Viejo, soldado, hidalgo y pobre o genio, príncipe y conquistador

Domjngo nueve di<a>s del mes de otubre, An<n>o d<e>l sen<n>or de mjll e q<ui>nj<ento>s e quarenta e siete an<n>os fue baptizadomjguel hijo de Rodrigo de cervantes e su muger don<n>a leonor<…>baptizole el R<everendo>sen<n>or b<a>r<tolome> se Rano Cura de n<uest>raSen<n>ora T<estigo>s baltasarvaz q<ue>z sa<cristan> e yo q<ue> le baptice e f<ir>me de mi no<n>bre. Bachiller Serrano. [Partida de bautismo de Miguel de Cervantes, manuscrito del siglo XVI].

Así reza, en el acta de su bautizo, el primer testimonio sobre Cervantes. Esta acta, no exenta de polémica, se conserva en los fondos del Archivo Municipal de Alcalá de Henares y, como cada 9 de octubre, se expone en la Capilla del Oidor para conmemorar el bautismo de Miguel de Cervantes, que tuvo lugar en dicha ciudad, en la parroquia de Santa María la Mayor, un domingo del año 1547.

A este primer testimonio de 1547 le han seguido muchísimos más, tal y como era de esperar, debido a que este Miguel, el cuarto de cinco hermanos, cuyos avatares de la vida le llevarían a sufrir desde una guerra hasta toda una serie de infortunios, resultaría ser uno de los autores referentes no solo de nuestra literatura sino de la literatura universal.

Si se rastrea un poco por los distintos fondos o corpus documentales, se dará con numerosos datos o testimonios sobre la vida y obra de Cervantes. Por eso, en la entrada de TextoR de esta semana, gracias a la consulta de varios de ellos, hemos querido mostrar algunos de los términos que se empleaban, a finales del siglo XVIII y en el XIX, para designar a Cervantes, términos que, como no podía ser de otra manera, conferían matices extraordinarios a su persona.

El primero de ellos, tomado del Correo de los ciegos de Madrid, en el número del martes 13 de marzo de 1787, página 1, señala a Cervantes como héroe de la nación.

Apenas tendríamos las sabias memorias que nos han quedado de Miguel de Cervantes Saavedra, si la protección de los Señores Conde de Lemos, y Arzobispo de Toledo D. Bernardo de Sandoval, no hubieran sostenido á este heroe de la nacion, para que no desmayando al ver el poco fruto que sacaba de su estudio, no desaprovechase este, y nos dexase algunas piezas en que admirar la viveza de su talento.

Otro vocablo con el que se le solía nombrar era genio. Tanto Ángel Ganivet, en su Idearium español, 1897, como Juan Montalvo, en su obra Siete tratados, 1882, parecían sentir gran admiración por Cervantes, y ambos calificaban al autor del Quijote como genio, incluso genio portentoso.

El genio no se enriquece: el genio vive de miseria, muere de hambre, oculto y olvidado, como Cristóbal Colón, como Cervantes: su herencia es incredulidad e ingratitud de los demás, cuando no persecución y muerte [Juan Montalvo, Siete tratados].

Cuando Cervantes comienza a idear su obra, tiene dentro de sí un genio portentoso; pero fuera de él no hay más que figuras que se mueven como divinas intuiciones; después coge esas figuras y las arrea, pudiera decirse, hacia adelante, como un arriero arrea sus borricos, animándolos con frases desaliñadas de amor, mezcladas con palos equitativos y oportunos. [Ángel Ganivet, Idearium español].

Juan Montalvo, además, empleaba expresiones como gloria universal o príncipe de sus ingenios.

Al panteón de los inmortales no suelen traer los escritores sino a Cervantes, de parte de España; Cervantes, su única gloria, dice, particularmente los franceses… No pocos hay en ella de esos pequeños grandes hombres de cuya reputación están henchidos los ámbitos de la patria; mas uno es Cervantes, y otro Lope de Vega. Éste es gloria nacional, ése gloria universal: con el uno se honra un pueblo, con el otro el género humano. [Juan Montalvo, Siete tratados]

 Admíranos, por tanto, hubiese habido entre los sensatos españoles quienes diesen la preferencia a la obra sin mérito del supuesto Alonso Fernández de Avellaneda sobre la fábula inmortal de Miguel de Cervantes, príncipe de sus ingenios. [Juan Montalvo, Siete tratados]

Y parece, por las voces encontradas, que el sustantivo ingenio era uno de los favoritos, tal como hemos visto en Juan Montalvo, y tal y como empleaban otros autores como Eusebio Blasco, en Páginas íntimas, que le designa como príncipe de los ingenios; Fray Francisco Alvarado, en Cartas críticas del Filósofo Rancio, que alude a él como el mayor de nuestros ingenios; o Juan Valera, en su obra Sobre “El Quijote” y sobre las diferentes maneras de comentarlo y juzgarlo, que señala a un ingenio de primer orden.

Un fuego en la casa del Sr. de Saavedra. Este señor de Saavedra era ni más ni menos que Miguel de Cervantes. El sereno había leído desde que empezó á ejercer, la lápida conmemorativa del príncipe de los ingenios, y para él Saavedra era un vecino más. [Eusebio Blasco, Páginas íntimas, 1905]

Soldado fue Garcilaso, que es reputado por el padre de nuestra poesía: soldado Cervantes, el mayor de nuestros ingenios, y acaso comparable con los mayores que ha tenido el mundo: soldado el portugués Camoes, á quien muchos tienen por el príncipe de nuestros poetas… [Fray Francisco Alvarado, Cartas críticas del Filósofo Rancio, II, 1824]

Mas, aunque así sea, todavía no se me ha de negar que podrá ser útil lo que yo dijere, porque presentaré las cosas bajo otro aspecto y las veré a otra luz, sirviendo todo para cuando una inteligencia más alta y más clara venga a dirimir la contienda y a determinar la significación y la importancia del libro extraordinario que coloca a Miguel de Cervantes Saavedra entre los ingenios de primer orden. [Juan Valera, Sobre “El Quijote” y sobre las diferentes maneras de comentarlo y juzgarlo [Discursos académicos], 1864]

Además de estos términos, la admiración por nuestro escritor alcalaíno se señalaba con otros tantos adjetivos o expresiones que manifestaban tanto la grandeza de su obra como de su persona, así encontramos famoso, su admirable agudeza, conquistador, de un escepticismo instintivo y una gracia inimitable, ser privilegiado y un varón extraordinario, tal y como podemos leer en los siguientes fragmentos.

Tratemos ahora de las brujas de que tanto desprecio hacen los señores informantes; de sus vuelos que tienen por increíbles, y de sus demás cosas que reputan ridículas. No juzgó de esta manera el famoso Miguel de Cervantes, á cuyo buen juicio no creo que estos señores se atreverán á preferir el suyo. Muchísimas son las vulgaridades que en esta materia se han creído y se creen; [Fray Francisco Alvarado, Cartas críticas del Filósofo Rancio, II, 1824]

Pues bien: para las cosas que se caen de su peso no es menester consulta, ni pacto, ni cosa que lo valga; asi como para decir lo que yo me sé, no necesito de andar buscando quien lo diga, como con su admirable agudeza dijo Cervantes en su primer prólogo al Quijote. [Fray Francisco Alvarado, Cartas críticas del Filósofo Rancio, I, 1824]

 Y tan conquistadores como Cortés o Pizarro son Cervantes, preso en Argel y comprometiéndose en una rebelión por España, y San Ignacio de Loyola, otro oscuro soldado que con un puñado de hombres acomete la conquista del mundo espiritual [Ángel Ganivet, Idearium español, 1897]

No existe en el arte español nada que sobrepuje al Quijote, y el Quijote no sólo ha sido creado a la manera española, sino que es nuestra obra típica, «la obra» por antonomasia, porque Cervantes no se contentó con ser «independiente»: fue un conquistador, fue el más grande de todos los conquistadores, porque mientras los demás conquistadores conquistaban países para España, él conquistó a España misma, encerrado en una prisión. [Juan Valera, Las Cantigas del Rey Sabio, 1878]

Esta fantasía poética sobre el tiempo fue tan popular, que Cervantes, con su escepticismo instintivo y su gracia inimitable, se burla de ella en la famosa aventura de la Cueva de Montesinos. [Ángel Ganivet, Idearium español, 1897]

Ensalzado Cervantes hasta las nubes en todas las naciones de Europa, y singularmente en Inglaterra y Francia, ya miradas entonces, y no sin motivo, como al frente de la civilización del mundo, se avivó el fervor de nuestros literatos, y no pudieron menos de reconocer en el autor del Quijote a uno de los pocos seres privilegiados que, valiéndonos de un neologismo expresivo y elegante, designamos hoy con el nombre de genios. [Juan Valera, Sobre “El Quijote” y sobre las diferentes maneras de comentarlo y juzgarlo [Discursos académicos], 1864]

en Cervantes estaban compendiadas todas las ciencias, todas las humanidades y toda la filosofía. Por otra parte, la magia del Quijote concurría y conspiraba a que pasase su autor por un varón extraordinario, [Juan Valera, Sobre “El Quijote” y sobre las diferentes maneras de comentarlo y juzgarlo [Discursos académicos], 1864]

No obstante, este reconocimiento que se le profesaba parecía ser recíproco. Fuentes y Fernández, en un estudio sobre la historia del periodismo español, señalan que el autor del Quijote, consciente del poder de la información y de los eruditos de su época, dedicó a Luis Cabrera de Córdoba, historiador madrileño del Siglo de Oro, la siguiente frase «Todo lo alcanza, pues todo lo sabe».

Como podemos observar, estas caracterizaciones proporcionan a Cervantes cierta identidad fabulosa, en palabras de José Manuel Lucía, “un mito con mil caras, incluso mil representaciones”, “un mito que todavía tiene mucho que enseñarnos”. Ahora bien, él tenía muy claro quién era, tal y como se describe en la aprobación a la segunda parte del Quijote, firmada por el licenciado Márquez Torres, un “viejo, soldado, hidalgo y pobre” (Lucía 2016).

Rocío Díaz Moreno.

 

Cómo citar esta entrada:

Díaz Moreno, Rocío (2019): “Viejo, soldado, hidalgo y pobre o genio, príncipe y conquistador”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/10/15/viejo-soldado-hidalgo-y-pobre-o-genio-principe-y-conquistador/.

 

Bibliografía:

Correo de los ciegos de Madrid. Disponible en Hemeroteca Digital http://www.bne.es/es/Catalogos/HemerotecaDigital/

Fuentes, J. F. y Fernández, J. (1998), Historia del periodismo español, Editorial Síntesis, Madrid.

Lucía Megías, J. M. (2016), Prólogo de la exposición Cervantes en la BNE, Biblioteca Nacional de España, Madrid.

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. http://www.rae.es [10 de octubre de 2019]

En el paraje que llaman…

El registro de parajes (cerros, huertas, praderas, dehesas…), es uno de los puntos más valiosos de la documentación que se conserva en los fondos históricos de los archivos. De su estudio, desde un punto de vista filológico, ya trató nuestra colega Belén Almeida, con la colaboración de Jairo J. García Sánchez (Universidad de Alcalá), en este post.  Aunque se pueden ver numerosos ejemplos en el corpus en línea CODEA, en esta ocasión vamos a tratar algunos de los topónimos menores encontrados en la documentación de la Comunidad de Madrid anterior al siglo XX, reunida en nuestro proyecto ALDICAM-CM, que toca a su fin después de reunir más de 800 documentos procedentes de toda la región.

Muchos son los tipos documentales que contienen referencias a los parajes; importante es su presencia en los protocolos notariales, donde se ven testamentos, cartas de venta y trueque e inventarios de bienes que tienen en común citar posesiones, muchas de ellas tierras con su correspondiente cultivo, indispensables para el sostén económico de las familias. En las hijuelas entre herederos, por ejemplo, se hacen divisiones pormenorizadas de los terrenos que se dividían para cada beneficiado. Por ejemplo, en el reparto de un vecino de Arganda del Rey, Custodio Sanz (1677), se indica que uno de sus hijos, Manuel Sanz, recibirá “doscientas y sesenta y tres cepas en el Guijar, camino de Madrid, linde de otras dos suertes de allí tienen Custodio y Isabel Sanz, a dos reales y medio cada cepa, montan seiscientos y cincuenta y siete reales”. Llamamos la atención sobre El Guijar, topónimo menor que todavía se conoce en Arganda del Rey, en el que se ubica una urbanización y un polígono industrial.

Sin embargo, no solamente encontramos referencias a estos terrenos en las menciones a los bienes raíces de los documentos notariales; también en numerosos papeles de correspondencia a los ayuntamientos por un motivo u otro. No falta la mención, a veces detallada y sorprendente, en la documentación de justicia criminal, ya que esa información es totalmente pertinente para la investigación. Por ejemplo, un auto por haber coaccionado a un anciano de El Escorial (786, de 1708), indica que el suceso tuvo lugar en la llamada “Dehesa del Quejigar”.

Algunas menciones son ya de los siglos XVI y XVII; en Alcorcón, en 1590 (487), tenemos un inventario de bienes de Catalina de Pontes, que poseía “una tierra al Cerrillo”, “a Baldecasillas” o “a las Guindadillas”, donde se indica que había trabajo agrícola. En Carabaña (774, 1631), nos encontramos con cultivos ubicados en “los Morales”, las Estebas”, el Mermejo” y “El Cañal”. Curiosamente, esta última aparece como una finca rústica en esta localidad en un vistazo por Internet. Resultan especialmente llamativas aquellas que hoy en día forman parte del territorio urbanizado, como el citado caso de El Guijar, polígono y urbanización en Arganda del Rey. En Hoyo de Manzanares, en la Sierra Oeste, es hoy en día conocido el parque arqueológico de la Cabilda, que aparece en un inventario de bienes del año 1706: “la zerca que llaman de la Cavilda, que es de el conzexo d´esta villa”. Otros topónimos menores que se ven en la documentación de esta localidad son “Las Viñas” y “La Salmerona”, que hoy han pasado a ser nombres de calles. En este lugar, además, encontramos el testamento de un guarda de los bosques de El Pardo, en el que él mismo cita que vive en una finca llamada “El Ximio” (ALDICAM 806, 1706); con este nombre aparece en una cédula de Felipe II y se sabe que pasó posteriormente a llamarse como hacienda “Casablanca”[1], ya en el siglo XIX.

Es curioso el caso de un documento del Archivo Municipal de Leganés de 1602, que establece el acuerdo de guarda de las huertas llamadas “de Butaraque”, o Butarque, situadas en el término de esta localidad madrileña, donde corría el arroyo del mismo nombre, y ahora ocupadas por el conocido estadio de su equipo de fútbol, el C.D. Leganés[2]. Otro ejemplo viene de una carta escrita en 1775 al ayuntamiento de Colmenar Viejo desde las cercanías de El Pardo. En ella, el emisor avisa de una cacería que tendrá lugar “al arroyo de la Moraleja y todas sus imediaciones” (ALDICAM 648); este nombre se ha conservado en una urbanización que se construyó en esta misma zona. Y no menos llamativo será para cualquier habitante de Alcalá de Henares el conocer un anuncio que ofrece el puesto de guarda en el llamado “Paseo del Chorrillo” (ALDICAM 750, 1863), por entonces a las afueras de la ciudad, junto al antiguo cementerio, pero convertido en barrio a partir de los años 60.

Sin embargo, también quedan algunos espacios naturales que no han sido urbanizados; por ejemplo, en Buitrago del Lozoya, en la Sierra Norte, una carta de mediados del siglo XIX (ALDICAM 843, 1816) habla de la roturación de “las Gariñas”, un territorio que hoy en día es una ruta senderista en plena naturaleza. O el bosque de La Herrería, de El Escorial, mencionado en documentos de este localidad del siglo XVIII.

Los nombres propios de parajes o topónimos menores son extremadamente interesantes en el ámbito de estudio de la onomástica. Al igual que en los topónimos mayores, la presencia de cierta vegetación motiva la creación de muchas de estas denominaciones (fitotopónimos); por ejemplo, el quejigo, un árbol semejante a la encina, determina la dehesa del Quejigar de El Escorial (1708), ya que el bosque con mayoría de estos árboles se llama quejigar; también ha sido el motivo de Navalquejigo, municipio muy cercano, precisamente, a El Escorial. Otros fitotopónimos son Alto del Enebrillo y los Alamillos en Colmenar Viejo (ALDICAM 646, 775), así como la Inojosa en Torrejón de Ardoz (ALDICAM 653, 1862). Por último, no olvidemos el Cañal en Carabaña (ALDICAM 774, 1631), junto al muy parecido paraje conocido como las Cañas en Camarma de Esteruelas (ALDICAM 534, 1754).

El accidente geográfico también es una razón para crear nombres de parajes; llamamos la atención sobre cabeza (‘cumbre, elevación’), presente en Arganda del Rey (ALDICAM 603, 1775): “el paraje que llaman la Cabeza Gorda”. También se encuentra en el topónimo menor “dehesa de las Cabezuelas” de El Escorial (ALDICAM 661, 1688). Por otra parte, tenemos Lomo Quemado, posiblemente referido a la loma, presente en Montejo de la Sierra (ALDICAM 761, 1863). Aunque con menor frecuencia, podemos ver referencias a lugares donde habitan animales, como la “falda de las Zorreras”, en El Escorial (ALDICAM 694, 1763).  

Como ya indicaba Belén Almeida para los parajes encontrados en las cercanías de Brihuega (Guadalajara), estos topónimos menores tienen un frecuente uso del diminutivo, sobre todo en –illo, aunque también en otros como –ejo o –uelo. Lo mismo se puede decir de la documentación madrileña: Madrecillas (Chinchón, 1590), Dehesa del Quemadillo (Hoyo de Manzanares), Prado Segadillo (Garganta de los Montes, 1820), Los Santillos, Redondillo (Montejo de la Sierra, 1863), Ventosilla (Torrejón de Ardoz, 1862), Cabezuelas (El Escorial, 1688). Junto a estos, hay también nombres propios para denominar el paraje, como Pascual Ibáñez (Montejo de la Sierra, 1863). Por último, destacamos la raíz Val, ‘valle’, que no solo forma topónimos mayores en la región de Madrid (Valdeiglesias, Valdelaguna), sino también menores, que encontramos en el corpus con ejemplos como Valdemaría, Valdecarros y Valdelospozos en Arganda del Rey (ALDICAM 313, 1677).

En este tipo de documentación hay muchos topónimos menores referidos a caminos; algunos apuntan claramente a su ubicación, normalmente la dirección, pero otros tienen otro tipo de denominación; así, en un apeo de Torrejón de Ardoz, camino de Paracuellos o camino de Daganzo de Arriba, localidades cercanas, pero también camino de Inojosa o el camino de la Huelga. 

Esta explicación podría hacerse mucho más extensa y detallada, pero no es en este caso nuestro fin. Como se ha podido ver, la fuente de la documentación es casi inagotable, ya  que la delimitación de terrenos ha sido una prioridad en la vida económica por un motivo u otro, y han quedado así plasmados nombres que circulaban en el habla de los habitantes. Por otro lado, contamos con la ventaja de su antigüedad, ya que se nos muestra muy a menudo una realidad diferente a la actual, como sucede con los terrenos que fueron arroyos, dehesas o fincas rústicas y ahora están urbanizados, con o sin su nombre original. Hay que indicar, además, que en el ámbito de la toponimia se ha insistido en la necesidad de estudiar con más profundidad la zona de la Comunidad de Madrid (García Sánchez: 267). Es nuestro deseo que con el proyecto ALDICAM-CM se pueda aportar al menos un “granito de arena” a esta parcela de investigación.

Delfina Vázquez.

Imagen: Sierra de Guadarrama. Pixabay.

Cómo citar esta entrada:

Vázquez Balonga, Delfina (2019): “En el paraje que llaman…”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/07/03/en-el-paraje-que-llaman/.

Para saber más:

García Sánchez, J. J. (2010): “En torno a la toponimia madrileña”, en M. D. Gordón Peral (coord.), Toponimia en España. Estado actual y perspectivas de investigación. Madrid: De Gruyter, pp. 259-268.

[1] Antonio Tenorio, «La finca Casablanca en Hoyo de Manzanares». <https:// elponderal.wordpress.com /nuestras publicaciones/lafinca casablanca de hoyo de manzanares/>

[2] Nuestra Señora de Butarque, patrona de Leganés, es venerada en una ermita ubicada en la zona.

La tasación de Nardi

Hoy en día se concede a Angelo Nardi (Vaglia, 1584-Madrid, 1664) el reconocimiento de ser uno de los pintores más importantes del Barroco español e italiano; sin embargo, a la sombra de figuras como Velázquez, Zurbarán o su compatriota Vicente Carducho, ha quedado como un desconocido para el gran público. En la ciudad en la que resido, Alcalá de Henares, Angelo Nardi hizo, entre 1619 y 1620 una de sus obras más notables, la serie de pinturas que decoran el Monasterio de las Bernardas por encargo del entonces arzobispo de Toledo, Bernardo de Sandoval y Rojas.

Aunque nació en la localidad toscana de Vaglia y se formó como artista en su país natal, el italiano Nardi desarrolló una excelente carrera en España, sobre todo en Madrid, y se ocupó, como pintor prestigioso, de algunas tasaciones de obras de arte. De un testimonio de esa faceta de Nardi nos ocupamos en la entrada de esta semana. Se trata de un documento conservado en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid (AHPM), con signatura 6930, 268r-270r, fecha en Madrid a 18 de abril de 1640. El pintor se ocupó de la valoración e inventario de las pinturas y esculturas que dejó a su muerte el fiscal Juan Ruiz Laguna. Llamamos la atención sobre la costumbre de tasar los bienes de los difuntos, lo que se denomina “inventario post-mortem”, recurso muy habitual para solucionar las herencias, desde las más humildes hasta las más ricas. Cuando el legado llevaba consigo pinturas  de valor, se contrataba a un pintor; un caso parecido, también en el siglo XVII en Madrid, se puede ver en el corpus CODEA, con el documento 1511, inventario de bienes del licenciado Gabriel de Espinosa, en el que se indica que la tasación de las pinturas fue encargada a “Gabriel de Fontecha, maestro pintor, que vive en la calle de las Carretas”.

Este inventario y tasación de 1640 nos muestra lo que podía ser una colección particular típica en una vivienda acomodada del Madrid de los Austrias. En primer lugar, destacan las escenas con un gran protagonismo de Jesucristo, como “un Cristo con tres ángeles”, “Otro lienço de Cristo con las monedas en que fue vendido”, o bien “Otro lienço del Nacimento”, que suponemos que sería una escena de la Natividad. Asimismo, aparecen santos, como “San Gerónimo”, “San Sebastián” y “San Isidro”; de este último se espera ver imágenes, pues ya era el patrón de Madrid, incluso antes de ser oficialmente canonizado, en 1622[1]. También hay inspiración en el Antiguo Testamento, como “el sacrificio de Abrahán” y lo que llama el escribano “Un David pequeño”, además de “Un lienço de Labán con la muxer a caballo”. Al tema religioso hay que añadir representaciones marianas, como “Nuestra Señora” o lo que describe como “Encarnación de Florencia”, junto a otras figuras del Evangelio, como María Magdalena, la Verónica, la Samaritana y San Juan. No faltan los temas profanos y mitológicos (“dos sivilas”, “unas diosas” y “Una pintura de Plutón”), la naturaleza (“Un lienço de unos peces pequeños”, “Un lienço frutero”) y retratos de personas como el Duque de Feria. En la tasación se apreció, por cierto, un cuadro de un famoso pintor: “Un cuadro de la Madalena que dicen que es de Ticiano”.

Además de los temas preferidos de la pintura y esculturas de las casas de la época, resulta de interés ver el vocabulario artístico que se refleja en el texto. Para muchos lectores actuales puede extrañar el empleo de país como ‘paisaje’: “Cuatro países”. En el diccionario de Autoridades (1737) se recoge así: “Significa también la pintura donde están pintados, Villas, Lugares fortalezas, casas de campo y campañas”. Otro término habitual en la época es frutero como obra artística: “Es el quadro ò lienzo que se pinta de diversas frutas; y asimismo se llaman frutéros los canastillos de frutas fingidas” (Autoridades 1732). Quizá por ser un inventario no solo de cuadros, sino también de figuras o hechuras, el escribano se ve obligado a describir la pintura como “lienço frutero”. El marco es llamado moldura: “Dos fruteros con sus molduras doradas”. Otro tipo de pintura es la iluminación: “Una iluminación con su moldura”; Autoridades (1734)  la recoge como “Cierta especie de pintura al temple, que de ordinario se ejecuta en vitelas ò papel terso”. No podemos pasar por alto una obra que, como en otras ocasiones, no se menciona con su formato, sino directamente lo que representa; en este caso, es “Una muxer xerolífico”. Aunque en la lengua moderna jeroglífico se asocia, sobre todo, al Antiguo Egipto, en el diccionario de la Academia de 1780 es, simplemente, una representación simbólica, “como la palma lo es de la victoria y la paloma del candor del ánimo”. Quizá se trataba, entonces, de una alegoría de alguna virtud o concepto.

Como se puede ver, estos documentos, muchas veces escondidos y olvidados en los archivos de protocolos, son una gran oportunidad para investigar sobre la pintura del pasado, la intervención de los artistas y los gustos estéticos, pero también, cómo no, para conocer mejor la lengua de su tiempo.

Delfina Vázquez Balonga

Imagen: Angelo Nardi, «Inmaculada Concepción». Alcalá de Henares, Monasterio de las Bernardas. Fotografía de Joaquín Vázquez.

Cómo citar esta entrada:

Vázquez Balonga, Delfina (2019): “La tasación de Nardi”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/05/15/la-tasacion-de-nardi/.

 

Para saber más:

Autoridades = Real Academia de la Lengua Española (1726-1739): Diccionario de Autoridades. Disponible en Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español: <http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1996 >

Portús Pérez, J. (1998): La intervención de Lope de Vega y de Gómez de Mora en las fiestas de la canonización de San Isidro, Villa de Madrid, Año XXVI, n’^ 95, 1988, pp. 30-41.

[1] La canonización dio lugar a grandes celebraciones, como explica Portús (1988).

Un desahucio en 1733

El trabajo directo en los archivos permite recuperar documentos que contienen información valiosa sobre la lengua del pasado, lo que, tal y como pensamos nosotros, resulta imprescindible para entender la de ahora. En el Grupo de Investigación de “Textos para la Historia del Español” de la Universidad de Alcalá (GITHE) llevamos a cabo desde hace más de 20  años una indagación en archivos de diferentes provincias españolas peninsulares para seleccionar y, luego, transcribir, piezas desde los inicios de la escritura romance (s. XII) al s. XIX. De este modo, hemos contruido el corpus CODEA, que continúa incrementándose día a día. En una escala regional, de manera que sea posible tener una visión más cercana, trabajamos desde 2016 en el examen de fondos documentales de la Comunidad de Madrid. Es este el proyecto ALDICAM (Atlas Lingüístico Diacrónico e Interactivo de la Comunidad de Madrid). Hasta ahora se han transcrito más de 800 documentos tanto de la capital como de otras 59 localidades. Ello permitirá, o así lo esperamos, conocer mejor la evolución del lengua de esta Comunidad a lo largo del tiempo. Pero con ser este el interés principal del proyecto, no podemos ignorar la valiosa información que estas piezas nos proporcionan sobre la vida de los pueblos y su cotidianidad: los trabajos del campo, el carboneo, la recogida y transporte de leña, la ganadería y los animales domésticos, la vivienda, el vestido, las costumbres, las creencias, y, también, cómo no robos, peleas y otros actos violentos.

Una de las últimas localidades en la que hemos indagado ha sido Loeches. Sus fondos municipales se encuentran en depósito, como los de otras poblaciones de la provincia, en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid. El interés de sus materiales es notable por la gran variedad de temas. Solo en una caja, la 96008, se encuentran escritos sobre la vendimia por manos ajenas, el robo de los “zerdos pequeños de leche”, una ordenanza sobre el pan, o sobre la carnicería, o sobre los efectos de la irrupción de la justicia en la casa de un pobre hombre que estaba siendo purgado y “se le arrebató la purga a la cabeza de manera que se puso demente”, y “a resurtas” se armó un gran “arboroto”, sin que falten las críticas de unos padres al maestro (1762).

Nos ha llamado la atención un documento de 1733 (nº 35 de la citada caja) por el que se ordena el desalojo inmediato de una vivenda en esta localidad. Pero mejor dejemos hablar a los protagonistas de esta historia con sus propias palabras:

Auto. Notifiqué a don Pedro Salzedo que, dentro de dos oras de como se le iziesse notorio este auto, desucupe la cassa en que bibe, propia de María Notario, y ponga las llabes de ella en poder de su merced dentro de el mismo término. Y de lo contrario haciendo, su  merced, con la gente necesaria, pasará a despojarle de dicha cassa y a castigarle por inobediente a lo que aya lugar en derecho.

Lo mandó el señor Juan Díaz de Yela, alcalde ordinario por el estado general de esta villa de Lueches. En ella, a cuatro días de el mes de julio, año de mil setecientos y treinta y tres. Y lo firmó.

Juan Díaz de Yela.

Ante mí, | Francisco de Ita.

[margen: En la dicha villa de Lueches, en dicho día, mes y año, | yo el escrivano notifiqué el auto antecedente a don | Pedro Salzedo, vecino de esta villa, en su perso|na, siendo como a ora de las seis dela tarde, | de que doy fee. Ita].

Como indica la acotación situada en el margen izquierdo, el texto es un auto[1], que el DLE define como “resolución judicial motivada que decide cuestiones secundarias, previas, incidentales o de ejecución, para las que no se requiere sentencia”. En este caso, se trata, efectivamente, de una resolución ejecutiva por la que se emplaza al vecino de Loeches, Pedro Salzedo, para que abandone la casa en la que vive, propiedad de María Notario.

El auto nos permite conocer algunos aspectos de la impartición de justicia en Loeches en el s. XVIII. La autoridad de la que emana la orden contenida en el auto es el alcalde ordinario. Según el citado artículo (v. nota 1), los alcaldes ordinarios “ya fuesen de designación señorial o municipal, eran los tribunales ordinarios de primera instancia allá donde no hubiese sido instaurado un tribunal a cargo de un alcalde mayor o corregidor”. En este caso, representaba al estado llano, llamado también “tercer estado”, y correspondía a los que en la tradición medieval eran llamados pecheros, es decir, los vecinos que soportaban sobre sus espaldas toda la carga fiscal en el Antiguo Régimen, y que estaba constituido por aquellos que no tenían exenciones fiscales, por no ser nobles, ni siquiera hidalgos, que era el grado más bajo del estamento nobiliario.

En el procedimiento legal es el “alcalde ordinario” o juez Juan Díaz de Yela el que da la orden al escribano, Francisco de Hita para que notifique el mandamiento judicial a Pedro Salcedo. El escribano mismo escribe de su puño y letra el auto y la diligencia de cumplimiento, es decir, la nota por la que asegura haber ejecutado la orden. El escribano se refiere al juez con el título, habitual todavía en el s. XVIII de su merced, y utiliza los recursos formales que se esperan en un escrito de esta naturaleza, es decir, se presenta “en forma (de derecho)”, lo que contribuye a certificar su validez, así como las firmas del propio Francisco de Hita o Ita y de Juan Díaz, que son los elementos principales de validación. A ello se añade el que la “materia escriptoria”, es decir, la hoja de papel que sirve de soporte a la escritura esté timbrada con el “sello cuarto” de ese mismo año de 1733, con valor de veinte maravedís.

Hay que notar que el escribano tiene una letra que puede parecernos irregular, en contraste con la de otros de su oficio que ejercen por la misma época, que utilizan unos preciosos trazos itálicos de pequeño formato. El dominio de una letra armónica se asocia a pericia profesional, aunque no necesariamente es indicio de buen dominio del oficio. De cualquier modo, en esta profesión, como en cualquier otra, no todos eran igual de competentes. No es forma del todo vulgar en esta época desucupe, aunque los más cultos escriben desocupe. La variante aquí consignada se explica fácilmente por la influencia que la [u] tónica de la sílaba que sigue ejerce sobre la átona precedente.

Aunque en el análisis de cualquier texto se ha de poner el acento en lo que aparece expreso en el mismo, aquí podría llamar la atención, por defecto, la palabra deshaucio.  En el NTLLE la primera documentación de desahuciar que encontramos corresponde al Diccionario de la RAE de 1732, solo un año anterior a nuestro auto. Los sentidos que señala a la palabra son “quitar toda esperanza de vida, determinar no hallar la medicina esperanza de salud en el enfermo” y “despedir el ganado de la dehesa donde pastaba, por haverse cumplido el término del arrendamiento”. Desde esta acepción pudo pasarse a la de “dicho de un un dueño o de un arrendador, despedir al inquilino o arrendatario mediante una acción legal” (DLE). Es el Diccionario académico usual de 1791 (en NTLLE) el primero que hemos encontrado en el que se incluya el sentido moderno (“despedir al inquilino o arrendador para que cumpla su arrendamiento”[2]). Pero, ¿de donde procede esta voz? El DCECH de Corominas y Pascual explica esta palabra a partir de la voz antigua hucia, evolución, a su vez, de fiuzia (cf. it. fiducia ‘confianza’), palabra corriente en la Edad Media, y que deriva de de fedem. De manera que desahuciar es el resultado de perder la fe o la confianza en alguien, en este caso, en que vaya a pagar la renta.

Ignoramos si Pedro Salcedo desucupó la casa de María Notario en las dos horas a que lo emplazaba el auto de “su merced” el juez Díaz de Yela, así como las circunstancias que motivaron esta diligencia judicial. Hoy, tras los deshaucios se esconden penosas circunstancias personales, pero, de momento, no hemos encontrados más piezas de este proceso ocurrido en 1733. Con todo, basta buscar en Google para saber que los Salcedo son una familia arraigada desde antiguo en Loeches. Los documentos, son, pues, una fuente de información impagable sobre la vida cotidiana de antaño.

Pero hemos hablado hasta aquí como si los lectores -caso de haberlos- hubieran visitado es villa madrileña: Loeches se encuentra en el sureste de la Comunidad de Madrid. Para lo que ahora importa, en el camino de Alcalá de Henares a Arganda del Rey. Aquí el topónimo aparece de la manera todavía corriente en el s. XVIII, Lueches[3], suponemos que pronunciada Lu-é-ches y no Lué-ches, forma la primera fácilmente explicable por la reareza en español de la secuencia [oe]. En la página web del ayuntamiento se ofrecen algunos datos sobre la historia de Lueches, y, para lo que aquí se rastrea importa retener que hasta la abolición de los señoríos en el s. XIX perteneció a los herederos del Conde Duque de Olivares. Pocos hechos podían condicionar más la vida de un pueblo como pertener a Don Gaspar de Guzmán. Pero esto es ya otra historia. Y para conocerla, nada mejor que acercarse a esta noble villa. Seguro que los lectores no se arrepienten.

Pedro Sánchez-Prieto Borja.

Imagen: Fotografía del documento del desahucio (ARCM 96008, 35). 

Cómo citar esta entrada:

Sánchez-Prieto Borja, Pedro (2019): “Un desahucio en 1733”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/04/03/un-desahucio-en-1733/.

Referencias:

DCECH = Corominas, J. y J. A. Pascual (1980-1991). Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico. Madrid: Gredos.

DLE = Real Academia Española de la Lengua: Diccionario de la Lengua Española. <http://dle.rae.es/?w=diccionario>.

NTLLE = Real Academia Española de la Lengua: Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española.<http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico&gt;

[1] Sobre el funcionamiento de la justicia en el Antiguo Régimen, aunque en concreto para los ss. XVI-XVIII, pero válido, en general, para el XVIII, veáse el artículo de Pedro Luís Lorenzo Cadarso, “Los tribunales castellanos en los siglos XVI y XVII: un acercamiento diplomático”, Revista General de Información y Documentación, Vol. 8. n. 1. (1998), pp. 141-169.

<https://revistas.ucm.es/index.php/RGID/article/download/RGID9898120141A/10810&gt;

[2] No resulta claro el sentido de “para que cumpla su arrendamiento”.

[3] Sobre la etimología preferimos, al menos por ahora, no conjeturar. Nuestro objetivo es presentar solo datos fidedignos.

La muñequilla para los ojos

A veces, la providencia favorece a los documentos y estos se conservan, no solo los más solemnes, sino también aquellos que deberían haber perecido antes que cualquier otro. Nos referimos a las notas, apuntes, recetas, esos papeles hechos para un uso breve y práctico, a menudo de presentación descuidada. Por diferentes motivos, algunos aparecen en carpetas de los fondos archivísticos y gracias a a ellos conseguimos información sobre la época y la lengua de uso. Uno de estos casos es el de la testamentaría de la condesa de Lemos, que se conserva en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid[1]. Estos papeles nos invitan a conocer la vida cotidiana de Rosa María de Castro y Centurión (1691-1770), condesa de Lemos y marquesa consorte de Aitona, a través de su correspondencia personal, donativos, cuentas y, como dato más curioso, recetas de remedios para sus problemas de salud. Incluso hemos podido fotografiar y transcribir una receta para elaborar chocolate “a la taza”, una pequeña joya de la que hablamos en esta entrada (Chocolate y chocolateros) y en este breve artículo titulado “Chocolate con la condesa”.

Una de las recetas que conservamos en el corpus ALDICAM (0453)[2] lleva como título “Modo de hazer la muñequilla para los ojos”. Ya la primera palabra principal llama la atención del lector. Según el DLE, muñequilla es “Pieza de trapo para barnizar y estarcir”. Si bien la receta nos habla de un trapo, no es este el uso que se da. Si descartamos la forma en diminutivo lexicalizada (muñequilla) y acudimos de nuevo al DLE a la voz muñeca, se encuentra el significado adecuado: “Pieza pequeña de trapo que, atada con un hilo por las puntas, encierra algún ingrediente o una sustancia medicinal que no se debe mezclar con el líquido en que se cuece o empapa”. En Autoridades (1734) hallamos una acepción aproximada: “Se llama tambien un envoltorio de trapo, con algún ingrediente o medicina, que se mete en los cocimientos para que les dé virtúd”. Por lo tanto, esta especie de compresa o paño se aplicaría con un uso medicinal.

¿Qué ingredientes son los empleados para esta muñequilla? En el texto se explica de esta manera: “Se coge una poca de zabila gorda”. Tras un proceso complejo para lo que llaman “desflemar”, se añaden otros componentes: “Se coge una parte de cardenillo y dos de azúcar candi, y molido muy bien cada cosa separada, se cierte por un lienzo delgado”. Todos estos elementos formarán parte del remedio: “Luego se toma otro lienzo que haya serbido a hombre, y se pone en él un pedazito de zabila y se le echa un polbo de azúcar y otro de cardenillo, y sobre esto se ban poniendo otras capas de zabila y polbos, cuantas sean necesarias ha que salgan algunas muñequillas del tamaño de una nuez, las cuales se echan en un vidrio con agua de la tinaxa para que se mantegan frescas”. Finalmente se anota: “El modo de  usarlas es darse con la muñequilla mojada en los ojos sin calentar el agua”.

Los componentes principales de la muñeca son, por lo tanto, la zabila, el cardenillo y el azúcar candi. La primera de la que se habla, la zabila o zábila, es el nombre del también conocido por áloe, algo reconocido ya en el último volumen de Autoridades (1739): “Hierba especie de siempreviva, cuyo zumo es muy crasso, y amargo, llamado en Castilla Acibar, y en las Boticas Aloe: echa las hojas gruessas, anchas, y algo encarovadas, y à los lados ciertas espinas cortas. La raíz es larga, gruessa, y sola. Toda la planta echa de si un olor fuerte, y fastidioso. Suelen tenerla en los jardines, y casas en tiestos, porque es mui medicinal”. Del sabor del acíbar se hace eco también: “El zumo que se saca de las pencas de la hierba llamada Zábila (…)”; “Metafóricamente y por comparación se dice lo que es mui amargo, y assí de ordinario decimos para expressar que una cosa es mui amarga, que es como un acíbar”. Incluso se refiere a la amargura psiciológica: “vale también sinsabór, disgusto y desazón, que vuelve los gustos en amargúras”. El nombre de la planta, zabila / zábila, proviene según el DCECH del árabe occidental şabbâra, pronunciado vulgarmente şábbira en España, derivado de şábir ‘acíbar’, documentado ya en el glosario de Palencia (1490).  Por cierto, Esteban de Terreros (1788), además de reconocer que la zabila tiene por otro nombre áloe, añade el de babosa. Según el Dioscórides (1555), el áloe tenía propiedades curativas para los ojos:  “cicatriza las membranas del lacrimal”.

Por su parte, otro de los ingredientes, el cardenillo, se trata de un compuesto derivado del cobre: “El hollín del cobre, que se cría en las minas y se llama natural, y otro se hace con artificio, echando el cobre en vinagre ò la casca medio acéda” (Autoridades 1729). Como el áloe, el Dioscórides (1555) dice que se puede emplear para los males oculares ya que, entre otros fines, “aprieta, calienta, corrige y adelgaza las señales que deforman los ojos, mueve lágrimas, ataja las llagas que van paciendo la carne”. Algo seguramente deseado para la aplicación en los ojos de la receta. El nombre le proviene del color cárdeno, aplicado normalmente al morado, pero en este caso, un verde azulado que se produce por la reacción química del cobre. El adjetivo cárdeno, además, viene del latín CARDINUS, ‘azulado’, derivado de CARDUS ‘cardo’ (DCECH).

Para terminar, citamos otro de los componentes del remedio, el azúcar candi. Este llamativo nombre aparece en los diccionarios del siglo XVIII como cande y se aplica al azúcar blanco. Por ejemplo, Terreros (1788): “Cande. adj. de una term. Es lo mismo que blanco, y especialmente se aplica á el azúcar. Viene del latín Candens.”. Hoy en día se ha apuntado origen árabe, el clásico qándi (DCECH). Al contrario que otros arabismos solo conservados en castellano y portugués, candi está presente en otras lenguas europeas, como el catalán (candi), el italiano (zucchero di candia, candi) y el francés (candi). Precisamente esta lengua viene la conocida voz inglesa candy ‘caramelo, golosina’ (Online Etymology Dictionary).

No sabemos si las muñequillas fueron muy efectivas para los ojos de la condesa de Lemos. La receta, aunque breve, nos muestra con claridad los conocimientos farmacéuticos de la época, a la vez que confirma la variedad etimológica de las voces de la farmacopea en castellano, de origen árabe, latino y procesos derivativos como el diminutivo, entre otros.

Para saber más del vocabulario de la farmacia, puedes leer la entrada “Cuando en las farmacias había sangre de dragón” de este mismo blog.

Delfina Vázquez.

Imagen: Pixabay

Cómo citar esta entrada:

Vázquez Balonga, Delfina (2019): “La muñequilla para los ojos”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://textorblog.wordpress.com/2019/02/26/la-munequilla-para-los-ojos/.

 

Referencias bibliográficas:

– Autoridades = Real Academia de la Lengua Española (1726-1739): Diccionario de Autoridades. Disponible en Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español: <http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1996 >

– DCECH = Corominas, Joan y Juan Antonio Pascual (1980): Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico. Madrid: Gredos.

– Dioscórides Interactivo. http://dioscorides.usal.es/

– DLE= Diccionario de la Lengua Española.

Disponible en < http://dle.rae.es/?id=DgIqVCc

– Online Etymology Dictionary < https://www.etymonline.com&gt;

– Terreros y Pando, Esteban de (1786-1788): Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes. Disponible en Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español (NTLLE): <http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1996 >

[1] http://www.madrid.org/archivos/index.php/quienes-somos/conocenos/archivo-regional

[2] Más información sobre el proyecto «ALDICAM-CM» de la Comunidad de Madrid en <https://aldicam.blogspot.com/&gt;

Paisajes del pasado (III). La coqueluche

En el querido barrio de Malasaña, junto a negocios de última moda, conviven reliquias históricas del viejo Madrid. No solo de la ciudad institucional, sino también de la que conformaba la vida de un barrio popular. Testimonio de aquella época se ha conservado uno de los tesoros de lo que se ha llamado la “azulejería urbana”, que floreció en la primera mitad del siglo XX en la capital, tanto que ha dado lugar a rutas para contemplar las obras mejor conservadas, como contaba este artículo del diario El País. 

En concreto, nos referimos a los azulejos de la antigua huevería, llamada así actualmente como restaurante, y, justo a su lado, los “Laboratorios Juanse”, habitados por una cafetería. Ambos trabajos de decoración están hechos por el artista Enrique Guijo en los años 20. En esta entrada vamos a comentar una parte de los que corresponden a la farmacia Juanse, un edificio adornado con azulejos dedicados a sus remedios más famosos: el Diarretil (Sí, contra la diarrea) o el Té Purgante Pelletier (“Se toma con placer”). Uno de los anuncios nos ha llamado la atención es el del Jarabe Balsámico Juanse.

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En el cartel se puede ver una escena de hogar, en la que un caballero enfermo es atendido por su esposa, que le pone algo del jarabe en una cuchara. Delante de ellos, un hombre de espaldas al espectador parece señalar las propiedades del medicamento: “Jarabe balsámico Juanse. Para combatir bronquitis, asma, catarros descuidados, coqueluche, grippe, toses pertinaces, principio tisis, etc.”

Si bien podemos identificar la mayorías de los males de garganta que se mencionan, menos usual es el término coqueluche. La consulta al DLE nos da la respuesta: “Med. tosferina”. Para hallar la definición de esta enfermedad, deberíamos ir a la voz que nos remite el diccionario. Para coqueluche, no hay marca geográfica ni temporal (como podría ser desus.), pero lo cierto es que no se emplea hoy en día en el castellano peninsular. Su primera aparición, además, es 1853, en Domínguez, que recurrió al mismo procedimiento que el DLE en su edición más actual: remitir a tosferina, en este caso, todavía separada como tos ferina. Lo mismo hace Zerolo en 1895. Por lo tanto, parece que el ámbito de la Medicina española siempre se prefirió tos ferina, término que viene del latín FERINUS, “perteneciente o relativo a la fiera” (DLE), debido a lo grave de la tos de los afectados por esta enfermedad.

Cuando acudimos al CORDE, podemos observar que la voz coqueluche sí fue empleada, incluso por especialistas, en la primera mitad del siglo XX. Así, el prestigioso médico Salvador Albasanz Echevarría escribe en 1912: “Los estados agudos, bronquitis, pulmonías y broncopneumonías, enfisema, asma, dilataciones bronquiales, coqueluche y los procesos tuberculosos”. Hasta el doctor Gregorio Marañón empleó el término, como en este texto de 1943, en el que también nos muestra el derivado coqueluchoide: “El parecido de la tos de la coqueluche con las demás toses coqueluchoides (…) puede ser muy grande”. En total, CORDE registra 25 casos de coqueluche, mientras que de tos ferina hay 54 y de tosferina 9, por lo que la frecuencia es mayor. El auge de coqueluche en la primera mitad del siglo XX coincide con sus apariciones en los archivos de la Hemeroteca Digital Hispánica. Por ejemplo, en el periódico El Mentidero de 1917 se anuncia un medicamento llamado “Naveral”, del que se asegura que es “Tratamiento eficaz, inofensivo, cómodo de la tos ferina (coqueluche)”.

Para demostrar la desaparición de coqueluche en el castellano peninsular hoy en día basta con consultar el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA), que recoge el uso de esta voz a partir de los años 70 en Argentina y Bolivia en 10 casos, en contraste con España, donde solo aparece un caso en 1993, pero procedente de Corazón inmóvil, una novela ambientada a principios del siglo XX. Semejante tendencia se ve en el Corpus del Nuevo Diccionario Histórico del Español (CDH).

La voz, por su parte, sigue viva en algunas regiones hispanohablantes muy notables, como el Cono Sur. Del conocido diario argentino Clarín (22/04/2014) hemos extraído un artículo de la sección “Salud” en el que se escribe: “Acerca de la tos convulsa, Pertussis o Coqueluche”. Así también aparece en la página del Ministerio de Salud de Chile en una publicación de 2015: “Coqueluche o tos convulsiva”.

En cuanto a su origen, coqueluche proviene directamente del francés, sin ningún tipo de adaptación gráfica. Según el Dictionnaire Français de Larousse (en línea), puede que provenga del francés medieval coqueluche, ‘capuchón’. El galicismo era un préstamo muy habitual durante todo el siglo XIX y principios del XX, por lo que no es de extrañar que llegara a España por esa vía, aunque finalmente se haya preferido el compuesto con tos (tos ferina o tos convulsiva).

Delfina Vázquez.

Imagen: Delfina Vázquez.

Cómo citar esta entrada:

Vázquez Balonga, Delfina (2019): “Paisajes del pasado (III). La coqueluche”, TextoR. Blog del Grupo de Investigación Textos para la Historia del Español (GITHE). Recuperado de: https://wordpress.com/post/textorblog.wordpress.com/7439

 

Para saber más:

-DLE= Real Academia Española de la Lengua: Diccionario de la Lengua Española. <http:dle.rae.es>

-CDH= Instituto de Investigación Rafael Lapesa de la Real Academia Española (2013): Corpus del Nuevo diccionario histórico (CDH) [en linea]. <http://web.frl.es/CNDHE&gt; [Consulta: 16/01/2019]

-CORDE= REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es&gt; [14/01/2019]

-CREA= REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CREA) [en línea]. Corpus de Referencia del Español Actual. <http://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/crea&gt;

-Domínguez, Ramón Joaquín (1853): Diccionario nacional o gran diccionario clásico de la lengua española (1846-1847). Madrid-París: Establecimiento de Mellado.  Disponible en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española <http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico&gt;

-Zerolo, Elías (1895): Diccionario enciclopédico de la lengua castellana. París: Garnier Hermanos. Disponible en el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico

 

Voces galdosianas. José Izquierdo

Si en la anterior entrada nos ocupamos de la amiga de Fortunata, Mauricia “la Dura”, y su peculiar forma de hablar, en esta ocasión centramos nuestra atención en un personaje no menos interesante, también representante de las clases más humildes de Madrid. José Izquierdo, el tío de Fortunata, es presentado a través de Juanito de una forma que hace fácil ubicarlo en la división social del Madrid de la I República:

un hombre que ha sido de todo: presidiario y revolucionario de barricadas, torero de invierno y tratante en ganado. ¡Ah! ¡José Izquierdo!… te reirías si le vieras y le oyeras hablar.

Desde el punto de vista físico, Izquierdo dista mucho de ser un hombre desagradable, y así lo marca el narrador:

José Izquierdo representaba cincuenta años, y era de arrogante estatura. Pocas veces se ve una cabeza tan hermosa como la suya y una mirada tan noble y varonil. Parecía más bien italiano que español, y no es maravilla que haya sido, en época posterior al setenta y tres, en plena Restauración, el modelo predilecto de nuestros pintores más afamados.

Izquierdo tiene diversos papeles a lo largo de la novela, aunque sin duda su importancia radica en ser la voz que refleja los acontecimientos políticos del momento y el desencanto de gran parte de la población. Aquí hay una pequeña muestra:

¿Pero éstos de ahora?… es la que dice: ni liberales ni repoblicanos, ni na. Mirosté a ese Pi… un mequetrefe. ¿Y Castelar? otro mequetrefe. ¿Y Salmerón? otro mequetrefe. ¿Roque Barcia? mismamente. Luego, si es caso, vendrán a pedir que les ayudemos, ¿pero yo…? No me pienso menear; basta de yeciones. Si se junde la Repóblica que se junda, y si se junde el judío pueblo, que se junda también.

Como indica Caudet (1989: 26), Galdós amplió el protagonismo del personaje en el segundo manuscrito de la novela y es aquí donde, además, le dotó de su llamativa jerga (ibídem: 29). Lo cierto es que, al igual que otros protagonistas de sus obras, Izquierdo tiene maneras de hablar muy identificables; mientras que Mauricia “la Dura” repite Paices boba y el adjetivo peine, José Izquierdo usa la interjección hostia y el enfático re-hostia constantemente. Tiene incluso un término propio, yeción, que no entiende nadie, pero que, según el narrador “expresaba una colisión sangrienta, una marimorena o cosa así”. Sin embargo, esta es solo una de las muchas características de su discurso. En él se ven rasgos del habla madrileña más popular y  vulgarismos extendidos en todo el mundo hispánico. Muchos lectores pueden incluso pensar que Izquierdo es caracterizado como andaluz debido a algunos elementos que se reflejan en el discurso (López 1978). Este es un tema interesante, al que no podemos dedicar mucho, pero en el que nos detendremos brevemente más adelante. Otros rasgos de su lengua son encontrados también en documentación madrileña escrita por personas poco formadas en la escritura recopilada en el corpus ALDICAM[1].

Una constante en el habla de Izquierdo es el cambio de las vocales átonas, un fenómeno general en el castellano, visto en autores cultos y escribanos de los siglos XVII y XVIII, pero que ya en la época de Galdós estaba fuertemente estigmatizado, de ahí que se ponga en boca de personajes rústicos o poco formados. Si bien aparece en otros personajes de la novela, como la criada llamada “Papitos” (lición ‘lección’) y Mauricia “la Dura” (alilao ‘alelado’), son pocos casos, al contrario que en Izquierdo: Repóblica, Dimietria, tiniente, menistro, tiniente, meliciano, pleticó, hamos ‘hemos’, piores, entre otros muchos. En los documentos de mano inhábil de la ciudad de Madrid también se ve esta vacilación de vocales, seguramente como reflejo de sus usos; así, en una carta de súplica de una mujer, enviada a la Real Inclusa hacia 1810, dice “la niña no se muría” (Sánchez-Prieto y Vázquez Balonga 2017). Y en una nota de abandono de un recién nacido, conservada en la Hermandad del Refugio, se dice que sus padres son un matremonio (1839). Igualmente, en el discurso de Izquierdo hay numerosas formas acortadas por confluencia vocálica, como Sabusté ‘sabe usted’, mirosté ‘mire usted’, asté ‘a usted’, parriba ‘para arriba’, además del frecuente pa por para.

Dentro del consonantismo, podemos citar la neutralización de líquidas, como branco ‘blanco’. En la documentación de la Hermandad del Refugio podemos encontrar algunos ejemplos de esta misma pronunciación: Frora ‘Flora’ (1817) o rública ‘rúbrica’ (1839). Hay que destacar también es la metátesis de las líquidas, como en “probete” ‘pobrete’. Esta confusión es muy frecuente en el mundo hispánico; se ve en notas de abandono del siglo XVI (“una probe muger” en 1600, Sánchez-Prieto y Flores Ramírez 2005), y en documentos de la Hermandad del Refugio del siglo XIX.

Al igual que en el habla de Mauricia, en José Izquierdo sobresale la omisión de –d- intervocálica, sobre todo en participios: perdío, seguío, maltrajeao. También se produce la omisión de –ada en las formas femeninas: patá, ná. En cuanto al debilitamiento de –d final, se observa en algunos casos como Sabusté ‘Sabe usted’. Además, hay un caso de pronunciación interdental en Madriz ‘Madrid’. Los dos fenómenos se encuentran en la documentación del proyecto ALDICAM: en una petición de 1833, “tengan la vondá”, y Madriz en una nota de 1741, ambas de la Hermandad del Refugio.

Resulta llamativo el cambio de f- a una velar /x/ en el discurso de Izquierdo, único entre los personajes de Fortunata y Jacinta. El empleo lo hace con el verbo ir en pasado: juimos ‘fuimos’, jui ‘fui’. No parece claro este uso, pero sí quizá relacionado con el siguiente, la pronunciación de jierros para ‘hierros’ y junda ‘hunda’. Sobre esto, no hay que olvidar que en el Madrid de mediados del siglo XIX se representaba a los madrileños populares con rasgos “andaluces” como la pronunciación velarizada de h- (García González 2017:39). Otra variante que incluye Galdós es la omisión de –l final como papé, que también debía ser una forma vulgar, también común con las hablas meridionales.

Como un última mención a las consonantes, destacamos que en Izquierdo se refleja la confusión /b/-/g/ en posición inicial en algunas palabras, como golver por ‘volver’ y güelvete ‘vuélvete’. Es posible que la confusión se viera reforzada por la forma conjugada (vuelve-güelve) ya que es frecuente la variación b-g ante el diptongo –we-, como se ve en los documentos del Refugio (guelto, 371, 1738).

Para el léxico, muchos son los elementos que se podrían destacar en Izquierdo[2]. Podemos citar voces de la jerga callejera, como churumbel ‘niño’, una palabra de origen caló que no aparece en un diccionario hasta Alemany 1917, con la marca de “germanía”. Dejamos las últimas líneas para la interjección de sorpresa pa´ chasco, usada por Izquierdo (“Dicen que les van a traer el Alifonso… ¡Pa´chasco!”), pero también por su sobrina Fortunata. Debía ser una expresión generalizada en el habla vulgar madrileña, ya que en la novela Maximiliano intenta que Fortunata deje de usarla:  “Repetir en cada instante pa´ chasco es costumbre ordinaria”. El testimonio de la expresión en boca de personajes de sainetes madrileños como La Revoltosa, de José López Silva (1897), parece confirmar su uso en esta esfera social (CORDE)[3]. En cuanto a hostia, en el diccionario de la Academia se recoge como ‘golpe’ e interjección por primera vez en 1984. Sin embargo, debía existir ya, al menos en el habla vulgar, lo que retrasó su incorporación a la lexicografía.

La influencia de las hablas andaluzas en un madrileño como Izquierdo es marcada por el propio Galdós en Fortunata y Jacinta (López 1978):

este modo de hablar de la tierra ha nacido en Madrid de una mixtura entre el dejo andaluz, puesto de moda entre los soldados, y el dejo aragonés, que se asimilan todos los que quieren darse aires varoniles.

Asimismo, los gitanismos llegaron al habla madrileña popular ya desde temprano, ya que están presentes en obras costumbristas desde Ramón de la Cruz (García González 2017:39). Por lo tanto, el personaje de José Izquierdo es caracterizado cuidadosamente con elementos lingüísticos del madrileño popular, pero también de origen andaluz y caló, debido a la influencia que estos tenían en determinados círculos como los toros, la venta de ganado y las milicias, en los que Izquierdo se había movido. Su habla, de esta forma, se alejaría más todavía de la que se representa en las clases altas.

Delfina Vázquez.

  • Imagen: Daniel Perea, «El Rastro de Madrid». Publicado en «El Museo Universal» (1859) (Detalle). Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Art_works_by_Daniel_Perea

 

 

Para saber más:

  • Caudet Roca, Francisco (1989): “José Izquierdo y el Cuarto Estado en Fortunata y Jacinta”, en Actas del Tercer Congreso de Estudios Galdosianos, 2, pp. 25-29. Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria.
  • CORDE= RAE: Corpus Diacrónico del Español. http://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde
  • DLE = RAE: Diccionario de la Lengua Española. <http: //www.rae.es>
  • García González, Javier (2017): “El elemento gitano en el habla de Madrid”, en José María Santos Rovira (ed.), Variación lingüística e identidad en el mundo hispanohablante. Lugo: Axac, pp. 31-54.
  • López, Joseph (1978): “Deformaciones populacheras en el discurso galdosiano”, en Anales galdosianos, año XIII. <http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/anales-galdosianos–22/html/02551672-82b2-11df-acc7-002185ce6064_55.html#I_37_ >
  • Pérez Galdós, Benito (1885-1886): Fortunata y Jacinta. Edición de Domingo Ynduráin, 1993. Madrid: Turner.
  • Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga, Delfina (2017): “Hacia un corpus de beneficencia en Madrid (siglos XVI-XIX)”, en Scriptum Digital, 6, pp. 83-103.

 

[1] http://aldicam.blogspot.com/

Estas investigaciones se han recogido en el estudio monográfico de Pedro Sánchez-Prieto y Delfina Vázquez Balonga La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos del siglo XVI a XIX. Esta prevista su publicación próximamente.

[2] Para más información sobre la jerga y otros rasgos del habla de José Izquierdo, ver López (1978).

[3] Hoy la expresión sigue viva en algunas provincias como Toledo. https://matadornetwork.com/es/expresiones-que-solo-los-toledanos-entendemos/

Voces galdosianas. Mauricia «La Dura»

En otro post publicado aquí mismo, “Galdós y la Sociolingüística”, ya mostramos algunos rasgos de la lengua de los documentos que se podían encontrar en el habla de personajes populares del célebre escritor español Benito Pérez Galdós (1843-1920). El trabajo de investigación con más documentos nos ha llevado, nuevamente, a las novelas galdosianas, sobre todo las de ambientación madrileña. No hay duda de que Galdós, hábil observador, habría sido un excelente lingüista y llegó a conocer como pocos el habla de los habitantes de la villa y corte.

Por otra parte, hemos trabajado desde el proyecto “ALDICAM-CM” con diversos documentos históricos de la Hermandad del Refugio y la Inclusa de Madrid, conservados en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid (en el caso del Refugio, se conserva una copia digitalizada). Además, se han considerado otras instituciones benéficas, como el Colegio de San Ildefonso (Archivo de Villa de Madrid). De los documentos de la Hermandad del Refugio hemos obtenido una interesante información sobre la escritura de las clases sociales menos favorecidas de la ciudad en los siglos XVIII y XIX[1]. No hay que olvidar que el Refugio, una institución fundada en 1615 y todavía en activo, se ocupó de varias tareas asistenciales en Madrid, entre ellas, repartir alimentos en una famosa “ronda”  nocturna, llevar a niños abandonados a la cercana Inclusa y enviar a enfermos mentales al hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza (como ya se contó en este post [2]. Así, mucha gente necesitada se veía en la situación urgente de escribir a la Hermandad notas de abandono de los niños y peticiones de ayuda. Al no tener apenas formación, dejaban ver muchos rasgos de su habla, como su pronunciación (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2017:90-92). Muchos de estos fenómenos se ven también en la obra de Galdós.

Si en la entrada primera ya mencionamos la manera de hablar de Fortunata, que decía “Jacometrenzo” (en lugar de “Jacometrezo”) y “se comía muchas sílabas”, en este caso vamos a tratar a un personaje emblemático: Mauricia la Dura. Esta mujer de origen modesto es descrita por el narrador como “singularísima, bella y varonil” y se caracteriza por ser visceral y aficionada al aguardiente. Para Fortunata, la amistad con este personaje es determinante en algunos episodios de su vida (Ribbans 1974: 717). El propio autor, en la novela, da importancia a su manera de hablar:

“pero en cuanto Mauricia hablaba, adiós ilusión. Su voz era bronca, más de hombre que de mujer, y su lenguaje, vulgarísimo, revelando una naturaleza desordenada, con alternativos de depravación y de afabilidad”.

Cuando toma la palabra, Mauricia tiene un discurso peculiar, con algunas muletillas personales (“Paices boba”, “peine” como adjetivo y sustantivo ‘taimado’, “pastelero” como adjetivo de connotación negativa). Con toda seguridad, estos usos lingüísticos están inspirados en lo que Galdós escuchaba en las calles madrileñas.

En el habla de Mauricia se refleja la forma vulgar de refuerzo consonántico b- ante el diptongo /we/, en el caso de buérfanos (“y está haciendo un palación para los buérfanos”). Esta misma variante se encuentra en un documento del Refugio en 1812. Por otra parte, la omisión de -d- en el participio, tan común y aparecida a menudo en los sainetes, se pone repetidas veces en boca de Mauricia: “si tu marido es un alilao”. La extensión del fenómeno se puede ver en documentos del Refugio de principios del s. XIX, como en “acristianao” y “echao” (1817).

En el nivel de la morfosintaxis, hay que llamar la atención sobre las formas populares de femenino de sustantivos y adjetivos acabados en -nte, que Mauricia emplea con su morfema incluso en casos no admitidos por la norma, como protestanta como ‘fiel de la religión protestante’: “doña Malvina la protestanta”. En los documentos de la beneficencia madrileña vemos un auge de estas formas ya desde el siglo XVIII, incluso entre empleados de las instituciones que estaban bien formados en la escritura, con ejemplos como pacienta y suplicanta (1755). Por todo esto, vemos que fueron variantes extendidas en el habla de los madrileños y la analogía, además, ayudó a que se usaran en cada vez más palabras con este morfema femenino. Otro aspecto destacable es que Mauricia y, en general, los personajes madrileños de Galdós tienen preferencia por los diminutivos en -ito/a. Así, en una famosa escena en la que Mauricia pierde los papeles en la casa de las Micaelas, intenta ganarse después a una de las religiosas con estas palabras:

“Ay, mi galapaguito de mi alma, qué enfadadito está conmigo, que le quiero tanto!… Sor Marcela, una palabrita, nada más que una palabrita. Yo no quiero que me saques de aquí, porque me merezco la encerrona. Pero ¡ay niñita mía, si vieras qué mala me he puesto! Páice que me están arrancando el estómago con unas tenazas de fuego… Es de la tremolina de esta mañana (…) Cojita graciosa, enanita remonona, mira, oye: si quieres que te quiera más que a mi vida y te obedezca como un perro, hazme un favor que voy a pedirte; tráeme nada más que una lagrimita de aquella gloria divina que tú tienes”.

El fin pragmático empleado por Mauricia es atenuador (cojita, enanita) y empático (niñita, palabrita), y se puede ver también en los documentos de la Hermandad del Refugio; quizá el más llamativo es el de un jornalero madrileño que en 1806 escribe a la institución pidiendo el traslado de su esposa al hospital psiquiátrico de Zaragoza ya que se encuentra “loquita”. El autor de la misiva eligió el diminutivo para evitar el adjetivo loca, considerado ofensivo, y quizá también otros términos usuales en la época como demente. 

Otra función del diminutivo en –ito es que manifiesta ternura y empatía hacia los niños. Al referirse a su hija Adoración, explica Mauricia que “vive mejor el angelito con Severiana que conmigo”. La asociación de los niños con los ángeles se encuentra desde épocas antiguas, y en la lengua coloquial madrileña estaba muy viva en el siglo XIX esta metáfora, tal y como prueba una nota de abandono de un niño a mediados del siglo, en la que se pide la acogida de la criatura a un “asilo de angelitos”. Sin dejar la referencia a los niños, hay que detenerse en chiquillo, una voz ya encontrada en los papeles del Refugio en el siglo XVIII (“estando parida di un chiquillo”, 1714; “otros dos chiquillos”, 1740) y recogida en Autoridades (1729) como una forma referida a “niños pequeñitos” y “para expressar cariño” (Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga 2017: 97). Del mismo modo se encuentran varios ejemplos en el discurso de la Dura: “está rabiando [Jacinta] por tener chiquillos y el Señor no se los quiere dar”. A lo largo de la novela, esta voz aparece a menudo en otros personajes, tanto con el sentido de ‘niño’ como unido al verbo tener con el significado ‘tener hijos’. La forma, en un principio diminutiva de chico ‘niño’, se lexicalizó para este sentido concreto.

Por último, hay que referirse al empleo de verbigracia como ‘por ejemplo’ (“Si una se pone verbigracia honrada…”), muestra de la influencia que tuvo la lengua administrativa culta en el habla y la escritura de las clases populares. Aunque esa expresión no ha sido encontrada en la documentación de la Hermandad del Refugio, sí hemos encontrado a menudo ínterin ‘entretanto’, del latín INTERIM (DLE). Un buen ejemplo es esta nota de abandono escrita de mano poco hábil: “la esponen Ala piadas de VS ynterin dios les mejora la fortuna” (403, 1741).

No hay duda de que Galdós hizo un extraordinario ejercicio de creación literaria al concebir a Mauricia, pero no menos fue su esfuerzo en recoger formas de hablar entre los más humildes de Madrid. Más adelante dedicaremos más líneas al habla de otros personajes galdosianos y su correspondencia con lo hallado en los documentos de instituciones benéficas madrileñas.

Delfina Vázquez.

Para saber más:

Autoridades= RAE (1726-1739): Diccionario de Autoridades <http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1996/diccionario-de-autoridades&gt;

CORDE= RAE: Corpus Diacrónico del Español. <http://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde&gt;

DLE = RAE: Diccionario de la Lengua Española. <http: //www.rae.es>

Pérez Galdós, Benito (1885-1886): Fortunata y Jacinta. Edición de Domingo Ynduráin, 1993. Madrid: Turner.

Ribbans, Geoffrey (1974): “El carácter de Mauricia “la Dura” en la estructura de Fortunata y Jacinta”, en Actas del V Congreso de Hispanistas, vol. 2, 1977, pp. 713-721.

Sánchez-Prieto Borja y Vázquez Balonga, Delfina (2017): “Hacia un corpus de beneficencia en Madrid (siglos XVI-XIX)”, en Scriptum Digital, 6, pp. 83-103.

  • Imagen: Francisco de Goya, «Joven barriendo» (1794-1796). Madrid: Museo del Prado.

[1] Estas investigaciones se han recogido en el estudio monográfico de Pedro Sánchez-Prieto y Delfina Vázquez Balonga La beneficencia madrileña. Lengua y discurso en los documentos del siglo XVI a XIX . Esta prevista su publicación próximamente.

[2] http://www.realhermandaddelrefugio.org/index.php/historia

A “mi hija Mariquita”: reflesiones y refresiones sobre una carta del siglo XVIII

El siglo XVIII fue un periodo de la historia de España en el que se escribieron gran cantidad de cartas, privadas o no, que crearon toda una red de hilos postales que unían y desunían familias y destinos. La enorme importancia de las redes epistolares en los núcleos familiares propició el acceso a la educación de sectores de la población que secularmente habían estado apartados de ella (Castillo Gómez 2013). En este sentido, es especialmente significativa la inclusión de las mujeres, cuya alfabetización vivió un aumento espectacular respecto a lo que había venido ocurriendo en los siglos anteriores. Pero, ¿se trata de un fenómeno generalizado? ¿Qué clase de instrucción se les reservaba? y ¿qué nivel educativo solían alcanzar?

La única forma de dar respuesta a cuestiones como las planteadas es acercarse a los textos, leerlos, estudiarlos, interrogarlos. En este caso concreto, vamos a atender a una carta particular. Sin ánimo de extraer conclusiones generales, sí que podemos indicar que podría tratarse de un documento representativo del perfil que estamos buscando. Se trata de una mujer noble: María Josefa Dávila Carrillo, duquesa de Montemar, quien escribe a su hija desde Madrid en 1782. El documento, abierto al público en CODEA (documento 2310) y consultable también en PARES (Portal de archivos españoles), presenta características extrapolables a un buen número de cartas escritas por mujeres en la época: pertenece al ámbito privado, se dirige a un miembro cercano de su círculo familiar y comenta asuntos relativos a la vida cotidiana.

Nos encontramos ante la carta de una madre hacia su hija, a la que se dirige como mi hija mariquita (h. 1v, 17). Como era habitual en los intercambios epistolares realizados por mujeres en aquellos tiempos, habla de aspectos relativos a su salud y la de sus allegados (Vázquez Balonga 2017). Así, nos enteramos de que a un tal juaquin (h. 1r, 3) Dios sostiene en los mayores quebrantos (h. 1r, 4, 5). La autora de la carta, a su vez, informa acerca de sus propios cuidados del siguiente modo: e buelto a tomar los sueros (h. 1v, 3). Consultando en el Diccionario de Autoridades, se nos indica que el suero es “la aquosidad de la leche separada de ella. El suero, el qual es toda la aquosidad de la leche, es notablemente abstersivo”. Al desconocer el significado del término abstersivo, volvemos a consultar en la misma obra lexicográfica, en la que se nos indica que con ello se hace referencia a “cosa que limpia y enxuga. Es término usado de los Medicos y cirujanos”. Así pues, lo que doña María Josefa tomaba para sus males era una suerte de remedio derivado de la leche.

En conjunto, observamos en la carta un léxico propio de un registro coloquial, en el que se tratan temas cotidianos, relativos a la salud, al tiempo y al estado de las tierras (por suerte para ellos, se había conseguido atajar una plaga de langosta). Volviendo al tema de la salud, la duquesa no solo habla de remedios terrenales, sino también da consejos en el plano espiritual. Para ello, utiliza el término reflexión, aunque parece dubitativa en su escritura. Y es que, como se muestra en las imágenes, incurre en una serie de errores, como el rotacismo (confusión de consonantes líquidas), al escribir refresiones (pero reflesion), como se puede apreciar en las imágenes. Debió de costarle no poco esfuerzo, ya que repite la última sílaba al inicio de la siguiente línea la segunda vez que la utiliza (imagen 1). Sin duda, se trata de un término que considera relevante y útil para expresar su idea, pero con el que no parece muy familiarizada.

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¿Por qué ocurrirá esto? ¿Qué clase de palabra es reflexión?

Se trata de un latinismo, palabra que vino a formar parte de la lengua castellana directamente a partir del étimo latino en un contexto culto y que, por esto mismo, no ha sufrido apenas transformaciones. En el caso de reflexión, procede del latín tardío reflexio, -ōnis ‘acción de volver atrás’ (RAE). Para descubrir cuándo se introdujo en nuestra lengua, podemos acudir al Corpus del Nuevo Diccionario Histórico del Español (CDH), disponible en la página web de la Real Academia de la Lengua (RAE). Consultando en dicha fuente, observamos que la primera vez que se documenta es a finales del siglo XV. Su origen culto y directamente derivado del latín es innegable, ya que se trata del Universal vocabulario en latín y en romance, publicado por el insigne humanista Alfonso de Palencia en 1490. Aunque esta temprana aparición hacía referencia a la reflexión como “reflejo” de la luz. No sería hasta principios del siglo XVI cuando lo encontramos con el significado de acción y efecto de pensar detenidamente sobre algo, o lo que es lo mismo, de reflexionar. Entre estos primeros documentos se encuentra, por poner un ejemplo, la Historia de las Indias (c1527-1561), de Fray Bartolomé de las Casas. Siguiendo el rastro de la palabra en el CDH, vemos que logra aposentarse en la lengua, tanto como acción y efecto de reflejar, desde el punto de vista físico, como de reflexionar, significado que nos ocupa. Aunque es probable que se mantuviera en registros muy cultos o latinizantes hasta el siglo XVIII, lo que deducimos a partir del hecho de que no aparece en un diccionario en español hasta dicha centuria. Y es que la primera entrada que se le dedica data de 1709, en el Diccionario Nuevo de las lenguas española y francesa de Francisco Sobrino. A partir de su correspondiente entrada en el Diccionario de Autoridades (1737), no ha vuelto a faltar en edición alguna en los sucesivos diccionarios académicos.

Ahora bien, con toda esta información sobre la mesa podemos tratar de explicarnos el motivo de las dudas de doña María Josefa en el momento de hacer uso de la palabra que nos ocupa. De algún modo, quizá a través de su confesor, o de algún hijo, o puede que incluso de su mismo marido o alguna amistad, la palabra llegó a oídos de la duquesa. A tenor de la poca confianza que parece tener en su escritura, muy probablemente no la había leído con anterioridad. Nuestra escribiente muestra un dominio medio-bajo de la palabra escrita, lo que le permitiría mantener vínculos de naturaleza epistolar, pero que no parece ir más allá; todo ello le llevaría a albergar dudas importantes a la hora de escribir una palabra de ámbito tan culto como reflexión. Es esta una característica que se puede apreciar en un número importante de cartas escritas por mujeres durante el siglo XVIII. Y es que el periodo, considerado epistolar por la cantidad y la importancia que alcanzaron dichos documentos, vio crecer de manera significativa el número de mujeres que accedieron a la escritura. Sin embargo, en su caso su instrucción se acababa en el momento en el que alcanzaban un dominio suficiente de la escritura, sin profundizar más en un proceso educativo que se limitaba a conocimientos religiosos y domésticos (García Mouton 1999).

Finalmente, como hemos ido observando, se puede extraer información relevante acerca de la posición de la mujer como sujeto de toda una época a partir de documentos en apariencia tan humildes como la carta de doña María Josefa a su querida “hija Mariquita”. Su estudio y la “reflexión” que lleva consigo nos permite, siendo fieles a la etimología de una palabra que se le resistía a la buena de la duquesa, “volver atrás” y atender el largo y arduo camino recorrido por las mujeres hasta alcanzar el grado de igualdad (si bien siempre mejorable) del que gozamos hoy en día.

Raquel M. López López

 

 

Para saber más:

  • Castillo Gómez, Antonio (2013). “De reglas y sentimientos. Comunicación y prácticas epistolares en la España del siglo XVIII”. En Padrón Fernández, R. (ed.), «Las cartas las inventó el afecto». Ensayos sobre epistolografía en el Siglo de las Luces. Tenerife: Ediciones Idea.
  • CNDH = Corpus del Nuevo Diccionario Histórico del Español. <http://web.frl.es/CNDHE/view/inicioExterno.view&gt;
  • DLE = Diccionario de la Lengua Española <http://lema.rae.es/drae2001/&gt;
  • García Mouton, Pilar (1999). Cómo hablan las mujeres. Madrid: Arco Libros.
  • GITHE (Grupo de Investigación de Textos para la Historia del Español). CODEA+ 2015 (Corpus de Documentos Anteriores a 1800). Sitio web [http://corpuscodea.es/]
  • NDHE = Diccionario de Autoridades <http://web.frl.es/DA.html&gt;
  • NTLLE = Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español <http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle&gt;
  • Vázquez Balonga, Delfina (2017). “El vocabulario de la enfermedad en la correspondencia femenina de los siglos XVI y XVII. Presentación de algunos casos significativos”. En Almeida Cabrejas, B., Díaz Moreno, R., Fernández López, C. (eds.), «Cansada tendré a vuestra excelencia con tan larga carta». Estudios sobre aprendizaje y práctica de la escritura por mujeres en el ámbito hispánico (1500-1900). Lugo: Axac.

 

Paisajes del pasado (II). Judías dinamarquesas

En Madrid, en la céntrica calle Hortaleza, número 70, se ubica un llamativo local que, aunque hoy en día pertenece a una óptica, aún conserva el letrero del veterano negocio que la precedió: la casa de semillas de Robustiano Díez Obeso. Esta tienda fue inaugurada en 1881 y dejó su actividad a principios del s. XXI. Óptica Toscana, que ocupa su lugar con una cuidada rehabilitación, se abrió al público en 2005.

Esta tienda tuvo una considerable clientela, de ahí su longevidad, y también los restos que tenemos de su publicidad. En el Museo Municipal de Madrid (C/ Fuencarral 78) se conserva un anuncio de grandes dimensiones del citado comercio, y que debió exhibirse en la calle, en zonas cercanas. Es un ejemplo de la publicidad de la época y anticipa algunos recursos que se verían para los anuncios de cine y televisión, como mostrar el producto claramente mejor respecto a otro, y la promoción por medio de un diálogo costumbrista. En la parte superior centro, se explicita el nombre del producto: “Judías dinamarquesas. Novedad de 1921”. Más abajo, a la izquierda, se ve a un refinado caballero que pone cara de horror mientras intenta comer unas judías verdes llenas de hebras. Sus quejas se ponen en verso: “¡Qué poco talento tuve al comprar estas judías! / Me está muy bien empleado por buscar la economía / Y ahora son las consecuencias. ¡Yo me ahogo madre mía!”, entre otros versos. Al lado derecho, este caballero, con expresión jovial, está comiendo la misma verdura, pero de mejor calidad: “No hay judías que se igualen (lo digo con entereza) / Como las que vende Diez, en la calle de Hortaleza / Se me olvida vive Dios! Noventa y noventa y dos”. Para que quede todavía más clara la diferencia, en la imagen izquierda se muestran las judías malas, mientras que en la derecha se puede ver un dibujo de las que se promocionan, con la inscripción “Dinamarquesa mantecosa (Reina de las judías)”. Como colofón, se inserta en la parte inferior un diálogo, también en verso, de una simpática pareja de agricultores, Eutiquia y Bartolo, que se disponen a anunciar en su pueblo las excelencias de las judías y del comercio de Díez Obeso.

Judías caballero feliz

«Esto es gloria. ¡Ya lo creo!»

El cartel, cuyos autores son desconocidos, se puede ver con todo detalle e información en el portal CERES y en esta página de memoria gráfica de Madrid.

Pero lo que ha llamado nuestra atención precisamente es el producto que promociona: judías dinamarquesas. Muy bien, ¿y por qué no danesas? En 1921, el anunciante prefiere este gentilicio al que más empleamos en la actualidad. En el DLE, se admiten tanto una como otra, si bien dinamarqués es conducido a la entrada de danés. El DPD, por su parte, ratifica que valen ambas, pero apunta que dinamarqués es “rara vez usada en referencia al idioma”. ¿Qué se usó en el pasado? Según los datos de CORDE, dinamarqués aparece en textos de autores del siglo XVII (Quevedo), XVIII (Feijóo, Cadalso y Moratín) y XIX (Larra y Donoso Cortés, entre otros). En el siglo XX, todavía, se encuentra en la Introducción a la lexicografía del español Julio Casares (1950) y en autores argentinos como Jorge Luis Borges (1944) y Ernesto Sábato (1961). De manera paralela, también se emplea danés, en autores españoles desde el siglo XVI, y también, más adelante, de otras nacionalidades. No parece que haya preferencias por regiones del español: danés es empleado por los españoles Miguel de Unamuno o Arturo Barea, pero también por el argentino Julio Cortázar y el cubano Alejo Carpentier.

En los documentos archivísticos de los siglos XVIII y XIX también se encuentra dinamarqués, tal y como se ve en el portal PARES, donde se encuentra una orden de expulsión del “súbdito dinamarqués Alfredo Levy”, del Archivo Histórico Nacional, Gobierno de Cuba. Ministerio de Ultramar (1870-1871). En realidad, dinamarqués obedece a una formación típica de gentilicio en castellano, con el sufijo –és(a), del tipo de francés, islandés, finladés, mientras que danés parece influido por la lengua francesa con su danois. Lo cierto es que las obras lexicográficas recogen danés de manera tardía; en el NTLLE no aparece hasta el diccionario académico de 1817 y, además, se señala que es “lo mismo que dinamarqués”. Tampoco tenemos la otra forma hasta la edición de 1817, pero muestra la definición principal (“El natural de Dinamarca y lo que pertenece a este reino”). Con todo, hay que decir que en el diccionario de Minsheu de 1617 se registra dinamarces como gentilicio.

Si hacemos búsquedas por prensa, podemos concluir que el gentilicio dinamarqués era empleado con asiduidad en España durante el siglo XVIII; por ejemplo, en el Diario Noticioso Universal del 9 de julio de 1765 se habla de un “general dinamarqués” y, en el año siguiente “los fuertes inglés, holandés y dinamarqués”. Y en el boletín Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa, del 23 de julio de 1787, se lee, entre las noticias de novedades científicas, que “el señor Fabricio, naturalista Dinamarqués, ha anunciado una obra póstuma de Muller”. La tendencia del siglo XIX en la prensa madrileña parece ser semejante; en el Correo (21/09/1829), se habla de un “buque dinamarqués”  y en el Diario de Avisos se anuncia la pérdida de un cachorro de perro, “su casta dinamarqués” (25/05/1831). No se deja de ver en lengua escrita en el primer tercio del siglo XX, como en La Nación, que en 1918 menciona las “coronas dinamarquesas”. La presencia de ambos gentilicios se puede comprobar en el periódico La lectura, que en 1920, fecha muy próxima al anuncio de las semillas, escribe que “la cooperación es un instinto dinamarqués” y “Las formidables cooperativas dinamarquesas”, pero también menciona las “cooperativas danesas”.

Lo que es evidente es que en las últimas décadas dinamarqués cayó en desuso, al contrario que su variante. Precisamente, hace unos años la Comunidad de Madrid tuvo que rectificar la respuesta correcta de unas pruebas para alumnos de primaria, ya que se consideraba danés como la única solución para la respuesta sobre cómo se llamaban los naturales de Dinamarca, tal y como se puede leer en esta noticia del diario ABC. Algo semejante pasó con otros gentilicios, que tuvieron una época de auge, como polonés ‘polaco’, chinés ‘chino’, marrueco ‘marroquí’ o turquesco ‘turco’. Todos ellos, como dinamarqués, han dejado constancia en viejos textos y están reconocidos por el DLE, pero su uso actual es prácticamente nulo.

Delfina Vázquez.

Imágenes: Delfina Vázquez y portal CERES.

Agradecimientos a Óptica Toscana por la información sobre la apertura de su tienda en C/Hortaleza 70. La Comunidad de Madrid concedió a la tienda el premio a la mejor reforma de establecimientos tradicionales (2004-2007). 

Para saber más:

– CORDE = Corpus Diacrónico del Español. <http://www.rae.es/recursos/banco-de-datos/corde&gt;

– DLE= Diccionario de la Lengua Española. <http://dle.rae.es&gt;

– DPD = Diccionario Panhispánico de Dudas.

<http://www.rae.es/recursos/diccionarios/dpd&gt;

– NTLLE= Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español.

– PARES= Portal de Archivos Españoles. <http://pares.mcu.es/&gt;

– Hemeroteca Digital Hispánica =

<http://www.rae.es/recursos/diccionarios/diccionarios-anteriores-1726-1992/nuevo-tesoro-lexicografico&gt;

– “¿Danés o dinamarqués?”. ABC, 5 de mayo de 2010. <https://www.abc.es/20100505/madrid-madrid/danes-dinamarques-20100505.html&gt;

– “Anuncio de judías dinamarquesas”. <http://www.memoriademadrid.es/buscador.php?accion=VerFicha&id=232219&gt;

– Museo Municipal de Madrid. <http://museomadrid.com/museo-de-historia/&gt;