas personas eran requeridas con frecuencia para que dieran su opinión sobre los asuntos más diversos, desde un robo hasta la baja de una orquesta municipal, pasando por el estado de un edificio o los sucesos acaecidos en un convento.

En nuestro trabajo con documentos de archivo, los autores de este blog hemos leído muchos informes antiguos, algunos incluidos ya en el corpus en línea CODEA, que elaboramos con nuestro grupo de investigación GITHE, y otros que probablemente se incluirán en un futuro. Los informes resultan muy interesantes porque quien los escribe o dicta usa la lengua de una manera más libre que en otros documentos, como por ejemplo una petición de trabajo (que es más o menos un “expone y solicita” con poco espacio para la expresión propia) o un recibo (muy breve y bastante formulístico).

Por lo muy interesantes que resultan los informes, vamos a dedicar varias entradas a ellos: en esta hablaremos de informes de alarifes, maestros de obras y aparejadores; en otra, de informes sobre monjas y religiosos; en una más, de la inspección de mercados; y en una cuarta, que será la final de la serie de informes (de momento), hablaremos de un informe sobre el rapto de un niño que nos llevará a tratar el tema del abandono de niños.

Un alarife es, según el DLE, bien un maestro de obras, bien un albañil.

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Los maestros de obras, alarifes o aparejadores redactan informes sobre asuntos como el estado de un edificio o las posibilidades de realizar una obra o no. El más antiguo informe de estas personas incluido en CODEA es de 1430: Francisco Ruiz, García Ruiz y Lope Ruiz (“Francisco Ruiz, alvañí, e García Ruiz, yesero, e Lope Ruiz Francés”) explican cómo se ha de abrir una puerta en una casa en Toledo. Puede verse el documento aquí.

dezimos que la puerta que quiere abrir el dicho Ferrando de Toledo que la puede bien abrir en esta manera: que faga un atajo desde la pared que está agora fecha e se muestra de la parte de fuera que dénde adentro que se forme una pared a diez pies de largo e ahí informe su cerramiento de pared como agora la tiene de puerta, e que abra aquella misma puerta a la mano derecha como omne entra en el adarve, midiendo de la faz de fuera adentro a dos pies e medio del ancho e del alto que la quesiere.

Este documento no está escrito por Francisco Ruiz, García Ruiz ni Lope Ruiz, pero sí está firmado por tres personas que quizá fueran ellos (también es posible que otra persona firmase por ellos). En la firma, se puede ver muy bien cómo “García Ruiz, yesero” (la firma del centro) no tiene mucha habilidad para escribir, y casi dibuja el nombre más que escribirlo.

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En 1787, en Guadalajara, los maestros alarifes Antonio Rubio y Joseph de la Paz firman un documento (conservado en la caja 1522 del Archivo Municipal de Guadalajara) en que exponen el reconocimiento que han realizado al “Puente que se esta construyendo en el camino de Zaragoza a la salida de esta ciudad”, es decir, Guadalajara. Los alarifes utilizan términos técnicos como “paralelogramo”, “esquadra”, “dobelas”, pero también aparecen formas de escribir o reflejos de formas de hablar propios de personas menos cultas, como “la obra que se ba ejecutar” (sin la a), “gueco” por hueco o “acersen” por hacerse (“todos los generos de puentes deven acersen a escuadra”).

alarifesGuadalajara

El cierre del documento dice:

asilo declaramos segun n<uest>ro arte. y. Dios n<uest>ro. Señor nos. a dado á entender. y saber siendo. el d<ic>ho Rubio de treinta. y nuebe. años. y el. rreferido Paz. de. sesenta y quatro ambos. poco. mas. ômenos

En Alcalá de Henares, el archivo municipal conserva, entre otros muchos, el informe de dos maestros alarifes, Julián Ramiro y Juan Contreras, que reconocen en 1831 dos casas con riesgo de ruina en la calle Escritorios y dictan su informe.

Al parecer las casas estaban en muy mal estado: se habla de “cavezas de madera podridas y endebles”, de una medianería “rebentada por abajo desde los mismos corrales hasta la calle de Escritorios”, de “quiebras causadas por el reundimiento que ha tenido por ambos lados”, de una “garita que han hecho en el corralillo tan indecente”, donde “por la salud pública se deve hacer un pozillo para que los olores no sean tan dañosos, pues trascienden en toda la casa”. Los maestros alarifes proponen diferentes soluciones, para lo cual usan también términos técnicos, como “cal piedra”, escocia”, “apear”, “pies derechos” “sopanda”, “reterraplenar”, “bano”, “puntales”, “gabarcones”… La fórmula de cierre es parecida a la de sus colegas de Guadalajara, y también los alarifes alcalaínos dicen qué edad tienen:

Que es lo que pueden decir segun su saver y entendér y la verdad bajo del juramento fecho en q<ue> se afirmaron y ratificaron haviendoselo leydo, lo firman con el señor regente, expresando ser de hedad, Ramiro de sesenta años, y Contreras de cinquenta y seis, doy fé= Ygnacio de Vrrutia Juan contreras  Julian Ramiro

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Como puede verse, desde la Edad Media hasta los siglos XVIII y XIX personas expertas en edificación eran quienes se encargaban de comprobar, con frecuencia a petición de las autoridades municipales, la seguridad de los edificios. Sin duda a la tarea de estos profesionales se debió que muchas personas no dejaran su vida en edificios ruinosos, descuidados por la incuria de sus propietarios, y que los edificios públicos cumplieran las normas del arte de construir. Gracias a sus informes, conocemos algo sobre su labor.

Belén Almeida

 

Para saber más:

GITHE (Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español): CODEA+ 2015 (Corpus de documentos españoles anteriores a 1800) [en línea] corpuscodea.es [consultado el 20 de enero de 2018]

Los documentos citados proceden de los archivos municipales de Toledo, Guadalajara y Alcalá de Henares.

 

 

Toledanos y berenjenas

En los Siglos de Oro, era proverbial la preferencia de los toledanos por las berenjenas. Pedro de Répide, en un artículo de 1936 titulado «Manjar vernáculo», recordaba cómo Francisco de Rojas Zorrilla se deleita, en su comedia García del Castañar, «hablando del queso, arrope, jamón cocido en vino, de los ánades, de la cabeza de jabalí, de las perdices y de la cecina y de las berenjenas, plato muy de tierra de Toledo». Efectivamente, en esta comedia, doña Blanca anuncia como banquete rústico: «queso, arrope y aceitunas, / y blanco pan les prometo, / que amasamos yo y Teresa, / que pan blanco y limpia mesa / abren las ganas a un muerto: / tambien hay de las tempranas / uvas de un majuelo mío, / y en blanca miel de rocío / verengenas toledanas”.

También Góngora habla de las berenjenas de Toledo en Las firmezas de Isabela: «Regalar querrá a su yerno, / y será a lo toledano, / con berenjena en verano / y con membrillo en invierno», y el autor del León prodigioso comenta que “A las berenjenas damos el primer lugar en la olla solamente en Toledo; para que nadie presuma que ha de tener uno mismo en todo el mundo, que hay gallos que cantan en su muladar, y fuera de él, al primer paso caen en Carnestolendas, y luego los corren”. En el Guzmán de Alfarache encontramos un exquisito bodegón en palabras, que incluye, por supuesto, las berenjenas tan amadas por los toledanos: “Allí estaba la pera bergamota de Aranjuez, la ciruela ginovisca, melón de Granada, cidra sevillana, naranja y toronja de Plasencia, limón de Murcia, pepino de Valencia, tallos de las Islas, berenjena de Toledo, orejones de Aragón.”

Sebastián de Covarrubias define así la berenjena en su Tesoro (1611):

berenjena2

Pero las berenjenas no solo eran manjar predilecto de los toledanos. También era fama que encantaban a los judíos, que las disfrutaban en numerosos platos. Ya en el siglo XV un texto humorístico (que presenta como profecías verdades de Perogrullo) anuncia que “A la postre verán tanto de confeso [judío converso al cristianismo] que cobrirá el suelo como langosta; tanto de garvanço, culantro, verengena”. Es decir, era una verdad de Perogrullo que los judíos comían garbanzos, cilantro y berenjenas. En unas coplas burlescas, también del siglo XV, que imitan el modo de hablar de los judíos y hablan de la vida tradicional judaica, se dice que

En la boda del aljama
non se comi peliagudo,
ni piscado sin escama
en quanto ‘l marido pudo,
sino mucha verengena,
y açafrán con aceguilla;
y quien “Jesú» diga en la cena
que no coma albondiguilla.

La Lozana andaluza narra, con un tono picaresco y bastante crudeza, las andanzas de una prostituta española en Italia. Se discute entre los especialistas si el listado de platos que la protagonista sabe preparar es más bien típico de una morisca o de una judía conversa. Pero su preferencia por la berenjena (así como el hecho de que se la llame confesa, un término usado para judíos conversos), hacen pensar más bien en un origen judaico:

Sabía hacer hojuelas, prestiños, rosquillas de alfajor, tostones de cañamones y de ajonjolí, nuégados, sopaipas, hojaldres, hormigos torcidos con aceite, talvinas, zahinas y nabos sin tocino y con comino, col murciana con alcaravea, y holla reposada no la comía tal ninguna barba. Pues boronía ¿no sabía hacer?: ¡por maravilla! Y cazuela de berenjenas mojíes en perfición, cazuela con su ajico y cominico, y saborcico de vinagre, ésta hacía yo sin que me la vezasen.

¿Qué era esta cazuela de berenjenas mojíes? Para hacerla, Ruperto de Nola recomienda

Tomar las berenjenas no muy grandes ni muy pequeñas, sino medianas; y abrirlas por medio y echarlas a cocer con su sal, y desque estén bien cocidas escurrirlas con un paño que sea basto; y después picarlas mucho, y echarlas en una sartén o cazo y échale buena cosa de aceite; y tomar pan y rallarlo y tostado, echárselo allí dentro y echarle queso añejo rallado y desque esté buen rato traído sobre la lumbre, tener molido culantro seco, alcaravea y pimienta y clavos; y un poquito de gingibre, y traerlo sobre la lumbre y échale allí unos huevos; y traerlo sobre la lumbre hasta que esté duro y después tomar una cazuela, y echarle un poquito de aceite; y asentarlo en ella, y batir unos huevos con pimienta y azafrán y clavos, y del mismo pan tostado que lleva dentro la cazuela y de queso rallado; y hacerlo espeso y asentarlo encima a manera de haz y ponerle sus yemas, y cuajarlo en el horno ó con una cuajadera, que es cobertera de hierro con brasas encima; y desque esté cuajada, quitarla de la lumbre y echarle un escudilla de miel que sea muy buena por encima

¿Será la cazuela mojí el origen de la “cazuela mojina -un cuajo de pan y de almendra, dulce al paladar, muy corriente en los hogares de Almuñécar y demás pueblos de la costa” que cita Salvador González en La oración de la Tarde (1929)? (según el Diccionario de la Lengua Española, sí).

Volviendo a los toledanos, no es raro que este gusto compartido con los judíos haya sido notado y usado para “motejarles” de judíos. Una frase insultante que se les decía, al parecer, era “Toledano, ahó berenjena”. Es cierto que también había otras usadas para sugerir que los toledanos eran de origen judío que no hacían referencia a las berenjenas, como “¡Guaya de vos, Toledo!”, que el toledano Sebastián de Horozco reconocía que “se suele dezir para motejar a uno de judío mayormente si es de Toledo”. Esta frase usa “guaya”, una interjección de dolor usada por los judíos de España. Que la alusión maliciosa a las berenjenas era usadas también con la misma intención es evidente. Por eso dice el también toledano Luis Hurtado de Toledo que las berenjenas “a los toledanos dan adverso renombre”.

No dejan, claro, los autores toledanos de discutir este “adverso renombre” y defender que los toledanos, pese a su gusto por las berenjenas, nada tienen de judíos. Luis Hurtado de Toledo explica en su Memorial de algunas cosas notables que tiene la Imperial Ciudad de Toledo (1576) que “muchos de los manjares que oy usan los christianos por subcesion de biuienda en esta ciudad, no fueron todos compuestos de los hebreos”. La cazuela mojí, por ejemplo, dice, la inventó el rey godo Zalmoxis:

Zalmoxis rey de los godos, que fue grandisimo filosofo, y supo que heran ynclinados los moradores de este pueblo al carnal exercicio, por el qual gastauan los tuetanos y humero radical, ayunto yerbas y especias saludables para reparar los tuetanos del hombre, de lo qual hizo una torta o pasta ayuntada con huecos, a la qual le quedo por nombre caçuela moxi del rey Zalmoxi que la ynvento

Sebastián de Horozco explica que ese “mote” o frase de “Toledano, ahó berengena” no es porque los toledanos puedan “ser motejados de confessos [judíos conversos] como los neçios lo entienden”, sino que la razón por la que “se pudo dezir y se dixo este refrán” es que también se llama berenjena los “las ojeras y cardenales en los ojos y cara”, y que los toledanos no se andan con chiquitas al respecto: “el toledano desde niño sabe hazer berengenas a otros en los ojos y hoçicos y él no las come ni las sabe reçebir”.

Parece haber sido una explicación frecuente, pues el ya citado, también toledano, Luis Hurtado de Toledo afirma que “llamarlos verengeneros no lo causa esta fruta”, sino las berenjenas “questos toledanos criauan con los puños en los rostros de sus enemigos, quando no avia tanta copia de armas ofensivas para conbatir desde lejos”, golpes que dejaban la cara “ynchada y cardena o cerulea en su color”, como una berenjena.

Aunque el gusto de los toledanos por las berenjenas era, como hemos visto, proverbial en los Siglos de Oro, no parece que quede rastro de aquella preferencia en los platos de hoy. En un recorrido rápido por páginas sobre gastronomía toledana, se constata que las berenjenas están ausentes de casi todas las listas de platos más conocidos, encabezados por la perdiz escabechada. Solo en alguna página se hace referencia a las berenjenas de Almagro. Sic transit gloria melongenae!

Espero no haberme metido en ningún berenjenal.

 

Belén Almeida

 

Fotografía: Belén Almeida (otras solanáceas).

 

Para saber más:

Belén Almeida, “Elementos cotidianos posiblemente usados para caracterizar a presuntos judaizantes en textos literarios y no literarios de los siglos XV y XVI”. Disponible en academia.edu o en http://www.textoshispanicos.es

http://www.cervantesvirtual.com/obra/del-rey-abajo-ninguno-y-labrador-mas-honrado-garcia-del-castanar/

Hilary Pomeroy, “Yantar e identidad religiosa”, en La mesa puesta: leyes, costumbres y recetas judías (coord. U. Macías, R. Izquierdo Benito), Publicaciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 2010.

Real Academia Española, Corpus Diacrónico del Español, en línea en http://www.rae.es

Real Academia Española, Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español, en línea en http://www.rae.es

Los platos tradicionales de Toledo, capital gastronómica 2016

http://queverenelmundo.com/que-ver-en-espana/provincia-de-toledo/guia-de-toledo/que-comer-en-toledo/

https://es.wikipedia.org/wiki/Gastronom%C3%ADa_de_la_provincia_de_Toledo

Las 10 comidas más típicas de Toledo

https://blog.pagatelia.com/2015/10/08/toledo-capital-espanola-de-la-gastronomia-2016/

Platos típicos Toledanos

Spanish streetsweepers of yore

Even though the word barrendero (‘sweeper’, from barrer ‘to sweep’) is to be found in medieval texts, it was first applied to those men or women who cleaned the floors of churches or palaces, not the streets (those nobody cleaned, we guess). In a work of 1547 found at the diachronic corpus of the Real Academia Española, CORDE, we still find the word barrendero and moço de escoba (moço=mozo=young man; servant / escoba=broom) applied to persons who sweep a building: «el corredor no le barre sino un moço del barrendero, que se llama moço de escoba»(«the hallway is swept by a helper of the sweeper, called moço de escoba»).

But this state of things changed in the 16th century, when a certain tidiness of the town squares (not so much the streets) was considered important. In the corpus of the GITHE team (GITHE members are the authors of this blog), called CODEA and containing 2500 Spanish documents from 1200 and until 1800, there are some documents on streetsweepers. In document 2071 (Toledo, 1570), Francisco de Barillas and Juan de la Cruz, who call themselves by their title of «porteros de la limpieza de las plaças d’esta ciudad» (porters / ushers for the cleaning of this town’s squares), write to the town council to offer their services also for the cleaning of the streets, which are, as they say, full of dead cats and dogs «and other things», since a Juan de Briones, who used to clean the streets, died. They offer to clean the streets with two helpers, as is usual in Sevilla («como es uso y costumbre de la ciudad de Sebilla»). For this work, they would logically want to receive an extra pay. As is sometimes found in the letters of persons offering to work for the council, they propose to pay a quantity should they not discharge their duties as streetsweepers, such as they understood them: for each «dead thing» to be found in the streets after they or their helpers have cleaned them, they will pay two reales.

Entrepreneurial as his colleagues of the 16th century, Josef Beltrán offers himself as a peón (unskilled worker) to the town council of Alcalá de Henares, near Madrid, in 1807. Via a professional writer (because he could not write), he explains: «allegado á mi noticia que Blas Fernandez Peon publico, no cumple con las obligaciones de su cargo» («I have learned that Blas Fernández, town helper, doesn’t fulfill his duties»), therefore he applies for the job. If he is finally hired, he promises to «keep always well swept the two squares, the Lower square and the Market square» («tener siempre limpias y barridas las dos Plazas, de Abajo y la de el Mercado»). As in the 16th century, the cleaning of the streets is much slighter than that of the squares, and again the only measure seems to be to remove dead animals: «if there are in the streets dead cats, dogs or other animals, I’ll take them outside the town wall» («si se allase en las calles muerto algun Gato Perro ú otro animal sacarlo fuera de los muros de esta Ciudad»). But at the end of the century, the novelist Emilia Pardo Bazán (La piedra angular, 1891) already points out that streeetsweepers not only keep streets clean («adecentar las calles»), they also have to expel from them stray dogs and cats («canes y gatos errabundos») – not speaking about dead ones, hopefully less abundant than in former times.

The job was undoubtedly a tough and a necessary one, but the persons who did it didn’t receive thanks in form of either good wages or social aknowledgement. From poor families, badly educated (most of them could not read even at the end of the 19th century), the streetsweepers received less money than all other city employees, less than night watchers (serenos) or porters.

And even the little they were paid was held to be less urgent than other claims on the town coffers. This is shown in a letter to the town council of Toledo of the year 1834. The chapter of the cathedral writes to the town to complain about some money that the town is owing to the chapter. It’s not so much the debt which rankles, but the fact that the town has preferred to pay before it «even the most lowly servant who collects the dead animals» («hasta el mas infimo Sirbiente que recoje los animales inmundos»).

The literature also shows scant respect for barrenderos. Galdós has a character in his novel Fortunata y Jacinta (1885-7) tell another: «You cannot do any job, not even as a navvy, because you are lazy and don’t want to carry things. Not even as a streetsweper. You cannot even work carrying an advert.»

Town barrenderos paid by the council or those working for other institutions could also be employed to do other menial works; some had even a double job, as José Sellés, «farolero y barrendero de la Real Casa de Correos», lamp lighter and floor sweeper at the Post office in Madrid, who retired in 1836, as can be read in the document under his name at the PARES site (Spanish Archives).

 

Belén Almeida and Delfina Vázquez Balonga

Photo: Belén Almeida

 

References:

Document from Toledo, 1834: Archivo Municipal de Toledo, Correspondencia, caja  424.

Document from Alcalá, 1807: Archivo Municipal de Alcalá de Henares, legajo 805/3.

GITHE, Corpus de documentos españoles anteriores a 1800, http://www.corpuscodea.es

Real Academia Española, Corpus diacrónico del español, http://corpus.rae.es/cordenet.html

Portal de Archivos Españoles, http://pares.mcu.es/

 

 

 

Un nombre es para toda la vida (II). Los siglos XVI y XVII

El otro día publicamos una entrada sobre los nombres de pila en los documentos medievales de CODEA. En este nuevo post dejamos la Edad Media, avanzamos algo más en el tiempo y llegamos a la época de los Siglos de Oro. A la luz de los documentos archivísticos de CODEA, se puede ver cómo el siglo XVI comienza con nombres de la tradición medieval:  Juan, Juana, Diego, Fernando (Hernando, Hernán), Beatriz, Sancho, Alonso, María, Gonzalo, Aldonza, entre otros. Hay que detenerse en un nombre muy particular que llevó una célebre dama que vivió a caballo entre los siglos XV y XVI: Brianda de Mendoza, hija del duque del Infantado, que aparece en un documento del corpus CODEA (24), con motivo de la posesión de la mezquita de Guadalajara, la ciudad donde vivía y que conserva a día de hoy un instituto de secundaria en su honor. Este nombre, resucitado en los últimos años, parece venir del bretón Brjian ‘colina’ (García Gallarín, 1998). Años después hubo otra Brianda conocida: la religiosa Brianda de Acuña, nacida en 1546 (Valero Collantes 2011).

Lo cierto es que, en general, las tendencias onomásticas en la España de este siglo fueron cambiando hacia el alejamiento definitivo del modelo anterior. A mediados del quinientos prevalecen los nombres de pila frecuentes en la Edad Media y en épocas posteriores como Juan, Diego, Fernando, María, pero otros muchos del período medieval como Urraca, Munio, Perla o Luna no se encuentran más, mientras que encontramos cierta tendencia a la uniformidad. Entre otros motivos estaría que a partir del Concilio de Trento (1545-1563) se imponen nombres procedentes exclusivamente del santoral (García Gallarín 2007).

La costumbre de poner el nombre del santo del día cobra importancia y en este siglo conocemos algunos ejemplos ilustres, como Miguel de Cervantes (1547-1616). Su nombre de pila aparece en CODEA ya en el siglo XIII, por lo que el arraigo era indudable, pero su bautismo el día 9 de octubre ha hecho pensar que posiblemente naciera el 29 de septiembre, festividad del arcángel San Miguel.

Ya en el siglo siguiente, los cambios que hemos citado parecen haberse asentado definitivamente. Podemos citar como muestra los libros de expósitos del Hospital de Santa Cruz, en Toledo, fundado en 1499. En estos libros se escribe el nombre que se da a los niños y niñas abandonados (expósitos) que son acogidos por esta institución. Conservamos varios de estos libros de los años 1609, 1617 y 1634. En ellos, se puede observar que los nombres masculinos más frecuentes son Juan, Francisco y Pedro, mientras que los preferidos femeninos son María, Catalina, Francisca y Ana. En el caso de María, el dominio es evidente, ya que más del 20% lo lleva frente al 5% de Catalina, el siguiente más puesto. Si bien este nombre había sido normal en siglos anteriores, los cambios del Concilio fomentaron el culto a la Virgen María, lo que explica su gran auge. Para evitar la repetición, formaban compuestos como María Lucía o María Pascuala. No faltaban creaciones de otro tipo, por ejemplo, Catalina Lucía o Gregoria Eugenia. Es curioso que algunos niños recibían como nombre y apellido la denominación de un santo católico, como Teresa de Jesús, Pedro Nolasco o Nicolás Tolentino. Este último quizá fue elegido porque se le consideraba el protector de los niños recién nacidos, algo comprensible si pensamos en la altísima mortandad infantil de la época, mayor aún en el caso de los expósitos. Un caso también llamativo es el de un niño bautizado como Juan Boca de Oro, una adaptación al castellano del sobrenombre griego de San Juan Crisóstomo.

Desde luego, hay que contar con que los niños alojados en esta institución caritativa no tenían una situación normal, llegaban continuamente, necesitaban un nombre y la imaginación de los responsables del Hospital se agotaba… Esto hizo que se les bautizara a menudo con antropónimos que extraían del santoral, el del día de su bautismo o su nacimiento. De todas formas, si contrastamos los nombres de estos niños expósitos recogidos en los libros del Hospital de Santa Cruz con los del estudio que hizo C. García Gallarín (2007) sobre las partidas de bautismo en la madrileña parroquia de San Sebastián, en el siglo XVII, muchos datos concuerdan. En primer lugar, el dominio de los nombres Juan y Francisco para niños, y María y Catalina para niñas. También se observan adiciones al nombre María del tipo María de la Encarnación, seguramente debida a un deseo de diferenciación entre tantos casos iguales. Es el comienzo de la antroponimia basada en advocaciones marianas (Carmen, Dolores, Remedios, Amparo, Rocío, Milagros y otros tantos), tan característica de la cultura hispana.

En otro post hablaremos de los nombres de pila que se ven en la documentación del siglo XVIII, y ya adelantamos que las tendencias volverán a dar un giro.

D.V.

 

 

Para saber más

García Gallarín, Consuelo et allii, (1997), Antroponimia madrileña del siglo XVII. Historia y documentación. Madrid, Universidad Complutense.

García Gallarín, Consuelo (1998), Los nombres de pila españoles. Madrid, Ediciones del Prado.

Valero Collantes, Ana Cristina (2011), “Brianda de Acuña Vela, una nueva Santa Teresa en el Valladolid del siglo XVII”, en Francisco Javier Campos (coord.): La clausura femenina en el mundo hispánico: una fidelidad secular, pp. 177-192.

 

Vicisitudes de los barrenderos de antaño

Aunque la palabra barrendero se encuentra ya en la Edad Media, parece se aplicó primero a personas que barrían palacios o iglesias, es decir, el interior de los edificios. Así en una obra de 1547 encontramos que «el corredor no le barre sino un moço del barrendero, que se llama moço de escoba» (hemos encontrado este dato, como tantos otros, en el Corpus Diacrónico del Español, CORDE, de la RAE).

En el corpus CODEA (documento 2071) tenemos una referencia a empleados municipales de la limpieza en el siglo XVI. Se encuentra en una carta al ayuntamiento de Toledo enviada por Francisco de Barillas y Juan de la Cruz, que se autodenominan «porteros de la limpieza de las plaças d’esta ciudad», en 1570. Su motivo para escribir es que, según dicen, las calles de la ciudad están llenas de inmundicias, en especial de gatos y de perros muertos «y otras cosas», ya que Juan de Briones, que se encargaba de limpiar las calles (ojo, no las plazas, pues estas las limpiaban ya Francisco de Barillas y Juan de la Cruz), había fallecido. Por tanto, piden que se les conceda el puesto para que puedan «correr las calles» con la ayuda de dos mozos, «como es uso y costumbre de la ciudad de Sebilla». Se comprometen a tener las calles limpias, y si no lo hiciesen, a pagar una pena «más dos reales con cada una cosa muerta». Por lo que se ve, la presencia de animales muertos y de todo tipo de suciedad era un problema grave, pero escaseaba el personal dedicado a remediarlo.

Tan emprendedor como sus colegas de Toledo de 1570 se muestra un vecino de Huete que solicita la plaza de peón público en Alcalá de Henares en el año 1807. Josef Beltrán, que escribe mediante una persona a la que encarga hacerlo, pues él no sabe, manifiesta que «allegado á mi noticia que Blas Fernandez Peon publico, no cumple con las obligaciones de su cargo», por lo que solicita este puesto. No habían cambiado mucho las cosas, parece, puesto que ofrece encargarse de «tener siempre limpias y barridas las dos Plazas, de Abajo y la de el Mercado», mientras que la limpieza de las calles es mucho más básica, y de nuevo se limita a retirar animales muertos, algo que hoy nos cuesta imaginarnos: «si se allase en las calles muerto algun Gato Perro ú otro animal sacarlo fuera de los muros de esta Ciudad».

A pesar del servicio fundamental que prestaban a la ciudad, estos trabajadores eran de los más humildes que empleaba el ayuntamiento. Cobraban menos que los serenos, guardas o porteros, y muchas veces no sabían ni siquiera firmar, incluso a finales del siglo XIX, cuando el resto de los empleados municipales ya tenían una alfabetización más o menos básica. Y como por desgracia seguimos viendo actualmente, quien desempeña estos trabajos mal pagados, aunque sean tan necesarios, es también poco valorado por el resto de la sociedad. Y lo vemos muy claro cuando el ilustre cabildo de Toledo, en una carta al Ayuntamiento de esta ciudad (1834), se queja de las deudas que tiene el Ayuntamiento con el cabildo. Lo que molesta a estos señores no es tanto, por lo que parece, que se les deba dinero, sino que no se les paga cuando el Ayuntamiento ha pagado «hasta el mas infimo Sirbiente que recoje los animales inmundos».

En esta época (siglo XIX) parece generalizado el nombre barrendero aplicado al empleado que se ocupa de estas funciones de limpieza. Como sucede en el documento del cabildo de Toledo de 1834, las alusiones que se encuentran sobre los barrenderos en obras de esta época recogidas en CORDE son negativas y muestran el poco aprecio que se tenía a una labor tan necesaria. En Fortunata y Jacinta (1885-7) se lee: “No sabes ningún oficio, ni siquiera de peón, porque eres haragán y no te gusta cargar pesos. No sirves ni para barrendero de las calles, ni siquiera para llevar un cartel con anuncios”. La extrema pobreza de estos empleados también es aludida en la Cuestión social (1880) de Concepción Arenal, en que se contrasta “el hijo de un duque o el hijo de un barrendero”. En un texto de Emilia Pardo Bazán (La piedra angular, 1891), la autora alude a su función de “adecentar las calles” pero también de expulsar de ellas a “canes y gatos errabundos” (aquí ya no muertos). Además de los empleados del ayuntamiento, que se ocupaban de las vías públicas, encontramos documentos del siglo XIX en los que se mencionan barrenderos propios de una institución, a veces con otras funciones adicionales. Este es el caso del expediente de jubilación de José Sellés, “farolero y barrendero de la Real Casa de Correos”, en Madrid, realizado en 1836 y conservado en el Archivo Histórico Nacional, que se puede leer en PARES.

La versión en inglés de esta entrada puede leerse en Spanish streetsweepers of yore.

 

Belén Almeida y Delfina Vázquez Balonga ©

De la imagen: Belén Almeida ©

 

Referencias:

Documento de Toledo, 1834: Archivo Municipal de Toledo, Correspondencia, caja  424.

Documento de Alcalá, 1807: Archivo Municipal de Alcalá de Henares, legajo 805/3.

 

Manjar blanco a la toledana

Aunque no lo creamos, el intrusismo profesional ha existido siempre, y la creación de gremios, cofradías y asociaciones de todo tipo no evitó el problema. Entre los grupos afectados estaba el de los oficiales de cocina, antecesores del chef actual.

En 1613 el ayuntamiento de Toledo recibió una carta firmada por dos cocineros, Gabriel de la Puerta y Francisco de la Fuente, en la que se quejaban de que había en la ciudad “muchas personas que no son oficiales de cocina” y que, a pesar de ello, “hacen manjar blanco sin saberlo hazer”. Además del mencionado manjar blanco, afirman que tampoco saben hacer “frutas de sartén ni tortas, ni otras cosas que hazen los que son maestros”. Los cocineros piden que las autoridades no lo permitan, ya que esto redundará “en gran beneficio de la república” (república con el sentido latino de ‘la cosa pública’ o ‘los asuntos públicos’). Este documento se conserva hoy día en el Archivo Municipal de Toledo (AMTO) y puede leerse en el Corpus de Documentos Españoles Anteriores a 1800 (CODEA), del que ya hemos hablado en este blog en varios posts.

Antes de centrarnos en el manjar blanco, protagonista de esta entrada, queremos escribir brevemente sobre las otras comidas que hacen, «sin saberlo hazer», los (¡falsos!) maestros de cocina de Toledo: las tortas y las frutas de sartén. En los siglos XVI y XVII, la torta es el pan o bollo extendido, y la  fruta de sartén es la metafórica manera de llamar a una masa frita, como los buñuelos o las rosquillas.

En cuanto al manjar blanco, es necesario detenerse en su nombre, manjar blanco, y lo que ello significaba en las cocinas de los siglos XVI y XVII. En primer lugar, la voz manjar no quiere decir ‘comida exquisita’ que se suele emplear en el castellano actual, sino solamente “cualquiera comida”, como apunta Sebastián de Covarrubias en su Tesoro (1611). El plato tiene orígenes medievales y estaba extendido por toda Europa. Para acercarnos más a la época y entorno de estos cocineros toledanos, citamos a Francisco Martínez Montiño, cocinero del rey, que publicó su obra Arte de cozina en 1611. En ella, indica que el manjar blanco lleva una pechuga de pollo cocida y desmenuzada que será mezclada con leche, harina de arroz, azúcar y algo de sal, todo cocido durante tres cuartos de hora.

Aunque hoy esta combinación de sabores nos pueda resultar extraña e incluso desagradable, el manjar blanco tuvo un gran éxito y prueba de ello es que numerosos recetarios de los siglos XVI y XVII lo incluían, además de la cantidad de autores literarios que lo mencionan. Esto estuvo unido a la aparición de impostores que surgieron en cualquier lugar para ofrecer imitaciones del auténtico manjar blanco, más baratas y de peor calidad. Esta sería la situación de Toledo en 1613, cuando Gabriel de la Puerta y Francisco de la Fuente decidieron transmitir su malestar por la competencia desleal. Otra señal indudable de su popularidad es que había variantes para el período de Cuaresma, en el que no se podía comer carne. Así, en el recetario de Domingo Hernández de Maceras (1607), hay manjar blanco de pescado cecial, de colas de langosta, de rana e incluso de puerros.

Aunque el plato desapareció de las mesas españolas y europeas, el nombre ha sobrevivido denominando a otras creaciones culinarias de aspecto similar. Como se puede comprobar por diversas fuentes, el menjar blanc es una crema dulce típica de Reus (Tarragona), aunque también está presente en otras zonas del área catalanohablante, como Menorca o Alguer. En Cuba, Perú y otros países hispanoamericanos se ha recogido el nombre castellano para diversos postres elaborados con leche (DLE).

Delfina Vázquez

 

Para saber más :

Covarrubias, Sebastián de (1611) : Tesoro de la lengua castellana o española. Madrid, Luis Sánchez.

Hernández de Maceras, Domingo [(1607) 1999] : Libro del arte de cozina, en el qual se contiene el modo de guisar, de comer, en qualquier tiempo… Edición de Cristina Blas Nistal. Salamanca, Cilus.

Martínez Montiño, Francisco (1611) : Arte de cozina, pasteleria, vizcocheria y conserueria. Madrid, Luis Sánchez, impresor.

Diccionario de la Lengua Española (DLE). Disponible en www.rae.es

https://ca.wikipedia.org/wiki/Menjar_blanc

http://elcomidista.elpais.com/elcomidista/2015/09/18/receta/1442585954_268348.html

El documento se encuentra disponible en CODEA (búsqueda con el término manjar o por el número de documento, 2085). Para más detalles sobre cómo buscar en CODEA, consulta esta entrada.