Cítara sin tilde

A lo largo de la investigación de nuestro equipo con documentos de archivo madrileños, la variedad de temas ha sido constante. Un asunto más que habitual han sido los documentos relativos a albañilería, ya que, al igual que en la actualidad, las reformas han sido siempre necesarias en la vida cotidiana. En concreto, las instituciones benéficas tenían esta demanda de manera constante, ya que se ocupaban de edificios que albergaban un considerable número de personas. Por no hablar de la antigüedad de de muchos de ellos, un factor que agravaba su mal estado. Este sería el caso del conocido colegio de San Ildefonso, a quien dedicaremos algunas entradas en este blog.

Esta institución es famosa hoy en día porque sus alumnos cantan los números en la Lotería de Navidad, pero en realidad tiene una larguísima tradición, ya que proviene del antiguo colegio de Niños de la Doctrina Cristiana, fundado en el siglo XVI. Generación tras generación, este centro estaba destinado a niños varones huérfanos (de padre) naturales de Madrid, que recibían formación cristiana (de ahí la «Doctrina»), lectoescritura y un oficio del que vivir. En la actualidad, mucha de su documentación histórica está en el Archivo de Villa de Madrid, donde hemos podido acceder a ella (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2019).

Ya con una larga historia atrás, en el siglo XVIII se debieron hacer varias reformas al colegio por sus múltiples problemas estructurales y, por ello, conservamos los correspondientes informes. Uno de ellos es el que hizo y firmó Teodoro Ardemans[1], arquitecto del ayuntamiento de Madrid, el 28 de julio de 1705[2], con el fin de establecer las reformas necesarias para las cuevas de San Ildefonso. Como otros documentos de obras, la pieza es una espléndida muestra de vocabulario de la construcción, como arcos, bóveda, engarces, escalera, apeldañado, macho, nave, pared, testero, tiro ‘tramo de escalera’. Destaca la formación de voces técnicas derivadas de sustantivos con el sufijo -ado/a, como apeldañado, tavicado y azitarado. Mientras que las primeras provienen de peldaño y tabique (así como del verbo tabicar, ‘poner tabiques’), la última proviene de una voz árabe, acitara o citara. En el DLE se recoge con la forma acitara, con la definición primera de «Pared cuyo grueso es solo el de la anchura del ladrillo común». Las acepciones siguientes, ‘conjunto de tropas’ y ‘cojín o almohada’ se alejan del sentido que tiene en el informe de San Ildefonso, como se puede ver en este fragmento:

Como entramos por mano diestra se á de hacer una pared de alvañilería a todo su largo por dos pies de gruesso y alto ocho pies, dejando sus engarzes para cuatro arcos de dos pies por uno de rosca y los intermedios tavicados y el testero y toda la bajada desde el segundo tiro de la escalera azitarado y tavicado de calidad que desde dicho segundo tiro avajo todo á de quedar bestido de fábrica de alvañilería y recorrido todo el apeldañado de la escalera.

La palabra citara o acitara proviene del árabe sitâra (DCECH) y, pese a la semejanza, no tiene relación alguna con el instrumento musical, la cítara, ya que este es un término latino de origen griego, κιθάρα, que ha quedado como cultismo para designar una especie de lira que se toca con púa, tanto en la Antigüedad como en la actualidad en algunos países de Europa. En cambio, del mismo étimo latino adaptado del griego tenemos una voz plenamente integrada en el castellano, guitarra, que llegó a través del árabe, según Corominas y Pascual (DCECH), que también indican que cítara tuvo un resultado patrimonial menos conocido, ya que del latín vulgar CĬTĔRA se formó cedra, documentada en Berceo (s. XIII), junto a una forma semiculta, cítola, igualmente empleada en textos medievales.

Por lo tanto, el acitarado del informe de Ardemans no es sino un derivado de citara, uno de los numerosos arabismos que se han heredado en castellano en el ámbito de la construcción, algunos plenamente vigentes en la lengua actual (adobe, albañil, tabique) y otros menos usados (alarife ‘maestro de obras’, jaharrar ‘cubrir con cal’). Una prueba más de que los documentos de obras nos muestran a menudo pequeñas joyas léxicas.

Firma de Teodoro Ardemans al final del informe (Archivo de Villa de Madrid, Secc. 2, 296, 44, 4-5)

Delfina Vázquez Balonga

Imagen: Pixabay

Para saber más:

DCECH = Corominas, J. y Pascual, J. A. (1980): Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico. Madrid: Gredos.

DLE= Diccionario de la Lengua Española. Disponible en < http://dle.rae.es/?id=DgIqVCc&gt;

Sánchez-Prieto Borja, P. y D. Vázquez Balonga (2019): La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos de los siglos XVI al XIX. Madrid: Ediciones Complutense.


[1] Teodoro Ardemans (1661-1726) fue uno de los más destacados arquitectos del barroco tardío español, maestro mayor de las catedrales de Granada y Toledo, además de los Reales Sitios de la Granja. Fue importante asimismo su labor como pintor.  

[2] Archivo de Villa, Secc. 2, 296, 44, 4-5

La jámila, el lado oscuro de la aceituna (III)

Es de todos sabido que la actividad olivarera es desde hace siglos muy intensa y que en algunos pueblos la vida sigue girando en torno a ella. Por eso no nos debe extrañar que el alpechín, materia viscosa obtenida de la aceituna, y del que ya hablamos en un post anterior comparta contextos de aparición con otras palabras para designar la misma realidad, como amurca y sus variantes (que estudiamos en otra entrada), jámila y/o pez. En este viaje incesante y cuanto menos oleoso nos ocuparemos esta vez de la palabra jámila.

Pese a que existe una variante llana (jamilla) y una variante esdrújula (jámila), la última edición del DLE solo recoge esta última, de la que se ofrece una etimología titubeante. Al parecer podría proceder del dialectalismo *hamilla, diminutivo formado a partir del árabe hispánico ḥamí ‘fango maloliente’ y este del árabe clásico ḥama’. Respecto a la definición de jámila, el DLE solo ofrece una entrada que nos lleva de vuelta a la palabra alpechín. Ello nos induce a pensar que alpechín y jámila son sinónimos, ya que se emplean para aludir al mismo referente:

  1. m. Líquido oscuro y fétido que sale de las aceitunas cuando están apiladas antes de la mo-lienda, y cuando, al extraer el aceite, se las exprime con auxilio del agua hirviendo (DLE).

El origen etimológico que ofrece el DLE es el que ya ofrecía el DRAE en su 22ª edición. Este difiere del aportado en la edición de 1992 en el que se dice que jámila procede de la palabra árabe yámila, ‘agua que corre de las aceitunas apiladas’. En la edición de 1925, que igualmente recoge como lema la variante esdrújula jámila, se hace referencia a un étimo árabe chamila, ‘grasa fundida’. Dicho étimo se recoge como chamil en la edición de 1884, la cual selecciona la variante llana jamilla. En ediciones anteriores nada se dice del origen de esta palabra que aparece recogida por primera vez en el Diccionario de Autoridades de 1803. Por su parte Esteban de Terreros (1787) recoge la variante jamilla, que define como ‘heces del aceite’ y nos indica que vayamos al lema alpechín.

A pesar de que el objetivo último de Terreros era realizar un diccionario de voces científicas, muchos de los términos registrados son en realidad palabras marcadas diatópicamente (Guerrero Ramos 1992: 153). Tal es el caso de jamilla o jámila.

Idáñez de Aguilar (2015) en su Léxico de la región prebética, en el que dedica un apartado de su estudio a los residuos del aceite, señala que la variante jamila es propia del área geográfica limitada por la meseta castellana, el sur de Andalucía, por parte de Levante y de Murcia. Afirma que la variante esdrújula jámila recogida por el DLE no se corresponde con la pronunciación llana propia de las zonas en las que se da su uso. Estas se corresponden con las áreas de Segura (Jaén), Alcaraz (Albacete), Yeste (Albacete), Huéscar (Granada), Caravaca (Murcia) y Vélez (Almería).

La distribución diatópica de la variante jamila alterna con otras variantes o voces relacionadas nocionalmente. Así, comparte contextos de aparición con la variante fonética jemila en las albaceteñas Cotillas y Villaverde del Guadalimar, mientras que en Huéscar se utiliza indistintamente con la palabra alpechín (Idáñez de Aguilar 2015: 338). En Los Vélez jamila también alterna con la voz alpechín y las variantes pechín, alpachín y las epentéticas alperchín y alparchín. La variante igualmente perchín se usa junto con jamila en pueblos del sur de Ciudad Real (2015: 339).

Cuando se hace referencia al residuo que se deposita de forma natural en el fondo de la tina del aceite y que no es resultado de la prensa de las aceitunas, jamila alterna con morca, aposos, borras y otras voces. Esta pluralidad léxica localizada en esta región tiene una explicación paralela. Por un lado, la intensa actividad olivarera de la zona y su importancia para la vida diaria propició la creación de diferentes referentes para designar la misma realidad. Por otro lado, la variación léxica responde a las diferentes influencias lingüísticas del catalán, el aragonés, el valenciano o el árabe entre otros (Idáñez de Aguilar 2015: 432).

En otras áreas geográficas jamila y alpechín son usados indistintamente junto con la palabra pez, mas, esa ya es harina de otro costal… ¿O aceite de otro post?

Marina Serrano Marín

Imagen: Marina Serrano Marín, fotografía del monumento a Anonymus, en Budapest.

 

Cómo citar esta entrada:

Serrano Marín, Marina (2020): “La jámila, el lado oscuro de la aceituna (III)”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2020/03/18/la-jamila-el-lado-oscuro-de-la-aceituna-iii/.

 

Referencias / Para saber más:

AHUMADA LARA, I. (1986): “Sobre el «Vocabulario andaluz» de Alcalá Venceslada”. Bogotá: Boletín del Instituto Caro y Cuervo.

GUERRERO RAMOS, G. (1992): «Dialectalismos en el Diccionario de Esteban de Terreros y Pando», en Actas del II Congreso Internacional de Historia de la Lengua española, coord. por Manuel Ariza Viguera, vol. 2, pp. 151-160. Disponible en [http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmczw1w3] [Fecha de consulta: 10/03/2020].

IDÁÑEZ DE AGUILAR, A. F. (2015): Léxico de la región prebética (límites del lenguaje andaluz y del murciano). Murcia: Ediciones de la Universidad de Murcia.

Instituto de Investigación Rafael Lapesa de la Real Academia Española (2013): Mapa de diccionarios [en línea]. < http://web.frl.es/ntllet> [Consulta: 09/03/2020]

RAE (1726). Diccionario de Autoridades. Madrid: Francisco del Hierro. Disponible en [http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Lema&sec=1.0.0.0.0.] [Fecha de consulta: 03/2020].

RAE (1884)12. Diccionario de la lengua castellana por la Real Academia Española. Madrid: Gregorio Hernando. Disponible en [http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUI MenuNtlle?cmd=Lema&sec=1.0.0.0.0.] [Fecha de consulta: 03/2020].

RAE (2001)22. Diccionario de la lengua española. Madrid: Espasa Calpe.

RAE y Asociación de Academias de la Lengua española (2014)23. Diccionario de la lengua española. Madrid: Espasa Calpe. Disponible en [http://dle.rae.es/?id=DgIqVCc.] [Fecha de consulta: 03/2020].

RAE (2015). Nuevo Diccionario Histórico del Español. Versión 1.0. [en línea] <http://web.frl.es/DH/org/login/Inicio.view&gt; [Fecha de consulta: 03/2020]

TERREROS = TERREROS y PANDO, E. de (1786). Diccionario castellano con las voces de las ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana […]. Madrid: Viuda de Ibarra. Disponible en [http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Lema&sec=1.0.0.0.0.] [Fecha de consulta: 03/2020]

Letras del sol y letras de la luna

Durante los años que (con escaso éxito) estudié árabe, pocas cosas me resultaron más fascinantes que la existencia de letras solares y letras lunares. En la gramática árabe, las letras (en realidad, los sonidos) se llaman letras solares (ḥurūf shamsiyya) y letras lunares (ḥurūf qamariyya) según su comportamiento cuando llevan el artículo (al-) delante.

Las letras solares son aquellas en contacto con las cuales la -l del artículo se asimila a su sonido, mientras que las lunares son aquellas en contacto con las cuales la -l no cambia. Los sonidos dentales y alveolares son solares: t, t enfática, d, d enfática, d interdental, d interdental enfática, fricativa interdental, l, n, r, s, s sonora, s enfática, sh. En cambio otros sonidos como bilabiales o velares son lunares.

Ello significa, por ejemplo, que ‘el Nilo’ se escribe al-Nil pero se pronuncia an-Nil. Esto, que podría parecer un detalle del árabe irrelevante para quien no lo estudie, resulta una llave de asombrosa utilidad para identificar los arabismos del español y conocer mejor nuestra lengua.

Por ejemplo, siempre decimos que muchos de los préstamos del español comienzan por al-: alcachofa, almohada, almirez, albaricoque, albañil, alfombra… Pero, si no conocemos la existencia de letras solares, no sabremos identificar el artículo al- presente en arroz (ar-ruz), aceite (az-zait) y aceituna (az-zaytúna), arrecife (ar-rasif), arrabal (ar-rabad), arroba (ar-rub), atún (at-tun), adelfa (ad-dífla), acelga (as-silqa), azúcar (as-sukkar), adarga (ad-darqa), añil (an-nil, con posterior palatalización), ataúd (at-tabút), arriate (ar-riyáḍ), azumbre (az-zumn), azote (as-sáwṭ), acequia (as-saqya), adobe (aṭ-ṭúb), azahar (az-zahr), añagaza (an-naqqáza), acíbar (as-sibr), acémila (az-zámila), aduana (ad-diwán), azulejo (azzuláyǧ), azotea (as-suṭáyḥa), adalid (addalíl), azabache (az-zabáǧ), ademán (aḍ-ḍíman), adoquín (ad-dukkín), arrope (ar-rúbb), azafrán (az-za‘farán)… ¡Hasta escabeche (as-sukkabáǧ)!

En resumen, no hay palabras que comiencen por (en español actual) al más t, d, s, r, z, c con sonido interdental, n, ya que fueron contextos de letra solar árabe, y para encontrar los arabismos tenemos que recurrir a a más t, d, s, r, z, c, etc.: azafrán, acelga, adobe, arroz, aduana, atún, etc. (salvo excepciones como aldaba, aldea o altramuz que han desarrollado una -l- analógica).

Un caso muy bonito es azucena (as-susanah). La palabra árabe que le dio origen significa ‘lirio’ y es la misma que nuestro actual nombre de mujer Susana, tomado de la Biblia. La palabra hebrea (Shoshannah) significa igualmente ‘lirio’: el árabe y el hebreo son lenguas semíticas, genéticamente relacionadas, como puede verse muy bien en esta palabra.

La palabra adafina (ad-dafína ‘enterrada’) nos lleva también a la cultura judaica. Este es el nombre que recibe en castellano el guiso que en las casas judías se deja hervir lentamente durante toda la noche del viernes al sábado para comer el sábado, ya que en este día los judíos creyentes no pueden encender fuego. Este plato se conoce también como hamín (del hebreo) o cholent (del francés chaud lent, ‘caliente lento’), y al parecer también aní, además de la variante medieval adefina.

Es interesante también notar, con respecto a la presencia del artículo árabe, cómo mientras que el castellano y portugués suelen mantener en sus préstamos del árabe el artículo al, este no se mantiene en otras lenguas que han tomado los mismos préstamos:

español algodón azúcar arroz atún
portugués algodão açúcar arroz atum
catalán Cotó sucre arròs tonyina
francés coton sucre riz thon
inglés cotton sugar rice tuna
italiano cotone zucchero tonno
alemán Zucker Reis Thunfisch

Otra cosa interesante es comprobar cómo algunas palabras se presentan con y sin al-, e incluso que algunas han perdido el al- al volver a ser introducidas en castellano desde otros idiomas. Por ejemplo, alcuzcuz(u) es reintroducido como cuscús:

AlcuzcuzMartinezMontinno

Imagen del Arte de cozina, pasteleria, vizcocheria, y conserueria (1611), de Francisco Martinez Motiño

La palabra alcohol denominó en la Edad Media y Moderna un polvo negro hecho con antimonio o galena que se usó como cosmético, para ennegrecerse los párpados: es decir, lo que actualmente se puede llamar kohl (nuevo en el DLE), de kuhl ‘galena’. Esto significa que la galana protagonista del romance “Misa de amor”, que

en la su cara muy blanca
lleva un poco de color
y en los sus ojuelos garzos
lleva un poco de alcohol,
a la entrada de la ermita
relumbrando como un sol

no lleva en sus ojos, por fortuna, alcohol sino que se ha maquillado los ojos (y las mejillas).

Entre las palabras que más me ha sorprendido aprender en árabe, al compararlas con otras del español, han estado

-sifr (que significa ‘cero’ y es de donde viene cifra),

-Maghrib (el Magreb, pero sobre todo Marruecos): ¡está relacionado con el verbo que significa ‘ponerse el sol’ (gharaba), la misma que se oculta en gharb (‘oeste’), que da origen a Algarbe!

-fááris: la forma -áá-i- (los tres guiones son las tres consonantes de una raíz) es un participio de presente activo y significa “el que + verbo”. El verbo fárasa significa montar a caballo, de modo que fááris (con a larga) es ‘el que monta a caballo’. ¡De ahí viene alférez!

Hemos tratado otros arabismos del castellano en este post, y en otras dos entradas nos referimos a tutía y a mengano. Aquí hablamos de los términos árabes que aparecían en las acusaciones ante la Inquisición por mahometizar.

Entre mis palabras favoritas procedentes del árabe están las preciosas alajú, baladí y algarabía. ¿Cuáles gustan a quienes leen este post?

Belén Almeida

 

Cómo citar esta entrada:

Almeida, Belén (2019): “Letras del sol y letras de la luna”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/12/13/letras-del-sol-y-letras-de-la-luna/.

 

Para saber más:

He identificado arabismos con ayuda de Dirae, que permite buscar dentro de las definiciones del DLE, mediante la búsqueda «ár. hisp.» (aparece en DLE en la etimología de palabras procedentes del árabe hispánico).

He consultado el DLE para buscar en la etimología la forma de los términos árabes.

He consultado el artículo de Wikipedia sobre Gastronomía sefardí para los nombres del hamín.

Cito el romance de la «Misa de amor» por Romancero, ed. de Julio Rodríguez Puértolas, Akal, 146-7.

Tomo la imagen del libro de Martínez Motiño (1611) de la Biblioteca Digital Hispánica de la BNE.

 

La muñequilla para los ojos

A veces, la providencia favorece a los documentos y estos se conservan, no solo los más solemnes, sino también aquellos que deberían haber perecido antes que cualquier otro. Nos referimos a las notas, apuntes, recetas, esos papeles hechos para un uso breve y práctico, a menudo de presentación descuidada. Por diferentes motivos, algunos aparecen en carpetas de los fondos archivísticos y gracias a a ellos conseguimos información sobre la época y la lengua de uso. Uno de estos casos es el de la testamentaría de la condesa de Lemos, que se conserva en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid[1]. Estos papeles nos invitan a conocer la vida cotidiana de Rosa María de Castro y Centurión (1691-1770), condesa de Lemos y marquesa consorte de Aitona, a través de su correspondencia personal, donativos, cuentas y, como dato más curioso, recetas de remedios para sus problemas de salud. Incluso hemos podido fotografiar y transcribir una receta para elaborar chocolate “a la taza”, una pequeña joya de la que hablamos en esta entrada (Chocolate y chocolateros) y en este breve artículo titulado “Chocolate con la condesa”.

Una de las recetas que conservamos en el corpus ALDICAM (0453)[2] lleva como título “Modo de hazer la muñequilla para los ojos”. Ya la primera palabra principal llama la atención del lector. Según el DLE, muñequilla es “Pieza de trapo para barnizar y estarcir”. Si bien la receta nos habla de un trapo, no es este el uso que se da. Si descartamos la forma en diminutivo lexicalizada (muñequilla) y acudimos de nuevo al DLE a la voz muñeca, se encuentra el significado adecuado: “Pieza pequeña de trapo que, atada con un hilo por las puntas, encierra algún ingrediente o una sustancia medicinal que no se debe mezclar con el líquido en que se cuece o empapa”. En Autoridades (1734) hallamos una acepción aproximada: “Se llama tambien un envoltorio de trapo, con algún ingrediente o medicina, que se mete en los cocimientos para que les dé virtúd”. Por lo tanto, esta especie de compresa o paño se aplicaría con un uso medicinal.

¿Qué ingredientes son los empleados para esta muñequilla? En el texto se explica de esta manera: “Se coge una poca de zabila gorda”. Tras un proceso complejo para lo que llaman “desflemar”, se añaden otros componentes: “Se coge una parte de cardenillo y dos de azúcar candi, y molido muy bien cada cosa separada, se cierte por un lienzo delgado”. Todos estos elementos formarán parte del remedio: “Luego se toma otro lienzo que haya serbido a hombre, y se pone en él un pedazito de zabila y se le echa un polbo de azúcar y otro de cardenillo, y sobre esto se ban poniendo otras capas de zabila y polbos, cuantas sean necesarias ha que salgan algunas muñequillas del tamaño de una nuez, las cuales se echan en un vidrio con agua de la tinaxa para que se mantegan frescas”. Finalmente se anota: “El modo de  usarlas es darse con la muñequilla mojada en los ojos sin calentar el agua”.

Los componentes principales de la muñeca son, por lo tanto, la zabila, el cardenillo y el azúcar candi. La primera de la que se habla, la zabila o zábila, es el nombre del también conocido por áloe, algo reconocido ya en el último volumen de Autoridades (1739): “Hierba especie de siempreviva, cuyo zumo es muy crasso, y amargo, llamado en Castilla Acibar, y en las Boticas Aloe: echa las hojas gruessas, anchas, y algo encarovadas, y à los lados ciertas espinas cortas. La raíz es larga, gruessa, y sola. Toda la planta echa de si un olor fuerte, y fastidioso. Suelen tenerla en los jardines, y casas en tiestos, porque es mui medicinal”. Del sabor del acíbar se hace eco también: “El zumo que se saca de las pencas de la hierba llamada Zábila (…)”; “Metafóricamente y por comparación se dice lo que es mui amargo, y assí de ordinario decimos para expressar que una cosa es mui amarga, que es como un acíbar”. Incluso se refiere a la amargura psiciológica: “vale también sinsabór, disgusto y desazón, que vuelve los gustos en amargúras”. El nombre de la planta, zabila / zábila, proviene según el DCECH del árabe occidental şabbâra, pronunciado vulgarmente şábbira en España, derivado de şábir ‘acíbar’, documentado ya en el glosario de Palencia (1490).  Por cierto, Esteban de Terreros (1788), además de reconocer que la zabila tiene por otro nombre áloe, añade el de babosa. Según el Dioscórides (1555), el áloe tenía propiedades curativas para los ojos:  “cicatriza las membranas del lacrimal”.

Por su parte, otro de los ingredientes, el cardenillo, se trata de un compuesto derivado del cobre: “El hollín del cobre, que se cría en las minas y se llama natural, y otro se hace con artificio, echando el cobre en vinagre ò la casca medio acéda” (Autoridades 1729). Como el áloe, el Dioscórides (1555) dice que se puede emplear para los males oculares ya que, entre otros fines, “aprieta, calienta, corrige y adelgaza las señales que deforman los ojos, mueve lágrimas, ataja las llagas que van paciendo la carne”. Algo seguramente deseado para la aplicación en los ojos de la receta. El nombre le proviene del color cárdeno, aplicado normalmente al morado, pero en este caso, un verde azulado que se produce por la reacción química del cobre. El adjetivo cárdeno, además, viene del latín CARDINUS, ‘azulado’, derivado de CARDUS ‘cardo’ (DCECH).

Para terminar, citamos otro de los componentes del remedio, el azúcar candi. Este llamativo nombre aparece en los diccionarios del siglo XVIII como cande y se aplica al azúcar blanco. Por ejemplo, Terreros (1788): “Cande. adj. de una term. Es lo mismo que blanco, y especialmente se aplica á el azúcar. Viene del latín Candens.”. Hoy en día se ha apuntado origen árabe, el clásico qándi (DCECH). Al contrario que otros arabismos solo conservados en castellano y portugués, candi está presente en otras lenguas europeas, como el catalán (candi), el italiano (zucchero di candia, candi) y el francés (candi). Precisamente esta lengua viene la conocida voz inglesa candy ‘caramelo, golosina’ (Online Etymology Dictionary).

No sabemos si las muñequillas fueron muy efectivas para los ojos de la condesa de Lemos. La receta, aunque breve, nos muestra con claridad los conocimientos farmacéuticos de la época, a la vez que confirma la variedad etimológica de las voces de la farmacopea en castellano, de origen árabe, latino y procesos derivativos como el diminutivo, entre otros.

Para saber más del vocabulario de la farmacia, puedes leer la entrada “Cuando en las farmacias había sangre de dragón” de este mismo blog.

Delfina Vázquez.

Imagen: Pixabay

Cómo citar esta entrada:

Vázquez Balonga, Delfina (2019): “La muñequilla para los ojos”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/02/26/la-munequilla-para-los-ojos/.

 

Referencias bibliográficas:

– Autoridades = Real Academia de la Lengua Española (1726-1739): Diccionario de Autoridades. Disponible en Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español: <http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1996 >

– DCECH = Corominas, Joan y Juan Antonio Pascual (1980): Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico. Madrid: Gredos.

– Dioscórides Interactivo. http://dioscorides.usal.es/

– DLE= Diccionario de la Lengua Española.

Disponible en < http://dle.rae.es/?id=DgIqVCc

– Online Etymology Dictionary < https://www.etymonline.com&gt;

– Terreros y Pando, Esteban de (1786-1788): Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes. Disponible en Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español (NTLLE): <http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1996 >

[1] http://www.madrid.org/archivos/index.php/quienes-somos/conocenos/archivo-regional

[2] Más información sobre el proyecto «ALDICAM-CM» de la Comunidad de Madrid en <https://aldicam.blogspot.com/&gt;

«No hay tu tía». Sobre los lapidarios medievales

 

Es cosa sabida que la lengua coloquial cambia de manera relativamente rápida. Expresiones que antes daban colorido al idioma, como “lo llevas claro”, hoy apenas se oyen, y, por el contrario surgen otras nuevas que, dependiendo del grado de aceptación de los hablantes, serán efímeras o alcanzarán arraigo en el idioma. El espacio de lo coloquial es prácticamente ilimitado, pues está abierto a la creación continua de quienes usan el idioma. Hay frases y modismos (muletillas, podríamos decir), que aguantan muy bien el paso de los años; “Qué fuerte”, tan de moda en los ochenta, sigue empleándose entre los jóvenes. Seguramente la expresión “no hay tu tía” sea usada ya solo por personas mayores, y algunos jóvenes no la habrán oído, pero siempre puede salirnos al paso en una novela, una obra de teatro y, desde luego, en la conversación ordinaria. El empleo moderno, con el valor de ‘no haber remedio’, o más precisamente en este caso, de no lograrse el objetivo, lo encontramos, por ejemplo, en la novela Una excursión a los indios Ranqueles, de Lucio Mansilla (1870): “Viendo que los huéspedes se iban caldeando, creí oportuno hacer cesar las libaciones. -Dando, dando más, Coronel -me decían varios a la vez, ya caldeados, queriendo rematar. No hubo tu tía. Viéndome firme, fueron despejando el campo uno tras de otro”.

El Diccionario de la Lengua Española de la Academia afirma que esta expresión “úsase para dar a entender a alguien que no debe tener esperanza de conseguir lo que desea o de evitar lo que sea”, es decir, que no hay más que conformarse con lo que la suerte nos depare. La interpretación que el hablante hace, por lo común, de esta frase parece tener que ver con el recurso habitual a los parientes más cercanos ante cualquier problema; pero en este caso, ni siquiera tu tía, que estamos seguros de que hace siempre todo lo posible por ayudarte, tiene la solución. Los lectores más avisados, no hablemos de los filólogos, habrán advertido ya que la razón verdadera del dicho va por caminos muy diferentes. En efecto, el propio DLE explica que la variante no hay tu tía es falsa separación de  no hay tutía, en ambos casos con el sentido figurado de ‘no hay remedio’, porque la tutía se empleaba con fines medicinales”. Si buscamos la voz tutía en este mismo diccionario, aprenderemos que no es otra cosa que un mineral, el “óxido de cinc, generalmente impurificado con otras sales metálicas, que, a modo de costra dura y de color gris, se adhiere a los conductos y chimeneas de los hornos donde se tratanminerales de cinc o se fabrica latón”. Una segunda acepción es “ungüento medicinal hecho con atutía”.

La voz tutía es recogida en la lexicografía desde el diccionario hispano-francés de Oudin de 1607, que la define como una drogue, es decir, un medicamento. El Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana (1786) recoge las variantes tutía y atutía, y explica igualmente que es una “droga medicinal”.

Pero el empleo de esta palabra en español remonta a los lapidarios medievales o libros de las piedras. El más importante en la Castilla medieval es el que se conserva en la Biblioteca de El Escorial bajo la signatura h.I.15[1]. Es este uno de los códice más lujosos de las producidos no solo en el escritorio de Alfonso X, sino en todo el s. XIII en Europa. En realidad contiene cuatro secciones o lapidarios, relativamente independientes entre sí. El más conocido y rico, es el primero, y en el se describen las piedras organizándolas de acuerdo con los 30 grados de los doce signos zodiacales, que no son otra cosa en origen que una manera de contar el ciclo anual a partir de la disposición de los astros. De este modo, resultan 360 piedras, de las que se indica su forma, tamaño, dureza, dónde se hallan y cuaáles son sus propiedades. La idea de que a cada piedra le corresponde un momento astral determinado se basa en el principio neoplatónico de la conexión entre mundo sensible, el terrenal y el cielo empíreo en el que están los astros, llamados genéricamente planetas.

Entre las piedras del signo de Capricornio, y en concreto en el primer grado, se encuentra la tutía (o tutia). Dice así el texto de Alfonso X:

  1. De la piedra a que llaman tutia. Del primero grado del signo de Capricornio es la piedra quel dizen tutia, e esta es de tres maneras: la primera es blanca, e dizenle indiana; la segunda es verde, e ha nombre marina; la tercera es amariella que tira contra vermejo, e llamanla española.

De la tutía indiana o de la India se dice que es blanca, ligera de peso y que sirve para curar las llagas, y que remedia el lagrimeo de los ojos. La llamada tutía marina se encuentra en el mar de Cin, topónimo que tal vez se identifique con Pakistán. Es verde y áspera, elimina “la tela de los ojos” y cura “las llagas cancerosas”. Y aquí el texto del Lapidario da un detalle curisos sobre la farmacopea medieval:  “E si la molieren e la amassaren con agua e fizieren d’ella trociscos e los secaren a la sombra será estonce mejor pora todas estas obras”. Trocisco es lo que hoy llamaríamos un comprimido. Por último, hay una tercera tutía de color amarillo que es llamada española, porque se encuentra “en tierra de España”; es una piedra fría y seca, “e por end es retentiva, e desseca mucho, […] e es mejor que otra melezina pora las llagas que se fazen en las partes vergoñosas”, y sirve, además, para aguzar la vista.

El Lapidario sigue una tradición científica que remonta a la obra conocida como Dioscórides, del nombre del autor, sabio griego del s. I que escribió este vademécum sobre las propiedades curativas de plantas y minerales. Pero esta obra como tantos otros productos del saber helénico, llegó a occidente no por vía latina directa, sino a través de las versiones de los árabes. De hecho, el texto alfonsí es traducción directa del árabe, y aun sus miniaturas tienen este origen (así, la constelación del Centauro es llamada Cantoriz, y los géminis o gemelos son mujeres, de acuerdo con la tradición árabe, mientras que en la grecolatina se identifican con Cástor y Pólux). La voz (a)tutía provine del árabe andalusí attutíyya. Es posible que del castellano pasara a otras lenguas europeas, y es que el conocimiento de las propiedades curativas de los minerales es uno de los saberes que Europa debe a la cultura islámica de Al-Ándalus (Vernet 1999).

Pero, volviendo a nuestra materia, se ha visto cómo las diferentes clases de tutía o tutia  tenían no pocas propiedades medicinales. Su capacidad de sanar llegó a hacerse proverbial, de manera que formaba parte de un sinnúmero de ungüentos y pociones, hasta el punto de que si con ella no encontraba cura la enfermedad que se padecía se podía abandonar toda esperanza. De ahí a emplearse “no tener tutía (o tu tía)” para indicar que cualquier situación no tenía remedio había un pequeño paso que las lenguas recorren incontables veces. Nacen así las expresiones coloquiales como extensión a otras situaciones de frases que se emplearon antes con un sentido más restringido.

 

Pedro Sánchez-Prieto Borja

 

 

Para saber más:

Alfonso X el Sabio (h. 1250), Lapidario. Libro de las formas e imágenes que son en los cielos, Edición, introducción y aparato crítico de Pedro Sánchez-Prieto Borja, Madrid, Biblioteca Castro, 2014.

Corriente, Federico (1999): Diccionario de arabismos y voces afines en iberorromance, Madrid, Gredos, 1999.

DLE= Diccionario de la Lengua Española. www.rae.es

Fernández Fernández, Laura (2013): Arte y ciencia en el Scriptorum de Alfonso X el Sabio, El Puerto de Santa María 2013.

Vernet, Juan (1999): Lo que Europa debe al Islam de España, Barcelona, El Acantilado

[1] Sobre el códice, puede verse Fernández Fernández (2013: 135-210).

«Fulán au fulana», zutana, mengano y perengana (y roviñano)

Cuando, hace ya bastantes años, cursaba árabe en el Centro de lenguas de la Universidad de Alcalá, nuestro profesor solía poner ejemplos de uso, por ejemplo de verbos, diciendo en árabe frases como “alguien (hombre) o alguien (mujer) come una manzana” (en árabe los verbos tienen género en segunda y tercera persona, y no se dice igual tú (mujer) comes que tú (hombre) comes, ni canta es igual si canta él y si canta ella, y lo mismo ocurre en dual y plural).

Para decir este “alguien (hombre) o alguien (mujer)”, Mohammed decía “fulán au fulana” («au» es o, la conjunción disyuntiva). Con frecuencia, respondía a las sonrisas que provocaba en algunas personas la palabra “fulana” expresando que en árabe no tenía el mismo significado o el mismo uso que en español. En español actual, claro. Porque la historia de esta palabra en español es larga y compleja.

En castellano, “fulano” o “fulán” y “fulana”, tomados del árabe, fueron muy empleados en la Edad Media (al comienzo, mucho más frecuentemente fulán que fulano, pero ya en el XV es más usual fulano). Según el Diccionario crítico etimológico de Corominas (es heredado de mi padre y anterior al Corominas-Pascual), “[e]n árabe fulân es adjetivo con el mismo valor del cast. tal […] aunque puede también sustantivarse, tal como se emplea en castellano”.

Efectivamente, la palabra es usual tanto acompañando a un sustantivo (“dize que fulán omne le tomó aquella cosa”, “fulán alcalle la mandó fazer”, “yo fulán escrivano la escreví”) como sin acompañar (“si la pesquisa tañe en fulán que mató a fulán”), todos estos ejemplos en Leyes de estilo, en el manuscrito escurialense Z.III.11, que se puede consultar en línea en CORDE (así como el resto de los textos citados). También aparece como “fulán tal” o “fulán atal”.

Como servía para denominar a una persona cualquiera o desconocida, es muy frecuente en leyes y fueros, cuando se denominan posibles casos que la ley debe prever. “Fulán moro” y “fulán judío” son utilizados en las Siete partidas de Alfonso X para la fórmula por la que deben jurar musulmanes y judíos a los que se toma juramento, de modo que el juramento sea válido:

E aquel que toma la jura del judío hale de conjurar d’esta manera: “¿Juras tú, fulán judío, por aquel dios que es poderoso sobre todos e que crio el cielo e la tierra e todas las otras cosas, e  que dixo ‘Non jures por el mio nombre en vano’, e por aquel dios que fizo Adam el primero ombre e le puso en paraíso e le mandó que non comiese de aquella fruta que él le vedó […]?”

La forma en femenino es rara entre las apariciones más tempranas, aunque puede verse en Berceo, cuando la Virgen dice a su hijo que quiere rogarle “por alma de un monje de tal convento”:

Fijo -disso la Madre- a rogarvos venía
por alma de un monge de fulana mongía.

Otros ejemplos tempranos de “fulana” aparecen también en conjunción con lugares, como “Un peçe de los peçes de fulana isla, que ninguno non lo conosçe sinon yo” (Calila e Dimna), “E la moça dixo: – Yo só fija de un rey de fulana tierra e venía cavallera en un marfil” (Sendebar), aunque en el Espéculo o en el Picatrix (siglo XIII) lo encontramos referido a mujeres:

En qué manera deven seer fechas las cartas de las dotes e de las arras que los maridos dan a sus mugieres. Dotes o arras, que es todo una cosa, cuando alguno las dier a su mugier e mandare ende fazer carta dévela fazer el escrivano en esta manera: “En el nonbre de santa trinidat […] e pues que el casamjento tan buena cosa es e tan derecha, yo don Fulán escogí a vós doña Fulana por mi mugier, e porque tan bien en la vieja ley como en la nueva ningún casamiento non se fazié sin arras, por ende yo don Fulán fago esta carta de dote a vós doña Fulana mi esposa (Espéculo)

“Tú, Tagriel, tráeme a fulana mugier por amor e por amistad”, e nombra a qui quisieres. (Picatrix)

En la Edad Moderna, se siguió utilizando ampliamente “fulano” con el mismo valor, y además se convirtió en frecuente usarlo para sustituir el nombre propio o el apellido si no se sabía, como en “el tercero fue don Fulano Manrique” o “mayormente que un Bartolomé Fulano dixo que había visto por aquella costa un buen puerto” (Historia de las Indias, de Bartolomé de las Casas). En la siguiente declaración de un testigo en un proceso inquisitorial de 1661 (pronto se podrá consultar en CODEA), se nombra a una serie de presuntos judaizantes que vivían en “Bayona de Francia”. “Fulano” o “fulana” sustituye al nombre o al apellido desconocidos, y es una de las formas que tiene quien declara (o quien recoge la declaración) para indicar falta de conocimiento, junto con “cuyo nombre no sabe” (pero esto se emplea más bien si se ignoran el nombre y el apellido) y citar la relación con otro acusado (“y su gente”, “su mujer e hijos”):

Ítem declara que en la ciudad de Bayona de Francia son judíos observantes de la ley de Moisés Diego Rodríguez Cardoso, su muger y sobrinos, cuyos nombres no save, don Francisco Navarro, Manuel Rodríguez, padre de doña María de Soria, su muger y hijos, Manuel Gómez Talavera y un hijo suyo de su propio nombre, alias Manuel Machuca, Jorge de Castro, Fulano Marques, Manuel Álvarez Castro y su gente, el doctor Acosta, el doctor López, de quien ha depuesto y que se fue a Liorna, Simón Núñez Nieto y su gente, sobrino de Fernán Núñez, presso en Sevilla, la viuda de Antonio Fernández, alguazil de corte, que estubo presa en Toledo; Sebastián Rodríguez, Diego Rodríguez Ciudad Real, reconciliado; Fulano Caravallo y su gente; […] don Gerónimo, cuyo apellido no save, que está casado en esta corte con una castellana y es maestro de niños en Bayona; Fulano Vidal, sastre, y su muger, cuyos nombres no save; Jorge Luis; los Berines, que son dos hermanos y suelen venir a Madrid, Fulano Saravia, hermano del dicho Manuel López Saravia, vecino de Burdeos, Fulano Rodríguez y Clara Rodríguez, su muger; Mateo de Campos, la muger de Manuel Núñez Franco, preso en Valladolid, y dos hermanos de dicha muger, cuyos nombres no save, solo que el uno se llama Fulano Araujo

Pero no solamente se da a las personas desconocidas los nombres de fulano/a, sino que existen otras palabras para citar a más personas, siempre tras citarse “fulano/a” en primer lugar. Hoy diríamos, probablemente, en este orden: fulano/a, mengano/a, zutano/a y perengano/a, aunque rara vez se usa ya zutano, y mucho menos perengano.

En el pasado, la situación fue diferente y cambiante. Mengano es un elemento que se usaba raramente antes del siglo XIX, y constituía en general el tercer término tras fulano y zutano/citano. Hasta 1832, mengano no entra en el DRAE, mientras que zutano y citano estaban ya en los diccionarios preacadémicos y fueron recogidos, por supuesto, en el Diccionario de Autoridades (1726-39).

En el XIX, mengano no solo se utiliza cada vez con mayor frecuencia, sino que se adelanta a zutano y comienza a utilizarse en segundo lugar tras fulano. Sin embargo, en una búsqueda en CORDE, puede comprobarse que zutano/a sigue siendo el segundo elemento preferido tras fulano/a aún en el siglo XX (16 casos frente a 11), aunque quizá depende de la zona.

Pero además de fulano (también en la forma hulano), mengano, citano/zutano (también en las formas çutano, zitano o sutano) y perengano, existían perencejo y roviñano (en DLE robiñano).

Puede verse el uso de todos en estas citas:

–Sostengo yo –clamó el maestro con firme voz– que los días de gloria se fueron para no volver. En mi pueblo aprendí este refrán: Don Fulán por la pelota, don Zitán por la Marquesota y don Roviñán por la rasqueta, pierden La Goleta.  (Galdós)

Yo no digo nada más que la verdad, y no en secreto sino públicamente, delante de Juan y de Pedro, de fulanito y de perencejo (Galdós)

–¡O lo que diera yo -dezía Andrenio- por ver lo que será del mundo de aquí a unos quantos años, en qué avrán parado los reynos, qué avrá hecho Dios de fulano y de citano, qué avrá sido de tal y de tal personage! (Gracián)

El uso de estos términos ha interesado a especialistas en la lengua desde muy temprano, así Gonzalo Correas hace estas atinadas observaciones sobre ellos:

hazese la menzion por ellos de personas cuios nonbres no dezimos, aunque los sepamos, porque no inporta dezillos, ó porque no se nos acuerdan, ó los queremos encubrir, i los callamos de industria; esto es cuando segunda vez rreferimos algun cuento, ó caso que nos contaron, i nos dixeron los nonbres de las personas, ó nos hallamos en él, i las conozimos, i lo contarnos á otro, como diziendo: io dixe al xuez que fulano i zitano lo vieron, i se hallaron, alli fulana i zitana. Dase en esto á entender que al xuez dixe los nonbres mesmos de las personas, aunque no los rrepito á quien digo el negozio, sino en su lugar digo fulano, i zitano, i rroviñano. Suelese dezir mas de ordinario por solo fulano rrepitiendole: dixe al xuezque lo vieron fulano, i fulano, i fulano, i fulana i fulana: mas en caso que fué mui publico para denotar aquella publizidad, i quando se enziende el que habla, i toma vehemenzia, los xunta, i se dizen todos tres, i aun se usa de diminutivos: violo fulano i zitano i rroviñano, i fulana i zitana i rroviñana, i fulanexo, i zitanexo, i fulanexa i zitanexa, i fulanillo i zitanillo, i rroviñanuelo, i todo el lugarSienpre se colocan por este orden que los é puesto: fulano primero, zitano segundo, roviñano terzero; de manera que zitano no se usará sin que prezeda fulano, ni rroviñano sin los dos. Algunos i no pocos mudan la zi en zu de zitano, i dizen zutano menos propiamente.

En el Diálogo argentino de la lengua (1954-1967), Avelino Herrero Mayor dedica también espacio a hablar de estas palabras, y pone en duda la etimología dada por la Academia:

Alumna. – Pues el Diccionario dice que ese nombre [Perengano] se formó de la unión de per y de mengano.
Profesor. – Lo que diga el Diccionario me tiene a veces sin cuidado, y no es por desprecio, sino por aprecio… de los errores que trae.

Efectivamente, la etimología de zutano/citano, perengano o mengano es incierta. Perengano puede ser, según Corominas, cruce entre perencejo (con el mismo valor) y mengano. En cuanto a citano, aunque el DLE propone el no atestiguado *scitanus, de scitus ‘sabido’, parece sensato relacionarlo más bien con la terminación de fulano. Corominas dice que “las variantes citano, citrano y cicrano […] indican que solo la primera letra es esencial y constante en esta palabra, lo que sugiere pueda tratarse de una interjección cit o çut empleada para llamar y luego para nombrar a un desconocido cualquiera de quien se ignora el nombre, y finalmente adaptada a la terminación de fulano” (DCE s. v. zutano).

También la forma de diminutivo, “fulanito/a”, “menganito/a” o “zutanito/a”, se hizo frecuente desde bastante temprano. Ya Correas habla de que se utilizan “fulanexo, i zitanexo, i fulanexa i zitanexa, i fulanillo i zitanillo, i rroviñanuelo”, y en el siglo XIX se hace habitual “fulanito”, “zutanito”, “menganito”, etc.

En cuanto al femenino, hasta bastante tarde no podemos estar seguros de que “fulana”, y también «citana/zutana», «mengana», etc., tengan necesariamente un matiz despectivo, aunque pudieron tenerlo en bastantes casos, como sucede con otros elementos femeninos destinados a denominar personas desconocidas (por ejemplo tal y cualquiera). En un poema como este de Quevedo, parece intuirse un uso despectivo: “Detrás un coche venía / con tres mocetonas frescas, / y, entre ellas, una fulana / del Cabello u de la Cerda”, pero en cambio se encuentran los siguientes pasajes aún en el siglo XVIII:

Pídeme María por Gertrudis, religiosa del convento de Santa Clara. Y por fulana N.; religiosa del Carmen.

de aqui viene aquel Adagio muy comun en el Perú, Está chamicado ó chamicada fulano ó fulana, quando una persona está pensativa, taciturna, distrahida ó demasiado alegre

Desde el XIX, el uso de fulana parece marcado, y se prefiere el uso del diminutivo (fulanita), aunque aún se ve Fulana usado en contextos neutros: «Mira a la Fulana con sus niños y su marido» (Mesonero Romanos), «Que Fulana me gusta y no puedo hablarla en la calle por el bien parecer» (Pereda).

El significado de ‘prostituta’ para fulana no se recoge en el DRAE hasta la edición de 1984, donde aparece en la acepción 5. como “Ramera o mujer de vida airada”. En 1970 se decía simplemente que “Con referencia a una persona determinada, úsase como despectivo”, es decir, tanto para hombre como para mujer es despectivo. En mi propio uso, creo que tiendo a utilizar el diminutivo tanto en la forma masculina como femenina, por una consideración de que ambos elementos pueden ser marca de desprecio.

Hoy en día, diferentes mujeres y colectivos de mujeres reaccionan ante el uso de fulana recogido en el DRAE (hoy DLE), apropiándose del término en manifestaciones, pancartas y gritos para reivindicar su derecho a no ser juzgadas por su sexualidad. Por ejemplo en las recientes concentraciones por el día de la mujer, el pasado 8 de marzo, escuché: “Yo soy fulana / y tú mengana / y hacemos con nuestro cuerpo / lo que nos da la gana”. Es un grito que lleva años sonando.

Belén Almeida

 

Foto: foto personal de una pancarta del colectivo Hetaira, manifestación del 8 de marzo de 2015.

 

Para saber más:

CORDE: REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es&gt; [consultado el 27 de marzo de 2018]

CODEA: GITHE (Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español): CODEA+ 2015 (Corpus de documentos españoles anteriores a 1800). <corpuscodea.es> [en línea]

DCE: Corominas, Joan, Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana, Madrid, Gredos.

La alcandora del trujamán. Arabismos de la Edad Media

A la hora de hacer un comentario o, simplemente, una lectura sobre un texto castellano medieval solemos toparnos con un léxico no conocido, como ya se explicó en este post sobre comentario léxico. De todo este conjunto de palabras hoy desaparecidas o con otro significado, destaca el grupo de los arabismos, un tesoro de nuestra lengua que sigue vivo, ya que es evidente la frecuencia de voces en la vida diaria como naranja, alfombra, aceite, aceituna o tambor, pero que llegó a tener una presencia que decayó con los siglos. Este fenómeno vino paralelo a la pérdida de influencia cultural árabe en la Península. Hay que tener en cuenta que, como señala Corriente (2005: 203), muchas palabras se perdieron al desaparecer la cosa en sí a la que designaba. Pasemos a ver algunos ámbitos donde se usaron términos arábigos medievales.

En el ámbito de la administración, el porcentaje de voces ha bajado considerablemente por perderse usos y costumbres medievales. Un ejemplo llamativo es el de alhóndiga, “casa pública destinada para la compra y venta de trigo” (DLE). Esta voz ha quedado en la actualidad como recuerdo de su existencia en algunos pueblos y ciudades, como la Casa Cultural “La Alhóndiga” de Bilbao, los antiguos edificios conservados en Segovia y Zamora o el nombre de un barrio de Getafe (Madrid). Tampoco se ha mantenido la curiosa voz exea, ‘guía juramentado responsable de la conducción de caravanas’ (Claveria Nadal 2005). De época medieval también es alboroque ‘robra, agasajo al comprador’.

En el ejército también hubo términos que luego fueron desapareciendo, como almocadén, que es sustituido por la traducción adelantado. Otro caso de pérdida, pero por el desuso de la cosa en sí, es la máquina llamada almajaneque, conservada en el DLE, pero derivada a maganel, la voz occitana. Con una denominación u otra, lo cierto es que este artilugio dejó de emplearse, ya que, según el diccionario académico, “servía para derribar murallas”. Sí tenemos en el castellano actual, pero sin el uso original, la palabra adalid, ‘caudillo’. En el Libro de Alexandre (h. 1240-1250) se emplea con este sentido: “El adalid de Troya avié nombre Dolón” (CORDE). Por su significado de ‘líder’, ha pasado a ser la persona que encabeza cualquier movimiento o partido en defensa de algo, acepción también incluida en el DLE.

Las profesiones u ocupaciones con origen árabe que más se ven en la Edad Media son alfayate, ‘sastre’, alfajeme ‘barbero’, trujamán ‘traductor’, almojarife ‘cobrador de impuestos del rey’. La vigencia de alfayate a mediados del siglo XIII se puede ver en un documento del corpus CODEA, unas ordenanzas reales para Alcalá de Henares: “E si el alfayat o el alfayata lo fiziere, que l. corten el polgar de la mano diestra” (CODEA 1732). Aquí, además, podemos ver el femenino alfayata, lo que ahora llamaríamos sastra. En otra pieza de este corpus, una carta de compraventa hecha en Cáceres en 1363, se encuentra la referencia a un alfajeme o barbero en la firma de un testigo: “Benito Sánchez, alfajeme”. Esta voz es un claro ejemplo de reemplazo por un término de origen romance debido a la transparencia, es decir, la facilidad para identificar el significado (Corriente 2005). Una profesión importante fue alarife, ‘maestro albañil y de obras’, término que, al contrario que en en los anteriores casos, tuvo una pervivencia más larga y todavía se puede ver en un documento de obras de Guadalajara emitido en 1780 (CODEA 1868). Sin embargo, la lengua moderna sí lo ha desplazado o, tomando las palabras de Lapesa, quedó “en la memoria de los eruditos” (1980: 156).

Al campo de la vestimenta y confección de tejidos la cultura árabe aportó numerosas palabras, muchas de ellas vivas en la actualidad (albornoz, tafetán, algodón). Sin embargo, algunas son desconocidas para la mayoría de los hablantes. Por ejemplo, albadén ‘seda árabe’, barragán ‘tela de lana impermeable’ (Claveria Nadal 2005), zarzahán ‘tela de seda con listas de colores’ (DLE). En cuanto a las prendas de vestir, destacan almaizar ‘toca de gasa’, alcandora ‘camisa’, aljuba ‘jubón’, almejía ‘túnica o manto árabe’. Precisamente esta prenda aparece en la General Estoria (h. 1275), al hablar de la “infant Deyphila”, la cual iba “Vestida de un almexia de seda & tan fermosa ella que maravilla era”. En cuanto a los cosméticos y perfumes, nos detenemos en el caso del alcohol, que además de designar la sustancia que todos conocemos, en textos medievales puede referirse a lo que llamamos hoy en día kohl, ‘cosmético para ennegrecerse los párpados y pestañas’, que ha llegado por vía del francés desde la misma raíz árabe. En la Biblia ladinada (h. 1400) se narra: “E venu Yehu a Israel e Yzebel quando lo oyo puso alcohol en sus ojos, e peyno su cabeça”.

En el campo de los alimentos hemos conservado una gran cantidad de elementos de árabes (arroz, aceite, berenjena, arrope, albóndigas, almíbar…), aunque se puede citar algún caso de mayor auge en época medieval, como es alcuzcuz o alcuzcuzu, llamado en la lengua actual cous-cous por influencia francesa, pero que, como alcohol, tenía forma castellana desde un mismo étimo. Durante el siglo XVI y XVII se seguía empleando la voz, aunque poco a poco se debió asociar a los moriscos y a la cultura árabe. En 1528, en la Lozana andaluza, dice la protagonista que su abuela le enseñó el arte de cocinar, entre otras cosas, “alcuzcuzu con garbanzos”. En su Tesoro (1611), Covarrubias ya indica que este alimento es consumido por árabes (“es un cierto género de hormiguillo que hacen los moros”).

Por último nos referiremos a los adjetivos que se pueden encontrar en textos medievales; destaca rafez o refez, rahez, ‘vil, miserable’. Así aparece en Calila e Dimna (1251): “seyendo yo tan rafez et de tan pequeña guisa” (CORDE). Tenemos que citar también gafo, ‘leproso’, que aparece como un insulto punible en el Fuero de Úbeda (mediados del s. XIII). Curiosa es la historia de majareta, ‘loco’, que proviene de una voz árabe ya desaparecida del habla, majarón, ‘desgraciado’, que se interpretó posteriormente como aumentativo y se derivó a majareta y majara (Corriente 2005: 203).

Delfina Vázquez Balonga

 

Para saber más

Claveria Nadal, Gloria (2005): “Los caracteres de la lengua en el siglo XIII: el léxico”, en  Rafael Cano Aguilar (coord.) Historia de la Lengua Española. Barcelona: Ariel, pp. 473-496.

Corriente Córdoba, Federico (2005): “El elemento árabe en la historia lingüística peninsular: actuación directa e indirecta. Los arabismos en los romances peninsulares (en especial, el castellano), en Rafael Cano Aguilar (coord.) Historia de la Lengua Española. Barcelona: Ariel, pp. 185-232.

Lapesa, Rafael (1980): Historia de la lengua española. Madrid: Gredos.

CORDE= Corpus Diacrónico del Español.

Disponible en <http://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde&gt;

DLE= Diccionario de la Lengua Española.

Disponible en < http://dle.rae.es/?id=DgIqVCc&gt;