Dice la leyenda que Dánao, rey de Argos, tenía cincuenta hijas. Estas jóvenes, que como es lógico nacieron de varias madres, son conocidas como las Danaides, es decir, las descendientes de Dánao, al igual que Aquiles es el Pelida por ser hijo de Peleo. Este elemento en -ida es un patronímico, un derivado del nombre del padre, como lo era originalmente en castellano –ez / -iz, así que en el fondo las Danaides son las Dánaez y Aquiles es Aquiles Pélez.
Cuando el rey Dánao decidió casarlas con los cincuenta hijos de su hermano Egipto, no planeó una boda multitudinaria sin más. Había pensado que sus hijas debían asesinar a sus primos y maridos, cada una al suyo, según muchas fuentes en la misma noche de bodas. ¿Por qué? Por considerar, así lo explican varios autores, que con sus muchos hijos su hermano constituía un peligro para su propia estabilidad en el reino.
Todas las Danaides cumplieron el mandato de su padre. ¿Todas? No. Una, llamada Hipermestra (con los nombres tan bonitos que hay en la mitología), resistió y perdonó la vida a su marido, Linceo. Como nos explica Ovidio en una de sus Heroidas, tras muchas dudas y soliloquios despertó a su marido (que dormía profundamente gracias al vino del banquete de bodas), le avisó del peligro y le pidió que huyera. Cuando el rey Dánao se dio cuenta de lo que había hecho Hipermestra, se puso furioso y la encerró. En esta cárcel pasó muchos años, según algunas fuentes hasta treinta.
La General Estoria, con su entusiasmo por la Antigüedad, su riqueza de fuentes y referencias y su fino instinto para encontrar y crear belleza y emoción, no podía dejar pasar esta preciosa historia. La Heroida ovidiana, carta en que Hipermestra se queja a su marido ausente de estar encerrada y en que recuerda la noche fatídica en que murieron los 49 hermanos de Linceo, es vertida al castellano medieval con gracia, combinando los elementos traducidos con otros que pretenden aclarar al público medieval algún rasgo que se consideraba que quizá era difícil de entender (por ejemplo, en el texto de abajo, los fragmentos entre paréntesis).
En este segmento, Hipermestra recuerda la noche y reconoce que al hacerlo le tiembla la mano y no puede seguir escribiendo, pero se recupera y sigue contando a su marido cómo se planeó su muerte y las dudas que ella misma tuvo mientras le miraba dormir:
E aquella mi diestra, de qui cuedas tú que pudiera dar a ti la muert […] me trieme aún agora que non puedo escrivir con ella por enviarte dezir d’aquella muert cuémo fuera, e aun agora la mi diestra mano á miedo de la muert que, loado a dios, non fizo. Mas peró ir se m’á assessegando, e ensayaré de escrevir toda la manera a que metieron tos hermanos, e a la que tú ovieras a seer muerto como ellos, e fue assí como te yo diré: Viniemos todas las del liñage de Inaco a casa de to padre Egisto, e armadas, mas las armas encubiertas; e esto fue un día grant mañana en la ora que nin era ya noche nin día aún, mas cuando querié crebar ell alva. E recibiónos nuestro suegro muy bien, e él toda vía non sabiendo nada d’este fecho; e relumbravan todos los palacios de lámparas doradas encendudas todas, e olién muchos safumerios de muy buenos olores, e estavan las brasas e los fuegos cubiertos de enciensos, e faziénse allí essa ora los cantares e las alegrías e las onras tan grandes cuemo si aquel fuesse el primero día de las nuestras bodas, llamando tod el pueblo a don Imeneo, nuestro dios de las bodas, e él fuyendo d’allí cuemo dios que sabié el mal que vinié. E deessa Juno otrossí, deessa de los casamientos, que devié allí seer, fuxo estonces d’aquella su cibdat de Argos ante aquel mal, cal sabié cuemo era deessa. En tod esto vós todos los hermanos pues que comiestes e beviestes a grant abondo e a grant solaz de vós e viniedes muy acompañados de grandes danças e cantares e roídos de solazes ante vós d’aquellos que vos aguardavan, e todos vós los cabellos mirrados e guirlandas de flores en vuestras cabeças, e entrastes vós en vuestros tálamos (esto es en vuestras cámaras muy apuestas e paradas muy fermosas como de fijos e fijas de reyes e de reínas), e echástesvos en vuestras camas vivos e sanos e con salud ó aviedes aína a yazer muertos. E yazié ya la yent abondada de comer e pesada del mucho bever de todo el día e presa del sueño; e yazién ya todos a dormir por la cibdat de Argos e seguros de tal avenimiento. E semejávame estonces que oía yo cerca mí gemidos cuemo de omnes que se muriessen; e maguer que digo yo que me parecía en semejança de oírlo, digo que lo oí, e de lo que me yo temía (que eran los muertos de tos hermanos a qui matavan) esso oía e esso era. E desque mis hermanas ovieron muertos sos maridos cada una al suyo estava yo ý, e vi la sangre irse d’ellos e paréme toda descolorada e salida de sentido, e vin fría cuemo ell yello e metíme contigo en el lecho; e lo uno por el mal que avía visto e lo ál por el que iva cometer en matar a ti, mio marido, començé a tremer como las ariestas delgadas en somo de las espigas cuando las mueve el viento, e como las fojas en ell árvol cuando tremen con el orage frío, e verdat te digo, señor, e te me manifiesto que assí tremía cuemo se fazen estas cosas cuyas semejanças te aquí é nombradas agora, o aún más, tan grant ove el miedo. E tú yaziés quedado durmiendo con los beveres de que te yo diera assaz por que durmiesses bien e pudiesse yo contigo cuemo mis hermanas con los suyos, lo que yo pudiera muy bien fazer si quisiés, mas pues que a ti vi yazer aquedado echéme yo e yaziéme otrossí queda. E pues que pensé en el fecho e me vino en miente lo que mis hermanas fizieran en sos maridos e los avién ya muertos, e me membré otrossí de lo que nuestro padre nos mandara, e menazara que deseredarié e matarié a las que so mandado non compliessen allí aquella noche, perdí el miedo e levantéme e tomé el espada tremiéndome la mano. E non te quiero mentir en nada, mas toda la verdat te manifiesto cuemo me conteció: tres vezes alcé la espada tajant como navaja (que nos diera nuestro padre señas a cada una de nós) e tres vezes se cayó a tierra la mano con ella tremiendo […]
Esta es una edición regularizada, que añade elementos como mayúsculas, tildes y puntuación y modifica elementos como –u– consonántica (pasa a –v-), –j– larga con valor vocálico (como era usual en conjunción con u, n, m, como en aujno, njn, mj; a veces tras v, l, b, como vjno, ljenço, bjuos…; pasa a –i-), y– inicial con valor vocálico (como en yglesia; pasa a i-), rr– inicial, ss– inicial (pasan a r-, s-). No cambia ningún elemento que se considere que puede haber tenido relevancia fónica, como -ss-/-s-, ç / z, g / j / x, h / f /ausencia…
Aunque con la edición regularizada se pierden ciertos elementos que podrían ser valiosos para valorar y datar el texto (puntuación del manuscrito, uso antiguo de letras altas y bajas, v- inicial con valor vocálico…), la comprensión del texto resulta bastante más fácil con una edición puntuada, con mayúsculas y acentos.
En el primer paso para la comprensión, una lectura comprensiva que proponíamos en otro post que se hiciera en voz alta, salen probablemente, salvo para quien sea experta/o, palabras o construcciones desconocidas a las que nos podemos acercar reflexionando sobre si se trata de sustantivos, adjetivos o verbos, qué podrían significar aproximadamente o si podemos, a pesar de no saber el significado, reconstruir el significado global del contexto. Por ejemplo, aunque no sepamos qué es ariesta, al ver esta palabra en «començé a tremer como las ariestas delgadas en somo de las espigas cuando las mueve el viento», podemos comprender muy bien el segmento e incluso aproximarnos mucho (o por completo, según cuántas espigas hayamos visto en la vida) al significado de ariesta.
En un segundo paso, propusimos en esa otra entrada que se vuelva a leer el texto, y esta vez se marquen los elementos que llamen nuestra atención. Una buena idea, un poco más elaborada pero muy eficaz, es usar colores o rasgos diferentes para los distintos niveles: por ejemplo un color azul o un círculo para elementos relevantes para el análisis gráfico-fonético; color amarillo o un subrayado recto para elementos relevantes para la morfosintaxis; color gris o un doble subrayado para elementos que queramos comentar en el nivel léxico. Luego solo hay que ir recuperando colores o trazos para realizar el análisis de cada nivel. También pueden unirse con líneas de lápiz los ejemplos del mismo rasgo que vayamos encontrando (por ejemplo varios o todos los ejemplos de apócope extrema, varios o todos los ejemplos de diptongación de o breve tónica latina, varios o todos los ejemplos de f- procedente de F- inicial latina…).
¿A qué elementos hay que atender, qué hay que buscar? Pues hay que buscar tanto lo que vemos como lo que «no vemos», los elementos (ya) iguales al español actual. Es decir: tan relevante es hermano con h- como aver sin h-. Para recordar comentarlo todo o casi todo, lo ideal es tener una pequeña lista de rasgos de cada nivel, adecuados a nuestras capacidades como comentaristas de textos e historiadores de la lengua. Para confeccionar nuestra propia lista de rasgos, recomiendo la lista que recoge el librito que Manuel Ariza publicó ya hace años en Arco/Libros sobre Comentario filológico de textos.
Belén Almeida
Imagen: Belén Almeida
Para saber más:
Irene Salvo García ha publicado en los últimos años bastantes trabajos de enorme interés sobre Ovidio en la obra alfonsí. Se puede acceder a muchos de ellos en Academia.edu:
https://sydanskuniversitet.academia.edu/IreneSalvoGarc%C3%ADa
Puede leerse la General Estoria completa en la edición aparecida en 2009, coordinada por Pedro Sánchez-Prieto y editada por él mismo (Primera, Tercera y Sexta Partes), Belén Almeida (Segunda, Quinta y Sexta Partes), Inés Fernández-Ordóñez (Cuarta Parte), Raúl Orellana Calderón (Cuarta Parte), Elena Trujillo Belso (Quinta Parte).
Bajo el tag de General Estoria se publican en Textorblog entradas sobre esta obra gigantesca (más de 7000 páginas abarca la edición de 2009) y fascinante.