¡Nos vamos de vacaciones!

Como todos los años, en TextoRblog hacemos una parada en el mes de agosto para disfrutar de las vacaciones. En esta pausa nuestros lectores pueden aprovechar para releer las entradas más interesantes del año o, incluso, volver a algunas de tema veraniego, como esta dedicada a la horchata y otras bebidas. Como este año 2020 está dedicado al centenario de Benito Pérez Galdós, ¿por qué no ir a alguna entrada dedicada a la lengua de uno de nuestros escritores más ilustres? Aquí se pueden encontrar todas las que hemos publicado. Y para quien, como don Benito, esté interesado en la Inquisición, una opción es dar una vuelta a nuestra exposición virtual sobre minorías religiosas y nuestra serie «Hechiceras dieciochescas«.

Sea cual sea el plan para cada uno de nuestros lectores, les deseamos a todos unas felices vacaciones. Nos veremos de nuevo en septiembre.

GITHE (2020): “¡Nos vamos de vacaciones!”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2020/08/04/nos-vamos-de-vacaciones/

Homenaje a Benito Pérez Galdós

El pasado 4 de enero se cumplieron 100 años del fallecimiento de uno de nuestros escritores más significativos, Benito Pérez Galdós, y, con esta efeméride, se ha comenzado oficialmente el año dedicado a su centenario. En TextoR no hemos querido ser ajenos a esta conmemoración, ya que tenemos una gran preferencia por el autor canario, al que hemos dedicado varias entradas. En especial, nos ha interesado su gran capacidad para retratar el habla de sus variados personajes, da igual su origen o estrato social. El primero de ellos lo titulamos, precisamente, «Galdós y la sociolingüística», pues pocos autores nos han regalado más datos sobre la manera de hablar de todas las clases sociales. La interjección «Ajo», que hoy en día puede resultar francamente extraña, fue común en Madrid, pero los literatos no le prestaron mucha atención; en cambio, está reflejada en Galdós y en un documento de archivo del siglo XIX.
Además, nos ha llamado especialmente la atención el papel de algunos personajes determinados, caracterizados con la precisión de un miniaturista. Un caso es el de Mauricia la dura, la infeliz amiga de Fortunata, o José Izquierdo, el torero «de invierno», tío de Fortunata. Los dos, representantes del mundo marginal más olvidado del Madrid de la época. Algunos de sus rasgos lingüísticos se han podido ver también en documentos de personas poco instruidas en la capital en la misma centuria, por lo que el realismo del autor queda claro.

Por otra parte, podemos recurrir a las obras de Pérez Galdós para encontrar numerosas referencias a términos de la época. Por ejemplo, las «culebras» de mazapán mencionadas en uno de los Episodios Nacionales, de las que hablamos aquí. Y sin salir de la comida, hay referencias al chocolate molido en esta entrada y los percebes «como patas de cabra» en esta otra. Una sustancia peligrosa, pero utilizada en botica, el cornezuelo, es citado en Fortunata y Jacinta, como bien se explica aquí. 

Aunque mucho se habla – y con razón – del valor de Galdós como narrador de historias, desde TextoR queremos rendirle este homenaje como uno de los nuestros mejores informantes de la lengua del siglo XIX. Su obra, también en este aspecto, será eterna.

Delfina Vázquez Balonga

Imagen: Ramón Casas, «Benito Pérez Galdós». Barcelona, Museu Nacional d´Art de Catalunya.

 

Cómo citar esta entrada:

Vázquez Balonga, Delfina (2020): “Homenaje a Benito Pérez Galdós”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2020/01/07/homenaje-a-benito-perez-galdos/.

 

 

 

 

Literatura es historia (de la lengua)

Muchos recuerdan un libro por algún motivo especial; aparte de recuerdos sentimentales (me lo regaló mi abuela, era de mi padre), el lector graba en su memoria su experiencia con una obra en particular por lo que le enseñó. Y, precisamente, es este aspecto didáctico el que hemos querido destacar, porque hay libros que enseñan Historia del español. Y no estamos solo hablando de los manuales. Nos referimos a obras que, a la vez que entretenían, nos enseñaban algo más sobre la lengua de su tiempo. Por ello, hemos preguntado a algunos colegas de GITHE para que nos cuenten sus opiniones sobre la conexión literatura-historia de la lengua.

Nuestra compañera Belén Almeida, por ejemplo, recomendaría para una buena lectura obras medievales como General Estoria, pero también El conde Lucanor y, ya en el siglo XVII, el teatro de Tirso y Lope; de este último, en especial, Las bizarrías de Belisa y El perro del hortelano. Igualmente recuerda haber aprendido muchas palabras y construcciones con Garcilaso o San Juan de la Cruz.  Además, hace la siguiente reflexión: “yo no diría que leer enseñe historia de la lengua, diría que leer enseña lengua, más lengua de la que sabemos”. De esta manera, podemos interpretar mejor los textos de otras épocas y hacer las interpretaciones correctas, en un viaje fascinante hacia su sentido mismo.

Otro colega y amigo, el profesor Pedro Sánchez-Prieto, no se olvida de citar la Historia de la Lengua española de Lapesa, que podríamos considerar el gran clásico en la materia. Además, menciona alguna edición de gran rigor como la del Libro de Buen Amor de Alberto Blecua. Si tiene que elegir alguna obra que siempre le haga disfrutar y aprender a partes iguales, menciona la General Estoria alfonsí, a la que tiene un especial cariño, además de haberle enseñado cosas de la vida cotidiana, como el ruido que hacen las cigüeñas al comunicarse, que aparece en esta obra comparado con «tabliellas». Y es que, como él mismo dice, “en la experiencia de filólogo, no se pueden separar literatura y vida”.

Ricardo Pichel recomienda La Celestina y cualquier buena adaptación de cuentística oriental medieval, como el Sendebar. De la literatura más moderna, menciona Misericordia, que le “encandiló” y le hizo aprender mucho a través de sus páginas. Esta afición galdosiana la compartimos también Belén Almeida y yo, porque, como ya hemos contado muchas veces en este blog, tenemos a Galdós por un extraordinario retratista no solo de los paisajes y los caracteres, sino también de la lengua de los españoles del s. XIX.

Rocío Díaz coincide con Pedro Sánchez-Prieto en su afición por la obra de Juan Ruiz; tal y como nos cuenta, no olvidará el fragmento del Libro de Buen Amor en el que se trata las cualidades de la mujer perfecta con llamativos adjetivos como donosa (‘con gracia’), bausana (‘boba’) o las ensivas bermejas (‘encías rojas’).

Otras obras recomendadas son El Lazarillo y Celestina, mencionadas por Raquel López, que también cita El Cantar de Mio Cid en su descubrimiento de la lingüística diacrónica. María Agujetas habla de nuevo de Celestina, aunque tampoco descarta obras teatrales de Lope y clásicos del siglo XX como Yerma. Por su parte, Diego Sánchez Sierra recuerda, como manual imprescindible, Evolución e historia de la lengua española, de M. J. Torrens. Como obra literaria predilecta, se une a los admiradores fervientes de Quijote, Lazarillo, Libro de Buen Amor, aunque añade a la lista Los milagros de Nuestra Señora de Berceo. 

En cuanto a mis preferencias, ya he hablado de la obra galdosiana, que me ha aportado mucha información sobre el habla madrileña de finales del siglo XIX. En ese sentido, le debo mucho también a los sainetes de Arniches. Entre las obras medievales, apuesto por el Lapidario alfonsí, tan rico en vocabulario como en creencias de su tiempo. Para los Siglos de Oro, me quedaría con La niña de los embustes, una novela amena como pocas que enseña en cada página el castellano de la época.

Es difícil hacer una selección de obras, pues son muchas las que hemos tenido en mente en el camino unido de aprender y disfrutar. Finalmente, la escritura obra el pequeño milagro de conectarnos con el habla del pasado y, con ella, con su gente. Por eso, para terminar podríamos quedarnos con estos versos de Quevedo, que definen esta sensación:  «Retirado en la paz de estos desiertos / con pocos pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos».

Delfina Vázquez.

Imagen de la autora.

 

Cómo citar esta entrada:

Vázquez Balonga, Delfina (2019): “Literatura es historia (de la lengua)”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/11/09/literatura-es-historia-de-la-lengua/.

¿Cuántos libros tener en casa? Reflexiones como lectora y como profesional

En este blog dedicado a la diacronía nos gusta también hablar de temas actuales, incluso de temas “de actualidad”. Ahí están para demostrarlo entradas como la dedicada a la doble fórmula de masculino más femenino, otra en la que hablamos de la horchata (por cierto: nos gusta) y ahora esta en la que voy a reflexionar sobre la recomendación de la organizadora profesional Marie Kondo, tan discutida en las últimas semanas en las redes sociales, de tener un máximo de 30 libros en casa.

Como lectora, como docente y como investigadora me parece absolutamente imposible reducir los libros que tengo en casa a nada parecido a 30. Sin embargo, yo también me he planteado cuántos libros puedo y quiero tener en casa. No tanto en número, sino en tipo, calidad, y, bueno, en parte también en cantidad.

Yo diría que no soy una gran amante del libro en papel. No me gusta el olor a libro nuevo ni especialmente el olor a libro viejo (aunque quizá a veces tiene su punto), y además tengo alergia al polvo. Sin embargo, hay libros que necesito consultar en papel, y necesito tenerlos en casa, cerca de mi mesa de trabajo. Girando el cuerpo a la izquierda, soy capaz de coger sin levantarme Enseñar lengua, de Cassany, Luna y Sanz; el Libro de la fantasía, de Gianni Rodari; Didáctica de la lengua española en la educación infantil, de Montserrat Bigas y Montserrat Correig (editoras) o Metaphors we live by, de George Lakoff y Mark Johnson, por ejemplo. En mi habitación de trabajo (para alcanzar estos tengo que levantarme) tengo también el Diccionario filológico de literatura medieval española, coordinado por Carlos Alvar y José Manuel Lucía, la Historia de la lengua española que coordinó Rafael Cano, Evolución e historia de la lengua española, de María Jesús Torrens, y (¡un lujo!) el Diccionario crítico etimológico de Joan Corominas, que compró mi padre cuando estudiaba. Menuda inversión.

Precisamente libros «profesionales» son casi los únicos que me he arrepentido de comprar como libro electrónico. En un arrebato de prisa me compré así Women talk more than men and other myths about language explained, de Abby Kaplan. Es muy interesante, pero tengo dificultades para trabajar con el texto. Subrayar me parece tedioso, no hay niveles diferentes de destacado (muy interesante / algo interesante, etc.), no puedo fotocopiar, no puedo consultar el índice e ir saltando de pasaje en pasaje, y no puedo mostrar o prestar el libro.

Mostrar y prestar libros es en mi opinión algo fundamental para mi trabajo como profesora. Creo mucho en el “bajo umbral” en el acceso a libros: si soy capaz de crear el interés de los estudiantes hacia una obra (y esto me resulta más fácil enseñándola en clase y hablando de ella mientras pasa de mesa en mesa), ese es el mejor momento para que alguien se anime a echarle una ojeada, y esto no se consigue (en mi experiencia) diciendo que la obra está en la biblioteca, sino dejando que la persona interesada se la lleve a casa. La «gratificación aplazada» mejor dejarla para cosas como zapatos y helado.

Es cierto que así he perdido no pocos libros, una selección natural que me permite ir disminuyendo el número de libros que tengo, aunque no justamente los que menos me gustan. ¡Una pena! Los libros que ahora mismo recuerdo que he perdido así (ojalá recordase también a quién los presté) son el primer volumen de Persépolis, por lo menos un ejemplar del ya citado Didáctica de la lengua en la educación infantil, La lengua española en su geografía e Historia social de las lenguas de España, de Francisco Moreno, Mal de escuela, de Daniel Pennac. ¡Si leéis esto, alumnas y alumnos a quienes los presté, no soy rencorosa y me alegraré de recuperarlos!

Para lo que sí uso el libro electrónico es para literatura. El libro electrónico ha revolucionado mi lectura y mi relación con los libros, y eso que tardé mucho en decidirme a pedirlo para mi cumpleaños. Desde que lo tengo (cuatro años) he descubierto nuevos autores, he comprado y leído decenas y decenas de libros antiguos, a veces descatalogados y que tampoco encuentro en bibliotecas cercanas, a precios bajísimos; muchos han sido gratuitos. Comprar libros que no van a ocupar espacio en mi piso es liberador, y, como ventaja frente a los que cojo en la biblioteca, quedan almacenados en mi dispositivo y puedo acceder a ellos en cualquier momento. Libros por los que había sentido curiosidad desde hacía décadas (no exagero) los he podido leer por fin en mi libro electrónico. Otras veces repaso artículos de Wikipedia buscando nuevos autores y nuevas autoras.

Vaya por delante que a mí me encanta la literatura inglesa: pues he leído Los misterios de Udolfo. He leído la hexalogía (nada menos) de las novelas Palliser, de Anthony Trollope. He leído las obras completas de Fielding. He leído La biblia en España, de George Borrow. He leído las obras de Frances Trollope y de Fanny Burney. También he leído los Episodios nacionales de Galdós. Toda esa cantidad enorme de literatura, que jamás me hubiera permitido (ni por dinero ni por espacio) tener en papel, está en mi dispositivo.

Además, para una persona con bastante miopía como yo poder agrandar la letra es muy cómodo. También dejar de sufrir los márgenes diminutos de muchas ediciones baratas (no necesariamente malas) de los clásicos. Personas con dislexia pueden elegir fuentes de palo seco, así como un tamaño de letra y un interlineado que les vaya bien. Yo ya he llegado a comprarme en libro electrónico libros que tengo en papel…

A pesar de estas ventajas, soy crítica con el libro electrónico, que veo que tiene sus problemas. Comparo el libro electrónico con la cinta de cassette o con el libro en forma de rollo, como lo usaban los romanos: hay que leer seguido, es pesado retroceder, casi imposible comparar dos pasajes, complejo consultar el índice; mirar las notas es en la mayoría de los libros una tortura… Además, algunas ediciones son descuidadas, tienen erratas o por ejemplo muchas ediciones de comedias del Siglo de Oro tienen un espaciado excesivo entre verso y verso (de hecho, casi no he encontrado ediciones de verso cómodas de leer).

Para terminar, una confesión: tiro libros. Hay libros que no quiero tener en casa porque, tras haberlos leído (y algunos sin leerlos) sé que no los voy a usar nunca. Podría darlos, pero es que algunos me parecen tan malos que tampoco querría que los leyeran otras personas.

En resumen: yo también, como Marie Kondo, he sentido la necesidad de limitar la cantidad de libros que tengo en casa, y me alegra comprobar que gracias al libro electrónico su número crece mucho más lentamente que antes. Sin embargo, necesito tener muchos libros en papel para trabajar y también para disfrutar (cómics, libros ilustrados, libros infantiles, libros de cocina), desde luego muchos más de 30. Sin embargo, de (casi) todos puedo decir que dan alegría a mi vida, y al final de eso es de lo que se trata, ¿no?

(Otro problema es encontrarlos. Cuántos minutos habré perdido buscando por el despacho y el salón un libro “con el lomo amarillo”).

 

Belén Almeida

Imagen: Belén Almeida

 

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén (2019): “¿Cuántos libros tener en casa? Reflexiones como lectora y como profesional”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/01/22/cuantos-libros-tener-en-casa-reflexiones-como-lectora-y-como-profesional/.

Serpentinas y serpientes

En la última entrada del año queremos desear buenas fiestas de Nochevieja y Año nuevo y buen 2019 a todas las personas que leen el blog.

Solo una historia esta vez, tomada de los Episodios Nacionales de Galdós (Prim, capítulo X):

El 63 acabó sus días lánguidamente… Se cuenta que los mazapanes de Toledo empezaron a presentarse aquel año en la forma de culebras enroscadas.

Galdós, que publicó esta cuarta serie de los Episodios nacionales a comienzos del siglo XX, décadas más tarde de los acontecimientos que novela, acudió a antiguos periódicos de la época para documentarse, y probablemente obtuvo este dato del Diario de avisos de Madrid u otras publicaciones en que se incluían numerosísimos anuncios.

Revisando periódicos de estos años, en la Hemeroteca digital (www.bne.es), encontramos que ya antes de las navidades de 1863 se hacían con mazapán y al parecer con turrón diversas figuras. Aquí se habla incluso de una serpiente. De turrón, eso sí:

Aquel barómetro sube que es una maravilla, tanto como baja el de los bolsillos de los maridos, de los papás y de los amantes.
-Cómprame un nacimiento de dulce seco, papá.
-Y á mí otro.
-Y á mí otro.
-Y a mí una cucaracha de mazapan.
-¡Diablo! quereis tres nacimientos y una cucaracha… no es poco pedir.
Esta comedia es frecuente entre un papá y cuatro angelitos.
-Te suplico, Inocencio, que me compres una serpiente de turron de almendras… sin ella no podré oir misa la Noche-Buena.
-Te la compraré, Cándida, te la compraré.
Este sainete tiene lugar entre dos cónyuges. (La violeta, 21 de diciembre de 1862)

La novedad en los géneros era importante, y por ejemplo entre los muchísimos turrones que se hacían, que poco tenían que envidiar a la variedad actual, estaban

Gijona, Alicante, Imperial, de quema, de natilla, de nieve, de coco, de menbrillo, de melocoton, de pera, de yema, de mil flores, de mazapan. (Diario de Palma, 22 de diciembre de 1862)

Las «culebras» de la que habla Galdós debieron de ser una evolución de las figuras de mazapán y turrón, de las cascas de mazapán (DLE: «Rosca compuesta de mazapán y cidra o batata, bañada y cubierta con azúcar») y de las anguilas, un dulce de navidad que ya existía años atrás pero de la que no he conseguido aún una descripción más precisa (seguiré investigando).

Confiteria de Gomez, calle de Alcalá, núm. 33. En este establecimiento se encuentra un gran surtido y variado de anguilas, turrones, quesos de Aragon, cajas de Valencia, figuras de mazapan, turron de Capuchina y dulces escarchados, cajas de jalea y perada á 3 rs.: id. de melocoton, albaricoque, ciruela, membrillo, batata y mantequilla, á 3 1/2; cajas de turron de Gijona y Alicante, á 2 1/2; gran surtido de conservas de frutas al natural y en almibar… (Diario oficial de avisos de Madrid, 23 de diciembre de 1862)

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(Diario de Palma, 29 de diciembre de 1862)

Os dejamos con este anuncio-festín publicado en La Iberia el 1 de enero de 1863:

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Más dulces navideños en esta entrada. Más sobre conservas de frutas (como la perada, citada en los anuncios) en esta entrada. Más sobre la lengua en Galdós en esta, esta y esta entrada.

 

¡Feliz fin de año y feliz 2019!

 

Belén Almeida

Foto: Belén Almeida

 

 

Voces galdosianas. José Izquierdo

Si en la anterior entrada nos ocupamos de la amiga de Fortunata, Mauricia “la Dura”, y su peculiar forma de hablar, en esta ocasión centramos nuestra atención en un personaje no menos interesante, también representante de las clases más humildes de Madrid. José Izquierdo, el tío de Fortunata, es presentado a través de Juanito de una forma que hace fácil ubicarlo en la división social del Madrid de la I República:

un hombre que ha sido de todo: presidiario y revolucionario de barricadas, torero de invierno y tratante en ganado. ¡Ah! ¡José Izquierdo!… te reirías si le vieras y le oyeras hablar.

Desde el punto de vista físico, Izquierdo dista mucho de ser un hombre desagradable, y así lo marca el narrador:

José Izquierdo representaba cincuenta años, y era de arrogante estatura. Pocas veces se ve una cabeza tan hermosa como la suya y una mirada tan noble y varonil. Parecía más bien italiano que español, y no es maravilla que haya sido, en época posterior al setenta y tres, en plena Restauración, el modelo predilecto de nuestros pintores más afamados.

Izquierdo tiene diversos papeles a lo largo de la novela, aunque sin duda su importancia radica en ser la voz que refleja los acontecimientos políticos del momento y el desencanto de gran parte de la población. Aquí hay una pequeña muestra:

¿Pero éstos de ahora?… es la que dice: ni liberales ni repoblicanos, ni na. Mirosté a ese Pi… un mequetrefe. ¿Y Castelar? otro mequetrefe. ¿Y Salmerón? otro mequetrefe. ¿Roque Barcia? mismamente. Luego, si es caso, vendrán a pedir que les ayudemos, ¿pero yo…? No me pienso menear; basta de yeciones. Si se junde la Repóblica que se junda, y si se junde el judío pueblo, que se junda también.

Como indica Caudet (1989: 26), Galdós amplió el protagonismo del personaje en el segundo manuscrito de la novela y es aquí donde, además, le dotó de su llamativa jerga (ibídem: 29). Lo cierto es que, al igual que otros protagonistas de sus obras, Izquierdo tiene maneras de hablar muy identificables; mientras que Mauricia “la Dura” repite Paices boba y el adjetivo peine, José Izquierdo usa la interjección hostia y el enfático re-hostia constantemente. Tiene incluso un término propio, yeción, que no entiende nadie, pero que, según el narrador “expresaba una colisión sangrienta, una marimorena o cosa así”. Sin embargo, esta es solo una de las muchas características de su discurso. En él se ven rasgos del habla madrileña más popular y  vulgarismos extendidos en todo el mundo hispánico. Muchos lectores pueden incluso pensar que Izquierdo es caracterizado como andaluz debido a algunos elementos que se reflejan en el discurso (López 1978). Este es un tema interesante, al que no podemos dedicar mucho, pero en el que nos detendremos brevemente más adelante. Otros rasgos de su lengua son encontrados también en documentación madrileña escrita por personas poco formadas en la escritura recopilada en el corpus ALDICAM[1].

Una constante en el habla de Izquierdo es el cambio de las vocales átonas, un fenómeno general en el castellano, visto en autores cultos y escribanos de los siglos XVII y XVIII, pero que ya en la época de Galdós estaba fuertemente estigmatizado, de ahí que se ponga en boca de personajes rústicos o poco formados. Si bien aparece en otros personajes de la novela, como la criada llamada “Papitos” (lición ‘lección’) y Mauricia “la Dura” (alilao ‘alelado’), son pocos casos, al contrario que en Izquierdo: Repóblica, Dimietria, tiniente, menistro, tiniente, meliciano, pleticó, hamos ‘hemos’, piores, entre otros muchos. En los documentos de mano inhábil de la ciudad de Madrid también se ve esta vacilación de vocales, seguramente como reflejo de sus usos; así, en una carta de súplica de una mujer, enviada a la Real Inclusa hacia 1810, dice “la niña no se muría” (Sánchez-Prieto y Vázquez Balonga 2017). Y en una nota de abandono de un recién nacido, conservada en la Hermandad del Refugio, se dice que sus padres son un matremonio (1839). Igualmente, en el discurso de Izquierdo hay numerosas formas acortadas por confluencia vocálica, como Sabusté ‘sabe usted’, mirosté ‘mire usted’, asté ‘a usted’, parriba ‘para arriba’, además del frecuente pa por para.

Dentro del consonantismo, podemos citar la neutralización de líquidas, como branco ‘blanco’. En la documentación de la Hermandad del Refugio podemos encontrar algunos ejemplos de esta misma pronunciación: Frora ‘Flora’ (1817) o rública ‘rúbrica’ (1839). Hay que destacar también es la metátesis de las líquidas, como en “probete” ‘pobrete’. Esta confusión es muy frecuente en el mundo hispánico; se ve en notas de abandono del siglo XVI (“una probe muger” en 1600, Sánchez-Prieto y Flores Ramírez 2005), y en documentos de la Hermandad del Refugio del siglo XIX.

Al igual que en el habla de Mauricia, en José Izquierdo sobresale la omisión de –d- intervocálica, sobre todo en participios: perdío, seguío, maltrajeao. También se produce la omisión de –ada en las formas femeninas: patá, ná. En cuanto al debilitamiento de –d final, se observa en algunos casos como Sabusté ‘Sabe usted’. Además, hay un caso de pronunciación interdental en Madriz ‘Madrid’. Los dos fenómenos se encuentran en la documentación del proyecto ALDICAM: en una petición de 1833, “tengan la vondá”, y Madriz en una nota de 1741, ambas de la Hermandad del Refugio.

Resulta llamativo el cambio de f- a una velar /x/ en el discurso de Izquierdo, único entre los personajes de Fortunata y Jacinta. El empleo lo hace con el verbo ir en pasado: juimos ‘fuimos’, jui ‘fui’. No parece claro este uso, pero sí quizá relacionado con el siguiente, la pronunciación de jierros para ‘hierros’ y junda ‘hunda’. Sobre esto, no hay que olvidar que en el Madrid de mediados del siglo XIX se representaba a los madrileños populares con rasgos “andaluces” como la pronunciación velarizada de h- (García González 2017:39). Otra variante que incluye Galdós es la omisión de –l final como papé, que también debía ser una forma vulgar, también común con las hablas meridionales.

Como un última mención a las consonantes, destacamos que en Izquierdo se refleja la confusión /b/-/g/ en posición inicial en algunas palabras, como golver por ‘volver’ y güelvete ‘vuélvete’. Es posible que la confusión se viera reforzada por la forma conjugada (vuelve-güelve) ya que es frecuente la variación b-g ante el diptongo –we-, como se ve en los documentos del Refugio (guelto, 371, 1738).

Para el léxico, muchos son los elementos que se podrían destacar en Izquierdo[2]. Podemos citar voces de la jerga callejera, como churumbel ‘niño’, una palabra de origen caló que no aparece en un diccionario hasta Alemany 1917, con la marca de “germanía”. Dejamos las últimas líneas para la interjección de sorpresa pa´ chasco, usada por Izquierdo (“Dicen que les van a traer el Alifonso… ¡Pa´chasco!”), pero también por su sobrina Fortunata. Debía ser una expresión generalizada en el habla vulgar madrileña, ya que en la novela Maximiliano intenta que Fortunata deje de usarla:  “Repetir en cada instante pa´ chasco es costumbre ordinaria”. El testimonio de la expresión en boca de personajes de sainetes madrileños como La Revoltosa, de José López Silva (1897), parece confirmar su uso en esta esfera social (CORDE)[3]. En cuanto a hostia, en el diccionario de la Academia se recoge como ‘golpe’ e interjección por primera vez en 1984. Sin embargo, debía existir ya, al menos en el habla vulgar, lo que retrasó su incorporación a la lexicografía.

La influencia de las hablas andaluzas en un madrileño como Izquierdo es marcada por el propio Galdós en Fortunata y Jacinta (López 1978):

este modo de hablar de la tierra ha nacido en Madrid de una mixtura entre el dejo andaluz, puesto de moda entre los soldados, y el dejo aragonés, que se asimilan todos los que quieren darse aires varoniles.

Asimismo, los gitanismos llegaron al habla madrileña popular ya desde temprano, ya que están presentes en obras costumbristas desde Ramón de la Cruz (García González 2017:39). Por lo tanto, el personaje de José Izquierdo es caracterizado cuidadosamente con elementos lingüísticos del madrileño popular, pero también de origen andaluz y caló, debido a la influencia que estos tenían en determinados círculos como los toros, la venta de ganado y las milicias, en los que Izquierdo se había movido. Su habla, de esta forma, se alejaría más todavía de la que se representa en las clases altas.

Delfina Vázquez.

  • Imagen: Daniel Perea, «El Rastro de Madrid». Publicado en «El Museo Universal» (1859) (Detalle). Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Art_works_by_Daniel_Perea

 

 

Para saber más:

  • Caudet Roca, Francisco (1989): “José Izquierdo y el Cuarto Estado en Fortunata y Jacinta”, en Actas del Tercer Congreso de Estudios Galdosianos, 2, pp. 25-29. Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria.
  • CORDE= RAE: Corpus Diacrónico del Español. http://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde
  • DLE = RAE: Diccionario de la Lengua Española. <http: //www.rae.es>
  • García González, Javier (2017): “El elemento gitano en el habla de Madrid”, en José María Santos Rovira (ed.), Variación lingüística e identidad en el mundo hispanohablante. Lugo: Axac, pp. 31-54.
  • López, Joseph (1978): “Deformaciones populacheras en el discurso galdosiano”, en Anales galdosianos, año XIII. <http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/anales-galdosianos–22/html/02551672-82b2-11df-acc7-002185ce6064_55.html#I_37_ >
  • Pérez Galdós, Benito (1885-1886): Fortunata y Jacinta. Edición de Domingo Ynduráin, 1993. Madrid: Turner.
  • Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga, Delfina (2017): “Hacia un corpus de beneficencia en Madrid (siglos XVI-XIX)”, en Scriptum Digital, 6, pp. 83-103.

 

[1] http://aldicam.blogspot.com/

Estas investigaciones se han recogido en el estudio monográfico de Pedro Sánchez-Prieto y Delfina Vázquez Balonga La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos del siglo XVI a XIX. Esta prevista su publicación próximamente.

[2] Para más información sobre la jerga y otros rasgos del habla de José Izquierdo, ver López (1978).

[3] Hoy la expresión sigue viva en algunas provincias como Toledo. https://matadornetwork.com/es/expresiones-que-solo-los-toledanos-entendemos/

Voces galdosianas. Mauricia «La Dura»

En otro post publicado aquí mismo, “Galdós y la Sociolingüística”, ya mostramos algunos rasgos de la lengua de los documentos que se podían encontrar en el habla de personajes populares del célebre escritor español Benito Pérez Galdós (1843-1920). El trabajo de investigación con más documentos nos ha llevado, nuevamente, a las novelas galdosianas, sobre todo las de ambientación madrileña. No hay duda de que Galdós, hábil observador, habría sido un excelente lingüista y llegó a conocer como pocos el habla de los habitantes de la villa y corte.

Por otra parte, hemos trabajado desde el proyecto “ALDICAM-CM” con diversos documentos históricos de la Hermandad del Refugio y la Inclusa de Madrid, conservados en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid (en el caso del Refugio, se conserva una copia digitalizada). Además, se han considerado otras instituciones benéficas, como el Colegio de San Ildefonso (Archivo de Villa de Madrid). De los documentos de la Hermandad del Refugio hemos obtenido una interesante información sobre la escritura de las clases sociales menos favorecidas de la ciudad en los siglos XVIII y XIX[1]. No hay que olvidar que el Refugio, una institución fundada en 1615 y todavía en activo, se ocupó de varias tareas asistenciales en Madrid, entre ellas, repartir alimentos en una famosa “ronda”  nocturna, llevar a niños abandonados a la cercana Inclusa y enviar a enfermos mentales al hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza (como ya se contó en este post [2]. Así, mucha gente necesitada se veía en la situación urgente de escribir a la Hermandad notas de abandono de los niños y peticiones de ayuda. Al no tener apenas formación, dejaban ver muchos rasgos de su habla, como su pronunciación (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2017:90-92). Muchos de estos fenómenos se ven también en la obra de Galdós.

Si en la entrada primera ya mencionamos la manera de hablar de Fortunata, que decía “Jacometrenzo” (en lugar de “Jacometrezo”) y “se comía muchas sílabas”, en este caso vamos a tratar a un personaje emblemático: Mauricia la Dura. Esta mujer de origen modesto es descrita por el narrador como “singularísima, bella y varonil” y se caracteriza por ser visceral y aficionada al aguardiente. Para Fortunata, la amistad con este personaje es determinante en algunos episodios de su vida (Ribbans 1974: 717). El propio autor, en la novela, da importancia a su manera de hablar:

“pero en cuanto Mauricia hablaba, adiós ilusión. Su voz era bronca, más de hombre que de mujer, y su lenguaje, vulgarísimo, revelando una naturaleza desordenada, con alternativos de depravación y de afabilidad”.

Cuando toma la palabra, Mauricia tiene un discurso peculiar, con algunas muletillas personales (“Paices boba”, “peine” como adjetivo y sustantivo ‘taimado’, “pastelero” como adjetivo de connotación negativa). Con toda seguridad, estos usos lingüísticos están inspirados en lo que Galdós escuchaba en las calles madrileñas.

En el habla de Mauricia se refleja la forma vulgar de refuerzo consonántico b- ante el diptongo /we/, en el caso de buérfanos (“y está haciendo un palación para los buérfanos”). Esta misma variante se encuentra en un documento del Refugio en 1812. Por otra parte, la omisión de -d- en el participio, tan común y aparecida a menudo en los sainetes, se pone repetidas veces en boca de Mauricia: “si tu marido es un alilao”. La extensión del fenómeno se puede ver en documentos del Refugio de principios del s. XIX, como en “acristianao” y “echao” (1817).

En el nivel de la morfosintaxis, hay que llamar la atención sobre las formas populares de femenino de sustantivos y adjetivos acabados en -nte, que Mauricia emplea con su morfema incluso en casos no admitidos por la norma, como protestanta como ‘fiel de la religión protestante’: “doña Malvina la protestanta”. En los documentos de la beneficencia madrileña vemos un auge de estas formas ya desde el siglo XVIII, incluso entre empleados de las instituciones que estaban bien formados en la escritura, con ejemplos como pacienta y suplicanta (1755). Por todo esto, vemos que fueron variantes extendidas en el habla de los madrileños y la analogía, además, ayudó a que se usaran en cada vez más palabras con este morfema femenino. Otro aspecto destacable es que Mauricia y, en general, los personajes madrileños de Galdós tienen preferencia por los diminutivos en -ito/a. Así, en una famosa escena en la que Mauricia pierde los papeles en la casa de las Micaelas, intenta ganarse después a una de las religiosas con estas palabras:

“Ay, mi galapaguito de mi alma, qué enfadadito está conmigo, que le quiero tanto!… Sor Marcela, una palabrita, nada más que una palabrita. Yo no quiero que me saques de aquí, porque me merezco la encerrona. Pero ¡ay niñita mía, si vieras qué mala me he puesto! Páice que me están arrancando el estómago con unas tenazas de fuego… Es de la tremolina de esta mañana (…) Cojita graciosa, enanita remonona, mira, oye: si quieres que te quiera más que a mi vida y te obedezca como un perro, hazme un favor que voy a pedirte; tráeme nada más que una lagrimita de aquella gloria divina que tú tienes”.

El fin pragmático empleado por Mauricia es atenuador (cojita, enanita) y empático (niñita, palabrita), y se puede ver también en los documentos de la Hermandad del Refugio; quizá el más llamativo es el de un jornalero madrileño que en 1806 escribe a la institución pidiendo el traslado de su esposa al hospital psiquiátrico de Zaragoza ya que se encuentra “loquita”. El autor de la misiva eligió el diminutivo para evitar el adjetivo loca, considerado ofensivo, y quizá también otros términos usuales en la época como demente. 

Otra función del diminutivo en –ito es que manifiesta ternura y empatía hacia los niños. Al referirse a su hija Adoración, explica Mauricia que “vive mejor el angelito con Severiana que conmigo”. La asociación de los niños con los ángeles se encuentra desde épocas antiguas, y en la lengua coloquial madrileña estaba muy viva en el siglo XIX esta metáfora, tal y como prueba una nota de abandono de un niño a mediados del siglo, en la que se pide la acogida de la criatura a un “asilo de angelitos”. Sin dejar la referencia a los niños, hay que detenerse en chiquillo, una voz ya encontrada en los papeles del Refugio en el siglo XVIII (“estando parida di un chiquillo”, 1714; “otros dos chiquillos”, 1740) y recogida en Autoridades (1729) como una forma referida a “niños pequeñitos” y “para expressar cariño” (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2017: 97). Del mismo modo se encuentran varios ejemplos en el discurso de la Dura: “está rabiando [Jacinta] por tener chiquillos y el Señor no se los quiere dar”. A lo largo de la novela, esta voz aparece a menudo en otros personajes, tanto con el sentido de ‘niño’ como unido al verbo tener con el significado ‘tener hijos’. La forma, en un principio diminutiva de chico ‘niño’, se lexicalizó para este sentido concreto.

Por último, hay que referirse al empleo de verbigracia como ‘por ejemplo’ (“Si una se pone verbigracia honrada…”), muestra de la influencia que tuvo la lengua administrativa culta en el habla y la escritura de las clases populares. Aunque esa expresión no ha sido encontrada en la documentación de la Hermandad del Refugio, sí hemos encontrado a menudo ínterin ‘entretanto’, del latín INTERIM (DLE). Un buen ejemplo es esta nota de abandono escrita de mano poco hábil: “la esponen Ala piadas de VS ynterin dios les mejora la fortuna” (403, 1741).

No hay duda de que Galdós hizo un extraordinario ejercicio de creación literaria al concebir a Mauricia, pero no menos fue su esfuerzo en recoger formas de hablar entre los más humildes de Madrid. Más adelante dedicaremos más líneas al habla de otros personajes galdosianos y su correspondencia con lo hallado en los documentos de instituciones benéficas madrileñas.

Delfina Vázquez.

Para saber más:

Autoridades= RAE (1726-1739): Diccionario de Autoridades <http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1996/diccionario-de-autoridades&gt;

CORDE= RAE: Corpus Diacrónico del Español. <http://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde&gt;

DLE = RAE: Diccionario de la Lengua Española. <http: //www.rae.es>

Pérez Galdós, Benito (1885-1886): Fortunata y Jacinta. Edición de Domingo Ynduráin, 1993. Madrid: Turner.

Ribbans, Geoffrey (1974): “El carácter de Mauricia “la Dura” en la estructura de Fortunata y Jacinta”, en Actas del V Congreso de Hispanistas, vol. 2, 1977, pp. 713-721.

Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga, Delfina (2017): “Hacia un corpus de beneficencia en Madrid (siglos XVI-XIX)”, en Scriptum Digital, 6, pp. 83-103.

  • Imagen: Francisco de Goya, «Joven barriendo» (1794-1796). Madrid: Museo del Prado.

[1] Estas investigaciones se han recogido en el estudio monográfico de Pedro Sánchez-Prieto y Delfina Vázquez Balonga La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos del siglo XVI a XIX . Esta prevista su publicación próximamente.

[2] http://www.realhermandaddelrefugio.org/index.php/historia